miércoles, 15 de febrero de 2017

CRÓNICA DEL CONCIERTO DE NOISE BOX EN LA SALA TABOO DE MADRID: ZIGZAGUEANDO ENTRE TOBOGANES SONOROS



Comienzos atmosféricos que tratan de atrapar espacios vacíos, y que poco a poco, rompen las guitarras con su sonoridad destructiva. Ritmos de canciones que aumentan los territorios alegóricos preñados de tics que buscan la profundidad de lo imposible. Despertares evanescentes de sueños placenteros. Verbalidad sonora que nos atrapa en círculos concéntricos. Intuiciones perversas contra un sol imaginario que humedece el último sentido de nuestra excitación para más tarde devolvernos a la desdicha diaria: muda y solitaria. Notas que vibran bajo las cuerdas de unas guitarras y sus resonancias y ritmos pop-rock. Palabras incandescentes y distorsiones que mueren como sólo lo pueden hacer los héroes que caen en el campo de batalla... Así vimos a Noise Box en su segunda puesta de largo de su último e impronunciable trabajo llamado Every picture of you is when you were younger. Aspavientos de una juventud arrolladora que transita por las peripecias del tiempo, y que han mutado en imágenes donde el amor y sus consecuencias posan libres y arropados por la incandescencia de los sueños. Noise Box, arrasa y arropa a la vez, las melodías que componen, pues sus canciones se abaten sobre nosotros zigzagueando entre toboganes sonoros que nos transportan a la arena de una playa imaginaria, cálida y acogedora, como sólo lo es la primera luz del día. Sonidos esclarecedores como pocos, limpios y arrebatadores, que se conjugan en una secuencia premeditada de curvas y contra curvas que nos desplazan sin miedo por el terreno de lo imposible, pues imposible es soñar con aquello que en verdad deseamos, y que no somos capaces de explorar por el miedo que tenemos a equivocarnos. Exploradores de esas texturas sonoras que van del pop al rock, pasando por el shoegaze, el brit-pop más fresco o el pop más oscuro y evanescente, el grupo murciano  repasó, sin miedo, y con muchas ganas, su último trabajo hasta la fecha; un trabajo que de una forma singular, limpia, cercana y directa tuvimos la ocasión de disfrutar en el programa de Radio3, Hoy empieza todo, con un par de temas en acústicos que nos pusieron sobre la pista de Jesús, Bienve, Helios Luis y Alejandro (sustituido en este concierto por el primer batería de la banda debido a una lesión en la pierna de Alejandro). Y hasta aquí el antes.



El después lo descubrimos buscando sensaciones y atrapándolas en la Sala Taboo de Madrid, donde Noise Box, con una intro, tal y como se abre su nuevo disco nos siguieron dando muestras de su buen hacer. Excelente carta de presentación que con esos toboganes sonoros, que tanto les caracterizan, en su tercer tema, pasaron a uno de las canciones que tanto nos recuerdan a esos primeros Second que cantaban en inglés. Imágenes y sonidos inconfundibles de la mejor música posible, pues es la que nos transporta al edén; ese lugar al que no dejamos entrar a nadie. Secretos aparte, Noise Box son capaces de componer medios tiempos elegantes que inician vuelos traviesos y sensuales, porque juegan a dibujar siluetas en el aire, pero también ritmos atmosféricos que desnudan nuestras sensaciones y que se combinan con una intensidad turbadora como la mano de un amante cuando te roza el corazón. Pero como de medios tiempos no sólo viven los grupos actuales, los murcianos también son capaces de subir el tono a lo más alto y ponerse reivindicativos hasta la extenuación. Tanto, que son capaces de romper la línea del horizonte, pues son compactos en el sonido y rompedores (así al menos vimos a su frontman Jesús Cobarro) sobre el escenario. Grandes temas como Transit (maravillosa intro), así como Broken Teeth y Dunes and trees (dos de las dos mejores canciones de su último disco) fueron sonando sobre un escenario al que no le faltó es ápice o textura de nostalgia cuando atacaron temas de ritmos más soleados y californianos. Sonidos en clave americana que, sin embargo, nos acariciaron la piel con notas irreverentes, y que Noise Box los convirtieron en una magnífica impostura musical plena de acertijos que fuimos vislumbrando poco a poco. Estas melodías tienen la frágil cualidad de transformarse en texturas que unen las coordenadas de lo sentidos más profundos, como si todo fuera limpio y cristalino, desde lo más sencillo a lo más complicado. Y así, imbuidos de la cadencia de los bio ritmos tranquilos y densos, llegaron al final, donde antes Big boy y después Run, culminaron una estelar puesta en escena de un grupo que, a poco que se le preste atención, irá subiendo, por méritos propios, en el escalafón del indie español, muchas veces falto de la naturalidad sonora de Noise Box, pues no en vano, no se nos debería olvidar que nos invitan, igual que un windsurfista lo hace a la hora de buscar la mejor ola, a ir zigzagueando entre toboganes sonoros.



Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 14 de febrero de 2017

PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LOS DÍAS LÁBILES” DEL CLUB MARINA EN MADRID: LA OTROREDAD DEL TIEMPO



Hacía frío, llovía y la sensación era la de un día desapacible, lábil, escurridizo. Corríamos a la salida del metro para no llegar tarde a la cita, mientras nos preguntábamos cuánto tiempo hacía que nuestros pies no pisaban esas calles. Y recordamos que tiempo atrás, un poco más abajo, en la misma calle Ave María, estuvimos presentando el primer libro —en este caso individual— de otro autor catalán. A medida que nos acercábamos y nuestras gafas se iban llenando de las incómodas gotas de lluvia, también rememoramos aquella otra tarde, en la que Eugenio Asensio presentó su novela Tiza, lejos de allí, en otra librería de la capital. Recuerdos, todos, que no hacían sino obligarnos a transitar por las coordenadas de un tiempo que jugaba con nuestros recuerdos. Atravesar esa barrera, en este caso, era fácil, pues era rememorar buenos momentos, como buenos momentos fueron los que vivimos el pasado viernes en la librería El dinosaurio todavía estaba allí…, en la presentación del primer libro de relatos del Club Marina titulado, Los días lábiles, en el que sus nueve componentes aceptaron el reto de escribir un relato que transcurriera en el espacio temporal de 24 horas. Y Eugenio, Amanda, Jorge, Mercedes, Javier, Herminia, Mariela, Susana y Pedro así lo hicieron. Lo que años atrás comenzó siendo  un club de lectura, el paso del tiempo ha transformado en un club de escritores que ya tienen planeado sacar la segunda recopilación de relatos para el Sant Jordi del año 2018. Aunque todavía quede mucho para esa fecha, una de las cualidades que nos quedó clara en la presentación de este libro de relatos, es el dominio tan particular que sus componentes tienen del tiempo. Un dominio que podríamos tildar como de la otroredad del tiempo, pues otroredad es todo aquello que se ciñe al descubrimiento del otro, como otro, sin duda, es el concepto del espacio tiempo de estos nueve autores, que son tan distintos, que ponen sus trabajos en común para darles la última forma con la que acabarán impresos. Palabras tan poco comunes en la literatura española actual como: libertad, democracia, puesta en común, tormenta de ideas o crítica constructiva —no confundir con buenismo— se entrecruzan en la visión de este Club Marina, que nace con la necesidad de la expresión dual, plural y poliédrica que todo movimiento artístico al uso debe tener o atesorar.



La maestra de ceremonias escogida para la cita fue la escritora y editora Ana Ares que definió a este elenco de autores como un club de escritores anónimos que aceptaron el formato del relato breve por ser éste más libre y cercano al propósito colectivo e individual que movía al grupo. La consigna era clara: un espacio temporal de 24 horas y la intimidad de los personajes. Y así nacieron Los días lábiles como oposición natural a los días hábiles, pues los lábiles son aquellos que nos dedicamos a nosotros mismos, siendo éstos, días que se caracterizan por ser jornadas de final y principio. Como nos recordó Ana Ares, la antología se significa por la amplitud y variedad de temáticas, como muy bien nos recuerda muy bien en el prólogo Àngels Campos, que acompañó a los autores que se desplazaron a Madrid y que presentaron sus respectivos relatos en particular y al Club Marina en general. Así, Ana, nos fue hablando de los autores, desglosando sus currículums y sus relatos, y haciendo una pregunta a cada uno de ellos, con la que ella pretendía que definieran aquella característica de su texto que a ella más le había llamado la atención cuando los leyó, y que de paso nos sirviera de acicate a todos los presentes a la hora de afrontar su lectura a modo de pista literaria.



