Nunca
he visto el sol, como otros nunca han visto el mar. Le pregunté a mi abuelo
cómo era, y él me contestó que como una bombilla gigante que quema cuando le
acercas la mano. No le hice caso, porque para mí, el sol es el territorio donde
se cumplen los deseos. Y un lugar que, aparte de energía, tiene mucha magia,
tanta, que nadie puede acercarse a él y descubrir la fuente de sus inagotables
secretos. Con el paso del tiempo, también me he dado cuenta que necesito huir
de esta ciudad para ir en busca del sol, pues aquí, sólo existe en el reflejo
de la placa de la calle por la que paso cada mañana camino del colegio, justo
al amanecer. Hoy sigue lloviendo, como siempre, pero ya nada me detiene. Me
subo a mi bicicleta, con una mano en el manillar y la otra sujetando el
paraguas. Al principio todo me parece demasiado real, pero cuando cojo
velocidad, las imágenes se distorsionan en un sinfín de reflejos que alientan
mi conquista, como en mis sueños. Soy tan feliz, que no creo que haya nadie que
me pueda decir que soy un loco que busca algo que no existe. Y me acuerdo de mi
abuelo, cuando le pregunté dónde estaba mi madre, y él me contestó que al otro
lado del horizonte, bajo los rayos del sol. Desde ese día, mi único objetivo es
llegar a ese lugar, que de momento sólo existe en mis sueños. Pero ahora,
aunque bajo las nubes que tapan el cielo me sienta como un explorador sin
brújula, no me importa, porque yo sólo quiero encontrar el sol y la luz que se
esconde bajo sus rayos. Y sigo pedaleando, porque al final, más allá de mi
imaginación, estoy seguro de que, el sol y mi madre, me están esperando detrás
de la última nube.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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