viernes, 29 de abril de 2022

ALICE MUNRO, DEMASIADA FELICIDAD: LA CRUEL SOLEDAD DEL DIFERENTE

 


Soledad. Soledad como la fuerza que nos somete a lo largo de la vida. Soledad que no desaparece con la muerte. Esos reflejos interiores que nunca llegan a atisbarse en un mundo hostil y primitivo. Reflejos alejados de todo aquello que lleve la marca de la felicidad. Entonces, ¿qué representa ese efímero trasunto que deviene en demasiada felicidad? Esa demasiada felicidad que Munro nos presenta en esta colección de relatos es un mero deseo. Aquel que siempre anhelamos. Aquel con el que soñamos de una forma obsesiva. Aquel que no es real. En este caso, como ocurre en la obra de la escritora canadiense, las aguas subterráneas por las que fluyen sus relatos no dejan de correr por su mente. Por sus historias. Por sus vísceras. Aguas que salen a la luz en narraciones afincadas en una realidad muchas veces hostil y que huyen de ella asociadas a la indiferencia. Vidas anónimas que también necesitan de algo de cariño. Un cariño que parece que nunca encuentran, porque Munro indaga en los secretos que mueven nuestras vidas y en las atrocidades que éstos engendran. El resultado de todo ello convierte a sus personajes en seres débiles y sensibles que necesitan de ilusiones efímeras o absurdas que se crean ellos mismos para sobrevivir. La vida, en estos casos, es un espacio de ausencias, tal y como ocurre en el relato, Dimensiones, que abre esta recopilación. Ausencias que, sin duda, necesitan aliarse con el destino, y donde las historias contadas lo son de vidas paralelas que no tienen nada en común, salvo la soledad. Vidas paralelas que, sin embargo, acaban uniéndose en un enigmático final —marca de la casa— que nos ofrece la posibilidad de terminar o reinterpretar lo leído o imaginado. Un azar y sus consecuencias que está presente en El filo de Wenlock o en Pozos profundos, donde las historias quedan inacabadas, suspendidas en el aire, en la soledad y en la búsqueda de uno mismo y el resultado insatisfactorio que eso conlleva. Rastros de rostros que no acaban de romper con su pasado, porque siempre hay un lugar al que volver aunque éste sea el equivocado. 

Alice Munro conocedora de que en la literatura hay que saber seducir al lector para mantenerle atento a aquello que se le está contando, emplea distintas formas para atrapar y engañar al lector. Una de ellas es la de llevarle por un camino que luego se desvanece y que al final resurge, para de esa forma, darle un sentido a la historia. Una técnica del relato corto que se denomina como la historia oculta o subterránea. Esta técnica es la que la escritora canadiense emplea en Radicales libres, en la que la soledad de los personajes y su desarraigo frente al dolor y la vida son los verdaderos protagonistas. Un desarraigo que se alza como otro de los aciertos narrativos de la Munro, y que sin duda, se convierte en magistral cuando lo emplea en sus particulares viajes hacia la infancia presentes en algunos de su relatos. Aquí, los recuerdos de la infancia transitan imborrables hasta el final de nuestras vidas. Recuerdos apegados a lugares, casas y estancias donde, quizá, una vez fuimos felices como solo se puede ser feliz cuando eres niño, donde el corazón todavía no ha sido abrasado ni por la ira ni por el rencor. Viajes que solo se entienden en la soledad del tiempo. Sin embargo, no todo es felicidad en Demasiada felicidad, porque la autora también utiliza esa vuelta al pasado para hacer presente la crueldad que manifiestan los niños contra el diferente, el malformado o el retrasado, y que, en Juego de niños, se plasma en una larga historia llena de vaivenes que en un momento dado te obligan a ir en busca del final. Un final cruel y sin cerrar a pesar de que se intuya sin dificultad el destino de una de las protagonistas. Destino para el que Munro afila el cuchillo que representa su escritura mordaz y valiente. Un estilo que la define y en este relato pone al servicio de la soledad infantil que va dejando rastro a lo largo de nuestras vidas, a pesar de que éste sea una rastro sangriento. 

