Allá
donde no crecen las pelusas, en los confines del infinito que atrapa a nuestra
imaginación y a nuestros sentimientos, en ese lugar que nadie conoce porque
nadie se atreve a asomarse a él, la voz poética de Medel va
rebuscando en las inhóspitas paredes del alma, de su alma, esos porqués para
los que nadie tiene respuesta. Hay muchas formas de viajar a lo largo de la
vida, y una de ella es creando poemas, prosa poética o haikus igual que trazos
sobre un cristal transparente que deja al descubierto las razones del alma y de
nuestra existencia. Esta recopilación de poemas y contrapoemas que abarca
el largo período de dieciséis años en la vida de Elena Medel, son
el espacio de la creación, pero también, de la redención y la culpa, y de la
expiación de ese letargo que nos adormece, y del éxtasis que nos obliga a
saltar los muros que encontramos a nuestro paso. Subir y tirarse. Caer y dar
mil vueltas. Pararse para volver a levantarse en la letanía de esa música que
nos produce la incomprensión de un mundo que nunca es como lo habíamos soñado. En
ese duro enfrentamiento entre lo vivido y los soñado es de donde parten los
días negros de la voz poética de la cordobesa. De ahí, que sea de ese punto de
inflexión, de donde nace la necesidad de búsqueda, de la interrogación que
nuestros ojos reclaman al otro, de la aventura que resulta de conquistar ese
otro espacio que al principio de nuestro viaje no sabíamos que existiera. Hay
mucha indagación en los poemas de Medel, pero también ternura y
muerte, y sobre todo, anhelo de certezas, de querer salir de ese mar de nubes
que nos confunde y nos hace dudar. La duda, esa gran compañera en la
exploración propia y ajena, se instala en los dedos que dibujan los versos de
esta poeta que no tiene miedo a tardar ocho años en dejar cerrado un poema,
quizá, porque los versos son como la propia vida, que necesitan sus etapas y el
íntimo momento de darles carpetazo. Carpetazo lírico y existencial, abominable
y mágico, cortante y único.
Elena
Medel se ha mostrado firme a la hora
de afrontar esta antología de su obra hasta el año 2014, pues, como ella misma
confiesa, sólo ha hecho pequeños cambios en algunos poemas, sobre todo, los del
inicio. Por ejemplo, en Mi primer bikini (1998-2001) los poemas
son como los sueños de una princesa-niña en los que la zozobra del amor, del
culto al cuerpo perfecto, o el miedo a ser una misma, transitan entre líneas,
como si la autora quisiera que jugásemos con anhelos más profundos; anhelos que
sólo se producen tras la puerta de su habitación, bajo la íntima oscuridad de
las sábanas de su cama. Versos que son como sueños húmedos de lluvia, azules de
cielo, inciertos como la última miga solitaria del plato. Poemas que en Piercing
son recuerdos que se tiran y estallan cual vasija que luego vierte todo su
contenido al suelo mientras que nosotros lo miramos todo desde arriba, a una
cierta distancia en el tiempo. Esa destrucción se transforma en autodestrucción
en Monokini donde la voz poética aborda la ruptura con la adolescencia,
con las tartas de cumpleaños, con Heidi y Espinete. Hay en estos versos una
necesidad de romperse el pecho para instalarse un corazón nuevo en el que
quepan nuevas emociones que, al principio, no sean como el rasguño de una
cuchilla de sacapuntas, y que apunten más allá de los póster de la habitación
donde reposan los recuerdos antiguos, como esa rebeldía auto impuesta ante la
vida, el amor y la desidia a olvidar lo ya vivido como naufragios sin tabla de
salvación: «Parece que mi Heidi también duerme/ Pero no,/ Ella es cruel como
las institutrices políglotas./ Heidi, mientras rezo, se masturba al oeste de mi
pecho.»
En Vacaciones
(2002-2004) asistimos al desgarro del primer intento de amor real, amor de
carne y hueso que va más allá de las malditas y traicioneras hojas de papel.
Tránsito entre el antes y el ahora, entre la primavera y el otoño, la
posibilidad y el sueño. En este caso, la voz poética indaga en la proximidad
del tacto, en la lejanía del hueco, en el azul de un cielo imaginario sin luna
ni estrellas. Versos premonitorios como éste que cierra este poemario
estacional: «Con las muñecas rotas/ te estoy diciendo adiós.» Algo que en Un
soplo en el corazón (2002-2004) se traduce en la fugacidad del deseo,
del amor, de un soplo en la nuca. Aquí, la temporalidad de los gestos, de la
primavera, de un poema o de la geografía de la traición que nos acecha se hacen
verbo y carne.
