domingo, 31 de mayo de 2020

ELIZABETH SMART, LOS PÍCAROS Y LOS CANALLAS VAN AL CIELO: LA VOZ QUE SURGE DEL DESTIERRO


Buscar un sentido al destierro que supone marchar lejos de la felicidad que una vez se apoderó de nuestras entrañas, es tan duro como admitir que: «No hay gas; no hay calefacción, apenas hay comida». En ese terreno de olvidos y ausencias es en el que se desarrolla esta novela. Una historia de imágenes y voces que se abren paso a través de la penumbra que significa hacerlo bajo la soledad y el amor del que siempre espera aquello que nunca llega. Esa soledad que, para Smart, supone la de no tener amigos, o con quien hablar, o a quien confiarle sus pensamientos y naufragios. Resultado de todo ello es Los pícaros y los canallas van al cielo. Una voz que surge del destierro. Un destierro de hambruna y necesidades tras la Segunda Guerra Mundial al que ella se enfrenta sola, con sus hijos. Aquellos que surgieron de esa pasión a destiempo y a plazos con George Baker: su obsesión y su propia tumba. A través de una poética prosística, Elizabeth Smart nos vuelve a plantear aquello que surge de su interior de una forma apasionada, libre y sin tapujos. Sus estados anímicos y sus pesadillas se abaten sobre las páginas de esta novela de una manera contundente. Una novela que va creciendo desde la angustia del silencio y el olvido a la esperanza de haber realizado bien su único y verdadero trabajo: el de madre. 

Los pícaros y los canallas van al cielo se mueve en escenarios muy delimitados como son la oficina, la casa o el pub. Lo que no supone un obstáculo para Smart a la hora de expresar la cruda realidad a la que se enfrenta: «Un bolígrafo es un arma furiosa. Pero necesita una ira voluntariosa. Todo lo físico muere, pero puedes echar una mirada de disgusto al final del tiempo. Puedes manipular el brillante y distraído momento de huida eterna.» Ese ajuste con el tiempo y la vida es otra de las caras de esta historia que busca una salida una y otra vez a la existencia de una mujer atrapada en una época en la que no pudo llegar a ser ella misma. Desde una postura activista, Smart revisa muchos de los planteamientos existenciales a los que las mujeres más avanzadas de la primera mitad del s. XX se enfrentaron cuando invocaron su voz ante una sociedad que no admitía esa transformación en las normas de convivencia que representaban la libertad sentimental y sexual. Unas normas que, para aquellas mujeres, fueron una sentencia a la hora de afrontar sus destinos. 

En todo ese aislamiento físico y mental, Elizabeth Smart, con gran esfuerzo, encontró el camino de la literatura para hacer valer su vida y su talento. Un talento al que no le faltan buenas dosis de ironía, como la que ya viene implícita en el título. Un talento apuntalado en un amplio eco cultural de citas y referencias en las que apoya su narrativa. Una narrativa siempre dispuesta a sorprendernos y replantearnos la esencia de las vidas inacabadas. Vidas que emergen como la voz que surge del destierro. 

Ángel Silvelo Gabriel.

sábado, 16 de mayo de 2020

ANNE WALTER, LAS RELACIONES DE INCERTIDUMBRE: LA SUMISIÓN Y LA DEPENDENCIA DEL DESEO



Atravesar la barrera de la moral para agitar al deseo del que mira, del que pervierte, de quien acepta la sumisión y la dependencia del deseo. Recorrer los senderos que van desde la perversión al amor en relaciones de incertidumbre que se rigen por sus propias normas y sus ritos. Es en ese terreno donde las relaciones entre el pintor y la modelo se nos muestran como territorios inexplorados y vírgenes, pero también transformadores. Y donde Anne Walter indaga a la hora de mantener la tensión del deseo y la sumisión del sexo que va desde la sorpresa a la expiación de los límites entre la realidad y la voluntad del que se muestra como ser receptor de las perversiones y fantasías ajenas. «Desde el día de mi sujeción, la obra de V* se expande: “Muchachas…” a la vez temblorosas y reservadas. “Interiores…” con objetos pensativos y recogidos. Una obra tan sutil, tan pura, y que se nutre de lo más secreto de mi carne…»



