Habitar entre las sombras, en un segundo plano, fuera de lo que vemos
a nuestro alrededor. Allí donde la realidad es otra, y donde las personas que son
capaces de llegar a ese territorio invisible es porque poseen una íntima
necesidad de no tropezar con la cruel realidad. Ahí es donde residió en
demasiadas ocasiones Adelaida García Morales, y donde consiguió
hacerle una mueca a los fantasmas, a los propios y a los ajenos. Esa idea de
voluptuosidad del vacío y de la nada fue una de las más fuerte impresiones que
a uno le quedaron después de leer la novela El
silencio de las sirenas de la propia Adelaida García Morales. Ese estado
de fuga permanente, que se materializa con mayor fuerza en la insatisfacción de
un amor platónico, es sólo la excusa para hacer más entendible, si cabe, el
resto de aristas y puntos de fuga de la protagonista de esta historia que
funciona como una intrahistoria de las Alpujarras de los setenta y ochenta. De
ahí, que nos sea tan difícil atravesar la barrera de ese territorio invisible
para la mayoría, pues sólo le resulta posible acceder a él a unos pocos. Ese es
el principal error de esta novela fallida de Elvira Navarro, o más
bien, habría que decir nouvelle, por
la extensión de la misma y su armazón; pero no es el único, pues en esa necesidad
de la autora —retratada en el papel de la realizadora que filma a tres personas
que conocieron a Adelaida— de rendirle un homenaje propio a la escritora de
culto ya olvidada, comete el error de explicarnos una y otra vez que su historia
es una narración de ficción, aunque para ello, haga un uso indebido y poco
respetuoso —por el nivel de conclusiones que extrae de la última parte de la
vida del personaje al que intenta alabar— de la figura de una Adelaida
García Morales perdida, en sus últimos días, en su propio mar de
sombras del que ya nunca salió. Quizá, si como la autora de este libro dice, hubiese
querido ficcionar entrelazando dos historias que nos acercan más a un falso
documental sobre este corto período de la vida de la protagonista que sólo
abarca sus últimos días, por ejemplo, no emplearía la imagen de Adelaida como
reclamo en la portada de la novela, pues en vez de estar escondida en un último
plano, como lo hace la fotografía de la propia Elvira Navarro, acapara
el primer plano de la misma, por no hablar de lo explícito del título. Además, un
autor que tiene que andar haciendo aclaraciones al principio o al final del
texto es porque hay algo teme o no deja claro en el propio texto de la obra. Y
esa falta de claridad de la autora de esta nouvelle,
es de lo que más adolece esta obra. Baste traer aquí el siguiente extracto que
aparece en la página 67 donde la autora por boca de la realizadora se plantea
todo un mar de dudas acerca de las intenciones de la novela: «Y lo más
importante: ¿acaso persigue ella la justicia? ¿No se planteó siempre su
documental como una suerte de recreación libre o de continuación atmosférica de
García Morales y del personaje, y no de la persona, que la escritora era? ¿No
resultará entonces conveniente virar cuanto antes hacia la ficción?
Los últimos días de Adelaida García Morales es un ejercicio
descompasado entre la intención y la realidad, la forma y el sustento de la
idea, de tal manera, que, quizá, sin quererlo, imita con demasiada precisión el
lenguaje de sombras que la propia Adelaida García Morales utilizaba en
sus novelas y relatos, pero sin la autenticidad de ella. Esta obra parece
escrita con prisas, salida de una idea fuerza que no es tal, y desarrollada por
el camino de las conjeturas equivocadas que se sustentan en las estériles
invocaciones de unas falsas sombras. En este sentido, un mayor ahondamiento en
las circunstancias vitales de la protagonista del libro, y un tratamiento con
mayor profundidad de la vida, la obra y las últimas consecuencias vitales que
la llevaron a su muerte, a buen seguro nos hubiesen dejado un mejor sabor de
boca, pues lo único que se salva de esta obra vacía es el estilo narrativo de
una Elvira
Navarro segura de su potencial como escritora y estilista que, en este
caso, sin embargo ha dejado de lado el esqueleto de su figura en manos de las
vanas casualidades, muy al estilo de los tiempos que corren, donde ya nada
importa, salvo las falsas imágenes que cada uno de nosotros nos hacemos de los
demás a través de las redes sociales.
Adelaida García Morales se merecía más, sin duda, de ahí el enfado
de su último marido, Víctor Erice, al leer la nouvelle, cuando descubrió la desnudez
de una mujer que en nada se parecía a aquella con la tuvo un hijo y compartió
el rodaje de El sur, entre otras
muchas peripecias vitales. Si bien, los problemas psicológicos de la protagonista
eran ciertos, estaba en su derecho de reivindicar el aislamiento, la soledad…,
y el silencio de sus últimos días a su manera. Un silencio, bien es verdad, tatuado con las iniciales de la imposibilidad que
reside en el falso encanto o la magia de la desconexión más terrible del mundo
real: la de la propia muerte.
Ángel Silvelo Gabriel.
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