«Los dioses desterrados
y hermanos de Saturno,
a veces, al ocaso
acechan nuestras vidas…»
Extracto del poema, Los dioses desterrados, del heterónimo de Pessoa,
Ricardo Reis.
Los dioses desterrados de nuestras vidas
ocupan los espacios marcados por los restos de la arqueología de nuestra memoria,
y se distraen visitando la gran bóveda de la ensoñación de las causas perdidas.
Causas perdidas que, en nuestro interior, buscan todavía la poesía del viaje,
como si esa metáfora que circunda nuestra imaginación fuese la puerta abierta
por la que alejarnos de la interminable noche en la que vivimos. Noche eterna
donde sólo escuchamos el ronroneo de los gatos en la oscuridad, y donde vivimos
entre sombras y recuerdos. Entre sombras y recuerdos, porque nuestra memoria no
abarca ya el tiempo que estuvimos luchando con todas nuestras fuerzas contra ese
espacio infinito que, al igual que si fuera un desierto, nos dejó huérfanos de
voluntad pero no de anhelos, aunque de alguna forma, lo único que deseamos es
que la luz vuelva a nuestros sentidos, del mismo modo que buscamos que los
dioses perdidos se transformen en dioses
desterrados que, en vez de
abandonarnos, caminen en paz por nuestro interior como esos hijos a los que
nunca vimos nacer y, que además, se comporten como las sombras de nuestros
sueños. Sin embargo, esos dioses perdidos y desterrados, lejos de depositarnos
en las encrucijadas del silencio, componen una sinfonía de ecos que rebotan una
y otra vez en los límites de nuestras entrañas hasta que se volatilizan en el
instante en el que queremos hacerlos de carne y hueso.
Dioses de la nada, de
un olimpo irreal y desbaratado, de un olimpo sin pena ni gloria en el que ya no
nos resulta tan difícil comprender que, si no fueron hechos carne, al menos sí
se quedaron en ese íntimo y particular olimpo que a nadie más que a nosotros
nos pertenece, pues se comportan como un espacio donde las deidades no son
tales sino meras recreaciones de nuestros más íntimos deseos. De ahí que, ese jardín de monstruos propios, sea directamente
proporcional a nuestra imaginación, pues se ha transformado en una vasta y
majestuosa capacidad intelectual y sensorial que nos ha llevado a crear
infinidad de dioses desterrados en las tierras vírgenes de nuestra mente.
Dioses, mares, hombre y tierra; una secuencia mágica con la que darle cuerpo a un sueño:
el de los dioses desterrados…, y no encontrados.
Ángel Silvelo Gabriel
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