jueves, 27 de abril de 2023

RAFAEL PEÑAS CRUZ, KEATS NOW: LA PURIFICACIÓN DE LA IMAGINACIÓN A DÍA DE HOY

 


¿Qué sentido tiene en la actualidad reivindicar la poesía de un poeta muerto hace más de doscientos años? ¿Cabe quizá la esperanza de que, la melancolía inalcanzable de su obra, nos lleve a ese lugar donde la incertidumbre y el misterio coronan a la vida? La inteligencia artificial (IA) nos amenaza con la tiranía de una tecnología que socava nuestra imaginación y la posibilidad de explorar algo tan genuino y humano como es la libertad. ¿Merece la pena vivir sin libertad? ¿Sin un verso como éste: la belleza es verdad, la verdad belleza, eso es todo lo que sabes de este mundo, y todo lo que necesitas saber? Keats, de nuevo, se levanta desde su tumba sin nombre del cementerio acatólico de Roma para decirnos que la naturaleza es superior a la máquina. A esa revolución industrial a la que él se enfrentó cuando ensalzó al hombre del Renacimiento. El hombre como centro de un mundo pleno de sensaciones: «¡Ah, por una vida de Sensaciones más que de Pensamientos», dejó dicho y enmarcado. Ahí, es donde nace su capacidad negativa como posibilidad de pérdida de la identidad real y de convivencia con el misterio. Y ese corolario es el que rescata Rafael Peñas Cruz en esta traducción de sus poemas y odas al que ha denominado como Keats now. Keats, como fuente de un conocimiento que se rebela contra un mundo únicamente gobernado por la razón. Un mundo que también se puede explicar a través de la imaginación, la sensación y la emoción. 

Rafael Peñas Cruz ha traducido y editado, de nuevo, en una edición bilingüe en inglés y español casi todos los poemas de su último de poemario, Lamia, Isabella, La víspera de Santa Inés y otros poemas (1820), a los que habría que añadir La Belle Dame Sans Merci, y el que cierra el libro: Al descubrir por primera vez el Homero de Chapman. Y, la excusa para hacerlo, no es otra que celebrar el bicentenario de su muerte en 1821, año en el que no se publicó este libro por el COVID, una enfermedad infecciosa como la que padeció el poeta —tisis— y que acabó con su vida en Roma el 23 de febrero de 1821 (a pesar de que en su tumbar aparezca como fecha del óbito el día 24, un error propiciado por la burocracia italiana y la hora de la muerte del poeta). Y que, además, como es el expreso deseo del traductor y editor también quiere que sirva de homenaje a la hermana pequeña del poeta, Fanny Keats, que adoptó el nombre de Fanny Llanos tras contraer matrimonio con el exiliado español Valentín Llanos, lo que nos sirve de perfecta excusa para entablar la conexión española con el poeta inglés. Una conexión que, en la actualidad, tiene como máximo representante y adalid de su obra a Guillermo Paradinas Brockmann, auténtico guardián del legado español de Fanny Keats, y de todo aquello que se publica entorno a la familia en cualquier parte del mundo. Una labor que, de una forma incomprensible, no está reconocida como se merece. 