Comenzaron las presentaciones con Amanda Gamero, de la que Ana Ares dijo que nos iluminaba desde su blog: Te recuerdo Amanda. No obstante, en su relato, La sentencia de Ismael, la autora le roba la luz al protagonista para plantearnos la desgracia desde tres puntos de vista diferentes, pues tal y como nos recordó, la historia depende mucho de cómo esté contada. Por su lado, Mercedes Gascón nos confesó que le gustaba lo transitorio y el carácter nómada, de ahí, que en su relato titulado, La decisión, abordara, a través del último pensamiento que tenemos antes de morir, el humor o la tragedia, en una clara confrontación entre el control y el descontrol existentes en nuestras vidas. En el caso de Herminia Meoro y su relato, La vida detenida, aborda la pérdida que supone la muerte, tanto desde el punto de vista del que se muere como de quienes se quedan, lo que lleva a preguntarse: ¿la literatura es acaso más importante que la vida?, y la autora lo hace a través de Julia, su protagonista, que vive una vida literaria en la que fusiona realidad y ficción. Mariela Puértolas nos dijo que su relato habitaba en un territorio que se hallaba entre la realidad y la ficción, y lo hacía a base de la música de jazz en un teatro, un espacio que representaba una relación incestuosa. También nos dijo que, Ojalá esto pudiera ser una canción, es un texto de una juerga y sus consecuencias, a lo que añadió que asimismo era la rencarnación de las dificultades en las que se encuentra el creador ante su creación, unas dificultades que pueden salvar, por ejemplo, evocando una canción. Jorge Gamero nos traslada a la ciudad de Oporto en su cuento Estampas de Oporto, en el que la ciudad portuguesa se viste de mujer con el personaje de “La loca”, un personaje que creó  a partir de un maniquí que estaba en un balcón de Oporto. Jorge Gamero, además, se postuló como el portavoz del Club Marina, al narrarnos cómo se constituyó el grupo y su escepticismo inicial que, sin embargo, a posteriori rompió bastantes de los tópicos presentes en los escritores actuales, pues todos sus componentes se caracterizan porque se apoyan entre ellos y no luchan o pelean entre sí, sino que construyen desde las ideas y las opiniones. Jorge también nos habló de Jordi Castelló de Stonberg, el editor de esta antología de relatos, del que nos recalcó su honestidad, y de paso, aprovechó para anunciarnos nuevo libro para el año que viene, porque quizá, no haya nada más importante a la hora de romper las cadenas del tiempo que situarse en la otroredad del mismo.



Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 12 de febrero de 2017

ESQUIVANDO LA TORMENTA.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO



Corríamos para cobijarnos de la tormenta. Lo hicimos bajo un enorme vaso de cristal. Aliviadas, nos pusimos a jugar. Creímos que ya no necesitábamos seguir huyendo. Grave error, porque enseguida caímos en una zozobra parecida a una tempestad, y nos sumergimos dentro de un gigantesco vaso de agua. Salimos despedidas, y la corriente nos llevaba como si estuviéramos en un río, en una especie de tobogán infinito. Nos reíamos mientras marchábamos calle abajo, encima de una inmensa ola torrencial. No teníamos miedo, aunque veíamos coches inundados por el agua. Casi tropezamos con un burro, al que su dueño intentaba sacar, junto al carro del que tiraba, del socavón en el que se había metido. Nadie nos miraba, porque todo el mundo estaba pendiente de ellos y no de nosotras. Íbamos tan rápido que enseguida llegamos a una especie de desagüe. «¡Auxilio!», grité. Entonces mi hermana me despertó y me preguntó qué me pasaba. He tenido una pesadilla. «Creía que nos metíamos dentro de una gran cloaca», le dije. Un ruido nos alertó, y al asomarnos por la ventana, vimos que el agua ya cubría el primer piso de nuestra casa.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel


viernes, 10 de febrero de 2017

LA VELOCIDAD DEL OTOÑO DE ERIC COBLE, INTERPRETADA POR LOLA HERRERA Y JUANJO ARTERO BAJO LA DIRECCIÓN DE MAGÜI MIRA: LA VICTORIA DE LA MADUREZ SOBRE LAS ARRUGAS DEL TIEMPO