Con puntos en común con “Historia de O” de la también escritora francesa Pauline Réage, sobre todo, cuando la protagonista busca su propia identidad —que para ella permanecía oculta— a través de aquello que da por amor a otro. De aquello que percibe como medio con el que satisfacer a la persona de la que se ha enamorado. De aquello que representa al cuerpo como una droga necesaria para quebrar el miedo a la pérdida, al culto o al enigma que representa romper el tabú de poseer a la persona amada. Las relaciones de incertidumbre nos descubren con una economía verbal magistral las coordenadas de una experiencia que solapa la virtud con la obsesión. El deseo con la sumisión. El amor con la pérdida de aquel a quien se ama por más que nos mostremos dóciles a la hora de consentir todos sus deseos.



Al otro lado de estas relaciones de incertidumbre está él, V*, el pintor, el artista. Silencioso. Enigmático. Perverso. Voyeaur. Obsesivo. Dominador desde el poder de su mirada. Irreflexivo desde la desesperanza de su inacción. Débil desde la incapacidad para amar o ser amado. Irreverente a la hora de abrir el pétalo del deseo de su modelo, de su amante, de su obsesión que se plasma en el relato que compone con los cuadros que esa relación atracción-destrucción genera, y en el silencio que la rodea. Todo ello, bajo la proximidad del Sena, la complicidad de un París oscuro de final de verano. Una ciudad apenas adivinada por sus cafés, el anticuario desde el que ella parte hacia un universo oscuro y vital que desconoce a dónde la llevará. Una ciudad permanente en la trastienda del deseo que se prolonga en las estancias del estudio de V* y que permanece muda ante la escenificación de unas relaciones de incertidumbre que anhelan la plasmación de un amor sin intermediarios. Amor entre el pintor y la modelo que esta vez subyace en el reflejo de sus cuadros. En las largas sesiones donde ella adormece para entregar lo más puro y vulnerable que posee: su alma.



Anne Walter que, en 1959, ya había publicado Monsieur R., regresó en 1987 a la novela tras su paso como profesional del cine, para mostrarnos con una intensidad y una síntesis arrebatadoras, un universo de tentaciones y secretos que se van despojando del miedo a ser mostrados hasta llegar a revelarnos las pulsiones de la sumisión y la dependencia del deseo. «La vida se escurre entre las palabras, las personas nos pasan volando entre los dedos; todos, cuando llega el día, desaparecemos como esos ríos de las Causses que, más lejos, más tarde, resurgirán; en fin, así lo creo.»



Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 11 de mayo de 2020

MIGUEL DELIBES, LAS RATAS: LAS MISERIAS Y GRANDEZAS DE UNOS DESTERRADOS QUE VENCIERON AL SILENCIO MÁS DURO QUE EXISTE: EL DE LOS OLVIDADOS



La ternura y la esperanza con la que un niño reinterpreta la vida se vuelcan sobre las miserias y grandezas de unos desterrados que vencieron al silencio más duro que existe: el de los olvidados. Y lo hacen, con la armonía que desprende la inteligencia o la bondad exenta del interés que posee el Nini, y que a su vez, cercena la mirada de los vecinos que necesitan combatir el miedo a la incertidumbre. Un miedo y una incertidumbre que proceden del cielo, como si todavía el mundo girase alrededor de los dioses del viento, la lluvia o la nieve. Una mitología que acentúa el poder de la ignorancia que solo se basa en la tradición de unas costumbres que fuera de esa inhóspita geografía ya no tienen razón de ser. El drama de estos olvidados de las tierras de la Castilla rural, en Las ratas, nos azota con la precisión narrativa y la versatilidad lingüística que Miguel Delibes les proporciona, de tal forma que, a día de hoy, podríamos decir que es mágica, por el componente de fenómeno asombroso que tienen. Un poder, el de la magia, que bajo la mirada siempre limpia e inteligente del Nini se nos hace presente con la misma naturalidad que transcurren los días de un pequeño pueblo que rige su existencia por el santuario, en lo que supone un nuevo ardid narrativo de Delibes, al poner por encima de todo ese universo cerrado y omnívoro, el poder de la naturaleza y su profundo amor hacia el campo y sus gentes. La señora Clo, la Sime, el Malvino, el Justito, el José Luis, Matías Celemín (el Furtivo), el Rabino Chico, El Antoliano, el Agapito, el Rosalino, el Virgilio, don Antero (el Poderoso), o el tío Ratero (el padre del Nini) son los verdaderos protagonistas de esta alegoría de privaciones y silencios, miseria y tragedias, esperanza y mitos que rige sus vidas por un azar que no existe tras el Cerro Chato, el Portón del Noroeste y el Cerro Cantamañanas. Todos ellos, accidentes geográficos de ese deslinde de la vida en el que permanecen anclados los personajes de Las ratas.



