Mi mujer me ha prometido un premio si
me curo pronto del catarro. Pero ella está tan metida en su propia jurisdicción
que no se da cuenta que a mí no me interesan sus regalos. Yo sólo deseo que me
haga caso, porque siempre tengo que competir con sus proyectos y sus
correspondientes reformas. No sé para qué se casó conmigo o hizo la carrera de
derecho, porque se pasa las noches tecleando delante de su ordenador, mientras
yo me tengo que conformar con verla reflejada en la sombra que la bombilla de
su despacho emite sobre la pared del pasillo. Ni mi tos ni mis anhelos la sacan
de su togado ensimismamiento. Y sus promesas, como las de los personajes de sus
novelas de abogados, de nuevo se incumplen, porque las absoluciones se
convierten en condenas, y los plazos se pierden en el olvido, como mi solícito
deseo.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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