La búsqueda de la libertad o de la belleza, no conoce el sentido en el que avanzan las agujas del reloj, porque esa alma limpia y libre que nos acoge lúcida y brillante en nuestra juventud en lo más profundo de nuestro ser, y a la que con el paso del tiempo denominamos locura, no es sino la necesidad de seguir viviendo en el mundo que nos hemos creado cada uno de nosotros a lo largo de nuestras vidas. Cuando intuimos el final, sin embargo, nos aliamos con esa visión del mundo que nada más entiende de las ilusiones perdidas; unas ilusiones por las que todavía nos sentimos capaces de luchar por mucho que el resto de la humanidad no las comparta o ni tan siquiera las entienda. El único acierto del texto de Eric Coble, quizá esté ahí, en desdramatizar el fin de la vejez, y plantearlo a través de la victoria de la madurez sobre las arrugas del tiempo. En esa intencionalidad tan vital de la anciana de 81 años —estupendamente interpretada por Lola Herrera— es donde se salva el texto de La velocidad del otoño que, sin embargo, en líneas generales es un texto flojo por lo plano, y conformista por lo previsible que nos resulta en demasiadas ocasiones. Un debe que se traspone en haber, gracias a las interpretaciones tanto de Lola Herrera como de Juanjo Artero, pues ambos juegan sobre el escenario a mostrarnos la complicidad de dos soñadores que va más allá de la que pueden mantener como madre e hijo —que también— El pasado, los recuerdos y la necesidad del amor y la comprensión, son las herramientas con las que Alejandra y Cris llegarán a un punto de encuentro invencible, pues su unión, no es sino la de dos almas gemelas que, a medida que transcurre la obra, se fusionan en una complicidad cuyo objetivo final no es otro que la innata persecución de la felicidad que a todos nos acoge. Alejandra y Cris, Lola Herrera y Juanjo Artero, son dos almas gemelas que no dudan en aparcar la realidad que les rodea, para sumergirse en un mundo idealizado por ambos, lo que les llevará por las frondosas tierras del mundo del arte y la belleza, un proceloso terreno en el que volcar sus temerosos espíritus, pues ambos están muy necesitados de cariño y de comprensión. Ese viaje que les lleva a los dos personajes —madre e hijo— a dejarse llevar por la senda de los sueños, es la mejor muestra de que la falta de un objetivo por el que luchar en la vida nos deja anclados en las fangosas tierras de la incomprensión y la mediocridad.



No obstante, La velocidad del otoño no es sólo una crítica directa al trato que damos a las personas mayores —juguetes rotos de una sociedad que, cuando ya no le sirven, se aparcan en residencias para mayores—, sino también es un exclamación contra la poca imaginación que nos posee y nos atrapa en nuestro día a día, pues esa falta de capacidad para ponernos en el lugar del otro nos diezma los sentidos, y también el amor. Vidas sin amor que caen arrastradas por la vertiginosa mediocridad del poder del dinero y de las propiedades. No cabe aquí mejor refrán que aquel que dice: «que era un hombre tan pobre, tan pobre, que sólo tenía dinero». En nuestro caso, el piso de gran valor en el que vive Alejandra —y del que quieren desalojarla sus propios hijos para mandarla a una residencia— es el valor del dinero, pero que de una forma sutil e inteligente, es contrapuesto en el escenario por ese gran árbol por el que su hijo, Cris, accede a la vivienda, en una magnífica metáfora de lo que significa el valor de la libertad. Más allá de todas estas apreciaciones hay que destacar, por el significado que tiene y por la profesionalidad con la que se desenvuelve en el escenario, el trabajo de una gran Lola Herrera, que se atavía de sus mejores armas interpretativas para adueñarse del escenario. Y frente a ella, Juanjo Artero, que le da muy buena réplica en el papel del hijo pródigo que necesita soñar, tanto como su madre, en este retablo en el que se nos recuerda la victoria de la madurez sobre las arrugas del tiempo.



Ángel Silvelo Gabriel.                                               


lunes, 6 de febrero de 2017

EXPOSICIÓN PESSOA/LISBOA EN EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES DE MADRID: LA PÁLIDA METAFÍSICA DEL DESASOSIEGO






Lo primero que sorprende de esta exposición es su ubicación, pues está situada en el sótano -1 del emblemático edificio del Círculo de Bellas Artes, lo que le infiera, ya desde su inicio, una identidad clandestina. Una presunción que enseguida nos desmiente el gran mural audiovisual que, en tonos oscuros, y situado en la pared del primer descansillo de la escalera, nos recibe con grandes instantáneas del poeta, y que contrasta con el cuadro de Antonio Santos que, también en formato gigante, nos sirve como inicio de esta exposición audiovisual de la vida y la obra del más ilustre de los poetas portugueses. Hay que hacer constar que, el cuadro de Santos, está extraído de la última ilustración del librito editado por Nórdica libros que lleva por título: Pessoa gafas y pajarita, con texto del periodista y escritor Jesús Marchamalo, al que acompañan las ilustraciones del ya mencionado Antonio Santos. Sin duda, una inmejorable entrada al laberíntico universo pessoano, pues la ilustración elegida retrata muy bien la multiplicidad del poeta portugués y a su amada Lisboa. En este sentido, hay que hacer notar que la exposición es de carácter audiovisual, y que por parte de los organizadores de la misma se ha tratado de hacer un guiño hacia el atlas vital de Pessoa, pues la han dispuesto como si de un café —de esos que tanto visitaba Pessoa— se tratara, lo que enfatiza —junto a la escasa iluminación y a los tonos oscuros de las paredes—, la pálida metafísica del desasosiego que inunda la vida y la obra del poeta. Encima de unas mesas y alrededor de unas sillas, se distribuyen diferentes pantallas de ordenador en las que se puede acceder al atlas vital, literario y geográfico de la dualidad inseparable que conforman Pessoa/Lisboa. Así, de una forma interactiva a través de un mapa hipertextual, podemos recalar en cada uno de esos lugares, o espacios a los que se acompañan distintos fragmentos de las obras del poeta.



La segunda herramienta con la que poder acceder a ese país onírico llamado Olissipo de la mano de Pessoa, es disfrutar del documental cuyo título da nombre a la exposición. Se divide en 27 escenas por las que se recorren las moradas que habitó el poeta en la ciudad de las siete colinas, y que de la mano de sus poemas, nos sirve para ilustrarnos más si cabe acerca de la poesía filosófica de un escritor que quiso llegar más allá de aquello que veía. Esa singularidad le llevó por muchos caminos que, él, de una forma consciente, fue andando en soledad, en silencio y con la única meta fija de su obra. No quiso que nada ni nadie le distrajera de lo que en verdad era importante. «Navegar es preciso», nos dejó dicho, y a base de extender sus velas a lo largo y ancho del Tajo, surcó los límites de lo imposible, pues en apenas un kilómetro cuadrado de extensión, fue capaz de construir todo un país, todo un mundo que no conocía otras fronteras que las de su infinita imaginación, porque sus creaciones literarias y sus poemas son esos espacios inabarcables que, como el eco, se propagan al último de los confines de las montañas de su ciudad, colinas en este caso, que en la contextualidad de sus palabras, sólo eran el soporte físico con el que acotar sus sueños. Atravesar cada calle, cada plaza, cada habitación o café de la mano de esa saudade con la que impregnaba a sus poemas, es hacerlo a través de las etapas de un viaje que nos lleva hacia esa otra vida que no conoce de los días y de las noches, pues al igual que la niebla que se levanta desde el Tajo cada mañana nos convierte en fantasmas de nosotros mismos, los versos de los poemas de Pessoa discurren por nuestras venas como una droga tenue que nos impregna el alma del elixir de los dioses desterrados que caminan en nuestro interior como esos hijos a los que nunca vimos nacer, y que se comportan como las sombras de nuestros sueños. Ecos de nuestros pensamientos que una vez formaron parte de nuestras entrañas, pero que se volatilizaron en el instante en el que quisimos hacerlos de carne y hueso. Dioses desterrados que se transforman en dioses perdidos de una cultura clásica que no existe. Dioses de la nada, de un olimpo irreal y desbaratado, de un olimpo sin pena ni gloria en el que ya no nos resulta difícil comprender que, si no fueron hechos carne, al menos sí se quedaron en ese íntimo y particular Olimpo que a nadie más que a nosotros pertenece, pues es un espacio donde las deidades no son tales, sino meras recreaciones de nuestros más íntimos deseos. La facilidad a la hora de crear esa especie de jardín de monstruos propios, es directamente proporcional a nuestra imaginación, y que en el caso de Pessoa, se tradujo en una vasta y majestuosa capacidad intelectual y sensorial que le llevó a crear infinidad de dioses desterrados en las vírgenes tierras de su mente, donde el mundo, su mundo, se resquebrajó en micro universos con los que poder crear su drama en gente.



Poema Lisbon visited (1923)

No: no quiero nada.

Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.

¡No me traigan estéticas!
¡No me hablen de moral!

¡Saquen de acá la metafísica!
No me prediquen sistemas completos, no me enumeren conquistas

de las ciencias (de las ciencias, Dios mío, ¡de las ciencias!) —

de las ciencias, del arte, ¡de la civilización moderna!



¿Qué mal les hice yo a todos los dioses?



Si tienen la verdad, ¡guárdensela!

Soy un técnico, pero tengo técnica solo dentro de la técnica.
Fuera de eso soy loco, con todo el derecho de serlo.
Con todo el derecho de serlo, ¿oyeron?

¡No me den lata, por el amor de Dios!



¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto? ¿lo contrario de cualquier cosa?

Si fuese otra persona, les daría, a todos, el gusto.
Así, como soy, ¡ténganme paciencia!
Váyanse al diablo sin mí,

¡o dejen que me vaya solo al diablo!

¿Para qué tenemos que ir juntos?

¡No me agarren del brazo!
No me gusta que me agarren del brazo. ¡Quiero ser solo!
¡Ya dije que soy solo!
Ah, ¡qué fastidio querer que sirva de compañía!


