domingo, 1 de marzo de 2015

PASAJERO EN LA JOY ESLAVA DE MADRID: UNIVERSOS OSCUROS TEÑIDOS DE LA ESENCIA DE LA LUZ


 
Sombras que se desplazan por el aire dibujando los contornos que derrumban la imposibilidad de los sueños, para de esa forma, atrapar la esencia de un universo donde la oscuridad se transforma en una luz tenue, teñida de múltiples grises que despojan a los falsos negros de nuestros sueños. Así se presentaron Pasajero en la Sala Joy Eslava de Madrid, derribando la barrera de lo imposible para hacer realidad un sueño, ese que uno imagina que todo músico debe tener. Ese sueño no es otro que el de comprobar cómo la música se convierte en pura atmósfera, y consigue inundar de magia y fantasía el lugar donde se toca. Pasajero ejecutaron un concierto perfecto en el que demostraron que los sonidos del disco también se pueden reproducir magistralmente en directo, y ese empeño tuvo su recompensa, pues sus seguidores (que llenaron la Joy) a buen seguro disfrutaron de esa aparente sencillez reconvertida en música; música intensa, limpia, directa e hipnótica que no te deja indiferente. La mezcla de los medios tiempos, en los que Pasajero sacan cum lauden, nos demostró que lo de menos es cómo empiece una canción o cómo acabe, porque las estancias que recorre de principio a fin, pueden visitar los terrenos más álgidos y tranquilos sin que por ello se resienta, porque el diálogo guitarra-bajo, guitarra-guitarra al que asistimos fue sencillamente genial, donde el brillo del sonido nos hacía pensar que estábamos soñando. Todo un acierto que, a medida que vaya transcurriendo el año, va a convertir a su último disco, Parque de atracciones, en uno de los discos del año, sin duda.
 

Precipicio fue el punto de partida del concierto, un tema en el que ya fuimos testigos de esta creación de ambientes atmosféricos, marca de la casa, y que en Protégelo arremetió con fuera con un sonido muy limpio, limpísimo: «guarda el calor y todas nuestras promesas»; promesas hechas realidad cuando escuchamos el siguiente tema, El arquitecto, pura anestesia y simulacro donde vivir, rompiendo las siluetas de las neblina que había sobre el escenario. Con un bajo arrebatador como protagonista, Daniel Arias nos canta eso de: «como juguetes rotos después de tanto intento». Con Volverme a preguntar, Daniel se dirige al público con un ¡Buenas noches, chicos!, desde que en marzo del año pasado terminamos Radiografías hemos trabajado mucho. Muchas gracias por venir, os hemos echado mucho de menos. Para a continuación regresar a esa atmósfera, en uno de sus mejores medios tiempos, intenso, inmenso, mágico...: «piensas que necesitas más de lo que tienes ya, y si tienes más de lo que quieres piensas en escapar». Las llaves invisibles de nuevo nos traen el protagonismo del bajo de Daniel mientras nos dice: «instintos de calma, en medio de la confusión», que en Yo tampoco se convierte en un duelo bajo-guitarra con notas que suben y bajan en la oscuridad.
 

Hemos venido a esta sala a ver conciertos de grupos y hoy, por fin, estamos aquí, nos recuerda Daniel. Havalina hoy no podía faltar, mientras Manuel Cabezalí (productor del disco y componente de Havalina) sale al escenario, para mostrarnos una vez más la intriga de los medios tiempos perdidos en esas tendencias oscuras, grises, opacas, donde los sueños se convierten en una cúpula de estrellas. Magnífico diálogo de guitarras. Cuando suena Hoja en blanco, Cabezalí sigue en el escenario: «llueve en el salón y en un rincón apagado del mundo». Fuerza y ritmos ascendentes y aguerridos como un grito de socorro en busca de la diferencia. Energía desbordante que se para y piensa: «deja que suene esa canción», lo que nos lleva a un bucle de energía y música que irrumpe en nuestros sentidos hasta romper la barrera de la realidad. Conexión brutal con el cielo, sin duda, uno de los momentos estelares de la noche, que nos lleva hasta Detector de latidos: «es la última vez que dejo esta canción a medias». Baja el ritmo y la pausa nos moja los sentidos de una tenue melodía que: «ojalá pudiera», a la vez que la Joy se llena de una lluvia de luz, gotas transparentes que iluminan nuestros ojos mientras Pasajero hace lo mismo con nuestras vidas. No tenemos miedo a la derrota, inmersos como estamos en las largas canciones que Pasajero nos ofrece, canciones que suben, bajan y de nuevo van in crescendo para arrojarnos una cantidad de luz sobre nuestros sentidos. Desgarros sonoros que se perpetúan en un infinito latido de nuestro corazón, sincopado e incierto, como la propia vida. Intocables suena fundida con el anterior tema y el cantante de Rufus T. Firefly, Víctor Cabezuelo, que nos dijo "es un honor subirme al escenario de uno de mis grupos favoritos": «ya estáis aquí.../ con vallas de metal y golpes en la espalda/ NO VÉIS QUE NOS SOIS INTOCABLES». Tocan a arrebato cuando atacan La copia de otra copia y Víctor canta: «no me voy a desangrar». Rasguños poco aterciopelados y buen manejo de los tonos oscuros que cambian a mitad de la canción y se transforman en invencibles, invisibles a la oscuridad. Voz aguerrida, fuerte y que no tiembla.
 

Respira es la versión más plácida de Pasajero con brochazos de estridencias guitarrera que adornan la canción al modo The Stranglers: «bocas demasiado grandes para hablar de los demás». De ahí pasamos a Las 4000 islas, donde Pasajero cierra filas en compañía de otros, y que en Perdóname aprovecha Daniel para preguntar ¿Cómo estáis? Hace tiempo, no sé cuánto, pudimos subirnos a este escenario teloneando a Niños Mutantes, mientras sube a la tarima Andrés López (componente del grupo), para acompañar a Pasajero en una canción plena de adrenalina guitarrera que acaba con un final explosivo. Autoconfesión le sirve al grupo para agradecer el esfuerzo y el cariño puesto en su trabajo a todos aquellas personas que han colaborado en el disco: «si has cedido hasta el último centímetro/ y no hay cuerda para más». Otro gigantesco medio tiempo que comienza suave y acaba como un huracán: «y lo demás no importa».
 

El bis nos trajo la mejor canción del segundo y último disco de Pasajero, y que también le da nombre, Parque de atracciones; una tesis de guitarras elegantes e hirientes que perpetúan la historia del rock. Luces, sombras... y destellos de atmósferas ochenteras. Explosiones rítmicas y sonoras que arrasan a nuestros sentidos. Latigazos de intensidad que se rebelan contra la monotonía. Magníficos y especiales en la concepción de una melodía rompedora y devastadora como pocas; chapó. Cuando suena Borro mi nombre sube Pucho (cantante de Vetusta Morla) al escenario (sin discusión el mejor cantante de la música española en la actualidad, de lejos). Él solo, es capaz de llenar un escenario que podríamos decir que se le queda pequeño. Fuerza, ritmo, energía y magia: «hoy se derrumba el castillo de arena». Un grito de guerra que llega hasta el infinito. Arrebatador en la urgencia, intenso en la proclama: «borro mi nombre», correoso en la pelea, inmediato en el auxilio... Gente subterránea es el final de un concierto único y pleno de atmósferas que nos elevan hasta el universo de los sueños. Y mientras pensamos esto, Daniel nos canta: «este es el principio y el final, está en el aire».
 

Ángel Silvelo Gabriel. 

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