Refugiado en su música, parapetado en su sempiterna
indumentaria negra rematada con unos castellanos del mismo color que aún le
permiten bailar como si tuviera treinta años menos, y, sobre todo, varado en
esa especie de isla desde la que defiende sus ideas y compone grandes
canciones, así se presentó —más allá de la música y el tiempo— Loquillo
en Las Ventas de Madrid. Al inicio nos advirtió que, con su madurez, llegó también
la poesía de altos vuelos a sus letras; de poesía y de esas palabras
irreconciliables con la mediocridad, podríamos añadir. Altura de miras y de
música, pues el más puro rock’n’roll ha dado paso al rock a secas: oscuro,
duro, impactante e inteligente; una música y un estilo de un hombre hecho a sí
mismo y curtido en la disidencia de los que no se conforman con el éxito sin
más. Así sedujo Loquillo, o mejor dicho El Loco, a las
quince mil almas que abarrotaban el espacio habilitado en el coso taurino de
Las Ventas de Madrid el pasado sábado 24 de septiembre; una fecha a recordar en
la trayectoria del músico catalán, que también quiso congratularse con el
entorno, cuando a modo de intro sonó un pasodoble de los de siempre, de
esos que todavía te ponen los pelos de punta de lo profundos que suenan. Un
magnífico preámbulo de Viento del este: «Las palabras de poetas./
Enterraron los fusiles./ En valles y mesetas./ Con hambre frío y sed./ Volverá
otra vez a soplar/ Viento del este» que suena ya a clásico en esa última
vertiente musical de El Loco y su banda, que continuaron con Línea
clara y un emergente y rompedor sonido del órgano Hammond que también compitió
como nadie con las guitarras al aire del resto de la banda cuando sonó Territorios
libres: «No retroceder/ Ni un paso atrás», demoledora declaración de
intenciones para el mundo en el que vivimos, pues la presencia de Loquillo
en este país, todavía llamado España, va más allá de la música y del paso del
tiempo: «Desconfiado como un animal/ que defiende su espacio vital», nos vuelve
a recordar en la misma canción, pues quizá, por eso, se mantiene firme como un junco
al que no logra doblar el viento de los insulsos y mediáticos perdedores, por
muy fuerte que sea éste. Esa nueva fuerza vital de Loquillo está acompañada
de un nuevo sonido con el que ha impregnado a sus canciones; unas melodías que
las hace más apabullantes y certeras, sin por ello olvidar sus grandes temas de
siempre, que empezaron a sonar con Planeta rock, para de nuevo sumergirse
en las guitarras oscuras que se aliaron con El mundo que conocimos: «El
espacio que habitamos, los instantes que compartimos./ Las personas que
tratamos, todo el tiempo que perdimos./ Mis adicciones privadas, tus amores
furtivos./ Los besos cautivos burlando el destino./… ¿Dónde está? ¿Dónde fue la
Europa que ganamos?/ ¿Dónde está? ¿Dónde fue la España que perdimos?»; una gran
letra para una gran canción —de lo mejor de la larga noche—, no en vano el
público no dejó de gritar: Loco, Loco, Loco…, mientras la escuchaba. Gritos a
los que él respondió con un: «Madrid, aquí me tienes». Con Viaje al norte
sube al escenario Robert Grima de Los Negativos, la
única colaboración de esta fiesta que no conoció ni himnos ni fronteras ni
banderas, más allá de la que esgrimieron sus seguidores con el famoso logotipo
del grupo. «Vayas a dónde vayas/ encontrarás espejismos», nos recuerda a
continuación en Cruzando el paraíso, donde los teclados de Raúl
Bernal suenan a tope igual que si emularan un himno al amor, sin duda, preludio
del primer delirio de la noche cuando suena El Rompeolas —el público se
levanta de las gradas y andanadas y comienza a bailar— bajo sonidos country, a
los que siguen Memoria de jóvenes airados: «Nosotros que somos los de
entonces», y la polémica La mataré, que el público, sin embargo, corea
con un largo oh. oh, oh…., hasta llegar a El ritmo del garaje: «Tu madre
no lo dice no/ pero me mira mal. Quien es ese chico tan raro con el que
vas...», para cerrar la primera parte del concierto.
Si con la primera entrée Loquillo nos envió
un claro mensaje, con el inicio de la segunda parte también lo hizo, pues Laurent
Castagnet (a la batería), Alfonso Alcalá (al bajo), Igor
Paskual, Josu García y Mario Cobo a las guitarras, junto a Raúl
Bernal a los teclados, interpretaron un tema instrumental muy al estilo
de The Shadows, lo que además les sirvió para mostranos sus
nuevos atuendos, que iban a juego con el sonido y los viejos tiempos que se
difuminaron cuando sonó Eres un rocker —complemento perfecto de la chaqueta
plagada de brillantitos que llevaba El Loco: puro rock & roll—.
Contrabajo, acordeón y guitarra acústica tomaron el escenario para revitalizar
sonidos rockabillies o duduás cuando sonaron Chanel, cocaína y
Don Perignon o Piratas, respectivamente, preámbulo de Quiero un
camión, Esto no es Hawai (qué guay), Rusty: «¿A qué sabía el deseo./ A
piedra mojada, a fuego./ A sangre, a verte...», un tema cuya letra está
compuesta por el escritor Carlos Zanón, hasta recalar en Feo, fuerte y
formal: «No vine aquí para hacer amigos/ pero sabes que siempre puedes
contar conmigo», y así terminar de romper el silencio de la noche. Noche de
lobos, noche de aullidos y noche de gritos de una libertad subida a la grupa de
una música y unas letras que no saben nada de fronteras. Tras casi tres horas
de concierto El Loco decidió hablar: «no soy un tipo que hable en los
conciertos, pero hoy os voy a decir algo: que nuestra vida es mejor por
vosotros», tras lo cual, llegaron Las calles de Madrid y Rock and Roll Star.
Y bajo un interminable eco que no paraba de repetir: Loco, Loco, Loco, El
Loco tomó de nuevo la palabra: «para todas las personas que he conocido a
lo largo de mi vida…, esta canción es, de corazón, para Madrid —y tras
presentar a la banda, continúa— Soy un barcelonés que ama esta ciudad. Sumamos,
no restamos». Una despedida que no fue tal, pues tras sus palabras sí lo hizo
como mejor sabe hacer: con su música, pues no en vano, comenzaron a sonar las
notas de El Cadillac solitario: «Siempre quise ir a L.A./ dejar un día
esta ciudad...»
Ángel Silvelo Gabriel
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