Oh, cielo azul —el mismo de mi infancia—

¡Eterna verdad vacía y perfecta!
Oh, suave Tajo ancestral y mudo,

¡Pequeña verdad donde se refleja el cielo!

¡Oh dolor revisitado, Lisboa de otrora de hoy!

Nada me dais, nada me quitáis, nada sois que yo me sienta.



¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo...

Y mientras tardan el Abismo y el Silencio ¡quiero estar solo!



Versión en castellano de Sandra Toro.

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 5 de febrero de 2017

ABOGADO POR CORRESPONDENCIA.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO



Abro el cartapacio y leo: «Tomo Uno, Fascículo Primero». Le proponemos un viaje por el mundo de la abogacía bajo el lema que hizo famoso a Churchill: «sangre, sudor y lágrimas». En una anotación al margen hay escrito: «no hay mayor socavón en la vida de un hombre que la falta de aventuras». Sigo pasando hojas, pero sólo leo términos y definiciones jurídicas, hasta que me tropiezo con otra frase manuscrita: «plomo es lo que yo necesito para no salir volando de aquí». Cierro el cartapacio un tanto extrañado, pero cuando me dispongo a dejarlo en el arcón, veo la figura de un camello de madera. Bajo del desván y se lo enseño a mi madre. «¿Y tú? —me pregunta— ¿lo has pensado bien?». Pero en vez de contestarla, pienso que mi mapa de aventuras no se parecerá a sus tediosos recuerdos, porque tendrá el color y la sinrazón de las vidas que viviré a través de mis clientes, sin necesidad de tener que acudir a un obsoleto curso de abogado por correspondencia.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel

sábado, 4 de febrero de 2017

LA CLAUSURA DEL AMOR, DE PASCAL RAMBERT, INTERPRETADA POR BÁRBARA LENNIE E ISRAEL ELEJALDE: LA CONSTRUCCIÓN DE BARRERAS A TRAVÉS DE LAS PALABRAS DEL DESAMOR


Un suelo blanco e impoluto. Un techo negro moteado de fluorescentes que, en vez de estrellas, se asemejan a lágrimas luminosas que cuelgan de una, inexistente ya, cúpula de los deseos. Y una línea diagonal imaginaria que se comporta como una goma, también imaginaria, que les sirve a los actores de unión y lejanía de sus cuerpos, de su rabia, de su desamor… Dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero en este caso, esa línea se ha inclinado por la omnipresencia del miedo que producen las rupturas. Verbo alto frente al miedo. Fuerza sin épica. Desamor exento de valor. Alegorías de una noche que no quiere ver más veces el mañana. Filosofía del desamor desnuda del poder de la magia del propio amor: ausente, herido, perdido… Lo primero que habría que advertir de este montaje es la férrea postura de su carácter dialéctico, pues es mediante las palabras —con las que se construye esa barrera teorizante de un amor dialéctico—, a través de las que se nos instala en el abismo de las habitaciones vacías. La clausura del amor de Pascal Rambert es un texto obsesivo que se nos presenta en forma de monólogo; un monólogo que se disecciona en dos, como tantas veces ocurre en la vida: el primero de ellos es el utópico, que representa muy bien el actor Israel Elejalde; y el segundo es el más humano que defiende como una heroína Bárbara Lennie. Así, desde este despiadado juego de las verdades y mentiras unidireccionales, como también lo son los recuerdos, se intenta buscar la incomodidad del espectador, pues quizá no haya nada más sórdido que ser testigos directos de una ruptura, sin embargo, con el paso del tiempo y del parlamento inicial, vamos percibiendo que ese despellejamiento está sustentado en un texto utópico sobre el amor. Texto teorizante que, en no pocas ocasiones, parece una tesis doctoral sobre el asunto. Y aquí, dejándonos llevar por nuestros recuerdos vamos en busca de Edward Albee y su brillante ¿Quién teme a Virginia Woolf? —inolvidables en su respectivas interpretaciones tanto Elizabeth Taylor como Richard Burton—, o de la misoginia punzante de los textos de August Strindberg, sin olvidarnos de la crudeza de Sam Shepard en su obra Locos de amor, porque quizá, al texto de La locura del amor le haría más víscera no verbal, pues no se trata únicamente de elevar el tono de la argumentación, ya que hoy en día, así no se puede conseguir que los demás te den la razón. Menos mal que en la segunda parte de la función, en el parlamento defendido por Bárbara Lennie, aún queda espacio, por parte del autor del texto, para darle cabida al mundo real, ése que transcurre bajo la carcasa —de la piel, de las venas y de los huesos— a la que se hace referencia en varias ocasiones a lo largo de la obra, pues ésa, sin duda, es la gran fragmentación de la función —junto con los larguísimos monólogos—, la barrera de las palabras que impregnan al texto de una cierta lejanía, porque La clausura del amor, así a secas, es precisamente eso, la construcción de barreras a través de las palabras del desamor.



