Hijo, cuando me preguntas si el mundo
siempre fue así, un lugar lleno de cenizas como lo vemos tú y yo día tras día,
se me hace cada vez más difícil decirte que no, primero, porque con el paso del
tiempo, mi memoria va borrando las imágenes de aquellos días donde había luz y
yo era feliz junto a tu madre; y segundo, porque ahora… ahora no sé qué decirte
hijo. Sólo sé que el Hombre posee grandes virtudes como el amor, el poder de la
creación o la esperanza, pero también atesora el innato poder de la
autodestrucción. Todo en algún sentido es finito. Nada perdura, ni tan siquiera
los dinosaurios que durante miles de años poblaron la Tierra. Incluso ellos
sucumbieron, al igual que las truchas que un día habitaron en el río en el que
hoy no podemos beber agua. No sé cómo explicártelo hijo. Todo es un ciclo. A
veces, cuando llega la primavera, contemplamos cómo florece el árbol del jardín
o cómo unos pájaros hacen su nido en el tejado de nuestra casa. Pero llega un
año, en el que ese árbol deja de florecer, o esos pájaros dejan de anidar.
Entonces algo cambia, pero nuestros compulsivos movimientos diarios, apenas nos
dejan ver más allá de los sucesos que tanto nos acechan y nos agobian, y que
tan importantes son para nosotros, pero tan insignificantes son para la
Humanidad. Eso creo que es lo que ha pasado, que no hemos sido capaces de mirar
más allá de nuestro resquebrajado caparazón, y un día de repente todo se ha
venido abajo, y lo que antes era tan importante, ahora simplemente ha dejado de
existir.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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