Leer a Keats es volver a la esencia del ser humano. A contemplar la belleza: «Algo bello es un goce eterno» —como nos recuerda el primer verso de su poema épico Endymion—, y hacer de ella una defensa del alma humana. Aquella que todavía permanece pura. En completa conexión con una naturaleza que le permita llegar a experimentar «un rapto espiritual activo en todo el universo... este estado supremo lo entiende el poeta como una “eterización” de la naturaleza, el viejo éter del que tantos poetas antiguos hablaron y que ahora Keats utiliza como representación de su propio concepto de poesía» (en palabras de Alejandro Valero, traductor de la obra de Keats), porque como nos dice Rafael Peñas Cruz en el prólogo de Keats now: «La poesía de Keats quiere hacernos conscientes de los males que nos aquejan, pero lo hace sin sermonear y sin usar construcciones manidas. La sensualidad física de sus imágenes es una representación de lo que él cree necesario para encontrar nuestra verdad… Es una poesía que utiliza la fuerza de la imaginación no como escape de los males del mundo, sino como compromiso con él, a fin de configurarlo como un lugar mejor, más justo, más hermoso y más veraz, ofreciéndonos la posibilidad de redención por medio de esa belleza». En este sentido, tal es el poder intrínseco de los versos del poeta que, como nos apunta el propio Peñas en el apartado Notas del traductor: «Traducir implica una afinidad electiva entre la voz del poeta original y la del traductor. Así, siento que no fui sólo yo quien eligió traducir estos poemas, sino que fue el mismo Keats quien me eligió a mí… un largo proceso de conocimiento e identificación, una lenta concordancia de mi alma con la del gran poeta romántico». Una extraña sensación de ingravidez que hemos sentido muchos de los que no hemos acercado a la vida y obra del poeta romántico. Lo que, sin duda, es una forma de explicar la traslación de la obra poética de Keats al momento actual, lleno de incertidumbres como el que él vivió y, que desgraciadamente, la tuberculosis no le dejó acabar de plasmar. Él pidió diez años para culminar su obra poética, y sólo le fueron concedidos cinco (1814-1819) desde la aparición de su primer libro, Poems, hasta la cumbre que representan en la lírica inglesa sus Odas. Una interrupción que está remarcada en el epitafio de su lápida: «Aquí yace Uno, cuyo nombre está escrito en el agua». 

Ángel Silvelo Gabriel

miércoles, 19 de abril de 2023

STEFAN ZWEIG, POESÍA COMPLETA: VERSOS NACIDOS DE LA PASIÓN POR EL LENGUAJE


 

Amor y deseo unidos por la melancolía de lo no poseído. Ensoñaciones del cuerpo que no conocemos. De la virtud que nunca allanaremos. Del impulso de llegar a amar por encima del miedo. A nosotros. A lo desconocido. Al otro. Estos versos nacidos de la pasión por el lenguaje, que no de la experiencia, son con los que Stefan Zweig comenzó su carrera literaria. Poemas sumergidos en el oxímoron que en sí mismo supone la evocación de la nostalgia hacia aquello que aún no se ha vivido. El amor. El sexo. La pasión sin resolver. Pasión anhelada. Encriptada. Y resuelta muchas veces mediante metáforas que envuelven a la naturaleza en un embelesamiento de lujuria léxica que no carnal. Una pasión que, además, se desplaza junto a versos de auto conocimiento. Una silueta de formas sin resolver, que es la de la que se que compone su primer poemario, Cuerdas de cristal, que como muy bien nos apunta Gonzalo Torné en el prólogo: «...la clave parece estar en esa cuerda de plata con la que el poeta se refiere a su propia sensibilidad, rasgada por los embates de la experiencia mundana y por los sueños oníricos. De cada encuentro, un roce; y de cada roce un canto.», tal y como sucede en el poema Nocturno: «Mira, la noche tiene cuerdas de plata/ tensas sobre los sueños de la siembra,/ suaves y temblorosos sones se deslizan/ sobre el aliento de la tranquila campiña/ hacia lejanos y radiantes horizontes.» Aquí, la poesía inicial de Zweig representa a un vehículo con el que llegar al deseo. Tierno. Jovial. E inocente, por su falta de belleza y un simbolismo que se recrea en la nostalgia de lo no vivido, lo que nos traslada al mundo de los sueños, y a ese mundo de ayer que caracteriza  a esta primera obra poética del escritor austriaco. Muchos de los versos de Cuerdas de plata expresan la vitalidad o cadencia juvenil del éxtasis por la vida. Un leitmotiv que Zweig expresa mediante las figuras del nuevo día, la llegada de la primavera, o la noche preñada de múltiples posibilidades como expresa en el poema Ahora sé…: «Ahora sé quien teje en mis noches/ esa dichosa luz,/ pues el esplendor de ese rostro de ensueño/ no revela sino tu amado semblante,/ que las bendice de forma tan sencilla y profunda/ que dejan de ser noches y se llenan de sol.» 

Algo parecido es lo que ocurre en Las coronas tempranas, un poemario fechado en 1906, cuando Stefan Zweig cuenta con la edad de veinticinco años, y en el que ahonda en la necesidad de satisfacer el éxtasis del amor carnal que, en su caso, sólo se traduce en palabras. En este sentido, la necesidad de satisfacer el más íntimo de los instintos está caracterizado por el freno que ejerce una sociedad cerrada como la vienesa, donde el ambiente claustrofóbico y angustioso de un gran número de sus poemas son el elemento represor de la libertad individual. Y cuyo mejor ejemplo sería el poema titulado como La noche de la gracia. Una ronda de sonetos en la que asistimos a un extenso e intenso trance amatorio desde su inicio insinuante hasta su ingenuo final, de nuevo varado en imágenes donde la naturaleza recobra el protagonismo: «II. Entonces la abandonó: “No voy a seducirte./ Sé solo mía cuando ya lo seas del todo./ No quiero aceptar ni uno solo de tus regalos./ Dame tan sólo lo que ya me pertenecía.  […] VI. En esta noche, no obstante, se le dio la gracia/ de percibir el mundo como por vez primera./ En senderos resplandecientes atisbó las estrellas,/ barcos a la deriva en la antesala del cielo… Y como un niño que al mundo despierta,/ tomó de estas gentiles manos de muchacha/ un resplandor renovado que siempre fue suyo.» 

En Nuevos viajes, publicado en 1924, aunque el amor y su éxtasis carnal sigue siendo tratado por el escritor austriaco, su mirada se vuelve más amplia y de cierta forma lo abandona, para llegar a situaciones o temáticas más afines a aquellas por las que ha pasado la historia de la literatura, como son: la lucha por la libertad y contra los nacionalismo, por ejemplo. Un fanatismo que recrea con gran realismo, crudeza y acierto en el poema titulado El mártir. Aquí su poesía ya no es una prolongación del Romanticismo: «En silencio se van colocando,/ todo está inmóvil, la piedra los fulmina./ El teniente lee la sentencia./ Muerte por traición. Con pólvora y plomo./ ¡Muerte! Como un disparo/ la palabra golpea sus corazones.» Aquí ese mundo de ayer que tan bien representa la sociedad vienesa del principios del s.XX deja de existir y da paso a un mundo atroz, cuya violencia no entiende de barreras. Un mundo alejado de ese otro que Zweig soñó en su juventud. Un mundo apegado a la pasión por un lenguaje encadenado a la melancolía de aquello que no llegó a ser. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 5 de abril de 2023

MANUEL MOYA, PESSOA, EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS: UNA EPOPEYA SOBRE LA POSIBILIDAD DE LO IMPOSIBLE

 


