Julio de la Rosa nos propone un juego donde el amor es la excusa. Sus prematuras heridas universales se han convertido en pequeños trastornos sin importancia en los que el músico y escritor jerezano se refugia para mostrarnos su particular universo onírico, sentimental y testamentario, porque su nuevo disco es como el anterior, un prisma musical de eclosiones arrebatadoras. Ese es el don intrínseco a De la Rosa, agarrar un corazón lleno de escombros y voltearle hasta hacerle simplemente poético y arrebatador. Para ser testigo de lo dicho, no hace falta sino asistir a uno de sus conciertos para ver el grado de afinidad que mantiene con sus seguidoras, donde cada estrofa y estribillo se comportan como la última y más importante declaración de amor o desamor del mundo. A pesar de todo, el señor De la Rosa no es sólo un príncipe revoltoso de las letras (en breve publicará su primera novela, Peaje, con Tropo Editores, amén de su nominación a los Goya por Grupo 7), porque sus poemas y declaraciones amatorias vienen muy bien acompañadas de una pátina musical de primer orden. Más allá de las numerosas y valiosas colaboraciones que existen en el disco, Pequeños trastornos sin importancia es un gran disco de música pop o de la otra, repleto de matices que sabrán apreciar muy bien los oídos más inquietos, y donde la concepción musical del mismo se acrecienta en cada escucha, pues lo componen canciones que nos revelan brillos que la vez anterior no habíamos captado. Es sin duda, un tesoro a descubrir por el gran público.
El disco se abre con Colección sabotajes, una canción que sigue el mismo argumento compositivo que la mayoría de las canciones del trabajo anterior, y en la que destacan las armonías de las guitarras, que se muestran como las perfectas compañeras de aventuras de la voz de Julio, casi siempre modulada en un tono bajo. El segundo corte del cd, Gigante, es un grito que nos suena a declaración de sentencias, pues la dedicatoria que transmite a todos y cada uno de los personajes presentes en la misma, es un testamento en toda regla “soy un grito, soy montañas… ven conmigo soy gigante”. Una dedicatoria que da paso a un blues perfecto llamado Kiss kiss kiss me (no confundir con la canción de The Cure) con el que navegamos por aguas tranquilas y ensoñadoras, dulcificadas por el desgarro argumental, vocal y musical de todos aquellos que han participado en su ejecución; puro jazz session. Un corazón lleno de escombros, está llamada a ser uno de los próximos singles, porque como los buenos combinados entra a la primera y sin avisar. Aire fresco, equilibrio y paz, como nos recuerda Julio de la Rosa en la letra de la canción son elementos más que sobresalientes para calificar a este nuevo himno dentro de su carrera con ese toque tan personal en los estribillos y las notas musicales.
Con La fiera dentro nos adentramos en otro de los reflejos de este prisma musical de eclosiones arrebatadoras. Aquí los colores parecen más oscuros y los terrenos más áridos, pero no nos importa, porque esta sinfonía experimental también nos sabe a gloria celestial, y que en un momento determinado se rompe y se dobla en otra mitad distinta a la anterior, pues la larga duración de la misma se lo permite y esa persistencia del compositor jerezano de demostrarnos diferentes matices en sus composiciones aquí toman verdadero protagonismo. Una experimentación que nos deposita en el primer estremecimiento del disco llamado Borrón y cuenta nueva. Una balada que es estremecedoramente poética, y donde el sencillo aderezo musical, nos la propone como una ninfa despojada de todo lo accesorio. Aquí la voz de la otra parte toma cuerpo y se manifiesta con una dureza conmovedora que te invita a escucharla una y otra vez. Lo que nos lleva a Tarde a todas partes, una nueva manifestación del Julio de la Rosa anterior a este disco y que se resiste a abandonar la nave, pero sencillamente admitimos que no hace falta, porque nos sirve para identificarla como una canción marca de la casa. Hasta llegar a Maldiciones comunes, corte del disco elegido como primer single y del que ya se ha estrenado también videoclip. Aquí somos testigos de los testimonios más áridos y gamberros por parte de quien canta y los expresa, pero que de una forma no menos inteligente, ha sabido adornar de unos buenos ritmos y unas guitarras más que meritorias. Glorietas de trampas persiste en la fuerza sonora plena de rasguños acústicos memorables que se desgastan hasta llegar a El amor saludable, una nueva balada elegida para cerrar el disco, en la que podríamos denominar como la cláusula de cierre sonora de un contrato, el del amor, que demasiada veces se desdibuja en el desamor, y del que nunca hemos tenido la menor duda que forma parte de un juego, donde Julio de la Rosa siempre nos propone el amor como excusa.
El único pero que cabría poner al disco sería la portada elegida, y más en los tiempos que corren, por esa pose de dominación-sumisión en la que aparece la mujer que acompaña a Julio, algo que sin embargo se desmorona al escuchar las letras y las canciones del disco. Quizá, sólo se trate de un pequeño trastorno sin importancia.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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