miércoles, 14 de junio de 2017

CRÓNICA DE LA ENTREGA DE PREMIOS DEL CONCURSO DE RELATOS “DIME QUE ME QUIERES” DEL AYUNTAMIENTO DE MÁLAGA, EDICIÓN 2017: ENTRE LA TUMBACRISTOS Y EL NO TRASLADO DE LOS RESTOS DE JANE BOWLES DEL CEMENTERIO DE SAN MIGUEL


 
El silencio en el que se guardan los verdaderos sueños es, aparte de una nube en la que gobierna la ausencia de sonidos, un espacio en el poder llenar de imágenes nuestras propias palabras. Palabras de emoción, agradecimiento, o simple pasión que nadie entenderá en verdad, salvo que le haya ocurrido lo mismo alguna vez en su vida. Siempre decimos que la vida te da y te quita, pero en demasiadas ocasiones, no somos conscientes del verdadero significado de esa frase hasta que ésta se muestra magnánima y nos proporciona ese pequeño campo de sueños que nos permite correr un buen trecho sin llegar a tocar el suelo, como si fuéramos reflejos de ese Fernando Pessoa inmortalizado caminando por La Baixa (en las escasas fotografías que se tienen de él), donde en la mayoría de las ocasiones parece que anda a la fuga. Esa huida sinfín es lo más parecido a una sensación de espacios no recorridos, pero sí imaginados; y esa es la sensación que que tuve cuando supe que, aparte de ganar el Primer Premio a Nivel Nacional del Concurso de Relatos Declaraciones de Amor “Dime que me quieres” organizado por el Ayuntamiento de Málaga a través de su red de Bibliotecas Públicas Municipales del año 2017, tendría que ir a recogerlo y decir unas palabras. Una emoción que fue en aumento cuando el pasado sábado 10 de junio comprobé que el acto tendría lugar en el mismo salón de actos en el que años atrás estuve presente en el coloquio en el que intervinieron Jorge Herralde, Vicente Molina Foix y Juan Bonilla dentro del ciclo El mundo de los Bowles organizado por el Instituto Municipal del Libro de Málaga, dirigido entonces por Alfredo Taján. 

Como ya hiciera en mi anterior visita a la ciudad malagueña, cuando dos años atrás presenté mi novela Los últimos pasos de John Keats en la Librería Luces de la ciudad, pensé que el grueso de mi intervención tendría que versar sobre los puntos de conexión que un servidor, tuvo y tiene, con Málaga y sus gentes. Así, después de agradecer al jurado compuesto, por las escritoras Herminia Luque e Isabel Bono y la profesora de la UAM Amparo Quiles, al considerar a mi relato Tragedia, redención y fortuna de La Tumbacristos como merecedor de la más alta distinción del concurso, inicié mi particular retahíla de acontecimientos vitales que me unían a la ciudad malagueña, y que comenzaron por la figura de la escritora norteamericana Jane Bowles, a la que conocí por mediación de mi mujer Manuela hace ya muchos años. Un conocimiento que se transformó en devoción y que nos llevó años más tarde a visitar el cementerio de la ciudad donde estaba enterrada en una de las paradas de nuestro viaje de novios por Andalucía. Llegado a este punto de mi discurso, cuando referí que más tarde visitaríamos su tumba, ahora sí, instalada en un lugar preferente del actual cementerio histórico de San Miguel, los allí presentes, encabezados por la Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Málaga me hicieron la observación de que los restos de Jane Bowles habían sido trasladados al cementerio inglés, muy cercano a donde se celebraba el acto de la entrega de premios (Museo del Patrimonio Municipal, sito en el Paseo de Reding, 1) y que la lápida había sido desmontada. Ante la extrañeza de tal aseveración por parte de Manuela y mía, al acabar el acto decidimos acercarnos al cementerio Inglés para tomar razón de ese nuevo enterramiento. Hecho que no se había producido, según pudimos comprobar en el listado de personas enterradas en dicho recinto, entre los que sí se encontraba, por ejemplo, Gerald Brenan. No conformes con eso, decidimos ir al día siguiente (tal y como teníamos previsto desde un principio) al cementerio de San Miguel, donde pudimos comprobar de primera mano que Jane, sus restos y la hermosa lápida negro grafito de 1.500 kilos de peso en la que están inscritas las palabras con las que el escritor norteamericano Truman Capote la definía: “Cabeza de gardenia”, sigue allí donde debe de estar, pues no hay nada más penoso para un difunto que no permitirle descansar en paz; una paz exenta de traslados caprichosos y del todo injustificables por las corrientes políticas de turno. Jane Bowles sigue siendo una de esas grandes olvidadas de la literatura que, sin embargo, para todos aquellos que conocemos su obra siempre sabremos que su genialidad es la de los grandes; y no sólo eso, pues su figura comienza a ser tan alargada o más que la su reconocido marido Paul Bowles, una persona con muchas más dobleces que la directa Jane, Jenny para Emilio Sanz de Soto-Lyons, que, si bien es verdad que no pudo disfrutar con total claridad de la hermosa luz de Málaga, seguro que su alma llegó a encontrar esa especie de calma de la que no logró disfrutar a lo largo de su vida, ya fuese por su madre, su marido, las drogas, el alcohol o Cherifa (un Satanás con forma de mujer), pues ninguno de ellos la ayudaron a compaginar literatura y vida de una forma armoniosa. Málaga, para ella, más allá de la clínica de reposo Los Ángeles y los tratamientos de electroshock a los que la sometió el doctor Ortiz Ramos, fue ese lugar que requiere del silencio y el recogimiento para llegar a percibir el verdadero sentido de la vida, ése que los espíritus atormentados necesitan para llegar a ver la luz que se esconde detrás de la línea del horizonte. 

Ateniéndome a la razón que esta vez me llevó a la Ciudad de la Luz, puedo expresar que, Tragedia, redención y fortuna de La Tumbacristos es un relato que se asemeja a un tríptico, cuyas diferentes tablas nos muestra cada una de las posibilidades por las que el ser humano puede pasar a lo largo de su vida, y que en sí mismas, son como esas fotos fijas que simbolizan lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Con él, yo también he querido rendir un modesto homenaje a todos los grandes y pequeños olvidados del mundo como he explicado antes, pero también, he querido dejar un rayo de esperanza suspendido en el aire que, a modo de espada mágica, nos sirva para tocarnos el corazón y recordarnos que aunque no seamos ni conocidos ni famosos sí somos los verdaderos y auténticos protagonistas de nuestras vidas, algo que nunca deberíamos olvidar, porque eso es lo que en verdad importa. 

Ángel Silvelo Gabriel. 

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