Hay que llegar al final del libro para dar con la joya literaria de esta recopilación de relatos, pues el que da título al mismo, Demasiada felicidad, es toda una obra maestra del arte de escribir. En esta pequeña biografía de la matemática rusa Sofia Kovalevski, Alice Munro nos proporciona una clase magistral de contención, frialdad, y perfección narrativa a la hora de relatarnos los últimos días de la matemática rusa, y lo hace con una mirada inequívocamente sublime hacia el personaje, lo que nos obliga a no dejar de leer. Demasiada felicidad es la partitura de una hermosa historia de amor y desencuentros. De atrevimiento y desencanto. De valentía y renuncias. Una historia plena de magnetismo. Intensa. Mágica como un cuento de hadas. Reveladora como el mayor de los milagros. Una historia donde la nieve hace de justiciera maldita y atroz,. Una historia que en su último capítulo llega a la perfección. La limpieza con la que Munro afronta esta biografía es admirable, porque nada falta y nada sobra  en esta brillante narración teñida por el infortunio y la soledad que nos acoge a lo largo de nuestras, a pesar de que en ella tenga cabida la frase demasiada felicidad como expresión de ese último deseo que nos acoge antes del final. Una felicidad que, sin embargo, se transforma en la cruel soledad del diferente. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 24 de abril de 2022

NIÑOS MUTANTES EN LA SALA MON LIVE DE MADRID: CANCIONES PARA LA CABEZA Y EL CORAZÓN


 

La lluvia, en ocasiones, es el flujo de la vida que nos desprende de todo aquello que nos resulta dañino. Los malos recuerdos y las crueles experiencias se diluyen en un abrir y cerrar de ojos que nos facilita visualizar la puerta hacia una nueva vida. Una nueva vida cargada de nuevas ilusiones y esperanza. Ese podría ser el leitmotiv de un concierto donde Niños Mutantes disfrutaron sobre el escenario como si nada hubiese ocurrido en esta larga interrupción en forma de pesadilla colectiva que hemos padecido. Pero no solo ellos, porque sus seguidores saltaron, bailaron y lo dieron todo en la Sala Mon Live de Madrid una noche de viernes lluviosa. Una lluvia purificadora de aquellos sueños rotos que, desde que Juan y el resto de componentes del grupo granadino salieron al escenario cayó como un negro telón que de repente se convierte en luz. Luz hecha música. Con una puntualidad germánica Niños Mutantes hicieron su aparición en el escenario con un show repleto de buenas canciones que distribuyeron en un setlist que abarcó casi todos sus discos. Quizá, esta nueva reentré justificaba más que nunca el repaso vital y musical a toda una vida llena de canciones. Canciones que los allí presentes disfrutaron como nunca al escuchar temas como Errante, Globo o Te favorece tanto estar callada. Eléctricos. Dinámicos. Amarrados a sus gravitacionales letras que tanto nos narran las duras historias de la vida como nos hablan de una nueva esperanza, Niños Mutantes supieron dotar a su actuación del  punto de inflexión que supone todo lo que conlleva la música pop-rock: la intensidad del momento que se fusiona con las sensaciones. Sensaciones que devienen en imágenes que nos llevan a recordar ese edén en el que por momentos creemos estar cuando escuchamos los temas que nos hacen volar. Y eso hicieron los de Granada: conseguir hacer volar a un público que llenaba la Sala Mon Live de Madrid con sus propuestas musicales. La traducción de todo ello se produjo, sin duda, a través de sus guitarras al aire. Guitarras que esculpieron emociones desde que comenzaron a sonar las notas de Palabras de Julio, tema con el que se inició el concierto y, que desde el minuto uno, nos dejaron claro que la simbiosis entre grupo y público no había hecho más que empezar. 

