El silencio en el que se guardan los verdaderos sueños es,
aparte de una nube en la que gobierna la ausencia de sonidos, un espacio en el
poder llenar de imágenes nuestras propias palabras. Palabras de emoción,
agradecimiento, o simple pasión que nadie entenderá en verdad, salvo que le haya
ocurrido lo mismo alguna vez en su vida. Siempre decimos que la vida te da y te
quita, pero en demasiadas ocasiones, no somos conscientes del verdadero
significado de esa frase hasta que ésta se muestra magnánima y nos proporciona
ese pequeño campo de sueños que nos permite correr un buen trecho sin llegar a
tocar el suelo, como si fuéramos reflejos de ese Fernando Pessoa
inmortalizado caminando por La Baixa (en las escasas fotografías que se
tienen de él), donde en la mayoría de las ocasiones parece que anda a la fuga.
Esa huida sinfín es lo más parecido a una sensación de espacios no recorridos,
pero sí imaginados; y esa es la sensación que que tuve cuando supe que, aparte
de ganar el Primer Premio a Nivel Nacional del Concurso de Relatos
Declaraciones de Amor “Dime que me quieres” organizado por el
Ayuntamiento de Málaga a través de su red de Bibliotecas Públicas Municipales
del año 2017, tendría que ir a recogerlo y decir unas palabras. Una emoción que
fue en aumento cuando el pasado sábado 10 de junio comprobé que el acto tendría
lugar en el mismo salón de actos en el que años atrás estuve presente en el
coloquio en el que intervinieron Jorge Herralde, Vicente Molina Foix y
Juan Bonilla dentro del ciclo El mundo de los Bowles organizado
por el Instituto Municipal del Libro de Málaga, dirigido entonces por Alfredo
Taján.
Como ya hiciera en mi anterior visita a la ciudad malagueña,
cuando dos años atrás presenté mi novela Los últimos pasos de John Keats
en la Librería Luces de la ciudad, pensé que el grueso de mi intervención
tendría que versar sobre los puntos de conexión que un servidor, tuvo y tiene,
con Málaga y sus gentes. Así, después de agradecer al jurado compuesto, por las
escritoras Herminia Luque e Isabel Bono y la profesora de la UAM Amparo
Quiles, al considerar a mi relato Tragedia, redención y fortuna
de La Tumbacristos como merecedor de la más alta distinción del
concurso, inicié mi particular retahíla de acontecimientos vitales que me unían
a la ciudad malagueña, y que comenzaron por la figura de la escritora
norteamericana Jane Bowles, a la que conocí por mediación de mi
mujer Manuela hace ya muchos años. Un conocimiento que se transformó en
devoción y que nos llevó años más tarde a visitar el cementerio de la ciudad
donde estaba enterrada en una de las paradas de nuestro viaje de novios por
Andalucía. Llegado a este punto de mi discurso, cuando referí que más tarde
visitaríamos su tumba, ahora sí, instalada en un lugar preferente del actual
cementerio histórico de San Miguel, los allí presentes, encabezados por la
Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Málaga me hicieron la observación de
que los restos de Jane Bowles habían sido trasladados al cementerio
inglés, muy cercano a donde se celebraba el acto de la entrega de premios
(Museo del Patrimonio Municipal, sito en el Paseo de Reding, 1) y que la lápida
había sido desmontada. Ante la extrañeza de tal aseveración por parte de Manuela
y mía, al acabar el acto decidimos acercarnos al cementerio Inglés para tomar
razón de ese nuevo enterramiento. Hecho que no se había producido, según
pudimos comprobar en el listado de personas enterradas en dicho recinto, entre
los que sí se encontraba, por ejemplo, Gerald Brenan. No
conformes con eso, decidimos ir al día siguiente (tal y como teníamos previsto
desde un principio) al cementerio de San Miguel, donde pudimos comprobar de
primera mano que Jane, sus restos y la hermosa lápida negro
grafito de 1.500 kilos de peso en la que están inscritas las palabras con las
que el escritor norteamericano Truman Capote la definía: “Cabeza
de gardenia”, sigue allí donde debe de estar, pues no hay nada más penoso para
un difunto que no permitirle descansar en paz; una paz exenta de traslados
caprichosos y del todo injustificables por las corrientes políticas de turno. Jane
Bowles sigue siendo una de esas grandes olvidadas de la literatura que,
sin embargo, para todos aquellos que conocemos su obra siempre sabremos que su
genialidad es la de los grandes; y no sólo eso, pues su figura comienza a ser
tan alargada o más que la su reconocido marido Paul Bowles, una
persona con muchas más dobleces que la directa Jane, Jenny
para Emilio Sanz de Soto-Lyons, que, si bien es verdad que no
pudo disfrutar con total claridad de la hermosa luz de Málaga, seguro que su
alma llegó a encontrar esa especie de calma de la que no logró disfrutar a lo largo
de su vida, ya fuese por su madre, su marido, las drogas, el alcohol o Cherifa
(un Satanás con forma de mujer), pues ninguno de ellos la ayudaron a compaginar
literatura y vida de una forma armoniosa. Málaga, para ella, más allá de la
clínica de reposo Los Ángeles y los tratamientos de electroshock a los que la
sometió el doctor Ortiz Ramos, fue ese lugar que requiere del
silencio y el recogimiento para llegar a percibir el verdadero sentido de la
vida, ése que los espíritus atormentados necesitan para llegar a ver la luz que
se esconde detrás de la línea del horizonte.
Ateniéndome a la razón que esta vez me llevó a la Ciudad de la
Luz, puedo expresar que, Tragedia, redención y fortuna de La Tumbacristos
es un relato que se asemeja a un tríptico, cuyas diferentes tablas nos muestra
cada una de las posibilidades por las que el ser humano puede pasar a lo largo
de su vida, y que en sí mismas, son como esas fotos fijas que simbolizan lo
mejor y lo peor de nosotros mismos. Con él, yo también he querido rendir un
modesto homenaje a todos los grandes y pequeños olvidados del mundo como he
explicado antes, pero también, he querido dejar un rayo de esperanza suspendido
en el aire que, a modo de espada mágica, nos sirva para tocarnos el corazón y
recordarnos que aunque no seamos ni conocidos ni famosos sí somos los
verdaderos y auténticos protagonistas de nuestras vidas, algo que nunca
deberíamos olvidar, porque eso es lo que en verdad importa.
Ángel Silvelo Gabriel.
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