No obstante, en esta representación, las barreras no son sólo dialécticas, pues en ella, como en la vida, existen multitud de muros que nos impiden llegar a esa ansiada y neurótica libertad —por cómo la buscamos siempre—. Es verdad que en la obra esas barreras no existieron, ni en el montaje español ni en los otros, a la hora de elegir a sus actores, si exceptuamos al primero de ellos en el Festival de Aviñón del año 2011, cuando los intérpretes eran pareja en la vida real, y como hasta hace poco lo eran Bárbara Lennie e Israel Elejalde, pues ese es un bulo que ha querido desmentir el autor del texto, Pascal Rambert, que, además, en una entrevista ha declarado que el texto en español fue el que más le gustó de todos los llevados a escena hasta el momento. Quizá, porque esa verbalidad tan pasional de nuestro idioma, mantiene una estrecha relación con la virilidad sonora de nuestras palabras, siendo de esa virilidad, de la que se sirve desde el inicio Israel ElejaldeIsra en la voz de Bárbara—, para devastar, con su discurso, una historia de amor que huye de los recuerdos, de la pasión, de la piel, del amor…, buscando en su huida una y mil excusas, todas ellas contundentes, irrefutables, demoledoras…, hasta que escuchamos a su oponente, pues el escenario se asemeja demasiado a un ring en el que uno y otro primero da, para más tarde recibir, pero como en todo, en el arte de dar y recibir siempre hay categorías y estrategias. La de él, es la del verbo alto, la del sólo mirar hacia adelante, la del suelo blanco impoluto como blanco impoluto es el blanco de su camiseta; un blanco níveo que, por cierto, nos deja fríos, pues no somos capaces de ponernos en su lugar por mucho que lo intentemos. Bien es cierto que el registro verbal —alto e impúdico— de Israel es inmejorable, pues su dicción es perfecta a lo largo de cincuenta minutos —no le ocurre lo mismo a Bárbara que al final pierde fuerza en su voz—, pero no adolece de ello su lenguaje gestual, que es igual de impetuoso, pero no tiene tantos matices como el de Bárbara, sin duda, la actriz española que mejor representa la capacidad de crear ambientes y atmósferas que son como una tenue niebla que se posa delante de nuestros ojos sin apenas darnos cuenta. Frente a él, ella, la parte más real, más cercana y colectiva, pues el discurso de Israel es tan individualista que hace daño, aunque no nos demos cuenta de ello, pues es difícil en ocasiones acoplar tanta fuerza en apenas unos segundos. Pero a su lado, más cerca de lo que parece, y más serena, más fuerte y débil a la vez, se encuentra Bárbara, que de una forma más sencilla y natural, nos devuelve la esperanza en el ser humano y la esperanza en el amor, porque construye su discurso desde el vacío que él la ha provocado. Un vacío que su inteligencia emocional desdobla y le permite rellenar con recuerdos, con las verdades que ha vivido al lado de él, con el sexo, con los hijos, con el amor… En este sentido, el monólogo de ella es mucho más rico en ese contacto de piel contra piel del que tanto necesita el amor, y por ello, es mucho más real, a lo que sin duda contribuye una mayor capacidad por parte de Bárbara Lennie de proporcionar con sus gestos y movimientos que nos situemos más cerca de ella, a su lado, porque como una heroína de la antigüedad, se levanta de sus propias cenizas, y lo hace con la única misión de derribar las barreras que él le ha ido construyendo a su alrededor. El grito de libertad por parte de ella es uno de los más desgarradores a los podemos asistir encima de un escenario; un escenario y una historia que también se ha llevado por delante a sus protagonistas, convirtiendo al teatro de este modo, y de una forma cruel y caprichosa, en un trasunto pernicioso de la propia vida, quizá, porque en demasiadas ocasiones sólo somos capaces de construir barreras a través de las palabras del desamor.



Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 2 de febrero de 2017

¿QUIERES CONOCER A LOS INTEGRANTES DEL CLUB MARINA Y SUS DÍAS LÁBILES?: LO PODRÁS HACER EL VIERNES 10 DE FEBRERO A LAS 19:30 H. EN LA LIBRERIA EL DINOSAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ DE MADRID, Y DE LA MANO DE LA ESCRITORA Y EDITORA ANA ARES


Insatisfacciones y desengaños, ilusiones y proyectos, angustias y sueños «extrañamente adheridos a la realidad», recorren los nueve relatos que configuran este libro escrito por los nueve profesores y escritores, integrantes del Club Marina


El escritor argentino Julio Cortázar, al que se deben algunos de los más importantes relatos contemporáneos, en Algunos aspectos del cuento, subraya como rasgos fundamentales del género las nociones de impacto, condensación y brevedad. Según Cortázar, el cuento debe, igual que la foto, escoger una imagen o un acontecimiento significativo, que actúe como una especie de «apertura» hacia algo que se encuentra más allá de la anécdota que cuenta. El episodio elegido debe funcionar como símbolo y provocar en el lector la impresión de un «golpe de K.O».

Esto es precisamente lo que encontramos en LOS DÍAS LÁBILES. Cada uno de los cuentos de esta antología se asoma de manera particular al recorte de veinticuatro horas de la vida y la intimidad de unos personajes en manos del azar y del tiempo lábil e inaprehensible. Los autores ofrecen, con personalidad y estilo propio, impactos emotivos, reflexiones y experiencias que nos permitirán reconocer y reconocernos en ese espacio mágico donde pueden confluir vida y literatura.

Insatisfacciones y desengaños, ilusiones y proyectos, angustias y sueños «extrañamente adheridos a la realidad», recorren estos nueve relatos en forma de «mudanzas y movimientos» que, en palabras de Vila-Matas, «se dan en la vida y en los mejores cuentos, que son los que dibujan la vida».

El Club Marina esta formado por: 1. Eugenio Asensio - 2. Amanda Gamero - 3. Jorge Gamero - 4. Mercedes Gascón - 5. Javier López - 6. Herminia Meoro - 7. Mariela Puértolas - 8. Susana Tomás - 9. Lara Vázquez 

RETRATO QUE, OPHÉLIA QUEIROZ, HACE DE FERNANDO PESSOA AL FINAL DE LA VIDA DEL POETA



«La relación con Ophélia tiene un epílogo casi diez años después. Es ella quien toma la iniciativa en el reanudamiento de la relación, utilizando como intermediario a su sobrino Carlos Queiroz, ya entonces, muy amigo del poeta. En esos años Pessoa había cambiado mucho. Ophélia en el relato de su noviazgo que figura como prólogo a la edición de la correspondencia, nos traza este emocionante retrato del poeta en sus últimos tiempos: “Fernando estaba diferente. No sólo en el aspecto físico, pues había engordado bastante, sino, y principalmente, en su manera de ser. Siempre nervioso, vivía obsesionado por su obra. Muchas veces me decía que tenía miedo de no hacerme feliz, debido al tiempo que tenía que dedicar a esa obra. Un día me dijo: ‘Duermo poco y con un papel y una pluma en la cabecera. Me despierto durante la noche y escribo, tengo que escribir, y es una lata, porque después el bebé no podrá dormir tranquilamente’. Al mismo tiempo, temía no poder darme el mismo nivel de vida al que estaba acostumbrada. Él no quería trabajar todos los días, porque quería días sólo para sí mismo, para su vida, que era su obra. Vivía con lo esencial. Todo lo demás le era indiferente. No era ambicioso ni vanidoso. Era sencillo y leal”.





Texto extraído del libro de José Luis García Martín, Fernando Pessoa, Sociedad ilimitada. Publicado por Llibros del pexe en noviembre de 2002.



miércoles, 1 de febrero de 2017

TEATRO TRIBUEÑE: PROGRAMACIÓN DE FEBRERO


“Lorca cien por cien… una pieza única y sensacional… un espectáculo redondo”
Iria F. Silva – Hoyenlacity 

“En este retablo afloran todos los misterios y realidades de Valle: vanguardismo, erotismo, simbolismo, crítica social y tradición radicalmente española” 
Javier Villán - El Mundo
“La escenificación es sumaria porque todo descansa en la potencia actoral y en la intensidad inductiva de la música”
G. García-Alcalde - La Provincia diario de Las Palmas
“Una historia sencilla, bien contada, bien interpretada y llena de magia”
Estrella Savirón - A golpe de efecto

“Nada de obra menor, obra grande, dura, teatro maldito, teatro de vísceras hecho con el corazón y con mucho, mucho cariño
Estrella Savirón - A golpe de efecto

“No tiene desperdicio. Cada canción te llega al corazón, te pone una sonrisa en la cara, te retrotrae al pasado. Y te lleva por diferentes regiones españolas”