Hoy se
cumplen 129 años del nacimiento del poeta portugués en el cuarto izquierda del
número 4 del Largo de San Carlos, frente a la Ópera de Lisboa. «Lisboa con sus
casas/ de varios colores…/ A fuerza de diferente, esto es monótono, como, a
fuerza de sentir, me quedo sólo pensando./ Sí, de noche, acostado pero
despierto/ en la lucidez inútil de no poder dormir,/ quiero imaginarme alguna
cosa/ y siempre surge otra (porque hay sueño,/ y, porque hay sueño, un poco de
ensueño),/ quiero extender esa mirada con la que imagino hasta los grandes
palmares fantásticos,/ pero no veo nada más,/ contra una especie de lado de
dentro de los párpados,/ que Lisboa con sus casas/ de varios colores.»[1]
Lisboa y
Pessoa, Pessoa y Lisboa es la relación de un eco mudo que deviene en aullido de
genialidad con el transcurrir de los tiempos, porque su obra tiene la ventaja
de dejar huellas que más tarde se podrán visitar y revisitar, como hacía él
desde que cayó en las redes de la heteronimia pessoana. Pessoa, ese hombre que
no se mojaba los pies en los charcos, se difuminó por las calles de Lisboa de
la misma forma que la bruma que empaña las aguas del Tajo a su paso por la
capital portuguesa lo hacía sobre sus recuerdos. Pessoa habitó un gran número
de inmuebles de Lisboa, pero la mayoría de las ocasiones lo hizo en cuartos
alquilados que nos hablaban de esa provisionalidad suya para con las cuestiones
más materiales de su existencia; una existencia consagrada a la literatura,
donde ni siquiera el amor tuvo la oportunidad de compartir. Baste recordar lo que le dijo a
Ofélia Queiroz cuando se despidió de ella: "toda mi vida gira en
torno a la literatura, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser..." Ese
poder ser Pessoa lo revertió a través de sus heterónimos que, como distintas
voces de capacidad creativa y diferentes voces con las que revisitar su
conciencia, fueron testigos, a la vez que las pruebas más reales, de esa
diversidad a la hora de concebir la literatura y el universo propio y ajeno del
genial poeta y escritor portugués. Esa riqueza de voces le llevaron a vivir en
un constante mundo interior que sólo abandonaba dos veces por semana para
traducir cartas en las agencias comerciales de La Baixa, dedicando el resto de su tiempo a la literatura. Sin
embargo, sus múltiples inquietudes, puestas de manifiesto desde su más temprana
juventud, le dispersaron el ánimo creativo en una infinitud de facetas y
cambios constantes. La provisionalidad podría ser una de las señas de identidad
del Pessoa
creador, a la que habría que unir, la constante transformación de sus ideas y
estados de ánimos, una inestabilidad que le perjudicó y le benefició a la vez.
Uno entre muchos, o muchos en sí mismo, serían dos acepciones que encajarían
muy bien en la definición de su persona, de su obra y de su forma de estar, de
ser y de permanecer en la vida y en este mundo, que a él se le hizo pequeño.
Poco se habla de su afición por el esoterismo, los horóscopos o esa innata
necesidad de conocer el futuro y el más allá. Todas ellas, eran el tipo de
batallas que libraba contra sí mismo. Un absentismo vital con el mundo
exterior, que comenzaba cuando anteponía todo su carácter a la hora de consumir
el tiempo hablando con aquellos a los que no consideraba como iguales
intelectualmente. Esa altanería, escondía, sin duda, su timidez, pero también
la necesidad del saber por el saber, una afición que compartía con delectación
con su gran amigo Sá-Carneiro, que tras su suicidio le dejó aún más solo ante el
mundo. «Bajo el leve cuidado/ de negligentes dioses,/ quiero gastar las
concedidas horas/ de mi predestinada vida.
Nada pudiendo contra/ el ser que ellos
me dieron,/ deseos que al menos el Hado me haya dado/ la paz como destino.
De la verdad no quiero/ más que la
vida; pues los dioses/ dan vida y no verdad, y tal vez ni ellos/ sepan qué es
la verdad.»[2]
En
la soledad del mundo y de sí mismo habitó Pessoa, y lo hizo acompañado de
aquellas calles, aceras, inmuebles e imágenes que él convirtió en su propio
paraíso a modo de yo mayestático que sin embargo convirtió en universal
a través de su existencia aislada, bohemia, pero sobre todo, literaria, pues no
conoció mayor entrega que la de las palabras.
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