martes, 19 de noviembre de 2024

HILARIO J. RODRÍGUEZ, EL AÑO PASADO EN MARIENBAD: RETOS CONTRA EL ABISMO QUE REPRESENTA EL PASO DEL TIEMPO


 

El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos. Entonces, ¿qué es pasado, presente o futuro cuando todo se congela en el instante en el que lo hemos vivido? Incapaces de detener el tiempo jugamos a recordarlo, experimentarlo o imaginarlo. La literatura, o sobre todo el cine, es el perfecto simulador que congela las manecillas del reloj, inmiscuyéndonos en una ficción paralela a la realidad, lo que la convierte en una fuerza tan poderosa como el tiempo. Sin embargo, por mucho que nos engañemos esta artimaña no deja de ser un truco de magia. Falso, claro, porque detener una imagen no significa detener el tiempo, sino transportarlo a lo que fue y ya no es, o quizá hasta lo que algún día soñaremos. En este sentido, Hilario J. Rodríguez cuando nos acerca a la película de Alain Resnais y Alain Robbe-Grillet, El año pasado de Marienbad, ejerce de mago (sin trampa ni cartón) capaz de parar el tiempo para, de ese modo, hacerse dueño del pasado, el presente y el futuro a través de los recuerdos y las palabras (no cabe mayor oxímoron que el subtítulo de la contraportada: Recuerdos del futuro). Esa imagen fija que nos va proporcionando Hilario capítulo a capítulo nos muestra la importancia de lo dicho y experimentado, para a partir de ahí crear un texto nuevo y una nueva película donde el tiempo ya es otro, porque se trata de un espacio en el que, mediante la invocación de otros, de sus películas y sus novelas, nos lleva hasta la evocación de una singular forma de hacer arte (por original y distinta) mediante los ecos que representan cada una de las palabras que conforman este ensayo. Un análisis magníficamente documentado de lo que puede representar para algunas personas una película que, como toda obra maestra, transita más allá de los límites cinematográficos para adentrarse en el subconsciente colectivo de una generación de cineastas, críticos y espectadores. 

El año pasado en Marienbad relativiza la vida y el amor en un espacio geométrico como si de un universo inventado por De Chirico se tratara. Tal es su poder que, de esa frialdad o distancia, nace algo tan intenso como nuevo. Y esa anunciación es la que Hilario nos muestra, porque este Recuerdos del futuro va de lo que el autor narra o inventa, pues crea una nueva estructura conceptual y literaria, dándola forma a través de un texto dentro del texto. Viajero incombustible, cinéfilo sin desaliento, y escritor sin tapujos y con grandes dosis a la hora de saltarse los márgenes de los estilos narrativos y literarios que aborda, Hilario J. Rodríguez, una vez más, hace suyo un universo general y multiconceptual como el que representa la película sobre la que nos habla, para dotarla de una textura que nadie más que él puede imaginar por su capacidad para engendrar un nuevo universo en cada uno de sus libros. Universos únicos que, en este caso, son como retos contra el abismo que representa el paso del tiempo. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 18 de noviembre de 2024

SEGUNDO PREMIO DIRIGIDA POR ISAKI LACUESTA: DE GRANADA A NUEVA YORK, UN VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO


 

Las historias, como los viajes, necesitan de pistas previas que nos dirijan adonde queremos ir, a pesar de que en el camino debamos sortear un sinfín de obstáculos que, una vez sorteados, por fin nos dejen observar aquello que deseamos. Esa exploración hacia lo anhelado, pero desconocido, que se produce en el interior de cada uno de nosotros es la que propicia un nuevo nacimiento, porque ese es el auténtico reto y resultado del viaje existencial a través del tiempo y los sentimientos. Cuando parece que todo se ahoga se suscita el milagro, porque una luz (nueva y poderosa) nos lleva al paraíso que siempre hemos buscado, tal y como les sucede a los protagonistas de esta cinta dirigida por Isaki Lacuesta que, en contra del sentimiento general, aborda la grabación del tercer álbum de Los Planetas Una semana en el motor de un autobús desde la linde de la ficción que explora detalles generales de una realidad que para los protagonistas de esta historia no sucedió así, porque nada más que ocurrió en el interior de cada uno de ellos. De esos sueños y deseos nace poderosa una película de luces y sombras, hallazgos y reconsideraciones, desalientos y esperanzas que escena tras escena forman un compendio intangible de lo que se sueña y de lo que realmente somos o llegamos a ser, porque como se dice en Segundo Premio: «Cuanto más cerca estás de que se cumpla un sueño más difícil resulta alcanzarlo». Y de esa imposibilidad va este filme magistralmente filmado y montado, pues su estructura y ritmo narrativos consuman la verdad sobre la vida que se nos precipita entre los días sin que seamos capaces de detenerla para intentar cambiarla. Segundo Premio es una cascada de sensaciones y planteamientos duros e innegables, como duros son las drogas o la fortaleza de May para dejar la banda y buscar una salida diferente a sus sueños. De esa lucha entre la libertad y la amistad también va este viaje, quizá, sin retorno, por más que especulemos sobre él a través de nuestras constantes visitas al pasado, porque no hay una posibilidad de escape. Como dijo Lorca: «Si alguna vez se escapa de Granada es a través del cielo». Una huida que la voz en off de uno de los personajes nos recuerda mirando hacia ese cielo estrellado que en Granada se convierte en una estela de deseos inabarcable. Granada como prisión y libertad en una misma secuencia. 

Segundo Premio es una historia de amistad y libertad que, en manos de El Cantante y El Guitarrista, sólo encuentra su conexión en la música, porque como dice uno de ellos: «Esa era su forma de hablar». Hablar, y de paso sentir y crear, porque de ahí partió uno de los álbumes más influyentes del indie español de la década de los 90, y un punto de inflexión en la música popular española. Lo que, de nuevo, nos lleva a revisitar la relación entre realidad y ficción. Una interacción que Lacuesta magnifica ponderando lo importante sobre lo anecdótico, y porque para saber la verdad hay que buscar en las canciones que trocean esta historia en once capítulos, uno por tema del disco. Canciones que nos hablan de la desesperación y la esperanza con ese punto lírico e inigualable de las guitarras de un grupo que hizo de ellas su principal aportación al mundo musical. De esas cuerdas brotan notas que amplían la manifestación de un alma que no busca respuestas sino estados en los que permanecer sin sentirse culpable. Respuestas que, por otra parte, nos delatan, como esos poemas de Lorca en Poeta en Nueva York, auténticos canalizadores de la bruma por la que se desplaza esta película. Una historia hecha para sentir la necesidad de la música en nuestras vidas. Héroes sin nombre propio que se enfrentan a los algoritmos que nos matan, porque se naturaleza es la propia de las esencias que nacen de los más profundo del ser humano. Reinterpretaciones que nos retratan con la disfunción del que nada más busca expresar sus estados vitales que vayan más allá de sus comportamientos erráticos o dañinos. En este sentido, Segundo Premio es la culminación fílmica, estética y vital de una travesía sensorial que un día emprendieron sus protagonistas de Granada a Nueva York, igual que si fuera un viaje al otro lado del mundo. Un mundo donde se depositan los sueños que no entienden del eterno debate entre realidad y ficción. Esa relación transversal entre lo real y lo imaginado es igual a la huella que el hombre dejó en su primer viaje a la Luna, porque para que nadie dude de la intención de Segundo premio, al inicio de la misma se nos explica que: «Esta no es una película sobre Los Planetas», que, sin embargo, nos lleva a esta otra: «Esta es una película sobre la leyenda de Los Planetas», igual que si todo lo visto fuese un icónico viaje a través del tiempo y la música de un grupo que ya forma parte de la memoria colectiva de una ciudad, un país, y un universo: el de la música, que canta, retrata y reivindica a sus más relevantes figuras. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 12 de noviembre de 2024