Como los mejores recuerdos son aquellos que nos siguen produciendo un estallido de luz en el corazón, Niños Mutantes repasaron con intensidad una buena parte de su discografía a lo largo de los veintiún temas que sonaron a lo largo de su actuación, en la que incidieron más en sus discos Ventanas y Diez, y sin olvidarse de su última canción: No has venido a sufrir. A lo largo de esa caída del sol a la que hace referencia este tema los granadinos no llevaron por una senda plena de los claroscuros; esos que nos persiguen día a día y, de las que ellos sin embargo, fueron capaces de extraer la esencia de cada momento con unas letras que en muchas ocasiones fueron coreadas por sus más fieles seguidores y que, sin duda, los hicieron sentirse como en casa, por mucho que ellos sean de Granada, su sello discográfico (Ernie Producciones) de un pueblo de Ourense llamado Castro Caldelas y la actuación se produjese en Madrid. Una mezcolanza que nos habla de la universalidad de la música y, también, de un lenguaje que no tiene límites. Un lenguaje en el que la música fue la gran protagonista en esta noche de viernes. Una noche lluviosa en el exterior y envolvente y mágica en el interior gracias a esos medios tiempos de Niños Mutantes. Siempre agarrados a esa percepción única que desarrollan en cada uno de sus temas. Instantes perennes en la memoria de aquellos que se acercan a  su música. Veteranos en el arte de la composición, los conciertos y los festivales, el viernes reaparecieron en Madrid tras su concierto en Granda como unos músicos dispuestos a empezar de nuevo. De su generosidad nacieron canciones llenas de alma y corazón. Canciones que, como indican en su corolario en redes sociales son: «Canciones para la cabeza y el corazón». Y gracias a ello saltamos, bailamos y cantamos cuando sonaron, por ejemplo, Hermana mía, Te favorece tanto estar callada, o Sin pensar. O como no, cuando atacaron Errante, que desató un coro colectivo que junto a No puedo más sirvieron para cerrar la primera parte del show. 

El bis les sirvió para homenajear a sus seguidores más veteranos con Globo, una canción que entre subes y bajas reafirmó la fuerza del directo de los granadinos. A la que siguió Noches de insomnio, otro de sus hits que enseguida nos devolvió a nuestra memoria las imágenes del vídeo de la Fundación Rodríguez-Costa de Granada donde fue grabado entre acequias y esculturas clásicas. Lo que sin duda fue una magnífica opción antes de tocar la versión de Manuel Alejandro del tema Como yo te amo, en donde a Juan se le escapó un: «esto va por Raphael», lo que les llevó hasta ese rush final que fue Todo va a cambiar. Una canción con un mensaje de esperanza, igual que todo el concierto que tuvimos la fortuna de vivir el pasado viernes, porque no se nos pasó por alto que esa fue la magnífica excusa para pasar página e ir en busca de un horizonte en el que perduren las canciones para la cabeza y el corazón de la mano de unos Niños Mutantes eléctricos, exultantes y cargados de una vitalidad a prueba de bombas. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 21 de abril de 2022

THE SMILE, FREE IN THE KNOWLEDGE: LA LIBERTAD DE ELEGIR NUESTRO FINAL



Lírica. Impactante. Coral e icónica como un video-montaje de Bill Viola. Atrapada en el mimetismo de una melodía que te pone los pelos de punta. Sensibilidad a flor de piel en la voz y la composición de Thom Yorke, tal y como si lo hubiese compuesto para Radiohead. Pero no, son The Smile, esa dulce sonrisa que te asoma en la boca cuando escuchas esta bella canción una y otra vez, una y otra vez…

 

LIBRE POR DEL CONOCIMIENTO

libre por el conocimiento

un día esto terminará

libre por el conocimiento

todo ha cambiado

 

y este es solo un mal momento

avanzamos a tientas

no nos van a atrapar así

soldados a nuestras espaldas

no nos atraparán así

un rostro usando miedo

para tratar de controlarnos

pero cuando nos unimos

pues, entonces, quién sabe qué pasará

 

y este es solo un mal momento

avanzamos a tientas

no nos atraparán de esa forma

soldados a nuestras espaldas

no nos atraparán

 

hablo con el rostro en el espejo

pero él no puede responder

le dije que es hora de que hagas algo

porque vemos a través tuyo

le hablo al rostro en el espejo

pero él no puede responder

resulta que estamos juntos en esto

nosotros dos

 

Letra de la canción: Free in the knowledge.

 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 17 de abril de 2022

PARÍS, DISTRITO 13, UNA PELÍCULA DE JACQUES AUDIARD: EL VACÍO Y LOS AMORES LÍQUIDOS EN LA GENERACIÓN TINDER


 

Fluir. Dejarse llevar. Caer atrapado en la necesidad de evitar el vacío. Con el sexo. A través del sexo. Después del sexo. Fluir sin mirar al entorno. Gris. Gigantesco en sus edificaciones. Incómodo en su plasmación interior. Desdibujado. Lleno de goteras. Y, tras ello, la sensación de andar perdido. Elementos de un decorado que se reafirman a cada momento en esta película sobre el vacío y los amores líquidos en la generación Tinder. Todo transcurre en un París de pueblo. Una ciudad gris, de anodinos rascacielos de viviendas oscuras. Instantáneas en blanco y negro, el color elegido por su director, Jacques Audiard, para reconstruir el mundo desconocido de unos personajes que buscan una y otra vez el maná más allá de esa testadura vía muerta en la que la sociedad los ha situado. Una vía alejada de la brillantez. Del insultante narcisismo de sus mayores. De ese lujo que nunca han conocido ni conocerán salvo en los anuncios que rodean y golpean sus vidas. En esa soledad plena de desencuentros Audiard sitúa a sus personajes que, como dice Émilie, una relevante Lucie Zhang, en su estreno cinematográfico: «Primero follar, y luego ya veremos»; una frase extraída de un proverbio chino que cristaliza esas vidas anónimas. Vidas perdidas en la inmediatez de aquello que creen que está al alcance de su mano. Una inmediatez que no conoce el futuro ni se lo plantea. Mundo cloaca. Mundo sin más dicha que el presente continuo: comiendo, follando, esperando. Rueda infinita de jaula de hamster. En París, Distrito 13 no se puede despreciar nada, porque es un mundo sin grandes expectativas, salvo que tú te las crees a ti mismo. La falta de un trabajo bien remunerado, una vivienda que no tengas la prioridad de compartir para sobrevivir, o el desprecio al que tienen que hacer frente unos personajes por parte de la sociedad en la que viven a pesar de ser la generación mejor preparada, son los límites o fronteras a saltar. Y si no eres capaz de hacerlo te verás obligado a enfrentarte al vacío. Tu propio vacío. Un vacío que una y otra vez intentarás rellenar de destellos efímeros, donde el sexo es como una ilusión que ya no existe y que se manifiesta a un ritmo endiablado de música electrónica en clubes sin nombre ni recuerdos. El amor, si llega, será más tarde.                                                               

París, Distrito 13 es la normalización del fracaso colectivo que representan el protagonismo de las redes sociales y la ausencia del tiempo que estas imponen para llegar a conocerse cara a cara, donde las trampas nos las creamos nosotros mismos y no vienen servidas por una tecnología mentirosa y dañina. Vida de pantallas y silencios. De reflejos condenados a no materializarse. De corrupción y miseria. Una vida que te incapacita para llegar a tener una experiencia vital adulta de verdad, independiente y autosuficiente. De realidades no forjadas en las distancias que te impone la fría tecnología, más robótica que humana. De lenguajes y códigos impersonales y anodinos. Audiard retrata muy bien a estos millenials y sus dificultades para salir adelante en una ciudad anónima y desconocida que no parece París. Una propuesta que nos recuerda a las películas de Éric Rohmer a la hora de afrontar las relaciones personales, pero que a diferencia de las filmadas por el maestro de la nouvelle vague, ahora no se sustentan en las palabras, pero sí en las relaciones sexuales entre sus protagonistas. La palabra, aquí, ha sido sustituida por la visualización de un deseo que se cristaliza en la posibilidad de escapar de la fría estructura de una vida condenada al fracaso, y en la que por tanto, solo existe la posibilidad del instante. Un instante que se transforma en la búsqueda innata de una felicidad que solo te proporciona el placer a través del sexo. Por ser la única posibilidad a su alcance de integrarse y ser igual al otro. A los otros. A la cadena que nos une de una forma infinita a lo largo del tiempo. Una opción que se manifiesta como una insignia del vacío y los amores líquidos en la generación Tinder. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 14 de abril de 2022

STEFAN ZWEIG, LA DESINTOXICACIÓN MORAL DE EUROPA: LA DEVASTADORA IRRACIONALIDAD QUE LOS NACIONALISMOS EJERCIERON SOBRE EUROPA


 

