La Editorial Impedimenta nos presenta bajo una excelente y cuidada edición, la novela de Eudora Welty La Hija del Optimista. Una historia que comenzó siendo un relato corto y a la que Welty después de dos años de trabajo, terminó dando forma de novela. Esfuerzo que vio recompensado por la buena acogida que la misma tuvo tanto por la crítica como por el público, y por la que finalmente recibió el Premio Pulitzer en el año 1973.
Si bien Welty empezó su carrera artística como fotógrafa, retratando el Estado de Mississippi en La Gran Depresión (lo que la llevó a recorrer pueblo a pueblo dicho territorio y le permitió conocer profundamente a sus gentes y costumbres para posteriormente plasmarlo en sus obras literarias), su incursión en el mundo de las letras se produjo a posteriori, a través de la escritura de relatos cortos. Con su primera colección de relatos Una cortina de follaje (1941) consiguió convertirse en una de las nuevas figuras literarias norteamericanas, bajo el protectorado de Katherine Anne Porter. Aunque para los estudiosos y seguidores de la carrera literaria de Welty, La Hija del Optimista es sin duda su mejor trabajo, que además, se encuadra a la perfección dentro de lo más destacado de la literatura sureña y la sitúa sin ambages en esa gran tradición de escritores sureños como son, entre otros: Faulkner, Capote o Carson Mccullers.
La Hija del Optimista nos narra la historia de Laurel, la hija del Juez McKelva, que regresa a Nueva Orleans por la operación en un ojo de su padre, y su posterior muerte al no recuperarse de la misma. Este es el punto de partida en el que Welty sitúa una historia tan intensa como íntima, donde nos va a mostar ese gran escenario que es el sur norteamericano, compuesto por unas costumbres y unos personajes muy peculiares, y que a pesar que ha sido retratado en innumerables ocasiones, esta vez Welty pone el acento en la visión de una mujer, y a través del rastreo de su pasado y su familia nos va a mostrar un universo nuevo, diferente e intenso, con muestras de una gran madurez narrativa y de ejercicio literario, como por ejemplo, cuando en la segunda parte de la novela es capaz de reproducir de una forma sublime los diferentes diálogos que se producen entorno al cadáver del juez mientras le están velando, rotando de personaje en personaje y consiguiendo dar a cada uno de ellos una particular voz que los diferencia y los retrata, plasmando de esta forma tan inteligente una fotografía dinámica de un pueblo, de una generación y de un Estado.
Pero la fuerza narrativa de esta novela se encuentra en la tercera y la cuarta parte de la misma, cuando Laurel recuerda el pasado de su madre "allá arriba, en casa" figura que se convierte en un leitmotiv intenso, íntimo, melancólico y autobiográfico con el que tiñe el relato de epopeyas y sentimientos desgarradores, tejiendo bajo ese impulso la vida de su familia, en la que se van sucediendo los recuerdos del padre (recientemente fallecido), su marido (fallecido en la Segunda Guerra Mundial) y su madre (fallecida hace diez años), lo que le permite a Welty dar saltos en el tiempo de una forma tan sutil como acertada, y lograr esa extraña simbiosis autor-obra de una forma mayúscula.
Y para que no le falte nada a esta gran novela, la superstición y simbolismo mágico de Nueva Orleans se personifican en la misma, cuando Laurel regresa a la casa paterna después del entierro, y un pájaro que se cuela por las ventanas abiertas recorre todas las estancias de la casa, consiguiendo que ella se vaya desplazando de habitación en habitación y finalmente se refugie en la que la devolverá al recuerdo de su madre "allá arriba en casa".
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