Un vómito seco, arrebatador y visceral transformado en discurso sobre el escenario, eso podría ser Ping Pang Qiu, pero también es un verbo hecho carne con una Angélica Liddell reconvertida en el altavoz que representa al huracán que arrasa conciencias. Nada detiene a ese viento helado que traspasa la piel para quedarse incrustado en las tinieblas de las entrañas. Estamos, sin apenas darnos cuenta, ante el gran universo de las sentencias: “la desesperanza es colosal”, “no hace falta matar para ser feliz”, “bienaventurados, estar vivos es difícil”, “allí donde no se necesita la belleza se mata más”, y así hasta el infinito, hasta el exterminio total, hasta el mundo sin conciencia de sí mismo. ¿Qué nos queda ante el miedo del hombre solo frente al Estado? Angélica Liddell no nos quiere salvar, si acaso, lanza un grito; el grito de la última esperanza, y para ello, se agarra con fuerza a la belleza como máxima expresión que nos conduce a la libertad: “combatir el terror con lo bello”, ese es el camino. La belleza como arma arrojadiza contra el exterminio del mundo de la expresión por el terror. La belleza del Aria “Orfeo y Euridice” frente a la revolución cultural china; la fuerza de la libertad de expresión contra las ideologías. Ardua tarea, escabroso camino, pero única senda si queremos alcanza la salvación y con ella la plena libertad; la propia, la que nos lleve hasta la felicidad, también la propia, la que alumbra nuestras entrañas. Juego de sombras, muchas sombras, pero también de luces que nos ayudan a ver más allá del día a día.
Ping Pang Qiu, es también la ausencia del miedo a la sobreexposición, a la desnudez que no entiende de tiempos ni modas. El amor a la belleza recubierta con pequeñas y grandes dosis de melancolía. En definitiva, el teatro en estado puro. El teatro documental, multimedia, discursivo, insolente, incómodo, hastío de tanta mediocridad y verborrea fatua, pusilánime, incólume... Como decía Óscar Wilde: “no hay nada más aburrido que un hombre con principios”, lo que traducido en el lenguaje teatral de Ángelica Liddell podría ser algo así como muerte a los dogmas y sus creadores. Luchemos para llegar al final del túnel, venzamos al miedo del hombre solo frente al Estado. Y gracias a ella, y a su caos existencial, por momentos lo conseguimos, y logramos ver destellos de luz en la oscuridad que permiten a nuestras conciencias levantarse contra nuestro conformismo. ¿Dónde está la declamación interpretativa se preguntaban algunos?, en el discurso cabría decir sin más, o en esa desprotección consentida del alma confesional que la propia Liddell asume como propia. ¿Qué escenografía más pobre aludían otros?, a lo que cabrá decir, que el tránsito del alma es el del propio desierto donde sólo hay arena, pero al que Liddell ha dotado de una iconografía universal, con imágenes y símbolos que forman parte no de una, sino de muchas culturas y de todo un planeta.
En definitiva, en Ping Pang Qiu asistimos al lenguaje sonoro y visual como idiomas únicos del ser humano, que transformados en puro teatro documental, se convierten en un acto de amor hacia el mundo de la expresión.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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