miércoles, 27 de septiembre de 2023

ECHO AND THE BUNNYMEN EN LA RIVIERA DE MADRID: RASGUÑOS ENTRE EL VIEJO POST-PUNK Y LOS ANTIGUOS CARDADOS

 


Las rendijas del tiempo en ciertas ocasiones nos devuelven el pasado de una forma distinta a como lo imaginamos. Quizá, porque no se trata del añorado pasado sino del impertinente presente. Una copia descafeinada del presente, podríamos decir. Una sensación que ayer revivimos en el corto concierto que Echo and the Bunnymen ofrecieron en La Riviera de Madrid, y que nos dejó muy claro que su sostenimiento económico viene propiciado por este tipo de aseadas galas, pero poco más. Bien es cierto que la muñeca de Will Sergeant sigue en un estado deforma envidiable, donde sus movimientos en forma de rasguños, ecos y distorsiones nos siguen recordando a aquellos primero Bunnymen. No así la voz de un Ian McCulloch, que se refugia en unas nuevas versiones más ligth de sus grandes éxitos para no llegar a forzar sus cuerdas vocales y comprobar la escasa resistencia que han tenido ante el paso del tiempo. Lejos quedan ya aquello años donde se sospechaba que iban ser más grandes que U2; un grupo, el irlandés, que bebía de las primeras composiciones de los de Liverpool en la búsqueda de su propio sonido y estilo. Sin embargo, por encima de todas estas apreciaciones aún nos queda y nos quedó el buen sabor de boca de un sonido aguerrido, vibrante en ocasiones, y entre psicodélico y post-punk en otras, donde la brillantez de la guitarra de Sergeant y el fondo infinito de una batería que parecía no tener fin, colmaron con creces las expectativas de un público talludito que llenó la Riviera sin muchos aspavientos, como si todos y cada uno de los allí presentes supieran de antemano que tenían que dosificar sus fuerzas para el día siguiente. 

Going up, Rescure y All that Jazz sonaron casi de un tirón —como el resto del setlist que nos ofrecieron ayer los de Liverpool— y como mejor homenaje a su álbum de debut Cocodriles. Después de Flowers comenzaron a caer parte de sus temas más reconocibles, aunque tratados con la ambivalencia de la recreación de tiempos entre rápidos y lentos que exploraban ambientes más atmosféricos en los que McCulloch escudriñó una vez más la voz de Jim Morrison y sus admirado The Doors. Así Seven Seas sonó muy armónico en su textura, y Nothing Last Forever fue sin duda el más lírico de los directos que escuchamos ayer, y que fusionaron de una forma inteligente con Walk on the Wild Side, como mejor homenaje del grupo a Lou Reed y The Velvet Underground. De cualquier forma, fue uno de los mejores momentos de la noche, y que nos llevó hasta Over the Wall, donde su faceta más oscura y post-punk se vio reafirmada por la extensión de la canción; una firmeza que se vio aumentada cuando sonó Never Stop, lo que les sirvió para dar paso a esa pequeña obra maestra de la música y la literatura musical que es The Killing Moon: «El destino/ En contra de tu voluntad/ En las buenas y en las malas/ Él esperará hasta que/ Te entregues a él». Un clásico que tocaron con un inicio más pausado y lleno de matices sonoros, lo que sirvió para que el público se enfundará sus móviles en un típico, manos arriba, que iluminó la sala de pequeños focos de luz. Un aperitivo más que merecido para el mejor tema de la noche, The Cutter, al que dotaron de un inicio eléctrico y dinámico que nos llevó de nuevo a apreciar las magníficas guitarras que se gasta el grupo, y que esta vez se  entrelazaron con esos sonidos árabes que salían de unos teclados que nos recordaron sus inicios cuando en vez de bajo llevaban una pequeña caja de ritmos en sus actuaciones. Y hasta ahí, apenas 50 minutos, llegó la parte principal del concierto. 

En el primer bis eligieron Lips Like Sugar como mejor excusa para seguir con otro de sus hits, en el que McCulloch de nuevo tiró de esos efectos vocales en eco que distorsionaban sus palabras hasta que se perdían en el anonimato de ese bucle sonoro. Una canción que de nuevo hizo vibrar a los asistentes, y con el que abandonaron el escenario ante la sorpresa de sus fans. Al menos, no tardaron mucho en volver y atacar Ocean Rain, desarrollada en una versión larga y extendida para justificar el escaso minutaje de su actuación: una hora y quince minutos, contando las pausas y demás interrupciones cuando Ian McCulloch intentó romper su hieratismo con alguna frase en español que nadie entendió. Quizá, porque todos nos dimos cuenta que ayer su presencia en la ciudad de Madrid  estaba auspiciada por rasguños entre el viejo post-punk y los antiguos cardados. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 26 de septiembre de 2023

JANE BOWLES, SU FIGURA Y SU LEGADO SIGUEN INTACTOS 50 AÑOS DESPUÉS DE SU FALLECIMIENTO EN LA CIUDAD DE MÁLAGA


 

Jane, impregnada por esa luz que nada más emiten los genios. Jane, espíritu libre en busca de una felicidad que, para ella, estaba hundida en una Atlántida imaginaria. Jane, como esos dioses perdidos que deambulan por el mundo sin llegar a encontrarse del todo. Así era Jane, fiel a sí misma y nómada existencial y existencialista que se lanzaba sin miedo al abismo de la vida. Vida entrecortada por la pasión y la literatura. Una pasión que, para su desdicha, devino en la dependencia del alcohol y la magia negra de Cherifa, lo que la destruyó joven, muy joven. «Soy judía, coja, lesbiana», así se definía cuando antes de conocer a Paul descubrió que sería escritora tras el encuentro casual que tuvo con Céline en un barco con destino a Nueva York, tras ver éste cómo ella leía su novela Viaje al final de la noche. Un encuentro fortuito que le cambió la vida. Algo parecido a lo que le ocurrió en el viaje a Centroamérica que hizo junto a Paul Bowles y otros amigos. Amigos que con el paso de los años se nutrieron de almas gemelas que exploraron en la literatura una forma de entender el mundo y de reencontrarse a sí mismos. De entre esos amigos destacan Truman Capote que, cariñosamente, la llamaba «cabeza de gardenia»; o Emilio Sanz de Soto que, cada vez que la veía perdida por las calles de Tánger, la ayudaba a llegar al lugar a donde se dirigía, aunque fuese a su propia casa. 

Jane, nacida como Auer en Nueva York un 22 de febrero del año 2017, y fallecida un 4 de mayo de 1973 en Málaga como Bowles, tras su matrimonio con el escritor y músico Paul Bowles —su marido desde el año 1938— es una leyenda que sigue viva en la ciudad de Málaga y forma parte de ella y su vida cultural. Sí, es cierto, Jane Bowles sigue viva en la ciudad de Málaga, porque aún resucita su leyenda más allá de la tumba que la cobija cada vez que alguien va a visitarla a esa atalaya del pasado que representa el Cementerio de San Miguel. Un promontorio silencioso que se eleva sobre una de las colinas que circundan la ciudad de andaluza, y se erige como punto de encuentro entre su recuerdo y su figura tanto humana como literaria. Un punto de encuentro que el matrimonio Bowles convirtió en el más puro y legendario de los reflejos, pues gracias a ellos el lazo de unión entre las ciudades de Tánger y Málaga es sempiterno e infinito, como la llamada a la oración del almuecín, o el sonido de las campanas de las iglesias malagueñas antes de comenzar la misa. Ecos que trascienden la barrera de los mitos y se solapan con las identidades culturales de ambos lados del Estrecho. 

Jane, cuya biografía está marcada por una obsesión: la de huir en busca de su salvación. Una salvación que indagó a través del signo de su originalidad: sencilla y extravagante, rompedora y tranquila, desdichada y feliz. Un universo en el que surgía todo a la vez. Un mundo que ahora, en parte, se vuelve sobre su legado, su figura y su obra. Cincuenta años después de su muerte, el 4 de mayo de 1973 en Málaga, el ayuntamiento de la ciudad le ha vuelto a rendir homenaje a esta original escritora. Dura en su vitalidad transgresora y frágil en su naturaleza física. De ese binomio tan intratable como inabarcable nace y se erige su gran figura que, con el paso del tiempo, se ha levantado sobre su propia desdicha para conformar su leyenda literaria. Una leyenda que huye de su debilidad y la reconvierte en un mito firme con pies de acero. Un mito que recoge el resultado de aquello que sembró en vida: una genialidad a prueba de desatinos y equivocaciones. Una leyenda que en su época precedió a los beatniks y a los hippies que acudían a visitarlos al inmueble Itesa de la ciudad tangerina. 

Jane, como musa impulsora de la obra literaria de Paul, pues el músico y escritor norteamericano apenas escribió tras su muerte, lo que nos lleva a intuir que él escribía para ella. Un impulso que, por otra parte, fue mutuo, dado que la producción literaria de Jane se circunscribe a los primeros años de relación con Paul. Ambos, en ese sentido, se necesitaban el uno al otro y se comportaban como almas gemelas que, por muy distantes que estuviesen físicamente el uno del otro, permanecían unidos por una lealtad inquebrantable, y un amor —fraternal si se quiere— que perduró a lo largo de sus vidas, como queda reflejado en el poema Casi nada que Paul la escribió en el año 1975: 

«Al principio había barro, y el sonido de la respiración,

Y nadie sabía dónde estábamos.

Cuando lo averiguamos, era demasiado tarde.

Nada puede ocurrir ya salvo como ha de ocurrir.

Y además, estaba solo y no importaba.

Sólo porque entonces nada podía importar.

***

Creíamos que había otros caminos.

La oscuridad quedaba fuera.

Nosotros no somos eso, decíamos. No está en nosotros (…)

***

Hubo un tiempo en que la vida era más alegre.

Bebíamos aún el agua del lago,

El cubo salía fresco

y fragante con el olor a agua profunda.

La canción se oía en todas partes aquel año, un absurdo estribillo:

Parece tanto tiempo, y no lo es.

Parecen tantos años,

y tal vez sea uno.

Cuando los árboles estaban allí me preocupaba que estuvieran allí,

y ahora han desaparecido.

Para salir tomamos la senda que rodea el pantano.

Cuando emprendimos el viaje de regreso la marea había subido.

Había otro camino pero quedaba muy arriba y era difícil llegar.

Así que esperamos aquí, y todo sigue igual.

***

Había muchas cosas que quería decirte

antes de que te fueras, y ya nunca te las diré.

Aunque el sol inunda la terraza

formando las mismas sombras en los mismos sitios,

sólo lo veo yo, sólo yo oigo el viento

y es demasiado fuerte.

El mundo hierve de palabras. Perdóname…» 

Jane, cuya obra literaria le sirvió de válvula de escape a sus miedos y obsesiones. Una obra perversa e inocente a la vez, en la que tienen un papel principal la opinión que Paul Bowles esgrimía sobre todo lo que ella escribía, tal y como se refleja en sus cartas. Al igual que su madre, que la quiso esculpir a su imagen y semejanza, y que sin embargo más tarde, abandonó cuando se casó con su segundo marido. Una obra literaria que, como dijo el escritor Vicente Molina Foix en las jornadas El mundo de los Bowles celebradas en la ciudad de Málaga del 5 al 8 de abril del año 2010: «Tiene dos poderes. Hablar de ella misma a través de personajes y situaciones que son muy diferentes a ella, porque tú siempre ves el espíritu de ella en los libros. Y el segundo es que es una literatura inquietante». Tan inquietante como su figura y su legado, que siguen intactos 50 años después de su fallecimiento en la ciudad de Málaga. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 24 de septiembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (V): DEMASIADO SOÑADORES, 2011

 


Los miles de kilómetros recorridos en el año 2010 presentando su anterior disco, Fracciones de un Segundo, han dado mucho de sí. Tanto, que deslumbra el estado de madurez del grupo nada más acabar la primera audición de este gran trabajo titulado Demasiado Soñadores. Un elogio que tiene su por qué. Un porqué que esta vez se encuentra escondido en un trabajo sin límites. Un trabajo que es el resultado del trajín de sus viajes de ida y vuelta —entre concierto y concierto— a su Murcia natal. Viajes en los que se ha gestado este cedé plagado de grandes momentos. Momentos brillantes en los que no han faltado noches sin dormir y reinicios infinitos hasta dar con la nota y la letra adecuada. Un esfuerzo y un estado de gracia que ya se refleja en su título: Demasiado Soñadores, pues surge como un camino de sueños y anhelos trazados a lo largo del tiempo. Un camino cuyo resultado es el de unas canciones que nos invitan a soñar mientras seguimos la estela de una brillante luz que nos espera tras el horizonte. 

El disco ya se nota grande desde fuera. Por su formato. Por su precio, que incluye un pack con un DVD con todos sus vídeos, más la actuación del año pasado en la sala Joy Eslava de Madrid y los cuatro bonus track donde se encuentra el enamoradizo tema Sin Aliento. Estamos ante un disco grande y para el recuerdo. Un disco grande de un grupo grande: Second. Pero por si todo esto fuera poco, el cedé trae un libreto con las letras de las canciones donde se deja entrever el cariño y el cuidado que han puesto en este trabajo. Letras muy bien trabajadas. Letras con magníficas estrofas y estribillos que se inician con la historia triste —pero real— que se encierra dentro del tema N.A.D.A.: «Once meses casi un año, desde que aquel fino hilo se partió». Un tema que ratifica la contundencia del sonido de todo el disco —algo en lo que tiene mucho que ver un maestro del sonido como es Raúl de Lara—. Demasiado Soñadores es un álbum en el que hay grandes canciones que siguen profundizando en la senda de su anterior trabajo. Una afirmación que tiene su mejor réplica en un auténtico bombazo. Una explosión musical titulada Muérdeme —que ya está pidiendo a voces que sea el nuevo single— y que se inicia con una magnífica fusión premonitoria de lo que se nos bien encima. Magnífica canción que ensambla con grandes temas de trabajos anteriores como Más Suerte, pero con una mayor fuerza que no intensidad en su composición, donde los teclados de Javi Vox nos atrapan en un mordisco que no nos dejan soltarlo hasta el final. Un cierre épico de una canción llamada a ser un hit primero y un himno del grupo más tarde. 

Después de este delirio musical parece que nada nos puede llenar más, pero la siguiente canción del disco, Mañana es Domingo, se desenvuelve a la perfección entre sonidos brillantes en los que se fusionan la batería de Fran Guirao con las guitarras de su hermano Jorge, y con el acierto de las voces auxiliares fusionadas con los potentes teclados —que nos recuerdan que lo de Muérdeme no es casualidad—, y se comportan como un todo tanto en el tema como en el disco, a lo que la personalísima voz de Sean Frutos —la mejor voz masculina del panorama indie y no indie español— nos redime de todas nuestras miserias para alzarnos victoriosos entre la oscuridad más absoluta de nuestras vidas, sin duda un pleno acierto. Aquella Fotografía es una canción más pausada, donde el timbre siempre ajustado de Sean se acompaña del bajo de Nando Robles en una historia que nos dirige a terrenos cargados de una nostalgia en colores sepia que se funden con Autodestructivos. Sonidos quizá más ochenteros, que navegan desde la oscuridad de grupos pop como Alaska y los Pegamoides a industrializados como Aviador Dro, pero con una intensidad donde las guitarras van ganando camino a medida que avanza la ejecución de la canción que desemboca en ecos postindustriales. Psicopático es el regreso a la contundencia marca de la casa, con guitarras entrecortadas que se fusionan con la intensidad que se convierte en puro ritmo. Un ritmo que se vuelve a tornar pausado y atmosférico con En Pequeñas Cosas, un tema que se identifica con los medios tiempos que tan bien ejecutan el grupo murciano —sin duda este es el gran camino a seguir— pues las imágenes más envolventes nos dejan inmersos en un mundo distinto, ese mundo que está en las pequeñas cosas, y que de nuevo está magníficamente fundida con De Buenos Aires —¡qué bien cuidados están los pequeños detalles en este disco!—. Esta canción nos deja la puerta abierta a sus composiciones musicales más cercanas a su anterior Fracciones de un Segundo, con detalles sonoros repletos de una luminosidad propia de su tierra murciana que en esta ocasión se traslada hasta Buenos Aires en un infinito horizonte que se disuelve en las ganas de fiesta que están presentes en Prototipo: «Prefiero morir despierto a las pastillas del sueño» como leitmotiv del mundo de sueños y sentimientos que nos propone esta buena canción, ideal para terminar un concierto con un estribillo muy pegadizo: «No estamos preparados para ser exactos no estamos para sentir esto», que nos lleva hasta el último tema de Demasiado Soñadores, Tu alrededor, con una guitarra acústica que poco a poco nos va diciendo adiós en una sinfonía que se comporta como el aderezo musical perfecto para las tristes despedidas de las estaciones, pero que nos dejan envueltos en recuerdos que nos persiguen durante toda la vida.

Ángel Silvelo Gabriel

miércoles, 20 de septiembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (IV): FRACCIONES DE UN SEGUNDO, 2009.- CONCIERTO EN LA SALA EL SOL DE MADRID (26/12/2019)

 


La burbuja del tiempo nos aísla de aquellos acontecimientos que, sin saberlo, marcan nuestras vidas de una u otra forma. Aquella canción. Aquel concierto. Aquella letra que tarareamos una mañana sin ser conscientes de lo que significa. Al final, no hay más cuentas que las que cada uno echa a su yo interior. A eso que los filósofos denominaron como alma. Alma rota. Alma partida. Alma apasionada y luminosa, también. El alma, el tiempo y sus fracciones de un segundo donde una mariposa dentro de un reloj de arena es la perfecta metáfora del inicio de algo. De una nueva vida. De miles. De imágenes y sensaciones que pocas cosas como la música logran transmitirnos una y otra vez en forma de bucle. La música y sus múltiples razones contra todo pronóstico. En definitiva, o como Sean Frutos nos recordaba ayer: «El mañana no existe», al abordar Rodamos, la segunda canción de este concierto en el que Los Cinco de Murcia (ahora cuatro) rendían homenaje al décimo aniversario de su disco Fracciones de un segundo; un setlist que comenzó con Conocerte, una gran canción que representa muy bien lo que antes era su gran especialidad: los medios tiempos. Sean nos anunciaba que el mañana no existe, y quizá por eso, lo vivido ayer en la Sala El Sol de Madrid fue como un boomerang que nos llegó del pasado cargado de buenos recuerdos y sensaciones que recuperamos del frasco de la memoria, que siempre nos las guarda esperando la ocasión de devolverlas a ese efímero espacio que es el presente. Un presente, sobre todo eléctrico, el que desplegó ayer Second en el primer concierto de esta mini gira que también parará en Valencia, Málaga y Granada; y que borró casi por competo la producción de Carlos Jean de hace 10 años; un tiempo en el que todo comenzó a cambiar para Second que, después de haber ganado el concurso internacional de bandas GBOB en Londres, accedieron a una gira que les llevaría por las ciudades más importantes de Reino Unido, pero que a pesar de todo, parecía que no acababa de servir para ganarse un sitio destacado en el indie español hasta que compusieron Rincón exquisito, la canción perfecta que lo cambió todo y los llevó hasta las cadenas de radio nacionales que los catapultaron hacia el éxito. Un camino que han conquistado con rotundidad a través de su último disco, Anillos y raíces, incontestable en sus propuestas y un fijo en muchos de los festivales de verano que copan la geografía española. 

Atrás quedó la entrevista que le hice a Sean en el zaguán de las escaleras de la Sala El Sol hace ya diez años; una entrevista donde ambos repasamos nuestra admiración por la música anglosajona. Y un concierto que, entre otras cosas, nos deparó la versión de la canción Sin aliento del grupo malagueño Danza Invisible, como ayer disfrutamos de la versión que hicieron de Anabel Lee de Radio Futura; o donde volvimos a disfrutar de Todas las cosas con un marcado acento gospel al inicio de la misma, como diez años atrás. Lo que nos lleva a recuperar la metáfora del boomerang pues de algún modo Second, ayer, nos llevaron en una máquina del tiempo dominada por la música a ese otro tiempo donde todo estaba por ocurrir. A ellos, a situarlos en la estela de una carrera musical tocada por el éxito y que destierra el nombre del grupo, y a un servidor a cambiar las reseñas musicales por la literatura. Arropados por unos incondicionales seguidores que colgaron el cartel de sold out como en el resto de los tres conciertos que les quedan. Seguidores que vibraron y saltaron en todos y cada uno de los temas que Los Cinco de Murcia, y casi fielmente, reprodujeron en el orden del disco que editaron en 2009, aunque como todo, con algunos pequeños cambios, muy acertados por cierto, a la hora de establecer una intensa relación con el público en un pequeño local que les permitió ver, escuchar y disfrutar, con los múltiples coros que se produjeron a lo largo de la velada: «Es acojonante que sepáis las letras de estas canciones», dijo un Sean emocionado. Y, al que ayer, hay que agradecer el esfuerzo realizado tras confesarnos que llevaba varios días aquejado de una bronquitis a la que presentó batalla, porque según nos dijo: «No me podía perder estos conciertos», tras lo cual gritó: «¡Vamos a celebrar la vida! Después de que tocaran En el viaje, y antes de que sonara Todas las cosas —una de las grandes canciones de la noche—. Tras tocar Como sería —un tema que nunca tocan en directo y que ha sido compuesto por Fran, y al que Sean tildó como la alegría de la huerta— acabó la parte principal del concierto. 

El primer bis comenzó con 2502, logrando recuperar el ritmo frenético de un concierto de alto voltaje musical, y que siguió recuperando canciones como Nivel inexperto —un tema que en palabras de Sean, Fran Guirao no quería incluir en Viaje iniciático— y que fue ampliamente coreada por el respetable. Una versión de la canción mucho más compacta en su sonido desde que el grupo haya incorporado a dos músicos en su formación, dándole a sus melodías un mayor amplitud de matices, lo que también ocurre con Muérdeme, otro de sus clásicos. Anillos y raíces —su último álbum— fue protagonista de la noche con canciones como Sonará en todas partes, destinada a convertirse en otro de sus grandes medios tiempos, algo que fue corroborado con Invierno dulce: «Sácame de las ventanas, no me dejes observando/ sorpréndeme, no pares y llévame, fuera de una vez/ Seremos la combinación alegre y divertida/ de toda la reunión, de toda la ciudad/ saldré con mi versión amable atenta y decidida/ allí donde allá un acción, podríamos estar/ aplaudiendo y bailando nuestros mejores pasos»; una canción con pinta de himno, como ya lo son Mira a la gente y Rincón exquisito, la excusa perfecta para hacer un segundo bis y dar por terminada una fiesta que ayer nos posibilitó reunirnos entorno a la música y sus múltiples razones contra todo pronóstico. 

Ángel Silvelo Gabriel. 

PD: Este disco, en el año 2009, les abre las puertas de Argentina, donde participan en el Festival Ciudad Emergente en Buenos Aires. Además, consiguen congregar, a través de las redes sociales, a 3.000 personas para el rodaje del videoclip del tema Rodamos, convirtiéndolo en una experiencia única.

lunes, 18 de septiembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (III): INVISIBLE, 2006

 


Tres años separan la aparición de Invisible de su anterior trabajo, Pose. Un disco grabado el año 2005 en el Cabo de Gata bajo la producción de Raúl de Lara, al que podríamos denominar como el sexto componente del grupo, por la presencia en la producción que ha tenido en varios de sus discos, y la notable secuencia de sonidos que ha logrado sacar al grupo. Sin embargo, lo primero a tener en cuenta es que, con este disco, Second componen —o al menos salen a la luz— las primeras canciones del grupo en español. Un cambio que se refleja muy bien en el título porque, como en alguna ocasión he oído a Sean, la palabra invisible tiene la misma escritura y significado, aunque distinta fonética, en español que en inglés. Una forma muy acertada de remarcar ese trasvase que será definitivo con el disco Fracciones de un segundo en el año 2009. 

Invisible se caracteriza por ser el disco que marca el nacimiento de un sonido que Second seguirá profundizando a lo largo de su discografía, y que tiene sus raíces en él, donde los matices, tanto en las letras como en la melodías, los elevarán a un lenguaje musical propio que, con algunas variaciones, seguirán colonizando los sonidos del grupo murciano y que tendrán su punto más álgido en su último cd, Flores imposibles, donde la textura de sus canciones expresan una madurez antes no conseguida, pues aúnan como en ningún otro trabajo la profundidad de un sonido y unas letras sencillamente magistrales. Invisible también fue el disco que los confirmó como una de las bandas habituales en todos los festivales indies patrios, lo que les proporcionó una mayor visibilidad y una recompensa en forma de ventas y número de seguidores. Un logro que ya no se interrumpirá a lo largo de los años. Dentro de su faceta estrictamente musical, este larga duración se abre con la canción que da título al álbum, Invisible. Un tema todavía cantado en inglés y heredero del resto de la discografía editada hasta ese momento por la formación de Murcia. Algo que también ocurre con Her diary, pero en una versión más intimista y que ya presagia el gran dominio que de los medios tiempos tiene Second en muchas de sus canciones. Incluso la voz de Sean es más clara y armonizada con la melodía de unas guitarras siempre atentas a la explosión de un sonido que busca una brillantez poco frecuente. De alguna forma, Horas de humo es nuestro primer encuentro con una canción del grupo murciano en español. Un giro en su labor compositiva que facilita el camino hacia sus futuros hits, y que será una de las marcas de la casa de Los Cuatro de Murcia, y en lo que sin duda, Raúl de Lara tiene mucho que ver. «Las horas sucedieron como era previsto que iban a ser/ Luces que se encienden/ Parece que alguien lo ha escrito así». Una letra premonitoria que, como nos dice: alguien lo ha escrito así. También podríamos decir lo mismo de temas como: Algo, Nada te dirige, Tu inocencia intacta, No existen o Línea imaginaria. El contrapunto perfecto de grandes cortes como son el magnífico Fortune day o On an island que les sirven de homenaje sonoro a sus dos trabajos anteriores. 

Respecto de mi relación con este disco puedo decir que es otro de los que me firmó Sean Frutos en su momento. Un trabajo al que llegué tarde en el tiempo —año 2009, cuando ya había desgastado por el uso su posterior Fracciones de un segundo donde se encuentra su gran éxito: Rincón exquisito—. De ahí que, quizá, la primera reseña que hice del mismo estuviera más centrada en el entorno que en el año 2009 rodeó al grupo, pues por fin parecía que daban el salto definitivo a la primera línea de la música indie española. Aparte de todos esos matices, en lo primero que me fijé entonces fue en el sello discográfico, Dro Atlantic, en el que fue editado; un sello del grupo Warner Music, y que a mí enseguida me llevó hasta el sello del grupo tecno Aviador Dro, es decir, DRO, que en su época de esplendor ochentero se encontraba situado en la calle Fundadores, muy cerquita de la última ubicación de la archi-conocida Sala Universal —uno de los templos musicales de la post movida madrileña—. 

Ya entonces anotaba en esa reseña que el 2006 significaba que hacía tres que Second no publicaba nada. Un período, sin duda, de madurez y de encontrar un camino, que para mí, es muy esclarecedor y acertado. Digo esto, porque las canciones de Invisible son grandes apuestas por unas melodías en muchos casos cercanas a la mejor música pop anglosajona de todos los tiempos. Aquel año recomendaba las canciones Her diary, Useless Junk y la magistral On an Island que cierra este trabajo, dejando de lado los temas compuestos en español de una forma injusta, porque el paso del tiempo nos han demostrado que son dignos de ocupar un lugar en lo más alto del pop español actual. Además, aludía a que echaba de menos la versión que habían hecho de la canción Sin Aliento de los malagueños Danza Invisible, entonces sólo disponible en internet. Una canción maravillosamente ejecutada por el grupo murciano. Para finalizar hacía mención a que algo parecía que por fin se movía, porque visitando su blog me había enterado que habían estado en el programa de Andrés Buenafuente con un magnífico directo acústico de Rincón Exquisito, y en Hablar por Hablar, programa nocturno de la Cadena Ser, amén de sus apariciones en la 2 de TVE y en el cierre del Telediario 1 de la misma cadena. 

Una reseña que fue el prolegómeno a su concierto en la Sala El Sol de Madrid —en el mes de noviembre de 2009—, en la que iban a actuar como teloneros Cool Frog a las 22:45 horas, y Second a las 23:35 horas. Justo unos días antes de que disfrutase del concierto de Depeche Mode en el anteriormente conocido como Palacio de los Deportes de Madrid —actual WiZink Center—.

Ángel Silvelo Gabriel.

FINLANDIA, DIRIGIDA POR PASCAL RAMBERT E INTERPRETADA POR ISRAEL ELEJALDE E IRENE ESCOLAR: EL UNIVERSO CERRADO DEL “YO”

 


¿Cuál es la imagen del instante en que sin darnos cuenta nos enamoramos de la persona que creíamos que sería nuestra pareja para el resto de nuestra vida, o cuál es la primera vez que nos dimos cuenta de que aquel instante cayó difuminado por el tiempo y la convivencia? El amor siempre como tabla de salvación, pero también como fosa común de la lucha entre parejas. El amor como derrumbe y final. El amor como empalizada que construimos entre el nosotros y el yo. Al ver Finlandia asistimos a ese dilema que existe entre la ceguera que no nos permite más allá, y la esperanza escondida bajo nuestras entrañas y que la ira no la deja asomar. Amores rotos retratados y consumados en multitud de ocasiones como, por ejemplo, en la película El honor de los Prizzi de John Huston, o en la obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Wolf? de Edward Albee, y también en La clausura del amor del mismo autor de Finlandia, Pascal Rambert, donde se nos muestran a parejas en continuo conflicto que, sin embargo, no saben vivir sin él. Lo que nos lleva a plantearnos que la máxima que dice aquello de «los amores queridos son los más reñidos» sea cierta. A pesar de todo, tampoco se nos debe olvidar que en todas ellas hay pasión y delirio a partes iguales, tanto al principio como al final. Y necesidad del otro. Y pérdida de la propia identidad que, por extraño que parezca, termina prevaleciendo, sobre todo, en los tiempos que corren, donde sólo se conjuga la primera persona del singular. Un yo final que arrastra ese nosotros inicial del que apenas nos acordamos como si fuésemos enfermos del olvido.  En este sentido, y de algún modo, Rambert nos propone empezar por el final para acabar en el recuerdo de cuando todo empezó. Ese viaje en sentido contrario es el que se desliza por la obra de teatro Finlandia; un texto de Pascal Rambert que de nuevo explora las relaciones de pareja. Aunque en esta ocasión, se centra en la disputa por la custodia de la hija común. Un viaje a la inversa donde volvemos a asistir a la destrucción del ser humano cuando todo se centra en ese universo cerrado que el yo. Viaje de ida y vuelta, por lo que tiene de metafórica la distancia entre la ciudad italiana de Procida —donde se inicia esta historia de amor— y la de Helsinki, en la se produce la acción dramática de este texto de Rambert, que de nuevo se nos muestra muy teorizado a través de largas disertaciones, y donde el discurso político que se nos exhibe coarta el sentido más universal del amor y su decadencia, algo parecido a lo que ya ocurría en La clausura del amor. Ahora, el dramaturgo francés, que también dirige la obra, apuesta por el valor y la reafirmación de la mujer. Mujer protagonista de un lenguaje múltiple, tanto en las ideas y su cuerpo como en los ámbitos del sexo y los sentimientos. Cualidades que buscan sin llegar a lograrlo una libertad plena, donde su máxima es la manifestación de un nuevo yo femenino. En este sentido, Irene Escolar da vida a ese modelo desde una armoniosa a la vez que impetuosa coreografía de brazos, piernas, gestos y voz. Un todo que limita y acorrala a su contrario. Un Israel Elejalde al que Rambert ha pintado como un militante de izquierdas trasnochado que se deja llevar por todo lo contrario a aquello que defiende. Así, su figura se materializa en un hombre dominado por los celos, la paranoia, la necesidad de posesión y la negación de la pérdida de su estatus dominante por otro compartido. Aquí, cabe decir, que Rambert ha dotado a este personaje de unos clichés muy manidos, a los que en ocasiones trata de rebajar con unos pequeños toques de humor, lo que supone todo un acierto. 

Sin embargo, llega un momento donde todo ese discurso volcánico se derrumba en la profundidad de una noche, larga y fría, porque de un modo inesperado, como le ocurre a todos los seres humanos, la acción nos deja entrever la verdadera intimidad de la pareja; una intimidad que la próxima ruptura no ha logrado socavar. Y ese en ese instante de oscuridad y miedo, pero también de cariño y conexión, en el que la pareja deja a un lado lado el yo para centrarse en el nosotros. Un fugaz instante en el que retoman la necesidad del otro que tanto necesitamos a lo largo de nuestra vida. Sentimientos que trastocan es inicio nervioso y agresivo de un Israel Elejalde que, con voz una profunda, arremete con firmeza contra una Irene Escolar que despliega toda una lección de baile con sus movimientos de cabeza y de pelo, sus entradas y salidas del escenario, o sus arrebatos de furia y sexualidad explícita con los que se defiende y acorrala a su ya ex-pareja. En este sentido, hay que decir que Pascal Rambert acierta en la elección de los actores, pues entre ambos se establece un complemento idóneo en el escenario —tipo Ikea— que reproduce la habitación de un hotel de Helsinki. Un equilibrio que va más allá de la puesta en escena, y se prolonga en la complicidad entre ambos actores a la hora de dar vida a ese monumental fracaso que representa el universo cerrado del “yo”. 

Ángel Silvelo Gabriel.

viernes, 15 de septiembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (II): POSE, 2003

 


Habían transcurrido tres años desde la publicación de Private life cuando vio la luz Pose, el segundo larga duración del grupo murciano. Un disco con sus doce temas todavía cantados en inglés —por un Sean cada vez con más presencia vocal— y que, desde su portada con la it girl de larga cabellera cobriza y aspecto psicodélico, nos anuncia un ritmo eléctrico y electrizante que ya comienza con Accident, la canción que abre pista; un tema donde las guitarras son las verdaderas protagonistas de esta apertura todavía canonizada por sonidos británicos entre metálicos y oscuros que van desarrollando una narración musical más madura, en la que sin duda, tienen algo que ver los productores de esta colección de canciones: Robbie France y Tim Oldfield. No en vano, con Pose ganaron el Concurso internacional de bandas GBOB en Londres, lo que les permitió acceder a una gira que les llevaría por las ciudades más importantes de Reino Unido, como Londres, Manchester, Birmingham o Brighton. Este galardón les permitió, a su vez, empezar a tocar en los festivales españoles de música indie. Un circuito que ya no abandonarán. 

¿Cómo eran Second allá por el año 1999 o el 2003? No lo sabemos, pues no podemos trasladarnos a esos años en una máquina del tiempo. Lo que sí está a nuestro alcance es tirar de la memoria y los recuerdos, y afirmar, que vistos desde la perspectiva que nos proporciona el paso del tiempo, ahora sus canciones se nos presentan como rutas que nos conducen por las arterias de nuestras vidas. Arterias que siempre tienen un inicio, y que muchas veces nuestra memoria y las ansias de vivir nuevas experiencias no nos permiten apreciar en toda su plenitud. No se nos debería olvidar que la génesis donde todo comienza es un lugar que olvidamos con el transcurso de los años, por mucho que en ella se encuentre el por qué de todo lo que viene detrás, y más en la vida de un artista, o como este caso, de un grupo musical. Pero sin necesidad de responder a mi anterior pregunta, enseguida he caído en la red de lo sentido y vivido como mejor esencia de unas canciones que sólo inundan mi cabeza de buenas imágenes cada vez que las escucho tanto tiempo después. Sus notas son como una película que nunca te cansas de ver por mucho que la hayas visionado cientos de veces y ya te sepas el final. Canciones como Different Levels, Living in London, Star Glasses o Situation me hacen revivir ese tiempo donde todo parecía que podía ocurrir, y que como un regalo a punto de ser visualizado, te dejan con la boca abierta. Las  grietas oscuras de las que nacen las notas de estas canciones se sustentan en las experiencias que uno guarda dentro de ese pequeño cajón que abre cada vez que necesita saber cuáles son sus orígenes como sustento para poder seguir adelante. Es cierto que los ecos de Morrisey o las guitarras de The Smiths o The Cure recorren de nuevo sus sonidos con total libertad, pero lo que no se les puede discutir a Second es ese sello tan personal a la hora de afrontar una nueva aventura con cada canción, a la que sin duda, proporcionan esas gotitas de esencia puramente Second y que nos permiten reconocer en este Pose —con permiso de Private life y su magistral Watching the moon— como los inicios de una banda que con el paso del tiempo se ha ido haciendo cada día más grande y no sólo por su música, sino también por el gran número de personas que día a día caen hipnotizados en las redes musicales de este grupo, a los que un servidor, desde este disco, rebauticé como Los Cinco de Murcia. 

Singladuras de una senda que tiene sus propias intrahistorias. Pequeñas anécdotas que son las que conforman nuestro individual baúl de los recuerdos. En el caso de este disco, Pose, están relacionadas con el regalo que el grupo me hizo de un cd del mismo —en aquella época, al menos, estaba descatalogado y de ahí la ofrenda— con una amable dedicatoria de Sean Frutos, por entonces todavía conocido como José Ángel Frutos. Anécdota que se produjo uno de los días que había quedado para hablar con el grupo de su música y próximos proyectos—aquel día iban acompañados por Mónica Caballero de Promociones sin fronteras—. Y todo ello, gracias a la mediación de mi hermana África, que en aquel momento trabajaba en el grupo Vocento. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 14 de septiembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (I): PRIVATE LIFE, 2000

 


¿Dónde estábamos en el año 2000? El punto de partida del que esperábamos tanto y, al final, nos llenó el futuro de más incertidumbres. Para superarlas, siempre nos quedará el refugio de la música, de sus melodías, letras, ritmos, imágenes, conciertos y cadencias. Nada es igual tras adentrarnos en la música, escuchar ese disco que tanto nos gusta y a la postre nos abre nuevas ventanas, o ese concierto del que salimos con una sonrisa de felicidad que antes de entrar no se dibujaba en nuestros rostros. Rostros anónimos que se dan cita alrededor de un grupo y sus canciones. Este año, también, fue en el que apareció el primer larga duración del grupo murciano Second, Private life, una colección de canciones en inglés que nos transmiten esa vida privada que se encuentra dentro de nosotros antes de que vea la luz. Private life es el resultado de vivencias y ritmos que nos acercan a la música inglesa de años atrás, cuando la libertad y la provocación no causaban sarpullidos ni estragos, pues todo se cernía a la búsqueda de una felicidad que se conseguía derribando barreras. En este disco, todo comienza con My little girl, un medio tiempo de los que tanto saben Los Cinco de Murcia —como en su día los rebauticé en relación con el grupo de Liverpool, The Beatles—, y que ahora he renombrado como Los Cuatro de Murcia: Sean, Jorge, Nando y Fran, tras abandonar Javi la formación. Esta es su primera aventura musical, a pesar de que el grupo se fundara en el año 1997, y en ella asistimos entre sorprendidos e hipnotizados a esos aires ingleses de los grupos de los años ochenta que tan bien reinventan ellos en este disco, que cabría decir que es más londinense que inglés, por el acento urbano y cosmopolita que derrocha. 17, Sunday’s hit o In my life van surgiendo como lo hace el sol en la campiña inglesa cada mañana cuando vence a esa sempiterna niebla que muchas veces le acompaña. Ese sol radiante es el que ilumina a estas composiciones musicales por muy oscuras que nos parezcan alguna de ellas, porque todas, en su conjunto, desprenden una extraordinaria brillantez desde las cuerdas de unas guitarras que nos hablan del pasado y la vida —aquella que vivimos en la movida madrileña, por ejemplo—, y que nos llevan hasta esos clubs repletos de modernos o siniestros con sus crestas y ropas total black. No cabe un solo reproche a este disco —muy elemental en su producción, es verdad—, pero sobresaliente en el resultado por lo limpio e inmaculado de las voces, cuerdas y guitarras que nos invitan una y otra vez a revisitar a The Smiths —como por ejemplo en 17, Sunday’s hit…— 

Private life funciona como un eco que nos devuelve a una juventud perdida en las encrucijadas del tiempo, y que quizá por ello, nos resulta tan vital y llena de una energía única y envidiable, en la que podemos volcar aquellos recuerdos que nos acompañaron en nuestros primeros escarceos amorosos, conciertos y compra de discos. Todas esas vicisitudes vitales fueron las responsables de que con los años creásemos nuestra particular biografía musical; una biografía  donde Second llegó con la naturalidad que surge cuando sin saberlo te encuentras en el lugar adecuado. Temas como Whisper it o los espléndidos You are a short song y My game its over nos lo confirman, pues son canciones que ya forman parte de nuestra banda sonora personal, esa que se asoma ante nuestros ojos cada vez que los escuchamos. Un disco que acaba con esa pequeña obra maestra que es la canción Watching the moon, más The Cure que nunca, y que ya nos anunciaba lo que nos esperaba. 

Ángel Silvelo Gabriel. 

PD: dar las gracias a Ana M. Sabikilla por colgar en su canal de Youtube este disco —el único que no tengo de toda su discografía—, pues gracias a ella he podido escribir esta breve reseña que inicia una serie que recorrerá mi particular senda al lado del grupo a lo largo de estos años, y que acabará con el concierto del 18 de noviembre en Madrid.

martes, 12 de septiembre de 2023

HILARIO J. RODRÍGUEZ, UN ASTRONAUTA PERFECTO: LAS CIUDADES COMO ALGO PENDIENTE DE SER INVENTADO

 



Como dice el autor de este literario libro de viajes: «Soy consciente de que escribir es fracasar. Las palabras son siempre insuficientes, inadecuadas. Nos dejan a mitad de camino porque no son capaces de llegar hasta el final». Quizá, por eso, viajar consista en atravesar fronteras. Constructos mentales más que físicos que arrancan de nuestro acervo cultural y que están ahí para ser derribadas. Y eso es lo que hace Hilario J. Rodríguez en este caluroso y fulgurante acopio de experiencias viajeras por Centroamérica en el verano del año 2016. Experiencias que siempre van muy bien acompañadas de cine y literatura, y sobre todo, de la memoria. Memoria propia y universal que ejerce como un cabo al que sujetarnos de la marea del viaje y las olas de su fuerza. De ahí que, para observarlo todo, no haya nada mejor que comportarse como un astronauta perfecto capaz de seguir el ritmo sincopado del mundo. 

En este profundo periplo por Costa Rica y Panamá que va del yo al ellos asistimos a esa mirada entre desconfiada e incisiva del viajero que marcha pegado a una realidad fragmentada que irá anotando en su libreta, para más tarde, dar vida a aquello que surge como un magma que ya no es el fiel reflejo de lo experimentado ni lo apuntado, sino que se transferirá en una experiencia de experiencias que nacen del corazón, por ser éste el lugar donde habitan nuestros mejores recuerdos. En este sentido, pasión, sueño y realidad se unen en este libro —que supone un nuevo punto de partida en su obra— con la fuerza de los titanes, para de ese modo, luchar contra lo que el autor nos apunta: «Hoy ya no parecemos viajar para descubrir sino para constatar». De esa realidad inconclusa por auto-impuesta surge lo que «Cao Xueqin decía en El sueño del pabellón rojo que “la verdad se convierte en ficción cuando la ficción es verdadera, y lo real se vuelve irreal cuando lo irreal es real”», como nos apunta Hilario. En este juego de palabras es donde se halla esa otra realidad que nos ofrece el viaje: la de transformar nuestro propio mundo. De ahí que, en Un astronauta perfecto, el viaje también se nos presenta como sanador de la mente y como confrontación a nuestra propia verdad y prejuicio. El viaje surge así como la posibilidad de explorar lo desconocido y todo aquello que tiene que ver con los recuerdos y nuestra autobiografía. Ahí es donde la naturaleza del viaje es la propia del abismo que trata de salvarnos de la mentira. Mentira preconcebida y embrujada, por lo que tiene de armazón caprichoso. Un armazón que cubre un mundo tan relativo como el propio. Nos dice Hilario J. Rodríguez que: «En aquella época aún no sospechábamos que el mundo no se descubre, ni siquiera se intuye o se revela, porque el mundo es en realidad algo pendiente de ser inventado, creado. Ignorábamos que lo real no siempre es realista, para serlo necesita estar hecho a nuestra medida y eso nadie puede hacerlo a no ser nosotros mismos mismos». 

Un astronauta perfecto como camino que uno mismo debe recorrer, y también, como lucha contra nuestros propios fantasmas, porque como nos recuerda su autor: «Escribir es un juego de fantasmas», a lo que podríamos añadir que leer es la opción de adentrarnos en ellos para perder el miedo a lo misterioso como fuente de incertidumbre, y por ende, de desasosiego e introspección. ¿Entonces, si el viaje es transformación, tiene el viajero la capacidad de cambiar las ciudades que visita? Una más que sugerente pregunta que Hilario J. Rodríguez nos desentraña con la habilidad del artista que conoce muy bien los límites del viaje y el viajero: «En manos de los viajeros, las ciudades suelen convertirse en cadáveres. Por eso los viajes suelen convertirse en lecciones de anatomía […] Lo cierto, sin embargo, es que toda ciudad y sus habitantes se niegan a ser definidos, a dejarse fosilizar ni tan siquiera por la prosa más eficaz. Se oponen, se insinúan tan sólo para contradecirnos, nos evitan, nos excluyen, se esconden. 

    Cuando sus visitantes finalmente se van, ellas siguen allí. Y es en realidad el viajero que muere con ellas y no son ellas las que mueren con él.» Tal vez, porque las ciudades son algo pendiente de ser inventado. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 11 de septiembre de 2023

RAY LORIGA, CUALQUIER VERANO ES UN FINAL: LA BANALIDAD DE LA MUERTE


 

Algo cambia cuando en la frontera de la muerte una luz, inesperada, nos muestra el camino de vuelta hacia el mundo de los vivos. Un no final que nos obliga a concebir la vida de una forma distinta, por esa innata fuerza que tiene la determinación de la supervivencia. Nada es igual tras esa experiencia que nos recuerda la debilidad de nuestras determinaciones y, sobre todo, de nuestra existencia. Arribar de nuevo a puerto conlleva la necesidad de volver a empezar y verlo todo desde la incredulidad del que se siente un héroe interior si serlo. Ante esta disyuntiva caben varias opciones o caminos. Uno de ellos es el de proclamar la importancia de la vida, y a su vez, la banalidad de la muerte. En este término es donde Ray Loriga sitúa la acción y la esencia de su última novela, Cualquier verano es un final, donde el autor madrileño vuelca su experiencia vital a la que se tuvo que enfrentar justo antes de que fuésemos encerrados por la pandemia. Un viaje de vida o muerte que él venció con la certeza de que no hay que tomarse en serio a uno mismo, y menos, cuando la guadaña se acerca a nuestro cuello. En este sentido, la historia de amor y amistad entre Yorick y Luiz es el resultado de ese desapego. Un desapego plagado de desconexiones y situaciones que evitan la gravedad o la trascendencia en loor de la sencillez de esa amistad platónica que Yorick expresa sobre Luiz. Una vaguedad que despoja de todo interés literario a la novela y convierte a su título en lo mejor y más acertado de la misma. Es cierto que la capacidad metaliteraria que Loriga vierte sobre la historia que narra, trata de evitar esa falta de intensidad narrativa: «Les contaré lo peor que me ha pasado: confundir, en un sueño, una oca con un alce después de haberme obsesionado durante muchos días y sus correspondientes noches con un poema de Elizabeth Bishop. Según parece, hay que fijarse en los detalles. La realidad tiene engranajes y piezas muy pequeñas». Y es en ese engranaje de las piezas pequeñas donde Loriga se pierde a través de una secuencia de situaciones que se nos antojan caprichosas e inverosímiles, cuando no banales, acerca de lo que es la vida y la muerte, lo que no dejar de sorprender por la cantidad de comentarios elogiosos que el autor ha recibido por esta fallida, sin duda, novela. Y cuya única salvedad, tal vez se centre en el efecto doble que el escritor establece entre los dos protagonistas —caprichosos y hedonistas en grado sumo—. Un planteamiento que nos lleva a pensar que ambos personajes son una única persona, en la que Yorick se desdobla en Luiz en aquello que quizá siempre quiso ser sin lograrlo. En esa multiplicidad es donde Loriga explora de nuevo la frontera entre realidad y ficción que tanto atrae a muchos lectores, lo que sin embargo delimita su capacidad literaria de abstracción en beneficio de la historia que se nos quiere contar, y además, lastra su experiencia lectora, La literatura es literatura en sí misma sin más, y sin esa necesidad —ajena— de explorar aquello que hay de autobiográfico en cada novela, pues todo es vida: real o ficticia. 

Cualquier verano es un final es el reflejo de una sociedad en constante huida hacia el abismo. Una sociedad que trata de evitar el dolor, la muerte o la realidad en pos de un buenismo cada vez más lastrante y agresivo. Un buenismo que poco a poco está construyendo una posverdad que sólo existe en un mundo digital plagado de insulsas fotos y falsas sonrisas. Un hedonismo hueco y sin sentido al que Loriga ha intentado tratar con cierta ironía. Un matiz inteligente que, sin embargo, se difumina en una trama caprichosa y sin sustancia, de la que sin duda su mejor arma es su punto de partida: su título. 

Ángel Silvelo Gabriel.