VICENTE VALERO, EL TIEMPO DE LOS LIRIOS: LA IMPORTANCIA DE LA CONTEMPLACIÓN Y EL SILENCIO


 

Hay varias formas de reconstruir el mundo. Una de ellas es a través de la literatura como fuente de indagación, introspección y trascendencia. En este sentido, nada es ajeno a esta nueva aventura literaria de Vicente Valero. Su curiosidad, su forma de mirar, contar y acercarnos a la región italiana de la Umbría y su época de mayor esplendor: El tiempo de los lirios. Época que marcó el nacimiento de una nueva era, y que él nos muestra en el periplo que emprende por sus ciudades y pueblos a lo largo de quince días. Y lo hace párrafo a párrafo, palabra a palabra a lo largo y ancho de un universo nuevo, pues nueva y única es su forma de seguir la huella de ese personaje disidente en la fe y amigo de los animales y la pobreza que es San Francisco de Asís. De ahí parte Valero para, a través de un clásico cuaderno de viajes, narrarnos no sólo una vida sino todo el compendio de una sociedad que se abre a la luz tras una etapa de tinieblas. Y el escritor ibicenco nos lo dibuja, igual que si fuera uno de los múltiples frescos que describe, con una precisión documental y estilística extraordinaria, por lo ambiciosa y bien documentada que está. En este libro nada queda al libre albedrío, ni la pintura, ni la escultura, ni la literatura o el cine, la música, y cómo no, la fe. De todo ello surge un lema: la importancia de la contemplación y el silencio, ambos elementos ausentes en una sociedad actual gobernada por la estupidez de los selfies y el retrato banal del paisaje que los rodea. Una banalidad a la que escritor contrapone un estilo narrativo sobrio sin olvidar su esencia poética donde el menos es más a la hora de dotar a sus textos de una naturaleza única.   

El tiempo de los lirios representa la importancia del viaje como instrumento esencial que nos sirve de descubrimiento, asombro y divulgador de cultura. Elementos que obviamos en nuestro día a día, y que siempre se encuentran a nuestro lado, pues sólo hace falta pararse a mirar aquello que nos rodea para encontrar algo que nadie antes ha visto y, como si fuésemos unos plateros, sacarle el brillo que merece para, porque como dijo Cézanne: «Ver es pensar». A través de este compendio de sabiduría Valero nos abre la puerta y la mirada hacia esa búsqueda de la belleza que es única, por ser la expresión de lo que el ser humano es capaz de alcanzar cuando se propone conquistar las metas más altas en cuanto a su percepción estética, mística o existencial. Hay algo mágico, por inusual, en las jornadas de este viaje, porque nada más comenzar a leer sus páginas somos conscientes que estamos ante una flor en primavera: hermosa, esbelta y llena de luz. Una flor que se abre con la luz que nos invita a sumergimos en un mundo, el espiritual, que no para en su ambición de indagar por las entrañas del alma de los personajes a los que se acerca, pero tampoco en lo que respecta a su mirada hacia la naturaleza, porque el paisaje se nos presenta como un corolario infinito que abarca la totalidad del cuadro que se nos muestra. Lienzo que maneja los tiempos del viajero y, de aquello que observa y ve, de una forma pulcra, casi monástica, como son sus acotaciones culinarias o sus referencias a las vías por donde se desplaza para visitar localidades, iglesias o museos locales a los que nadie va salvo aquel que conoce los tesoros que guardan y exhiben. Luz, una vez más, sobra la oscuridad que nos gobierna y padecemos. Una nueva Edad Media, en este caso tiranizada por la tecnología, que cada vez más nos aleja de lo que somos: personas. Almas que, en cualquier caso, necesitan de la importancia de contemplación y el silencio. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 11 de noviembre de 2024

JAUME PLENSA, MATERIA INTERIOR EN LA FUNDACIÓN TELEFÓNICA: LA LUZ QUE NACE DE LA OSCURIDAD

 


¿De qué estamos hechos? ¿Cuál es la materia de la que partimos hasta convertirnos en personas de carne y hueso? ¿Primero es la idea y a continuación llega su ejecución práctica? Todo es materia oscura en el demiurgo del que procedemos. Materia interior de la que parte el deseo hasta convertirse en algo tangible. La luz que nace de la oscuridad. Y, a partir de ahí, poder llegar a afrontar la relación que une al yo con los otros. Pues somos seres humanos que existimos a través del otro. De esa colectividad nacen las ideas, las palabras y la especie. Como nos dice el propio Jaume Plensa, a propósito de la presentación de la exposición de quince de sus obras en la Fundación Telefónica bajo el título de Materia Interior: «Yo creo que todo nace de la oscuridad, por tanto, aquí podía hablar de ello» Y lo hace partiendo de una fotografía mural de su estudio titulada Paisaje de Jaume Plensa a modo de salón de máquinas que traduce lo intangible en tangible, la idea en formas y espacios tridimensionales engendrados para establecer una relación directa entre obra y espectador. Las obras de Plensa están pensadas para ser sentidas, acariciadas, contempladas y analizadas con la magnitud infinita de los deseos. Anhelantes, sugerentes, conmovedoras o retadoras se manifiestan ante nuestra vista como un juego: el de los sentidos como, por ejemplo, las que parten desde el hueco interior de las figuras femeninas de alambre donde sus rostros reflejan un contenido no sólo expresivo, sino también conceptual por lo que tienen de accesibles en sí mismas. De esa confrontación interior-exterior es desde donde logran conformar un todo presidido por el binomio belleza y sueño. «Mi obra quiere que cada persona se refleje en ella y mire a su interior. El arte tiene que ser este catalizador que nos permita crear una seguridad en nosotros mismos y nos permita hablar de ideas, de vibraciones. Vivimos en un momento de ruido que muchas veces no nos permite esos momentos de silencio. El arte tiene que ofrecer un mensaje de esperanza y positividad, de volver a creer que el ser humano somos más que esta violencia actual». 

Otra dimensión profunda y esencia de esta exposición es la que viene representada por el concepto del silencio y la importancia que éste tiene a la hora de desarrollar esa materia interior de la que partimos y de la que, en la sociedad actual, no hacemos más que alejarnos. Todo hoy en día genera ruido, estrés y frustración. Un frontispicio que el artista catalán explora con la serie escultórica Silence; una representación del mundo que habitamos a través de expresiones que nos invitan a la reflexión, y que son un gran espejo universal de lo que somos. Todas ellas, sin duda, son una síntesis de los temas recurrentes en la obra de Plensa: la identidad, la fragilidad de la condición humana, lo efímero, la espiritualidad el silencio, la comunicación o el lenguaje. Una fusión entre obra y espectador, que alcanza su máxima expresión en la serie titulada Glückauf?, en la que una sucesión de cortinas de letras que recrean la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 permiten a los visitantes interactuar con ellas, igual que si de una sopa de letras interactiva se tratase, fusionando idea y materia en un único elemento, donde los sentidos del tacto y la vista se conjugan a la hora de generar nuevas ideas, y que podríamos conceptualizar como la unión entre el hombre y el conocimiento. 

Como manifestó el artista en la presentación de esta exposición que se podrá ver hasta el 4 de mayo de 2025 en la tercera planta del Espacio Fundación Telefónica, todo procede de la oscuridad, porque del cerebro nacen las ideas, de la boca nacen las palabras y en el útero se gestan los niños y las niñas, la vida. Y de esa vida parten los sueños. Sueños que se transforman en palabras, lenguaje, repetición o sonidos que tratan de acercarnos a esa materia intangible que todos poseemos: el alma. 

Ángel Silvelo Gabriel.