Igual que Julio Verne se adelantó a la época en la que vivió, brindándonos la posibilidad de viajar a la luna muchos años antes de que el hombre la llegara a pisar, o por qué no, proporcionarnos la oportunidad de llegar al mismísimo centro de la Tierra, Stefan Zweig, inteligente y lúcido siempre, nos revela de una forma que, a día de hoy no puede ser más  asombrosa e iluminaria, la devastadora irracionalidad que los nacionalismos ejercieron sobre Europa, pero no sólo eso, porque mediante la lectura de sus artículos descubrimos la esencia del observador omnisciente que todo lo ve y, además, se atreve a proponer ideas y proyectos que años más tarde se llevarán a efecto en el seno de la actual Unión Europea; una unión de Estados que, como muy bien nos apunta Zweig, deben traspasar la barrera económica para fundamentarse en una unión cultural de los pueblos de Europa que nos lleve a identificarnos los unos con los otros y, de ese modo, visualizarnos e interiorizarnos sin necesidad de emplear la fuerza de la guerra. Para ello, entre otros proyectos, nos plantea un Erasmus para jóvenes muchos años antes de su posterior puesta en práctica; un instrumento que el escritor y pensador austriaco formula como un instrumento unificador del verdadero conocimiento europeo, pues es un instrumento al servicio de las jóvenes generaciones, capaz por sí solo, de impedir futuros enfrentamientos bélicos. 

La experiencia personal e intelectual de Zweig al servicio de los demás alcanza en estos artículos la dimensión de las grandes gestas, pues una gran gesta es el pulso firme y el pensamiento lúcido que el austriaco nos proporciona en su forma de ver y reinterpretar el mundo. No hay nada que escape a su análisis y, así, por ejemplo, aborda el colonialismo inglés en la India a través del atentado producido por un hindú en Londres; un incidente que a él le sirve para hablarnos y hacernos sentir el aislamiento de la nación inglesa frente al mundo, a pesar de sus muchas colonias; una premonición, quizá, del aciago presente inglés a través del Brexit, pues se trata de una nueva manifestación del nacionalismo rancio y prepotente que sólo es capaz de tirar en una sola dirección. Pero por si esto fuera poco, Stefan Zweig nos habla en “La monotonización del mundo” de una forma, preclara y muy acertada, del concepto de la globalización, y de la falta de identidad que éste conlleva. Esa homogeneización es la que borra las huellas de los pueblos y los hace más proclives al nacionalismo y al fanatismo, nos dice Zweig y, nos lo explica, con unos sencillos ejemplos que están insertados dentro de nuestros hábitos cotidianos de vida. Estos son: el baile, la moda, el cine y la radio. A través de ellos nos alerta de que «las mentes son cada vez más parecidas por obra y gracia de los mismos intereses. De una manera inconsciente se va formando […] una extinción de lo individual que da paso al prototipo», más manipulable. El gran impulsor de todo ello, una vez más, serán los EE.UU. 

La lucha del individuo frente al Estado, adquiere en estos artículos, el estigma de la lucha de David contra Goliat; una insalvable diferencia a la que sin embargo Zweig aporta el don de la inteligencia y el análisis para darnos la oportunidad de salvarnos de ese yugo perenne y acosador que nos persigue a lo largo de los días. Él, tras la llegada del nazismo y la persecución que el régimen de Hitler llevó a cabo sobre los judíos, ya nos advirtió del mal que nos acechaba y, de ahí, que propusiera a Europa como el último baluarte del individualismo. Sin embargo, la solución que aportó fue la que finalmente se aplicó a sí mismo y a su mujer: la huida hacia nosotros mismos. Pues ni el todopoderoso presidente norteamericano Wilson después de la finalización de la Gran Guerra, ni la existencia de una Sociedad de Naciones fueron capaces de imprimir a los dirigentes europeos de unos instrumentos que les llevaran a plantear la paz como una forma de inclusión de los pueblos de Europa, y no como un simple resarcimiento militar, económico y territorial de los vencedores sobre los vencidos. Años más tarde, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, Zweig ya no pudo ver y conocer la victoria de los aliados sobre Alemania y, mucho menos, la creación de la CE y su posterior transformación en la UE. Un cambio de las políticas de los dirigentes europeos que, sin llegar a ser de ningún modo la panacea del modelo con el que soñaba Zweig, sí que han servido para cambiar el panorama político del continente y adoptar parte de sus propuestas y pensamientos. Proyectos, todos ellos, cargados de una palabra en desuso en la actualidad: generosidad, pues no en vano, él sacrificó su vida en pos de su pensamiento. 