Las
encrucijadas del tiempo y la vida se dan cita en Tara
(2001-2006), donde la muerte de la abuela primero y de otros seres queridos
después, reflejan una voz poética más queda y silenciosa, que indaga en los
recuerdos y ausencias forzadas por el óbito de aquel a quien queríamos. Los
poemas tienen forma de número de la no suerte (en concreto siete) que,
como acróbatas del dolor devienen en poemas de la no vida. En este
avance hacia el otro lado del abismo se produce un punto de inflexión que huye
de los primeros miedos y rezos, de los funerales y las iglesias, de la niñez y
sus virginales cuadernos de dos rayas. Hay un camino lleno de piedras a las que
la poeta va dando patadas hasta dejarlo todo despejado. Después nada más que
nos quedan las nubes que no saben de nuestra rebeldía y transformación en alguien
que ya no se reconoce en lo de antes, y que ha calmado su furia pero no su
temperamento perverso a pesar de todo, sólo adormilado por la dosis suficiente
de serotonina que nos impide visualizar el abismo. Poemario, éste, más cercano
en muchas ocasiones a los poemas narrativos, que son como una vida y muchas,
pues hay muchas formas de vivir y revivir las ausencias, aunque ninguna de
ellas como la propia, pues ésta está impregnada de las líneas que nos trazamos
en las muñecas con nuestra propia escuadra y cartabón: «En esta tercera vida
escribo poemas, duermo en hoteles, me embarco en relaciones sin futuro. Una
persona normal, eso me dicen./ Mi corazón perverso se ha calmado.»
En La
caída del imperio romano (2003-2010) se encriptan los sentimientos, se
contraponen los anhelos y la percepción de la realidad, y se exponen los
grandes retos que nos presenta la vida, como el título de uno de los poemas de
este conjunto inédito: «el corredor de fondo pierde el aliento», pues la voz
poética necesita pararse para avanzar. Se avistan los obstáculos a lo lejos, y
esta vez hay una íntima necesidad de esquivarlos, aunque sea tan imposible como
eludir la lluvia para los naranjos. Disparos inmisericordes que nos perforan la
memoria. Isola delle femine (2011) nos sugiere el aliento con el
que se consumen las palabras, los gestos, las piel y los recuerdos. Aquí, el
énfasis está en las sensaciones del tacto y el gusto, que definen minúsculas
líneas en busca del silencio.
Como
ya definí en una reseña anterior, Chatterton (2014) es un
poemario que ha sido calificado como de "generacional", y es el fruto
de ocho años de trabajo, donde Elena Medel arranca espinas a la
realidad y las clava cual chinchetas en sus versos. Ahí, donde se juntan esos
pedacitos de realidad, gravitan la mirada de una JASP que nos inculca como
nadie las ínfulas de que lo imposible es posible, hasta incluso, de que las
mujeres que hay dentro de sí misma, y a las que éstas a su vez representan, son
las heroínas de una intrahistoria llamada Chatterton
que, a diferencia de la ópera en tres actos de la que toma el nombre y que
recoge libremente la vida del poeta maldito inglés Thomas Chatterton, no
necesita reivindicar únicamente la estética del fracaso para salir airosa de
ese encuentro. Elena Medel igual que si fuera un profesor que ha escrito un
manual de Geometría descriptiva en el que nos muestra la realidad
tridimensional en sólo dos dimensiones, nos descompone la realidad y contrapone
la luz al fracaso, la esperanza a la melancolía, y algunas certezas a la duda:
«Nadie se posa en el alféizar —son veintiocho años/ de espacio adolescente—,/
pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído/ en todos los poemas/ se
colara por el patio de luces y asomara/ por el alféizar de mis veintiocho
años,». En esa rendija de luz que se cuela por la poderosa superficie del
fracaso es donde nos quedamos. La melancolía de la pérdida se convierte así en
una fe que no conoce límites, porque la redención del fracaso siempre es un
pozo rico en hallazgos, igual que las heridas de nuestros errores nos recorren
el interior de nuestra piel.
El
resto del volumen lo compone unos poemas que la autora ha titulado como Poemas
de un libro en preparación (a los que no ha fechado), y otro conjunto
de poemas bajo el nombre de Poemas dispersos. En el primero de
ellos se hablar del amor, del amor futuro, quizá inesperado, adormecido en el
frío de la noche y la dureza del golpe en las miles de preguntas sin respuesta
que nos rodean cada día, a cada instante… Y en el segundo, se reclama el
desorden; el desorden que recorre nuestra piel, el desorden que rebusca las
inhóspitas paredes del alma.
Ángel Silvelo Gabriel.
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