Miguel Delibes concibió este libro como la mejor manera de hacerle un regate a la censura que no le permitía denunciar la situación de abandono y miseria de las gentes de una Castilla rural que todavía permanecía sumergida en la noche de los tiempos en los artículos del periódico que dirigía, El Norte de Castilla. Y su destreza fue tal, que no solo consiguió su propósito, sino que Las ratas fue Premio de la Crítica 1962. Su particular y pertinaz lucha, y su fidelidad para con aquellos que como él mismo confesó pasaron junto a él (en su cabeza), una buena parte de su vida, no es más que el fiel reflejo de la pureza y la bondad hacia aquello en lo que uno cree. De ahí, que no sea tan extraño que un personaje literario tan bien conseguido como el del Nini pertenezca a esa nómina de héroes silenciosos que dejan huella con su sola presencia. El Nini es un Mesías, o un regalo dentro de la oscuridad y la desesperanza de todo un pueblo. Un símbolo que, en sí mismo, representa la posibilidad del cambio. Un cambio que, sin embargo, necesita no caer en el saco del olvido.



Las descripciones tan bien escritas y resueltas de la naturaleza que rodea a Las ratas son un símbolo de la pasión que el campo y la naturaleza despertaban en Delibes, gran defensor de la caza y su papel protagonista sobre los ajustes de un mundo que conocía a la perfección. Unos ajustes que en esta novela también son denunciados a través de personajes como el Furtivo, cuando no son respetados. En esta novela donde todo cabe y nada sobra, el escritor vallisoletano despliega la destreza de un ritmo que solo es controlado por el corazón vivaz y generoso de quien se sabe la voz de aquellos que no la tienen. Como diría el propio Delibes: «Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida.»



Ángel Silvelo Gabriel.

sábado, 9 de mayo de 2020

NIET!, HUMILLACIÓN: EL ARTE DE LA REPETICIÓN ACÚSTICA ENTRE VOCES CANTADAS, HABLADAS Y SUSURRADAS



Juegos obsesivos. Incontrolados. Alucinógenos. Sonidos que se desplazan sobre la base de unos teclados que asumen el eco y el papel de la oscuridad y la incertidumbre. Melodías que se abren camino a través de tiempos emocionales que son sintéticos y repetitivos como la búsqueda de la propia identidad. El arte de la repetición sobre el abismo sonoro de las voces cantadas, habladas y susurradas conforman la parálisis expresiva de Niet! en Humillación. Un álbum electrónico que experimenta con sonidos subversivos el concepto musical que, la productora tangerina, revisita en este trabajo. Nueve canciones que se mueven entre el synth pop, el slow tempo y unos sintetizadores oscuros y provocadores como la propia humillación y la noche de los tiempos que la cobijan.