¿De qué estamos hechos? De cuerpo y alma. De opacidades y sombras. De realidades y sueños. De miradas y sus reflejos. Y, a pesar de todo, ¿qué somos?, quizá sólo seamos el polvo que se lleva el viento, o la soledad que nuestra muerte deja en nuestros seres queridos. ¿A quién cabe la destreza de avanzar por la difusa línea que marca la imposibilidad de lo posible y transformarla en una epopeya sobre la posibilidad de lo imposible? Quizá a nadie. Quizá a unos elegidos. Quizá a esos dioses perdidos que muy de cuando en cuando se convierten en hombres de carne y hueso. ¿Qué fue Pessoa entonces, el hombre de los sueños, o un sueño escondido bajo un mapa de sensaciones? Bajo esta geografía donde siempre hay una batalla que ganar, aunque siempre se pierda, transita esta extraordinaria e inigualable biografía de Manuel Moya sobre Fernando Pessoa. Un mundo de mundos en el que escritor onubense emplea el espacio geográfico y biográfico de Pessoa y su querida Lisboa: «Lisboa con sus calles de varios colores», para crear una literatura de alto nivel y acercarnos la figura del hombre de los sueños. Y lo hace con una prosa trazada con un estilo limpio, directo y universal dotado de las virtudes de una metaliteratura con la que consigue encumbrar al biografiado a la categoría de mito. Desde su nacimiento el 13 de junio de 1888 en Largo de Sâo Carlos —frente al teatro del mismo nombre donde comenzó su particular teatro de voces mientras escuchaba a una niña tocar el piano, y donde fue feliz hasta la muerte de su padre— hasta su muerte el 30 de noviembre de 1935 en la clínica de Sâo Luís dos Franceses a poco más de un kilómetro del lugar donde vino al mundo, Manuel Moya recorre con una pulcra exactitud, llena de certezas, el retrato completo de un personaje sumergido hasta este momento en las falsas creencias o inexactitudes que rodearon a su vida. Una vida, bien es cierto, llena de lagunas que, sin embargo, en El hombre de los sueños, van cayendo una tras otra hasta dibujarnos con total claridad la vida y la obra de un Pessoa, si no distinto, sí más cercano, pues el estudio, el trabajo y la mirada de Moya nos ayudan a vislumbrar las sombras que teníamos del poeta portugués con un extenso y detallado recorrido por su vida y su obra, lo que da como resultado el retrato completo de una de las figuras literarias más importantes del s.XX. Gracias a Moya derribamos esos falsos axiomas que pendían de un Pessoa mucho más pegado a la vida cotidiana de lo que siempre se nos había hecho saber, o con una trayectoria de publicaciones mucho más extensa a lo largo del tiempo de la que siempre se ha alardeado. Y, con ello, conseguimos situar mucho mejor su obra en el espacio-tiempo en el que vivió. Un espacio-tiempo que va más allá de su leyenda posterior. En este sentido, la vida de Pessoa también es retratada desde las turbulencias políticas que registran muy bien la época tan convulsa en la que le tocó vivir, y que además, nos proporcionan otro de sus elementos vitales más característicos: la contradicción. Una contradicción cimentada a través de sus paradojas, únicas e inigualables, como única e inigualable fue su renuncia a la vida y al amor en pos de su obra literaria, tal y como le confesó por carta a Ophelia el 29 de noviembre de 1920: «Mi destino pertenece a otra Ley […] y está cada vez más supeditado a la obediencia a Maestros que no condescienden ni perdonan». 

El hombre de los sueños es una aventura. Un viaje. Una encrucijada de fechas y vidas. De falsas creencias e inexactitudes que dan paso a un horizonte limpio de prejuicios y lleno de sensaciones. En este libro-mundo cabe todo. Un pormenorizado análisis de las obras del poeta lusitano. Un estudio y clasificación de los diferentes ismos que aparecieron a lo largo de su vida y en los que participó el autor de Mensagem: saudosismo, paulismo, decadentismo, interseccionismo..., o a los que dio luz. Una luz y una vida que se siempre transitó en la frontera entre sueño y realidad, porque esa fue la dualidad que marcó su vida: lo deseado y lo conseguido, tal y como nos recuerda su amigo António Cobeira: «Lo natural existía en función de lo sobrenatural, a lo que estaba indisolublemente unido por una interminable cadena de vacilaciones. Fernando Pessoa no era tanto un filósofo como un sutil discriminador de detalles, un observador de líneas recónditas, un pionero de caminos altos, astrólogo o alquimista, mago o divino, perdido en la luz meridiana del siglo». De esa necesidad por encontrar su propio yo nacen sus múltiples heterónimos; una lista que Moya nos apunta con gran detalle a lo largo del libro, en el que realiza un pormenorizado estudio de los tres más importantes: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro Campos, cada uno de  ellos con vida y voz propia. Heterónimos mediante los que Pessoa armonizó el drama em gente que le acompañó toda su vida —un estado mental que como nos apunta Moya esboza la influencia de Shakespeare, al que por cierto, consideraba como un igual—. Ellos nacen en su noche triunfal del 8 de marzo de 1914, aunque como muy bien nos sugiere Moya ésta pudo producirse en un período de tiempo más extenso y no tan acotado. Para trasmitir la importancia que los heterónimos tuvieron en la original obra del poeta portugués, el escritor onubense nos apunta lo siguiente: «Caiero va a cambiar el sentir y el pensar de su hacedor. Sin él, Pessoa sería un poeta sin mundo propio, sin revelación. Caeiro es el maestro, el mástil, la cantera de la que construir su edificio.» 

