Después de veinte años de servicio como
Juez, cinco de carrera y una vocación de por vida, mi profesión me sigue
pareciendo un puente sobre aguas turbulentas. Hoy, en el juzgado, el acusado se
declara inocente, normal. El recurso del abogado defensor presenta un defecto
de forma, normal. Mi presbicia apenas me deja ver las alegaciones de las partes
y se comporta como un nublado delante de mis ojos, normal. Pero lo que no es
normal, es que el testigo de cargo sea una calabaza, cuya única implicación en
el caso, es su presencia en el lugar de los hechos por coincidir con la noche
de Halloween. Una imposición testifical que yo no apruebo y a lo que
sorprendentemente se opone el fiscal, argumentando que tampoco es normal que yo
aparezca en las vistas de mis compañeros disfrazado de Sherlock Holmes
invocando justicia a sabiendas de que soy un falso testigo.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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