Hay heridas que ya no sangran en el siglo XXI. El mundo occidental y su manoseado bienestar es capaz de taparlo todo, como un gran dique que soporta sin fisuras los nuevos códigos de moral imperantes, sin necesidad de acudir a grandes dogmas ni afrentas. Ahora, la mayor rebeldía a nuestro alcance supone vivir de cara a uno mismo y derrotar a los falsos estereotipos que vemos en nuestro día a día. Ahí está el secreto, afrontar con la suficiente valentía la vida propia en contra del criterio general, ya sea éste profesional, materno-filial o afectivo. Esa es la bandera que enarbolan Charlotte (Anais Demoustier) y Alicia (Joanna Kulig) a la hora de buscarse la vida y enfrentarse a las circunstancias sociales y económicas que les ha tocado vivir. Ellas ejercen la prostitución mientras estudian y se preparan para el día de mañana, porque entre otras cosas, quieren y necesitan vivir bien, alejadas de la doble moral que dirige la quebrada dignidad de sus madres, compañeros y amigos. Aquí no hay ni trampa ni cartón, y los medios justifican el fin.
Szumowska se plantea la dirección como un narrador omnisciente y deja hacer a sus actores con total libertad sin tomar partido por ninguno de ellos. Mostrar es la premisa, pero ese mostrar no es inocente, porque al final llegamos a la terrible conclusión de que las jóvenes prostitutas y la respetable periodista son víctimas del mismo mal, y no sabemos si las unas y la otra se diferencian en algo. Por muy tratado que esté el tema de la prostitución femenina en el cine o en la literatura, el nuevo enfoque de jóvenes universitarias que acceden a vender su cuerpo a cambio de un bienestar y un futuro que de otra manera no conseguirían de una forma tan veloz, golpea con fuerza la moral de la sociedad actual, y la película, deja muestras más que evidentes de las grietas que existen a la hora de afrontar el tema, pues la moralidad más puramente feminista imperante hasta el momento, en este caso cae fulminada como una torre de babel ante la mirada limpia y libre de las protagonistas de la historia que engendra Ellas (Elles en francés, quizá no sea casual la similitud con el nombre de la revista dirigida a mujeres –Elle-).
Después de ver Ellas, ya no cabe preguntarse qué entendemos por dignidad, porque quizá entre todos, nos hayamos provisto de un sinfín de herramientas que tienden a un bienestar que va más allá de la sanidad y la educación, para trasladarse a conceptos como el aquí y ahora, la necesidad imperiosa de hacer las cosas a su debido tiempo, además de saciar a esa egolatría que nos fagocita. Ya no es el tiempo de las buenas intenciones, ni del sacrificio a largo plazo. El maná nos tiene que ser servido cada noche en nuestra mesa y nadie parece dispuesto a renunciar a su parte del botín. De ahí, que Anne (Juliette Binoche), poco a poco vaya a la deriva en su higiénica y pura torre de marfil. Una atalaya que no es capaz de defenderla de sus miedos interiores que, a medida que avanza la cinta, se apoderan de ella. El relato de su vida es el de un solo y único día, pero es tan revelador, que es más que suficiente para retratárnosla perfectamente (lo mejor de la película). Su sumisión es otra, de acuerdo, pero al fin y al cabo es sumisión. Admitámoslo, su proyecto existencial ha encallado de una forma estrepitosa, y ni su marido ni sus hijos son aquello que había soñado. Enfrentarse al mundo exterior a través de la escritura de un artículo acerca de la prostitución de jóvenes universitarias la hará volver a tener esa necesidad de mirar de nuevo hacia fuera, lejos de los barrotes dorados que la protegen. Una pulcritud tan denostada como sus principios. Con esa herida universal de los sueños rotos se enfrenta a la mirada limpia de unas jóvenes que saben lo que quieren aunque los demás no las comprendan, pero ellas no necesitan la comprensión de los que las rodean, porque ellas exhiben sin miedo las heridas que ya no sangran en el siglo XXI, al contrario que le sucede a su atribulada periodista.
A pesar de la solemnidad y dificultad del tema a tratar, lo peor de la película es que nunca nos llega a emocionar, como si nosotros como espectadores, también fuéramos víctimas de ese bienestar que lo tapona todo, hasta el universo de los sentimientos.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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