Pessoa extenso. Inaccesible. Poliédrico. Contradictorio. Monárquico y liberal. Pessoa, el todo y la nada. La fortaleza del sueño y la debilidad de la vida real. Amor y vida. Poesía y muerte. Todo cabe en él y nada parece real, pues todo se nos antoja producto de un sueño. Orpheu, Su relación con Mário Sá-Carneiro. El nacimiento de sus tres heterónimos más importantes. Su ajetreada vida social hasta la muerte del amigo Sá-Carneiro que lo lleva a un profundo aislamiento. El deterioro de la madre y su posterior muerte. Ophelia. Magde... En esta extensa e imprescindible biografía-ensayo, su autor también nos proporciona una buena muestra de las múltiples publicaciones, sobre todo en revistas, que Pessoa realizó a lo largo de los años, desde la inicial A Águia, pasando por la mítica Orpheu, o las posteriores Presença o Contemporânea, por poner algunos ejemplos, son las muestras más visibles de una obra diseminada en el tiempo y en la precariedad de los soportes que la sustentaron, si exceptuamos Mensagem o el Libro del desasosiego. En casi todas ellas, sin embargo, hay un elemento unificador: su faceta polemista, que se inicia ya en A Águia: «...esa vocación polemista que desde los artículos de A Águia lo persigue. Recordemos la agria polémica de Campos en la caída del tranvía de Afonso Costa, en 1915; el violento “Ultimátum”, también de Campos, en Portugal Futurista, a finales de 1916; los artículos en Acçâo, en 1920. Lo seguirá haciendo con la publicación Interregno, en 1928, y con la polémica acerca de las sectas secretas, en 1935.» 

Una vida, la de Pessoa, que experimenta una vertiginosa cuesta abajo tras la muerte de la madre, que no así su obra literaria, muy intensa en los últimos años, en los que prefirió seguir escribiendo a organizar lo ya escrito y almacenado en su famoso arcón. Gracias a ese ímpetu tardío vio la luz Mensagem, aunque fuese tras la polémica que rodeó a la concesión del Premio Antero de Quental 1934 en su categoría de poema. Tras esa penúltima polémica, Pessoa se sabe y se reconoce al final del camino. Un trecho que Manuel Moya nos vuelve a hacer visible de una forma portentosa y muy literaria, como ya hizo en su inolvidable Lluvia oblicua, una magnífica novela en la que recrea los últimos días del portugués. Días gobernados por las sombras, y una vida que ha dado paso a una fama póstuma que no deja de crecer día tras día.                                        

Pessoa y sus múltiples voces. Pessoa y su profunda materialización del alma. Alma diseccionada en realidad y sueño. El hombre de los sueños, como muy bien se titula esta biografía-ensayo, se nos presenta como una epopeya sobre la posibilidad de lo imposible. Y, quizá, su heterónimo Ricardo Reis, supo expresarlo como ningún otro: «Para ser grande, sé entero: nada/ tuyo exageres o excluyas. /Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/ en lo mínimo que hagas/ Por eso la luna brilla toda/ en cada lago, porque alta vive.» 

Ángel Silvelo Gabriel.