«Un
día, cuando finalmente ya había desistido —fue el 8 de marzo de 1914— me
acerqué a una cómoda alta y, tomando unos cuantos papeles, comencé a escribir
de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas
seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no podía definir. Fue el
día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título,
“El guardián de rebaños”. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al
que de inmediato llamé Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: había
aparecido en mí mi maestro. Esa fue la sensación inmediata que tuve. Y tanto
fue así que, apenas escritos esos treinta y tantos poemas, inmediatamente cogí
otro papel y escribí, también sin parar, los seis poemas que constituyen “Lluvia
oblicua”, de Fernando Pessoa. Inmediata y completamente… Fue el regreso de Fernando
Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa a secas. O mejor: fue la reacción de Fernando
Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro. Aparecido Alberto Caeiro,
traté enseguida de descubrirle —instintiva y subconscientemente— unos
discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí
el nombre, y lo ajusté a sí mismo, porque a esas alturas ya lo veía. Y de pronto,
y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo
individuo. De un tirón, y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda,
surgió la “Oda Triunfal” de Álvaro Campos —la oda con ese nombre y el hombre
con el nombre que tiene.»
Extracto de la famosa carta que Fernando Pessoa
envía, el 13 de enero de 1935, al joven Adolfo Casais Monteiro en la que
confesaba la génesis de sus heterónimos
EL
GUARDÍAN DE REBAÑOS (Extracto del primer poema)
«Yo
nunca guardé rebaños,
mas es
como silos guardase.
Mi
alma es como un pastor,
conoce
el viento y el sol
y anda
de la mano de las Estaciones
siguiendo
y mirando.
Toda
la paz de la Naturaleza sin nadie
viene
a sentarse a mi lado.
Pero
yo me quedo tan triste como una puesta de sol
lo es
para nuestra imaginación,
cuando
refresca en el confín de la llanura
y sentimos
que la noche ha entrado
como
una mariposa por la ventana.»
Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando
Pessoa).
Artículo de Ángel Silvelo Gabriel.
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