Soñó con vetustas catedrales rodeadas de
almenas y murallas. Soñó con santos, conventos y calzadas adoquinadas. Soñó con
el frío y la nieve, con el agua, el ruido de los ríos y el olor a tierra
mojada…, hasta que a lo lejos adivinó la silueta de una tarde de verano en la
que se leía: Ávila 2069. Se puso las gafas de realidad virtual y todo cobró
vida de repente: olió el queroseno de los vehículos que sobrevolaban la ciudad,
escuchó el murmullo que acechaba a la noche y, hasta incluso, intuyó el sol
sobre la gran cúpula dorada que recubría la otrora ciudad de las murallas. Al
no verlas, recordó que a nadie le
interesó lo que ocurrió con ellas. Nada importaba ya, salvo esa feliz vida
virtual en la que todos vivían. Quizá, por eso, los nombres habían sido
sustituidos por números y bajo la piel de las personas había huesos de metal y
órganos que no necesitaban del latido de un corazón. En su sueño le surgió una
duda, y desechó la idea de inmortalidad, porque sintió miedo cuando supo que la
ciencia nunca recuperaría aquello que en verdad amaba.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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