La descarga de esa fuerza incontrolada que procede de las sinergias vitales de una Niet! entregada en cuerpo y alma a su concepción del ritmo y la electrónica, ya están presentes en Control, un corte que nos habla de su gran capacidad para el mimetismo sonoro que rebota en frases que desarrollan la obsesión de la repetición y se transforman en una ola magnética de siluetas impredecibles. Arriba, abajo… arriba, abajo, en una constante indeterminación de voces cantadas: «Tú no eres dueña de ti misma... Te acuerdas de eso que eres una bocazas… Bang.» Una búsqueda argumentativa que encuentra grandes proporciones de ecos que se reproducen sin miedo en Devastación, una sinfonía de intrigas y ajustes emocionales que surgen de la necesidad de expulsar los traumas que nos acechan tras cada nota que se reproduce fuera del control: «Córtale las cuerdas, déjalo sin alas… La vida se arruga como una manzana». Humillación, el tema que da título al álbum es una mezcla de suspiros y riffs electrónicos que desembocan en «No lo dejes crecer… No me puedo creer que este salto mortal no me llegue a romper». Una mezcla de sintonías que le hacen de difícil clasificación más allá de representar el código artístico que sigue de una manera muy fiel Niet! a lo largo de su último trabajo.



Bloques sonoros que siguen en Pérdida, cuya secuencia musical bien podría la banda sonora de una serie de intriga, redención y muerte, por la magnitud que posee el corte dark de su naturaleza que se propaga a lo largo de entrecortados suspiros y ecos que nos obligan a la búsqueda de la luz tras el manto oscuro que las cubren. Ese ritmo identificativo con un chill out electrónico de alguna de las composiciones de este Humillación es el que hallamos en Vértigo, un tema más luminoso en cuanto a su concepción sonora, pero igual de sintético: «A veces pienso que mi vida es un reloj… O es un sobre cerrado sin abrir». Alucinaciones repetitivas de la soledad y la propia identidad que se intensifican con los ecos de un triángulo sonoro persistente y caprichoso.



Percusiones salidas de las entrañas soñadas en una noche sin luz. Noche de enigmas sin solución ni remordimiento. Noches de sintetizadores rompedores, líricos y provocadores como los que conforman la melodía de Innombrable uno de las canciones de este álbum que de una forma adictiva se queda pegada a nuestro particular latido musical. Metáforas que se resguardan o cobijan en Humillación, el tercer disco de Niet!, su séptimo si sumamos sus álbumes grabados como Hypersunday. Un trabajo repleto de simas y cumbres. Ritmos acompasados y destructivos. Almas rotas repletas de experiencias y emociones indescriptibles que, por arte de magia, se convierten en testimonios sonoros en forma de canciones: «Adiós, me voy… Adiós les dejo con el nombre del cabrón que hizo suya mi canción… Adiós, adiós, adiós».



Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 7 de mayo de 2020

IRÈNE NÉMIROVSKY, SUITE FRANCESA: LA VERDAD QUE SOLO CONOCE EL CORAZÓN



El fantasma que se apodera de nuestras vidas en la tragedia. La difícil decisión que supone renunciar a la forma de vida que llevamos hasta que nos damos cuenta, demasiado tarde, de que no hay vuelta atrás. Y el miedo que nos persigue en esa huida hacia lo desconocido, son solo parte de ese gran caleidoscopio de situaciones, vidas y sentimientos que recorren esta novela-mundo. Una novela-mundo que nos retrata a la perfección esa faceta en la que tan mal nos desenvolvemos: la incertidumbre. Una incertidumbre que nada más que nos proporciona caos, miedo y un instinto de supervivencia que acaba por destruirnos. Si las guerras en el s.XX fueron la máxima representación de la barbarie que el ser humano es capaz de producirse sobre sí mismo, las pandemias parecen serlo de este s.XXI recién comenzado, lo que nos demuestra que  estamos condenados al fracaso, porque nunca seremos capaces de admitir nuestros propios errores. Sin embargo, ese caos que nos proporcionan ambas, nos habla de la contemporaneidad de esta gran novela y de las duras condiciones en las que fue concebida.



