El
silencio de una mirada, la fragilidad de una caricia, el despertar de una nueva
sensación a través de la contemplación del cuerpo del otro, o la necesidad más
imperiosa de dar salida a la pasión que nos mueve por dentro, sólo son algunas
de las múltiples posibilidades del deseo y, que en la película, La
seducción, de la directora norteamericana Sofía Coppola, buscan una
salida en éstas y otras manifestaciones más ocultas que sólo el deseo sabe
mover y articular aunque todas ellas se alejen de la razón. En el filme, asistimos
a un caleidoscopio de sensaciones y despertares que se mueven desde la
imperiosa necesidad de los sentidos a la estrategia basada en el ocultamiento del propio
sentimiento. Esta castración, finalmente, será la verdadera protagonista de las
malas lecciones del deseo presentes en la película. En otro plano más estético y, a la vez onírico, podemos decir que hay pausa y
sentido y sensibilidad en la última película de Sofía Coppola, pues el primer plano secuencia de la película ya observamos que, mientras
el humo de los cañones se visualiza a lo lejos anunciando el peligro, una niña
recoge setas en un bosque que se parece mucho a esos espacios donde se nos
aparecen las hadas. En este sentido, la visualización y el sentido estético de La
seducción es perfecto, no sólo en los exteriores, sino también en los
interiores, donde las composiciones de las escenas o los colores de los largos
y abundantes vestidos de las protagonistas son como un minucioso juego floral
para la vista. Incluso, el juego de las miradas de cada una de las mujeres o el
color de sus ojos, son una perfecta amalgama cromática que, de una forma
solapada, eso sí, tratan de mostrarnos el perfil psicológico de cada una de
ellas, como si de un tupido juego de tules se tratara; un juego de tules que los
espectadores debemos de ir levantando para llegar al final o a la esencia de
cada una de ellas, y por tanto, de la película. Pero ahí queda todo, pues este
ejemplo de las malas elecciones del deseo se queda en una muestra naif de la
guerra, el dolor o la venganza, pues no logra transmitirnos ese miedo —aunque
éste sea sólo psicológico— que en sí misma tiene la propuesta de la presencia
de un extraño en territorio enemigo, más si cabe, cuando estamos hablando de un
soldado confederado en un mágico y espectral colegio para mujeres abandonado en
la sinergia de una guerra que pronto será perdida para los Estados del Sur; un
espacio cerrado donde todo gira en torno al deseo.
La
seducción explora de nuevo ese
estigma de mujeres en transición, mujeres ajenas a los acontecimientos
exteriores que viven y que son la marca más significativa del cine de Sofía
Coppola —si obviamos claro, su plasticidad—, pues desde Lost in traslation nos va retratando a este
tipo de mujeres que deben cambiar las vidas que habían imaginado por las
circunstancias externas a ellas mismas que les ha tocado vivir, ya sean éstas las
de encontrarse perdidas en la inmensidad de la locura de un hotel japonés (Lost it traslation), o en el Palacio de
Versalles (María Antonieta). Sea como
fuere, Sofía Coppola arremete desde la sutileza femenina contra los
estereotipos del deseo con los que la sociedad remarca el comportamiento de las
mujeres, y lo hace desde el ritmo pausado y armónico de la sensualidad
femenina, más propicia a los juegos previos que al martilleo constante de los amantes.
Ahí, en el ritmo contenido es donde la película gana enteros, tanto en lo más
obvio como en lo impostado, sin embargo, ahí es también donde pierde toda fuerza
en su presumible contundencia argumental, pues que deja al espectador
defraudado con una trama que no reúne los elementos suficientes que le lleven a
pensar que está viendo una gran película, quizá, por eso, el premio de Cannes
que recibió el filme fue al de la mejor dirección y no al de la mejor película,
pues la misma naufraga a la hora de mostrarnos las malas elecciones del deseo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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