Cuánto ha llovido desde aquel primer códice ―lo más parecido al libro de hoy en día― que encontramos en la Edad Media. Dejó de ser un rollo continuo para convertirse en un conjunto de hojas cosidas con forma rectangular. Desde ese momento fue posible acceder directamente a un punto preciso del texto. Después, poco a poco, vinieron las mejoras: la separación de las palabras, las mayúsculas y la puntuación; y más tarde las tablas de las materias y los índices, que facilitaron muchísimo la búsqueda de información.
Hoy, en el siglo XXI, hemos cambiado nuestra forma de leer y de mirar. Ahora, además de libros, leemos y miramos pantallas. Esto altera irremediablemente nuestra concepción del hecho lector y nuestra aprehensión de conocimientos, porque la pantalla no es solo un cambio de soporte, sino una profunda modificación en el modo de organizar los contenidos.
Hemos pasado de la lectura pausada, vertical y prolongada en el tiempo de un texto plano, a la de uno abierto, plural, que se desdobla en muchos otros textos y que es más superficial y horizontal. Dicho de otro modo: de los manuales, enciclopedias y diccionarios hemos saltado a los hipertextos, que son según la definición del programa PISA: una serie de fragmentos textuales vinculados entre sí de tal modo que las unidades puedan leerse en distinto orden, permitiendo así que los lectores accedan a la información siguiendo distintas rutas.
De aquí podemos colegir dos cosas: que la organización de la información puede no ser lineal, sino arbórea o en red y que el lector tiene la posibilidad de recorrer el texto a través de variados itinerarios en función de la finalidad de su lectura. ¿Y todo esto a qué nos lleva? A una manera de leer y a un tipo de lector muy diferente del que se necesita para descodificar un texto lineal.
Tres son las características distintivas que queremos resaltar para entender mejor los cambios que se están produciendo:
1.- Los textos digitales se apoyan, con frecuencia, en elementos gráficos o icónicos para ayudar a la comprensión. De ahí la necesidad de un lector activo que establezca el sentido de los diferentes componentes (sonido, imagen, texto…) y las relaciones entre ellos con el fin de construir el significado global de toda la información.
2.- La lectura digital ofrece la posibilidad de que el lector interactúe con aportaciones en forma de comentarios con sentido. Y esto no es baladí porque, de alguna manera, el lector va configurando su identidad digital, una imagen pública de cuáles son sus intereses, sus opiniones, etc.
3.- De las dos características anteriores deducimos esta tercera: los hipertextos ofrecen una sobreabundancia de información que exige unos procedimientos de búsqueda, selección y gestión eficaz y por eso el lector precisa de habilidades nuevas para poder hacer frente con éxito a los objetivos de la lectura.
Ahora viene lo más importante: si la forma de leer ha cambiado y el lector necesita de otros conocimientos para lograr dichos objetivos, también habrá que modificar la forma de enseñar.
Es decir que el concepto de alfabetización y de competencia lectora indefectiblemente ha variado y, ahora, es mucho más amplio. Hasta hace poco se consideraba a una persona alfabetizada cuando sabía leer, escribir y realizar las operaciones básicas de cálculo, hoy el concepto va más allá. Ahora podríamos hablar de tres niveles de conocimiento: escrito, digital y en redes.
“El gran reto será entonces formar a las personas en nuevas dimensiones y competencias, una alfabetización mediática y una competencia que permita discernir y evaluar dicha información” (Paola Dellepiane).
Es fundamental que tanto las escuelas como el profesorado se pongan al día. Además de ser garantes de esa nueva alfabetización, ya han empezado a adecuar los espacios y los entornos de aprendizaje: antes hacían visitas esporádicas al aula de informática, ahora ya existe la posibilidad de que tengan acceso continuado a Internet en sus aulas y en las bibliotecas escolares. En este sentido hay que resaltar el papel de la Federación de Ikastolas vascas que, a través de su proyecto EKI, está creando el primer material didáctico digital específicamente orientado a la educación basada en competencias.
Pero no todo son parabienes. El autor estadounidense, Nicholas Carr, se ha mostrado pesimista ante las competencias que, a su juicio, se están perdiendo por la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación. Por ejemplo, la capacidad de leer con profundidad y concentración textos de una considerable extensión. En su libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, explica cómo las múltiples ventajas y utilidades de la Red tienen como contrapartida el triunfo de la superficialidad y la distracción.
“Hoy parece que estamos perdiendo la segunda parte, nos quedamos en la primera, como si no fuera necesario extraer deducciones o conclusiones originales. Las nuevas tecnologías nos instan a buscar, pero no a reflexionar” (Nicholas Carr).
De todas formas, lo que es innegable es que la alfabetización digital viene a hacer más fácil la vida en un mundo donde la tecnología marca la pauta y la sobreinformación es la norma. Primero, porque consigue que el lector adquiera los conocimientos necesarios para ayudarle a moverse, buscar, evaluar e interpretar de forma crítica, y por supuesto autónoma, la información de la Red; y segundo, porque le insufla una dimensión social, ya que relaciona a la persona con el resto del mundo en su sentido más amplio y la hace consciente de su responsabilidad y de sus limitaciones en esta multiculturalidad y globalización que nos ha tocado vivir.
Nunca antes ha habido un corpus lingüístico tan grande como el que ofrece Internet, que contiene más lenguaje escrito que todas las bibliotecas del mundo juntas, y nunca antes hemos estado tan informados. ¡Cómo ha evolucionado todo desde aquella lejana Edad media en que el libro jugaba un papel fundamental en la educación ―esencialmente elitista, propia de la élite religiosa― y donde la palabra del maestro era casi sagrada!; de magister dixit hemos pasado a Google dixit. Si hoy un monje copista de aquellos levantara la cabeza, pensaría: Cómo nos han cambiado el cuento.
Artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz.
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