El
juego de los deseos
es la historia de tres mujeres que, aparte de luchar contra sí mismas y su
destino, tendrán que hacerlo contra un caso de acoso sexual dentro las Fuerzas
Armadas que, en este caso, el autor aborda desde el punto de vista garantista
de su marco jurídico y normativo. El acoso sexual, pero no sólo éste, sino
también las consecuencias que la guerra tiene sobre las mujeres que allí
prestan sus servicios en las Unidades del Ejército en las que están destinadas,
sirven de marco existencial para esta aventura narrada en un tono poético y a
veces desgarrador, y que está concebida, en cuanto a su esencia, como la
película Thelma y Louise.
En este sentido, y al final de ese
dilema, Laura manifiesta un
lamento: «Mi trabajo, aquí, consiste en ayudar en las labores de reconstrucción
de este país en guerra: un objetivo que la sociedad civil española desconoce
por completo, pero este, es un matiz que no me importa, porque cuando atravieso
la frontera fortificada a la que he sido destinada, inicio mi labor de
aprendizaje...»
Adela, en un momento de su vida, lo único
que quiere es huir lo más lejos posible de la muerte y la derrota, y lo hace
sobre las ruedas de un autobús donde lo más cercano es hacerlo por el letrero
de salida de emergencia sobre el que apoya su cabeza y sus recuerdos: «me vence
el desánimo y creo que este viaje no tiene salida, quizá por eso no pienso y me
limito a contemplar el paisaje a través de la transparente protección de un
cristal que hace las veces de una salida de emergencia, como si ese fuera mi
mejor escudo protector, un fino y transparente vidrio que deja al descubierto
mi cara, mi cuerpo y mis sueños…»
Por otro lado, Galiana se muestra
incapaz de traspasar la frontera que le lleve hacia una nueva vida, porque no
concibe el mundo sin el recuerdo de la marca familiar que marcha pegada a su
pasado de una forma trágica y cruel. «¿Por
qué no nací más dócil e ingenua?, pero por mucho que lo piense, sé que estoy
dominada por un potente ciclón que siempre consigue que no me calle ante lo que
yo creo que es injusto. Ya sé que es mi criterio, y que puedo estar muy
equivocada, pero es un instinto al que no puedo renunciar», confiesa
esta joven mujer soldado.
En El juego de los deseos se concitan las encrucijadas del odio y
del amor, y lo harán, mirada tras mirada, deseo tras deseo, silencio tras
silencio, porque igual que Píndaro y sus cantos al vino, Laura, Adela y Galiana se comportarán como las odas
que los bardos componen en las raíces oscuras de una noche sin luna, pues nunca
encontrarán algo de paz en ellas. Sin embargo, esa será también la única
posibilidad que les quedará para vencer a la melancolía capaz de romper las
barreras del tiempo, para de esa forma, tejer con los restos del naufragio algo
de ese amor con el que siempre han soñado. «No era sexo, tampoco vicio./ Esa
noche lánguida, de nombre impronunciable,/ perseguida y angustiada,/ quiso no
ser menos./ No hubo ni humo, ni colillas, ni tráfico./ La torpeza hizo que la
sensación de olvidar diera paso a recordar./ La ciudad se había empequeñecido,/
y de la sombra sobresalía una casa» (extracto del poema, El hogar de los
vientos, de Manuela Pérez Masedo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario