martes, 10 de junio de 2014

VETUSTA MORLA EN LA RIVIERA DE MADRID: VEINTIDÓS RAZONES POR LAS QUE, LOS COLECCIONISTAS DE SUEÑOS, REINAN EN LO MÁS ALTO DEL INDIE


 
Directos y reivindicativos, intensos y convincentes, envolventes y entregados, así salieron Vetusta Morla el pasado sábado 31 de mayo al escenario de La Riviera en Madrid. Un ruedo en el que parecía que estaban tomando la alternativa, pues, una vez más, se vaciaron al máximo sin dejar una gota de su esencia y su música en los camerinos. La presencia de la que hacen gala, Vetusta Morla, sobre los escenarios, es tan impactante como demoledora, y se sustenta en ese huracán sonoro del que se dotan a la hora de interpretar sus temas en directo, con un Pucho en plan maestro de ceremonias que nos deja sin aliento en cada una de sus interpretaciones, pues lo da todo cual guerrero antes de morir. Además, ahora, se hace acompañar de unos movimientos muy a lo León Larregui, que no hacen sino aumentar la sombra de su pedestal. Una cobertura musical, la del grupo madrileño, que se complementa con una concepción estética que, aunque en apariencia nos parezca sencilla, es tan efectiva y demoledora como su música, y más que eso, porque define muy bien el concepto global que Vetusta Morla da a sus directos. Ellos sí son conscientes de la importancia de sus conciertos, y por ello, no dejan ningún detalle al margen. Los coleccionistas de sueños reinan en lo más alto del indie, y ellos lo saben, de ahí que su nombre y su música ya vayan anexos a otros muchos conceptos que sobrepasan lo estrictamente musical, como por otra parte, ya hicieron otros grupos con anterioridad, aunque bien es cierto que en este ámbito, los anglosajones se llevan la palma a la hora de acumular movimientos musicales que, en el caso de los Vetusta, podríamos denominar: “hay esperanza en la deriva”, cual rayo de luz en mitad de las tinieblas.

 

El concierto de La Riviera se forjo a través de veintidós cañonazos, en los que cada canción se comportó como si fueran las entrañas de un animal portentoso y oscuro que nos atrapa para no soltarnos. Esa energía es, sin duda, lo más parecido a un duende que nos ronda los sentidos desde que comenzamos a escuchar La deriva y su sonido envolvente, y que continuó al sonar las primeras notas de Fuego, con un escenario inundado de una potente luz roja mientras que los seguidores del grupo cantan, al unísono y al completo, la letra de este himno con Pucho, que hasta el cuarto tema no se dirigió al público para decirles eso de: ¡Buenas noches, Madrid y gracias por acompañarnos! En primer lugar, queremos agradeceros la confianza que le disteis al disco cuando todavía no había salido publicado… y hoy os queremos devolver esa confianza. Una voz, que se convierte en coro, cuando Pucho pregunta eso de: ¿qué haríais si al despertar hubiese un insecto en la pared?, y así una canción tras otra, con un público tan entregado como el grupo, en el que no asomaba ninguna muestra de desaliento por mucho que el frontman de Tres Cantos les dijese eso de: “no era yo el que viste caer” mientras unas luces de emergencia se adueñaban de las tablas del escenario.

 

Poco a poco sonaron, entre otros temas, Cuarteles de invierno o Maldita dulzura, con el que desaparece el telón del fondo, para de esa forma, dejar al descubierto la gran pantalla de leds donde se reproducen múltiples imágenes. Momento en el que La Riviera se funde en una sola voz: “hablemos de polvo y herida, de lo que quieras pero hablemos, de todo menos del tiempo… hablemos para no morirnos”. Una proclama que deviene en puro combate cuando en la siguiente canción nos dice: “la misma pared, el mismo folio en blanco, las cartas de amor del banco”. Y casi sin darnos cuenta llegamos a un leve respiro cuando Pucho se enrosca en sí mismo antes de decirnos: quiero dedicar esta siguiente canción para los que por unos u otros motivos se han quedado sin casa y para aquellas lágrimas que no aparecen en las pantallas… “alto, he visto llegar a cientos de soldados… tienen un encargo”. A continuación, Copenhague y Las salas de espera suenan fundidas, y las sigue Valiente, a un ritmo casi de blues con las cuerdas de las guitarras como protagonistas: “tras de ti una escena y mil… yo no voy a ayudar lo mejor o peor… hago lo que yo hago”, y Pucho se para y la gente canta y rompe definitivamente el tema en un salto colectivo infinito y enloquecido al grito de: “ser valiente no es solo cuestión de suerte”.

 

Esta especie de delirio se trastoca cuando suena Tour de France, pero sin embargo,  vuelve a profundizarse cuando se empiezan a escuchar las notas de La cuadratura del círculo: “he pintado otras veces tu habitación, no me convence este color… Buenos Aires, Argentina, no llores”. Y suena tan estirada y atmosférica que casi no se la reconoce respecto a la versión original, pues esta vez se transforma en una tormenta psicodélica de una intensidad sin igual. ¡Nos vamos, Madrid!, nos anuncia Pucho tan desenfrenado como el público y bañado en sudor: “y los anfitriones piden taxis… los periodistas tratan de… serán testigos presenciales”, “y fuera no hay nadie, no el sheriff ni el alcalde”. Letra de Fiesta mayor que, sobre el escenario, es pura adrenalina, y un bosque de palmas arriba con Pucho exhausto.

 

Antes de comenzar con el primer bis, el público corea un interminable “lo, lo, lo… la, la, la” con las palmas todavía arriba, hasta que suenan las notas de Una sonata fantasma: “dan las seis, marcos, tazas, niebla en el café, frío en los pies, briznas de polvo lunar” que empieza muy tranquila hasta que se rompe en una calma tensa que planea sobre los asistentes como una lluvia de deseos. Y de ahí, pasamos a Sálvese quien pueda: “puedo volver, puedo callar, puedo… hay tanto idiota ahí fuera” una versión distinta a la que conocíamos, con unos teclados psicodélicos como protagonistas, a los que se le unen unos ecos distorsionados. En definitiva, un precalentamiento para lo que se avecinaba: “voy a hacer inventarios de pánico… no hay dolor, no hay dolor”. Ritmos tribales los de El hombre del saco, que atraviesan los corazones de los fans para convertirse en un rap en el turno de los largos agradecimientos, excusa para regresar a ese concepto de deriva: “hay derivas… hay que volar, hay que soltar, sin miedo, sin miedo… no hay miedo... hay esperanza en la deriva, nosotros confiamos en las personas”, nos recuerda Pucho, mientras su voz deviene en un: ¡tómalo, tómalo…! que llega hasta el infinito.

 

En el segundo bis, de regalo, suenan Los días raros: “ábrelo despacio, dime qué es, dime si hay algo… un manantial… quién iba a decir que sin carbón no hay Reyes Magos”. La intensidad regresa a La Rivera con un oh, oh, oh inmenso que nos deslumbra el alma en un ciclón interminable de reflejos brillantes que no hacen sino crearnos una falsa sensación de ser dioses por un instante. Una magia que continúa después de que el grupo abandone de nuevo el escenario y los aplausos y los coros sigan entre los asistentes, la mejor muestra de que hoy por hoy, los coleccionistas de sueños, reinan en lo más alto del indie.

 

Ángel Silvelo Gabriel.

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