Ángel Silvelo Gabriel.

sábado, 9 de abril de 2022

EL VERBO ODIADO EN LA SALA SIROCO: ARREBATOS SONOROS QUE ESTALLAN CONTRA EL MUNDO

 


Salir corriendo. Huir de uno mismo hasta que ya no quedan calles por las que correr. Hacerlo bajo el estallido sonoro de unas guitarras arrebatadoras. Que buscan con urgencia una salida. Que surgen como una luz en plena oscuridad. Que desean encontrar aquello que buscan con la fe del que necesita reencontrarse con la persona amada. Así se presentaron los componentes del grupo oscense, El Verbo Odiado, sobre el escenario de la Sala Siroco de Madrid que, enseguida, se les quedó pequeño, enarbolados como estaban junto a la bandera de la libertad. Una bandera expresiva. Musical. Onírica bajo la que los sonidos del grupo discurrían entre la voz de Jorge y las guitarras del resto del grupo; una fusión que entremezcla sonidos shoegaze de grupos ya desaparecidos como Nadadora, o de esos otros que buscaban la psicodelia como Nudozurdo, sin dejar de renunciar a la agenda sonora de, por ejemplo, unos Pasajero que vuelven dispuestos a dar guerra. En este caso, El Verbo Odiado conoce muy bien sus armas, y junto a las letraheridas composiciones de Jorge, las cuerdas de sus guitarras son las verdaderas protagonistas de sus sonidos a los que acompañan muy bien el bajo y una inconmensurable batería. Y todos ellos, juntos, son como arrebatos sonoros que estallan contra el mundo. Así lo hicieron desde el minuto uno cuando empezó a sonar Ahora o nunca, un tema progresivo en su concepción musical y que avanza con la inteligencia de los medios tiempos con grandes dosis de energía —marca de la casa del grupo oscense— que, como muy bien nos apuntó Jorge, nace de un pequeño pueblo de una pequeña capital de provincia. En ese pequeño tarro de las esencias es desde donde el grupo se ancla con la determinación de saber muy bien aquello que hace, tal y como sucedió, por ejemplo, cuando sonó Tarantino con unas guitarras que son como rasguños de amor y que no cejan en la búsqueda de esa nota alta. Profunda. E incandescente: «Estoy tan emocionado que/ Voy a disimularlo bien.» En ese tobogán de sonidos inasequibles al desaliento fueron abordando temas como Cuestión D, donde las guitarras surgen como un amor apócrifo que nos lleva a un espacio más que propicio donde perder el sentido por la intensidad de una melodía que se transforma en verbo. Verbo odiado. 

Los temas que escuchamos ayer, y que formarán parte de su tercer larga duración, tienen una cadencia menos oscura, y son el resultado de una concepción compositiva menos ensimismada, lo que les dota de una mayor luz y un brillo que sin embargo no les resta ni un ápice de fuerza o energía, porque de ahí vuelven a nacer canciones hipnóticas. Progresivas. E insultantes. Como sucedió cuando atacaron Maniatados o Mediocre, cuyas notas de un sonido rompedor fueron igual que aves que aletean como valientes guerreros contra la oscuridad. Canciones que de nuevo suben y bajan sin descanso; un movimiento que las convierte en mágicas y plenas de hipnotismo. Brutales y tajantes contra el miedo que se apodera de nuestros sentidos. Y, sin duda, cuando tocaron su hit, Nada que celebrar la sala, que estaba llena, surgió como un coro colectivo donde quien más quien menos coreó esta canción llena de brillantes matices, y que ayer abordaron con más energía que en el disco —si cabe—, para convertirla en algo único y especial, lo que la convierten en la gran proa musical de este grupo llamado a alcanzar mayores cotas de reconocimiento y cuotas de seguidores. Una percepción que se hizo más firme cuando sonó La pasión del verbo donde unas guitarras más maduras interfieren de una forma directa sobre nuestros sentidos, porque buscan, buscan y buscan, mientras la canción sube, sube y sube. 

El Verbo Odiado ejecutaron ayer un concierto sin bises ni descanso en la Sala Siroco de Madrid, lo que nos permitió disfrutar de su intensidad de una manera plena y sin fisuras, donde las canciones se iban sucediendo una tras otra en un inteligente setlist que, a buen seguro, hizo las delicias de sus seguidores. Fieles seguidores de unos sonidos que siguen de plena vigencia y que necesitan de bandas como ellos que las pongan en práctica de un modo tan enérgico y convincente. Así nos lo pareció cuando sonó La Pasión del Verbo con un final arrollador y cortante, o El odiado, otro de los grandes temas del grupo, donde regresaron a los sonidos iniciales con la premura de los nuevos reencuentros, cuando los lazos se mantiene unidos con fuera, y en el que las guitarras fueron de muchos quilates al derramar notas de gran altura que anoche sobrevolaron sobre las necesidades más ocultas de los que allí estábamos presentes. Deseos entrecortados por la luz de un nuevo día, y que consiguieron que este medio tiempo brillara por sí mismo en una versión extensa y llena de matices. Fargo y La mancha fueron el punto y final a una hora llena de ritmos altos y progresivos con un Jorge que se fue soltando cada vez más, y que ejerció de frontman de la banda oscense. Con La mancha consiguieron darle un impecable final al concierto, pues se trata de un tema que sube y se rompe, y vuelve a subir. Una canción que define muy bien al Verbo Odiado, un grupo, que sin duda, merece mucho más como nos demostraron ayer en su concierto madrileño donde fuimos testigos de los destellos sonoros que estallan contra el mundo. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 5 de abril de 2022

NIÑOS MUTANTES, NO HAS VENIDO A SUFRIR: LA NECESIDAD DE VOLVER A EMPEZAR ROMPIENDO MIEDOS

 


Esperanza. Empatía. Luz. Mucha luz. Así regresan Niños Mutantes con este nuevo tema que, a buen seguro, será coreado en los conciertos de la gira que acaban de iniciar. Esta melodía cargada del buen rollo que todo inicio que se precie debe tener, viene coloreada de sonidos tecnos con una base rítmica que no renuncia a sus guitarras y a esos ecos tan característicos de la banda granadina. Sintetizadores que rompen y guitarras que se mezclan con la sensación de que estamos ante la esperanza de volver a mirar hacia esa caída del sol que nos traiga un nuevo día. Sonidos que abren nuevos caminos sonoros y vitales a través de una canción optimista que desemboca en una cascada de buenas sensaciones. Y, que en palabras de los propios Niños Mutantes: «La canción es un abrazo a un amigo que está mal, bien jodido. Puede que incluso ese amigo sea uno mismo, porque hay que reconocer que no andamos finos, que estamos tocados, que estos dos años han sido muy duros para nuestras cabezas. El que más, el que menos, necesita ayuda. Nosotros no somos psicólogos, solo podemos hacer canciones que hagan de escudos y nos den fuerzas para que, a la caída del sol, podamos vencer, como dice la copla 

«No has venido a sufrir
Estás perdiendo el tiempo
No has venido a llorar
¿De qué tenemos miedo?

No hay razón para pensar que todo va fatal
Será mejor continuar y volver a empezar de nuevo

No has llegado a crecer
Tú sigues siendo un niño
Tú solo buscas amor
Y un poco de cariño

Y cada golpe va directo a tu corazón
Te compraré un nuevo escudo contra tu dolor

Y no te podrán clavar puñales
Ni borrarte las marcas del tiempo
Y diremos que vencimos
A la caída del sol
A la caída del sol

No hay razón para pensar que todo va fatal
Será mejor continuar y volver a empezar

A la caída del sol
A la caída del sol
A la caída del sol
Vencimos.»
 

Letra de la canción: No has venido a sufrir. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 4 de abril de 2022

LA PEOR PERSONA DEL MUNDO, DIRIGIDA POR JOACHIM TRIER: EL PECADO DE NO SABER LO QUE SE QUIERE


 