Suite francesa es el resultado de ser parte de la tragedia, y de la capacidad que su escritora tuvo a la hora de alejarse de ella y plasmar en un cuaderno una parte de la historia de la Humanidad. Una historia a la que solo cobijaron las manos de quien la escribió y las hojas de los árboles sobre las que se asentó y protegieron cada mañana cuando se aislaba de la realidad y se sumergía entre árboles y pájaros como mejor refugio a modo de un fino manto que recubre la verdad que solo conoce el corazón. Una verdad que se fundamenta en la pericia, el trabajo y la percepción de ese mundo que se derrumba delante de nuestros ojos, de una gran escritora. Esa sangre y ese desaliento propio de aquello que está condenado a dejar de ser, se entremezclan con un lirismo exento de sentimentalismo que recubre a las dos partes —de cinco— que la gran escritora ucraniana Irène Némirovsky llegó a escribir de su particular Guerra y paz. Una novela-mundo que busca en la narración indirecta a través de sus múltiples personajes el retrato de una época, de un mundo y de una guerra que cambió la forma de entender la vida, si eso llega a ser posible incluso tras la más grande de las tragedias. Una duda que la narradora ucraniana nos presenta con gran lucidez y capacidad de observación a través del alma humana de cada uno de sus personajes, ya pertenezcan éstos a la burguesía, o sean pobres o ricos. La deshumanización que conlleva toda guerra es retratada por Némirovsky con grandes dosis de una literatura imperturbable al paso del tiempo. Esa consistencia rocosa y tenaz, convierten a Suite Francesa en la gran obra de su vida. Una obra en la que la grave situación personal en la que fue escrita no hace sino engrandecer aún más a una novela que dejó a medias. Tras sus páginas. Tras sus personajes. Tras sus hermosas descripciones, asistimos a ese gran espectáculo del mundo que es la vida. Vida de vidas. Vidas interrumpidas. Trágicas. Violentas. Y escondidas bajo el impulso de amores imposibles o inesperados que no hacen más que retratar a la esencia de la naturaleza humana.



El éxodo de los parisinos en la primera parte —Tempestad de junio— es un magnífico cuadro donde la autora explora las múltiples posibilidades que se producen en la huida de un pueblo que fue capaz de renunciar a sí mismo con tal de hacer prevalecer su estatus social o económico sin que le llegue a producir un minúsculo rasguño en la piel. Esa traición a sí mismos, que con lleva esa rendición de Francia y sus compatriotas, solo será el reflejo de la futilidad que nos lleva a la miseria. La miseria que conlleva la falta de unos ideales con los que confrontarlos a la barbarie. Némirovsky sabe muy bien —tal y como queda recogido en los apéndices de la novela— que su mayor fuerza a la hora de mostrarnos tal circunstancia es la de centrarse en las desventuras y retos de unos personajes a los que ella habilita con la percepción de una realidad apabullante, pues en ocasiones es capaz de dejarnos sin aliento mediante las descripciones de las situaciones a las que puede llegar el ser humano en determinadas condiciones. En esas almas perdidas y ofuscadas en buscar su propia salvación, es donde la escritora ucraniana investiga y bucea para llegar hasta las entrañas de aquellos seres humanos a los que retrata con el arma sibilina de la observación que todo buen escritor debe tener. Los bombardeos, los asesinatos y las escaramuzas militares a la hora, de por ejemplo salvar un puente, se entremezclan con mucho acierto con la falta de comida o las largas caravanas que colapsan las carreteras que salen de París en las que amontonan hombres, mujeres y niños a pie, con coches que no pueden avanzar o se chocan entre ellos por el ímpetu que conlleva intentar alcanzar una libertad que sus ocupantes todavía no son conscientes de que no existe.



La segunda parte de Suite Francesa, Dolce, se centra en la convivencia entre franceses  alemanes en el pueblo de Bussy, no muy lejos de París. Aquí Némirovsky se inclina por las relaciones interpersonales que surgen entre unos y otros, e incluso en el amor que ellas pueden llegar a ocasionar, con lo que consigue dar una nueva pincelada a ese gran fresco de su época que es esta novela, proporcionándole de ese modo, una acertada puesta en escena de todo aquello que también pertenece al alma humana, como son, por ejemplo, los sentimientos que son capaces de producir en nosotros la música o la sensibilidad por el arte, como puentes de unión que van más allá de las fronteras, las guerra y los miedos. Némirovsky abate de ese modo toda su energía en dinamitar los prejuicios que van más allá de las discrepancias ideológicas a pesar del gran peso que éstas tienen en nuestras vidas y en la resolución de alguna de las historias que aborda esta novela. Una novela que nos habla de la verdad que solo conoce el corazón.  



Ángel Silvelo Gabriel.