No se me ocurre un mejor plan para una tarde del fin de semana, que acercarse al teatro, sobre todo, si la sala está cerca de casa y la excusa es la obra de teatro El Jardin de los Cerezos de Chéjov. La Sala Tribueñe se encuentra en el taurino barrio de las Ventas, equidistante entre la Plaza de Toros y la Quinta de la Fuente del Berro y Torrespaña, en la Calle Sancho Dávila, 31. Allí podemos dar fe, que a pesar de estos tiempos de crisis, la ciudad de Madrid disfruta de una escena teatral que se encuentra en el primer nivel a escala mundial, donde bien es verdad, que si existen auténticos bodrios vaginales y de los otros, hay también magníficas adaptaciones de teatro clásico como ésta.
Las salas alternativas (aunque en este caso no lo parezca tanto) se asemejan sin duda a la cultura bloguera o a la música indie, expresiones todas ellas del ansia de expresión de un gran número de personas, que gracias a las nuevas herramientas de transmisión de información, ven cumplidas (aunque sólo sea en parte) sus necesidades creativas. Este montaje de El Jardín de los Cerezos del gran maestro Chéjov es sin duda una muestra de todo ello. El esfuerzo por montar esta obra es considerable, lo que salta a simple vista, para una sala de las dimensiones de la Tribueñe.
Todo empieza con una magnífica puesta en escena de Nikolay Slavadianik, donde nos presenta una vía de tren en el centro del escenario junto a un cochecito de bebé, y unas cajas a los laterales. Un escenario que al igual que los personajes a lo largo de la obra, sufre una sorpresiva transformación con la entrada en escena de todos los personajes y sus movimientos a cámara lenta, que por un lado representan el cambio que se está produciendo en la sociedad rusa, y por otro, transforman por unos instantes la realidad teatral en cinematográfica.
El declive del imperio ruso y la destrucción de las fronteras entre las clases sociales hasta entonces existentes, se ven magníficamente reflejadas en la obra de teatro, con una extraordinaria audacia a la hora de representar al jardín como un bosque de simples y sencillos remos de barcas, que puestas en pie sobre unas cajas que hacen tanto de maletas como de espejos como de árboles o habitaciones, simbolizan el cambio y el avance contra el viento de los tiempos de una sociedad que de una forma tardía respecto del resto de Europa busca nuevos caminos, aunque en el caso ruso, su sociedad no fue capaz de confluir todos esos cambios de una forma pacífica, y las grandes convulsiones sociales ya sabemos todos cómo acabaron y a qué les condenó.
Pero más allá de las grandes intenciones que la obra engendra en sí misma, hay que mencionar el micro universo de los personajes que la habitan, en el que sobresale de una forma brillante Irina Kouberskaya (responsable también de la dirección) magnífica en todo momento, con una dicción del castellano con acento ruso prodigiosa, y una sensibilidad a prueba de bombas, derramando unas sinceras lágrimas en los momentos de ensoñación del pasado dignas de las grandes estrellas de la escena, a lo que hay que unir una belleza serena que nos habla de grandes tiempos pasados.
El resto del reparto también está a gran altura, con un enérgico Lopajín (Antorrín Heredia) que sin llegar al histrionismo representa muy bien al nuevo rico y valedor de las casas de fin de semana de los nuevos rusos, cuya contraposición es Trofimov (David García) personaje enérgico en sus planteamientos y forma de moverse por el escenario, y que representa los nuevos tiempos que están por venir. A los que hay que unir a Fernando Sotuela como hermano de la gran Liubov o al viejo lacayo, extraordinariamente interpretado por José Luis Sanz un siervo de grandes vuelos finales.
En cuanto al reparto femenino, una magnífica y triste Varia (Katarina de Azcárate) da vida a la parte más sensata de una familia, que a pesar de estar avocada al fracaso, no hace nada para remediarlo, véase sino al personaje de Ania (Mª Ángeles Pérez-Muñoz) que se encuentra más preocupada en buscar el amor de el estudiante que en resolver la situación familiar, y que dota al personaje de gran verosimilitud y equilibrio respecto de Irina.
Chéjov, El Jardín de los Cerezos y La Sala Tribueñe, un magnífico plan para el fin de semana.