El abismo que supone mirar al futuro sin llegar a descifrar nada, y no por ello expresar la necesidad de querer saltarnos la deuda a pagar hasta llegar a encontrar aquello que buscamos. La falta de esa brújula que nos marque el sentido correcto de la vida como si fuera un maná bíblico, o la tormentosa búsqueda de una perfección que no existe, nos hace ser, sin duda, víctimas frágiles y crueles —a la vez— de una sociedad del bienestar en la que empiezan a ser visibles las grandes grietas que la están hundiendo. La felicidad y sus dramáticas consecuencias no son sino la manifestación de una falsedad hecha dogma. Una falsedad aposentada en un establishment corrupto, del que nadie se salva y solo algunos disfrutan. De todo ello, podemos inferir  que la dirección de esta civilización no parece ser la más reconfortante o segura posible, pues ni sus concelebrados y protegidos hijos sacan a la luz la brillantez para la que se los ha educado, y por tanto, se les supone. La gran contradicción de todo ello es que esa nueva generación lo tienen todo sin llegar a querer nada, porque ya no se trata de vislumbrar el futuro, sino de pisotear el instante más egoísta y cercano a la suela de sus zapatos. La falta de respuestas a tanta incertidumbre es la que nos ha encaminado a esta paranoia colectiva en la que vivimos. Una paranoia colectiva e individual que no saben reinterpretar ni los más sagaces psicólogos. 

No obstante, Joachim Trier en La peor persona del mundo no trata de plantearnos estos dogmas generales como formas de vida o de entender el mundo, él, de una forma muy acertada nos muestra a una mujer joven —una magnífica Renate Reinsve—, en el paso que va desde la libertad total en la que se desenvuelve antes de llegar a cumplir los treinta años, hasta lo que tarde o temprano la conducirá —maternidad, trabajo bien remunerado, vivienda— al compromiso como fórmula de vida. Y cuyo máximo riesgo, hasta que llegue a ese punto y final, será el de escenificar el pecado de no saber lo que se quiere. Quizá, porque la sociedad del bienestar en la que vivimos, necesita más que nunca que sus ciudadanos más bien antes que después resuelvan sus dudas a la hora de ingresar en la cadena que la mantiene viva, lo que se traduce en el desempeño de un trabajo, el pago de impuestos, y en el respeto a unas normas de convivencia que necesitan de su papel responsable, tanto en la reproducción de la raza como en el sostenimiento de un planeta cada vez más enfermo, amén de la atención a las superlativas necesidades de las minorías. De ahí que, en contra de todo ello, esta película de Trier se alce como una mayúscula expresión de libertad. Aquella que manifiesta su protagonista en forma de decisión personal de no seguir el criterio generalizado de su familia o parejas. Y de esa innata contradicción surge la grandeza intrínseca que posee, y que se traduce en una belleza multidimensional que a primera vista se posa sobre la ciudad de Oslo —sus atardeceres, sus noches, sus grandes panorámicas, su aparente limpieza o su ingenuidad—, pero también mediante una banda sonora muy acertada que surge sin apenas darnos cuenta y que acompaña el camino vital de Julie de la manera más natural posible, a la vez que imprescindible, Y cómo no, la belleza vital de una mujer joven, insegura de sí misma, pero con las ideas claras cuando quiere salir del círculo donde no se encuentra a gusto, para de esa forma darse una nueva oportunidad, tanto en el terreno laboral, académico, familiar o afectivo. De todos esos zigzagueos surge un personaje protagonista femenino que antes sería interpretado por un hombre, y que ahora nos obliga a girar de otro modo sobre el eje del mundo, de su mundo, y el de sus malas elecciones. Y lo hace con la codicia que se implanta en el espectador de querer averiguar qué va a ser de su vida, o qué ocurrirá en la siguiente escena. La ternura, el descaro, la incomprensión, la intimidad, la complicidad, el deseo o el rechazo van surgiendo en esta historia en la que asistimos a las contradicciones vitales de Julie y la angustia que todas ellas le suponen. Nada es perfecto, como tampoco hay nada para celebrar, porque ese egoísmo que en ocasiones parece traslucir el personaje de Julie no es sino la manifestación de aquel que vive sumergido en la duda. Una duda, de la que en ciertas ocasiones nace el avance, aunque esa tampoco sea la finalidad de este film plagado de buenos momentos. Una película dividida en un prólogo, doce capítulos y un epílogo al modo de algunas películas de Éric Rohmer y sus metafísicos y largos diálogos, que sin embargo esta vez son sustituidos por la intensidad de la mirada de Renate Reinsve, y sus diferentes formas de expresar la felicidad o el desencanto casi al mismo tiempo: «Te quiero, y no te quiero», dice en una de las escenas, y con ello nos muestra el pecado de no saber lo que se quiere. 

Ángel Silvelo Gabriel.