Ojos que son como cuevas donde esconderse. Chorros de agua como signos de la fertilidad que marcha libre por nuestras vidas. Y miedo, mucho miedo, porque todos necesitamos encontrar la redención de nuestras almas y buscar el difícil equilibrio de la balanza: "en un lado todo el daño, todo lo bueno en el otro... pero tú nunca en el centro siempre haciendo algún destrozo, yo ya no puedo coserme, ni enmendarme, ni quererme./ Ahora da la sensación de que todo está en mi venas, circulando en mi interior, retorciendo mis arterias...". Y en el fondo, la soledad como única compañera de esa decisión que nos volteará la vida. Luego nada volverá a ser como antes, porque la inocencia se habrá marchado y ya nunca volverá a nuestro lado.
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