
Sin embargo, todo esto ya es
sabido para aquellos que en alguna ocasión se hayan acercado a la obra del
artista portugués. De ahí, que uno de los valores a destacar de este Fernando
Pessoa, Diarios, editado por Gadir, es mostrarnos la imagen del Pessoa
más joven que se va modelando poco a poco en el escritor y poeta total que
llegó a ser al final de su existencia. Los Diarios empiezan en 1906, cuando él apenas
contaba con la edad de dieciocho años y estudiaba, pero poco importa su
juventud, pues estos comienzan con la rotundidad de una persona madura: “y entonces, ¿qué es el hombre, por sí
mismo, sino un insecto fútil que zumba mientras se estrella contra el cristal
de una ventana?”; una metáfora acerca del verdadero conocimiento que más
adelante le lleva a afirmar: “algunos se
alejan de la cristalera en sentido opuesto, hacia atrás, y gritan, al darse
cuenta de que no chocan contra el cristal, que no está tras ellos: hemos
pasado”. Para añadir en el siguiente párrafo, una declaración cuando menos
sublime de lo que es la belleza y ser poeta: “soy un poeta impulsado por la filosofía, no un filósofo con cualidades
poéticas. Me fascinaba observar la belleza de las cosas y dibujar lo
imperceptible, lo minúsculo, lo que define el alma poética del universo”.
Una búsqueda de la belleza que le lleva a
decir: “el artista debe ser
hermoso y elegante, porque quien admira la belleza no debe carecer de ella…
¿quién podría, al observar los retratos de Shelley, de Keats, de Byron, de
Milton o de Poe, dudar de que fueron poetas? Todos eran hermosos, todos eran
queridos y admirados, y conservaban la calidez de vivir y la alegría divina,
tanto como le es posible a un poeta, o a cualquier hombre”.
Más allá de la belleza, Pessoa
siempre tuvo una innata inclinación hacia lo misterioso; una cualidad de su
personalidad que más adelante le llevaría hacia la astrología, el ocultismo, el
misticismo y la masonería. Un rasgo que se deja traslucir perfectamente en este
declaración de 1907: “el primer alimento
literario de mi infancia fueron los numerosos relatos de misterio y horribles
aventuras. A los libros que se suelen llamar infantiles y tratan de experiencias
emocionantes nunca les presté atención. Nunca me identifiqué con la vida
saludable y natural. No me fascinaba lo probable sino lo imposible, y no lo
imposible por grado, sino por naturaleza.
Mi infancia fue tranquila, mi educación adecuada. Pero desde que tengo
conciencia de mí mismo, he percibido en mí una tendencia innata a la mistificación,
a la mentira del arte. Añádase a esto un gran amor por lo espiritual, por lo
misterioso, por lo oscuro, que, después de todo, no es sino una variante de ese
primer rasgo de mí mismo, y mi personalidad queda completamente descubierta
ante la intuición”.
Intuición o no, Pessoa
a lo largo de su vida fue describiéndonos una ruta hacia ese aislamiento final
que presidió sus días, repartidos entre los cafés, su afición al aguardiente, su
falta de dinero que, a veces, le dejaba sin comer o sin cenar y sin amigos con
los que discutir. Una impermeabilidad que se refleja muy bien en esta frase: “todos mis libros son obras de referencia.
Sólo leo a Shakespeare para consultar la problemática de Shakespeare. Lo demás
ya lo conozco.
He descubierto que la lectura es una forma de soñar esclavizada. Si he
de soñar, ¿por qué no soñar mis propios sueños?”
En definitiva, Fernando
Pessoa, Diarios, es una magnífica muestra de todo aquello en lo que el
autor portugués ahondó a lo largo de su vida, es decir, en ser y en
transformarse en el más puro y diáfano reflejo de sí mismo.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario