Adentrarse en el universo literario de Robert
Walser es hacerlo en un torrente de palabras que te sumergen
en un abismo intelectual y narrativo que no te deja indemne. Su
mirada hacia el mundo desde la parquedad de lo cotidiano no para de
abrirnos nuevas sendas que nos llevan desde lo más anecdótico a lo
más profundo con sublimes momentos plagados de ironía, laconismo,
humor, y cómo no: melancolía. Nada escapa a la vista del escritor
suizo ni a su prosa que, de una forma afilada, nos presenta su
necesidad de pasear como un camino inagotable que representa la gran
metáfora de la vida, porque eso son sus definiciones, por ejemplo,
acerca del recaudador de impuestos, su sastre o su visita a la señora
Aebi. Su capacidad de asombro ante las más sencillas de las
imágenes: «El mundo matinal que se extendía ante mis ojos me
parecía tan bello como si lo viera por primera vez», es la que el
escritor suizo nos transmite a los lectores cuando caemos por ese
barranco pleno de sensaciones inagotables e irrepetibles, en
ocasiones plagadas de nombres o adjetivos; en otras de sentencias o
frases magistrales: «A veces ando errante en la niebla y en mil
vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente
abandonado», dando muestras que en lo cercano y cotidiano se
encuentra la esencia de la vida. El escritor Enrique Vila-Matas
nos dice que «Robert Walser, sólo respira paseando, sólo
respira con una prosa que pasea y es amiga declarada de
vagabundear...»; y es ahí, en ese vagabundeo donde Walser nos
sujeta con firmeza para no soltarnos hasta la última palabra. No en
vano, él mismo define la acción de pasear como: «Pasear… me es
imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el
mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra ni
producir el más leve poema en verso o en prosa. Sin pasear estaría
muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría
aniquilada...» Esa pasión a la que se refiere el narrador es la que
subyace detrás de cada palabra y de cada frase de esta nouvelle,
en la que apreciamos el espíritu poético e intenso de la narrativa
de Walser, que tan sólo escribió entre 1904 y 1925. Y
lo hizo alejado del ruido mediático literario, pues siempre buscó
refugio en la sencillez y la soledad de la cuartilla en blanco que,
él, atornillaba a su pies con un mundo pleno de sensaciones
cotidianas que, sin embargo en sus manos, alcanzan la categoría de
sublime: «El continuo escribir cansa como el trabajo en la tierra».
El paseo es ese el largo camino de la vida, al
que Walser, trata como la gran metáfora de la vida,
pues en él, disecciona cada uno de los sentimientos que nos acogen a
lo largo de nuestros días. El entusiasmo, pero también la
melancolía y la tristeza navegan por sus palabras, del mismo modo,
que le ocurre a nuestra existencia, siempre salpicada de esa zozobra
que nos obliga a salir adelante día a día. Esa posesión de la
perturbación nada placentera también acompaña a la narración de
esta novela, y lo hace, de la mano de las necesarias dosis de humor
que nos retratan a un personaje, el propio Walser,
como una especie de D. Quijote de principios del siglo XX, Aislado de
un mundo que el sustituyó por otro, el suyo propio; un mundo plagado
de palabras con las que adornar su posición ante la vida y las
personas que se fue encontrando en la misma. En esa búsqueda de lo
cotidiano, tampoco le falta a Walser esa íntima
exploración de la belleza en sí misma y de la indagación del amor.
Un posicionamiento, el del amor que, como ocurre en tantas ocasiones,
está impregnado de una melancolía turbadora y hondamente reflexiva,
dando muestras, con ello, del alto nivel poético y a veces abstracto
de su prosa, pues el universo literario de Robert Walser es
un espacio en el que hay que dejar de un lado lo más obvio, para a a
partir de ahí, indagar en aquello que él nos muestra de una forma
maliciosamente sencilla. En esa sencillez está una buena parte su
magia y de su valía como narrador, pues con ellas, nos lleva de la
mano a lo largo de un paseo infinito: el de la propia vida.
Ángel Silvelo Gabriel.