Arribar
en mitad de la nada para sentir esa perfecta sincronía que es la de estar solo
y perdido. Solo y perdido en un bosque que nadie más que tú conoce, en mitad de
una naturaleza que por fin es lo que tú quieres que sea, y en la que tú te
cobijas como si fuera el animalario de tus
sentidos. Vista, olfato, tacto, gusto y sonidos que se nutren de la
esencia de todos los sentidos: las entrañas que yacen desdibujadas en nuestro
interior. Ahí es donde se han parado Ramón Rodríguez y Ricardo Lezón
a visionar su propia vida —ésa que nadie más que ellos conocen—, y aunque sólo
lo hagan en los momentos más profundos y oscuros de la locura de sus sentidos: «basta
un cretino para ponerte los pelos de punta». Momentos en los que todo deja de
ser armonía y se transforma en un lenguaje pleno de sonidos y, que en su caso,
se adornan con las cuerdas de unas guitarras acompasadas y aguerridas,
profundas y temerarias, vivaces y únicas... Guitarras a las que les acompañan
la voz profunda de Ramón y la más estridente de Ricardo.
Eso sí, asociados, ambos, bajo la premisa de la oscura sensación de la pérdida
y la melancolía en un rictus de tensión y lejanía como sólo es capaz de
producir uno de los mejores argumentos de la vida: el desamor. La lejanía de lo
deseado provoca en este dúo de cantautores indies una especie de remolino que,
cada uno de ellos, reinterpreta a su manera sobre el escenario: «yo que me creí
tan bueno no soy así». De una forma más dinámica Ramón que, con
sus notas, engendra desgarros cercanos al rock más profundo; y Ricardo
más ensimismado en su nube de artista despistado (que no para de preguntar a Ramón
cuál es la siguiente canción), mudo y arrítmico, salvo cuando las ondas de la
música provocan en él esas erupciones internas (como le ocurrió en la canción
que cerró el concierto: Rugen las flores) a las que no puede escapar.
El setlist
del concierto fue un toma y daca en el que cada uno de los artistas atacó la
parte principal de los temas presentes en el melódico y lírico Lluvia y
truenos, pues ese el espíritu de su colaboración: una pura tormenta, en
la que, eso sí, tuvo cabida la colaboración de Charlie Bautista,
a mitad de la misma, lo que le permitió a Ricardo Lezón marcharse
del escenario a fumarse un cigarrillo (según le dijo Ramón cuando
éste de nuevo entró al escenario). Más allá de la pura anécdota, esa
alternancia de versos y rimas, ecos de voces y sintonías, encandilaron a los
asistentes al concierto que llenaron la planta baja de la sala Ochoymedio de
Madrid, y que disfrutaron a pleno pulmón de cánticos entrecortados sobre las
propias voces de sus dos ídolos. Fans que, arrebatados por el sentimiento
profundo que les causaban las canciones de Ricardo y Ramón, se
quedaron sin voz y, podríamos añadir, vacíos de furia que no de gloria, pues
ésta se les escapaba por el brillo de los ojos al final del concierto.
Lluvia
y truenos, La carta, Montañas, Malasombra, Barcos, Cuadratura del círculo,
Gracia… fueron derribando las barreras
de lo intangible, en un viaje de caravanas y suburbios, amor y desamor,
fronteras y abismos que, eso sí, Ricardo y Ramón convirtieron en protuberancias
de carne y hueso, como de carne y hueso son esos dos héroes anónimos (Ramón
y Ricardo) que, igual que una tormenta, devastaron los sentidos de
aquellos que acudieron a escucharles, convirtiendo la sala Ochoymedio en una
naturaleza viva y única, en la que cada uno pudo implantar su propio animalario
de los sentimientos.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario