martes, 16 de noviembre de 2021

GUILLERMO PÉREZ MASEDO, TOPOLOGÍA DE UN VERANO EN AVINYÓ: EL PODER DE LA MIRADA SOBRE EL PAISAJE

 


Hacer de la mirada un arte hasta no distinguir la realidad del sueño, la verdad de la ficción, la nube de la lluvia, el horizonte de la tierra. Y, de esa forma, desplazarnos en una línea recta que nos atraviesa el corazón, explora el mundo de lo incierto, y adivina todo aquello que es inasequible al continuo movimiento que nos condena a no expiar el poder de la mirada sobre el paisaje. De esa forma de mirar nace la obra de Guillermo Pérez Masedo (https://guillermomasedo.com) pura entelequia a la que pocas veces identificamos como arte, porque el verdadero arte es aquel que no entiende de modas y se circunscribe a la introspección e investigación que el artista abate sobre su obra. De esa particular virtud nace también el pintor, el artesano que busca la línea perfecta que une trazos y colores, fusiona imágenes e ideas, y transforma nuestros pensamientos en algo tan líquido como la belleza. Belleza construida de horizontes y campos, casas y calles, luces y sombras que, poco a poco, se pierden en la magnitud de unos universos interiores que se desatan en el anonimato del día a día, en la acrescencia del ovillo del que nos resulta imposible librarnos. Esa fuente ingrávida de sensaciones, en el caso de la pintura de Masedo, se proyecta en una paleta de colores que humanizan el verbo que el pincel es capaz de definir sobre el lienzo. Artista y obra recogidos en la extraña topología de un verano. Único por su destreza. Intenso por su intrínseco poder de comunicación. Diluido por el descubrimiento del último horizonte. Hay una gran capacidad narrativa en este cuadro que, aparte de describirnos la naturaleza del paisaje, nos abre la puerta al viaje. Un viaje con líneas de fuga que se unen en el epicentro del universo pictórico de esta obra. Un viaje exterior-interior. Sencillo y colectivo. Rural y urbano. Pop y cubista. Onírico y real como solo lo pueden ser las grandes obras de arte que, en este cuadro, son el resultado del trabajo que se esconde bajo el talento, y que en ocasiones, brilla con luz propia como sucede en esta Topología de un verano en Avinyó, porque como decía Paul Cézanne: ver es pensar. Un ver y un pensar únicos que se alzan sobre la inconmensurable montaña de lo imposible para demostrarnos cuál es el auténtico poder de una obra de arte por sí sola. 

El diálogo entre el pintor y su obra queda plasmado en el subtítulo que acompaña a este cuadro: “49 estudios para un mismo paisaje (ext int)”. Un subtítulo que en sí mismo define el poder de esta obra. Un poder que radica precisamente en eso, en la capacidad que atesora de adentrarnos en el interior a través del exterior, porque con ello logra definir la estructura de los sueños. Cabe la posibilidad de que soñar sea mentirse, pero también de que sea el camino que nos traslade a un ver y un pensar en el que existe la opción de llegar a ser otro a través del paisaje. Y, en Topología de un verano en Avinyó, cruzamos ese límite mediante la ficción que se hace perpetua en los recuerdos, o con el pincel de las sensaciones que dibuja nuestras vidas, porque quizá una de las cosas más importantes en la vida sea la de aprender a mirar. A mirar y a mirarse dentro de uno mismo, y hacerlo entre las rendijas del tiempo. Ahí es donde surge la necesidad de iniciar un viaje, el propio, aquel que nos puede llevar a las entrañas de lo desconocido, o a lo más profundo de un bosque que en apariencia lo cubre todo. Un bosque que no es un bosque cualquiera, sino el bosque de los sueños. Un lugar donde no cabe mentir y sí disfrutar del arte de la contemplación. Contemplar aquello que conforma la esencia de la que estamos hechos, y no sentir miedo a la hora de hallar la verdad de nuestros más íntimos anhelos. En ese camino hay muchas etapas, una de ellas es la de escudriñar la naturaleza del paisaje. A través del color y su recuerdo. La abstracción y el misterio. Sensaciones adheridas a una belleza tan necesaria como el aire que respiramos. Una belleza que, en Guillermo Pérez Masedo, está protagonizada por 49 estudios para un mismo paisaje. 49 estudios que van desde el inicial orden de la naturaleza hasta el desorden de la habitación en el que acaba. Un final en el que sobresalen una fotografía y el rayo de luz que entra a través de la ventana. Imágenes yuxtapuestas que fusionan una sucesión de instantes que nos hablan de las huellas de la vida. Una vida protagonizada por lo uno y lo múltiple en un maravilloso travelling que nos invita a vivir y a reinventar aquello que vemos y de lo que somos partícipes. Imágenes que nos descubren la perversidad de la mirada sobre el paso del tiempo y su analogía con el silencio que siempre nos acompaña. 

Topología de un verano en Avinyó es un único paisaje que requiere contemplarlo en silencio y, a partir de ahí, soñar. Soñar para mentirse, y a la vez, para reencontrarnos con la posibilidad de llegar a ser otro mediante el poder de la mirada sobre el paisaje. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 14 de noviembre de 2021

LINDA BOSTRÖM KNAUSGARD, BIENVENIDOS A AMÉRICA: UNA MELODÍA DE LO INHÓSPITO Y LO INESPERADO



El dolor que va más allá de los recuerdos y se incrusta como una lanza en el epicentro de nuestro corazón. Ahí es donde acaban las certezas y comienzan los miedos como una melodía de lo inhóspito y lo inesperado. ¿Cabe mayor proeza que la de rebelarse contra el mundo de los deseos? ¿Atacarlos con la firmeza del que anhela destruir la oscuridad en la que se refugian parte de sus miedos, para más tarde, rechazarlos con la certeza de la realidad? Monstruos infinitos que recorren nuestros pensamientos en forma de afluentes que antes o después llegarán a ese río de la vida que nunca se parece al que soñamos. Tener la valentía de romper ese hilo que nos mantiene balanceándonos sobre el abismo es la única alternativa al desastre. Ese desastre que la protagonista de Bienvenidos a América, Ellen, materializa a través del silencio. Un silencio hacia el mundo exterior que la rodea y no hacia el interior que la martiriza y absorbe todo el poder de su mayúscula apuesta: «Con el habla desapareció la luz». Oscuridad y silencio en forma de rebeldía contra sí misma y su familia. Familia de luz, en palabras de la madre. De ahí que, ante la personificación de la seguridad que engendra toda mentira, Ellen anteponga el único poder real a su alcance: el silencio. 

Las no palabras que se niegan a salir de su boca, son sin embargo, ricas en su pensamiento, conformando ese armazón de niña adolescente que es presa de sus miedos, y que a Ellen se le abaten sobre su conciencia en forma de recuerdos. Dulces. Trágicos. Únicos y añorados, porque en el fondo todos caemos en el pozo del pasado en busca de respuestas sobre nuestro presente: «Andar manipulando el tiempo es peligroso». El presente en Bienvenidos a América se diluye igual que lo hacen los sueños al despertarnos, dejándonos a merced de la sinestesia de un mundo que no reconocemos y rechazamos por no ser aquel que deseamos. El fulgor de la derrota, entonces, se hace insoportable, y más para una niña que todavía se pelea con su padre a través de los recuerdos. Un padre al que pidió a Dios que se muriera y por fin lo hizo. De ese desgarro en forma de arrepentimiento tardío nace un universo diferente y muy alejado de lo que conocemos como normal. En ese nuevo mundo es donde Ellen inicia un nuevo viaje: el del silencio que busca en las entrañas, igual que alfileres que cada vez que nos los clavamos nos recuerdan que del dolor también se aprende. El dolor que va más allá de los recuerdos. La cacofonía de ese silencio es una apuesta que su autora, Linda Boström Knausgard, utiliza para crear una historia demoledora sobre la soledad y la zozobra que buscan una respuesta ante la imposición que supone ver cómo se cumplen nuestros más funestos deseos. Ahí es donde la niña se da cuenta de que la vida no es solo juego, sino también realidad. Realidad teñida de claroscuros y destellos de luz tal y como la interpreta su madre. Y que de esa enseñanza nace un nuevo aprendizaje: el de la fuerza ante lo desconocido y la rabia ante la infelicidad. Ellen quiere ser feliz como su hermano o su madre, pero no es capaz de encontrar el martillo que rompa la membrana que la aísla del mundo, y de la incapacidad para llegar a amar fuera de sus no palabras o de sus sueños. 

Linda Boström nos sumerge en lo más profundo del mundo de los deseos con tintes oníricos arrebatadores, donde la lucha de su protagonista, Ellen, es la lucha por encontrar una verdad que le resulte válida y no la comúnmente aceptada. Esa rebeldía intrínseca a su personaje es también la búsqueda de una fe dentro del aislamiento y la tortura de un silencio que es una caja de resonancias interiores y ocultas para los demás. Resonancias que desembocan en mil y una imágenes preñadas de oscuridad: «La noche es como un amigo. El silencio no tenía nada de extraño por la noche. Y la soledad era auténtica». En esa autenticidad es donde nace esta melodía de lo inhóspito y lo inesperado. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

DOCUMENTAL ENRIQUE URQUIJO, VOLVER A SER UN NIÑO, EN EL PROGRAMA IMPRESCINDIBLES DE TVE2: LAS DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA


 

Las trampas del tiempo con la ayuda de los archivos de la televisión hacen posible recuperar el pasado, nuestro pasado. Y, al hacerlo, se vuelcan sobre nosotros de una forma inquietante por ese carácter entre desafiante y veraz que poseen, al ser los testigos de una vida y una verdad que ya no forman parte de nosotros. El pasado y su hiriente realidad se comportan como guadañas de los sueños, porque por más que intentamos esquivarlos éstos se empeñan en autodestruir los falsos recuerdos que nos hemos creado a lo largo del tiempo, sobre todo, si esos falsos recuerdos son de nuestra juventud. Una juventud cargada de canciones y chicas, locales y flashes apagados, neones y tribus urbanas que ahora se agolpan por salir de ese baúl en el que un día sin darnos cuenta los guardamos. El documental que el programa Imprescindibles de TVE2 emitió el pasado 7 de noviembre sobre el cantante y compositor del grupo Los Secretos, Enrique Urquijo, es una buena muestra de ese artefacto compuesto del binomio pasado-presente con el que vienen cargadas las exploraciones de un no tiempo que yace en un lugar —muchas veces perdido— de nuestra memoria. Volver a Los Secretos y a Enrique Urquijo, para quien suscribe, es regresar a su actuación para el programa El Gran Musical de la Cadena Ser en la discoteca Consulado de Madrid, una mañana de domingo rodeado de fans enfervorecidos/as. O hacerlo a esas cintas magnetofónicas de las que salían las notas de sus primeras canciones de su homónimo primer Lp, en el que canciones como: Déjame, Sobre un vidrio mojado o Niño mimado se peleaban por salir al aire y conquistar nuestros corazones. Pero también, sumergirnos en este documental es descubrir a esos hermanos Urquijo de niños y adolescentes; niños y adolescentes que ahora nos recuerdan que una vez todos fuimos niños, además de verlos crecer a través de las palabras de sus amigos, cantantes que compartieron escenarios con ellos, y vivencias vitales confesadas de nuevo por boca de productores, amigos y hermanos. Con sus palabras y recuerdos sentimos más de cerca la figura humana de Enrique Urquijo, un gran artista que, años más tarde, se unió a las sombras de Canito o Pedro Antonio Díaz, que con su marcha antes de tiempo le dejaron una profunda cicatriz en su vida. Lejos de esas sombras nos quedan sus canciones, y sobre todo, sus letras: poemas cargados con la munición más genuina de la verdad que se propaga por nuestras venas en compañía de la desnudez que toda confesión vital conlleva. Esos testamentos líricos y sonoros constituyen, sin duda, el mejor de los recuerdos que un artista puede dejar de su paso por este mundo. Un calendario infinito donde la sucesión de los días, aparte de aportarnos arrugas en la piel, dejan tras de sí las huellas de nuestras pisadas y el aroma de nuestro aliento. Un aliento que el inadaptado busca en soledad, como en soledad surgen las canciones de un Enrique Urquijo condenado a ser el protagonista de cada una de sus letras y canciones. Una manera de estar en la vida que te obliga a permanecer siempre desnudo ante los demás, lo que supone que partes con desventaja si no estás preparado a aceptar ese duelo donde tú ya sabes que acabarás perdiendo. Si bien es cierto que el mundo de los perdedores se aferra a nuestra memoria de una manera intangible a nuestros deseos, porque de una u otra forma, acabamos convirtiéndoles en héroes de aquello que nosotros nunca fuimos capaces de pensar, sentir o vivir. Caras de una derrota que, sin embargo, también poseen máscaras en las que cobijar todo aquello que nos da miedo compartir. Máscaras que se convierten en sombras que nos persiguen hasta la muerte y se transforman en las dos caras de una misma moneda. 

Los Secretos ya forman parte de la banda sonora de varias generaciones de españoles que crecieron con sus canciones y éstos a su vez las hicieron partícipes con sus amigos, hijos, e incluso nietos. La melancolía, esa niebla que nos atrapa cuando menos lo esperamos, aquí se ha convertido en una fuerza que se levanta cada día al lado de esa última esperanza que marcha inherente al ser humano, pues no hay nada más genuino que la melodía de una canción para sentirnos únicos y retrotraernos a tiempos donde fuimos felices, porque ahí reside la magia de la música: hacer felices a los demás por más que nuestras mejillas en ocasiones se nos llenen de lágrimas cuando las escuchamos. 

El rastro de los recuerdos me lleva ahora hasta finales de 1994 o principios de 1995, cuando vi a Enrique Urquijo con Los Secretos por última vez. Lo hice en una sala de Zaragoza, la ciudad en la que se encontraba Álvaro cuando su mujer le comunicó la muerte de Enrique. Casualidad o no, el destino va surcando nuestras vidas con la pericia de aquel que cree «nunca ha estado en ningún sitio al quisiera ir» como nos dijo Joan Didion. Entonces, el paso del tiempo se comporta como un boomerang que te golpean en la sien del alma… 

… A veces, cuando alguien te dice Déjame lo hace Sobre un vidrio mojado húmedo por el caudal de nuestras lágrimas. Igual que aquella Otra tarde que ya No me imagino, porque ahora Solo quiero beber hasta perder el control. Y sí, sé Buena chica por más que te perdieras en La calle del olvido y me dijeras aquello de que Solo estás. A lo que yo te respondí: Soy como dos. Sin embargo, me di cuenta tarde de que Y no amanece porque estoy perdido entre tus Ojos de gata Buscando aquello que fui. Y Hoy no, no quiero Cambio de planes, porque tan solo me queda la compañía de mi Amiga la mala suerte. Colgado, pero a tu lado. Dos caras distintas de ti y de mí. Por eso te digo: Agárrate a mí María que todo Solo ha sido un sueño. 

Este mes de noviembre salen a la luz los dos últimos proyectos de Los Secretos. Siempre hay un precio (editorial Espasa) una biografía del grupo escrita por Álvaro Urquijo —que llega a las librerías el próximo 18 de noviembre—, donde cuenta en primera persona toda la historia de Los Secretos desde sus orígenes hasta hoy. Y, el día 19 de noviembre, sale a la venta el disco Desde que no nos vemos; un larga duración como homenaje por el vigésimo aniversario del fallecimiento de Enrique Urquijo. Un CD+DVD grabado el 17 de noviembre de 2019 en el Wizink Center de Madrid. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 9 de noviembre de 2021

CARSON McCULLERS, EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO: EL CARÁCTER SECRETO DEL AMOR


 

La fuerza del amor y sus contradicciones. Secretos y frustraciones que yacen en el más oscuro de los silencios. Fuerzas que unidas conforman una corriente de aguas salvajes. Aguas salvajes y transparentes que discurren por el perfil de las montañas en busca de su final. Un final cuyo magnetismo no se fabrica únicamente de los encuentros que lo cimentan, sino también de los desencuentros que lo desvían de su objetivo. Es en esos desencuentros donde tenemos acceso al mundo de olvidados y perdedores en el que la joven escritora Carson McCullers (esta es su primera novela escrita con 23 años) sitúa la narración del carácter secreto del amor a la que tituló El corazón es una cazador solitario. Un amor universal y que siempre creemos único. Un amor sin más límites que el de nuestros sueños. Un amor que, en demasiadas ocasiones, no se llega consolidar en la realidad. De esas frustraciones y de sus ecos nacen las relaciones que se entrelazan en una ciudad olvidada del sur de los Estados Unidos donde la autora sitúa esta novela. Siempre se nos dice que la literatura está plagada de historias de perdedores, aquellos con los que los lectores mejor se identifican (quizá porque ellos también lo sean), y esta es una de esas historias de perdedores donde lo importante no es aquello que ocurre o se nos cuenta, sino lo que no se nos muestra. Ese punto de misterio y secreto Carson McCulllers nos lo van construyendo de una forma lenta y en apariencia sencilla (nada más lejos de la realidad), para a partir de ahí, levantar un clásico de la literatura norteamericana por su capacidad para abrir puertas por las que dejar transcurrir las vidas y los deseos de unos personajes que no consiguen que la flecha de Cupido acabe en el corazón de la persona a la que aman. 

El punto de partida de El corazón es un cazador solitario es John Singer, un sordomudo enamorado de su amigo. Un personaje que se convierte en el armazón de una historia que gira entorno a sus silencios y a la capacidad que los demás depositan en él a través de la falta de comunicación. De esa profunda incomunicación nacen los deseos hacia él de la joven Mick Kelly, del alcohólico Jake Blount, del dueño del restaurante donde todos paran Biff Brannon, y del doctor Copeland, un médico negro con ideas revolucionarias. En este sentido, Singer se convierte para todos ellos en una especie de santo al que confesarle sus secretos, anhelos y frustraciones. Esa capacidad que tienen los demás de convertirle en un gigantesco buzón de sus deseos es la que utiliza Carson McCullers para incidir en todo aquello de negativo que existe en la incomunicación, pues en demasiadas ocasiones se transforma en una falsa versión de la realidad. Es en esos mundos paralelos, es donde la ficción que nos propone la autora sureña alcanza altas cotas de literatura. Literatura que araña sobre lo más profundo de la naturaleza humana. Literatura que nos relata la necesidad de dar a conocer nuestros sentimientos y frustraciones. Una búsqueda de emociones que McCullers no solo aborda a través de sus personajes, sino también mediante la situación política internacional (la acción se sitúa en la década de los años 30), el racismo o la lucha de clases. Todo ello envuelto en un papel cebolla que actúa como distorsionador de la realidad y, que hace del aislamiento de unos personajes perdidos en sus propias vidas, unos héroes sin voz. Héroes de vidas sencillas, anónimas y atormentadas. Héroes sin voz cuya máxima necesidad es la de salir de ese sarcófago vital. Una necesidad que McCullers nos narra en esta larga novela donde el mundo es un aparte de aquello en lo que ella fija su mirada, una joven de 23 años que analiza de una forma puntiaguda el mundo interior de cada uno de sus personajes. Personajes solitarios que a lo largo de su carrera fueron los protagonistas de sus historias. Historias cargadas del simbolismo de la inocencia que va en busca de una felicidad que, quizá, no exista, pero que quizá, también, sea el motor que mueve el mundo de mediante una sinergia de fuerzas encontradas que chocan una y otra vez entre sí para dar a luz algo nuevo: la vida que se crea con el amor. El de un hijo hacia su madre. El de una joven hacia una persona adulta. El de un médico negro hacia sus semejantes. O el de un joven hacia su amigo. Porque, quizá, todos ellos sean ejemplos del carácter secreto del amor. 

Ángel Silvelo Gabriel.