Acabo de recibir la agradable noticia vía telefónica. Aunque un poco tarde, siempre es bien recibido ser destinatario de buenas noticias. Desde aquí quiero expresar mi más sincero agradecimiento al jurado del concurso, ya que gracias a ellos, hoy han conseguido que sea uno de esos días redondos en mi vida, sin duda, el mejor a nivel literario de mi corta carrera como escritor. En estos momentos solo puedo decir: ¡gracias!
Y como siempre, os dejo el principio del relato:
LA ESTILOGRÁFICA
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua,
rocín flaco y galgo corredor… A partir del inicio de El Quijote, componga
un relato breve coherente con las clases de literatura del trimestre. Se
valorará el uso del castellano antiguo. Tiempo: dos horas.
Lo primero que
pensó, nada más acabar de leer el encabezamiento del examen, fue en cómo
eliminar a su profesor de Lengua y literatura, y la única condición que se puso
fue no mancharse las manos de sangre. Todo tenía que suceder de una forma más
sutil, más literaria...
Mientras
pensaba en ello, se limitó a permanecer con la cabeza agachada y pegada al
pupitre, porque no quería que su adversario se diera cuenta que todavía no
estaba preparado para hacerle frente. Él también necesitaba plantear su
estrategia y no comportarse como el hidalgo de la Mancha ante los molinos de
viento, o quizá sí, aunque intuyó que su lanza se convertiría en una inocente
estilográfica. Su profesor no lo sabía, pero él estaba seguro que su poder no
era tan grande, y por primera vez en mucho tiempo se planteó qué habría hecho si
en vez de su profesor hubiera sido su padre quién le hubiese retado tan
abiertamente. Sin embargo, se deshizo de su inútil furia rápidamente, porque en
el fondo, sólo buscaba una excusa, bueno no, una excusa no, él necesitaba una
buena estrategia, pero no una cualquiera, sino una ejemplar que dejara las
cosas claras de una vez. Y todo, porque su traductor simultáneo tenía más
palabras en su memoria que su tutor en su cabeza. También desechó este
pensamiento, y de nuevo se repitió a sí mismo que lo más importante ahora era
mantener la mente despejada e intentar sacar una idea para la redacción, y además
en castellano antiguo, porque esa era la única salvación para librarse de tan
ejemplar castigo. ¡Qué lástima no poder disponer de San Google!, porque él a
buen seguro le daría una respuesta eficaz a todas sus preguntas. Por más que lo
pensaba, todavía no acababa de entender qué había de malo en aprovecharse de
los avances tecnológicos que ahora tenía a su alcance, lo que le llevó hasta el
Smartphone que tenía en el bolsillo, porque él sin duda, también le podría
sacar del apuro con tan solo un golpe de tecla. Si la filosofía y los clásicos
de la literatura antes eran los oráculos de la sabiduría, ahora esa faceta del
saber estaba en las maquinitas diabólicas (como las llamaba su profesor) que,
además, se comportaban como una fuente de conocimientos a la que no había que darle
las gracias por la información, pues su existencia se basaba en la ley de la
oferta y la demanda. Por ejemplo, para él, no había nada más aburrido que leer
las noticias en un voluminoso periódico de papel, que aparte de mancharte las
manos de tinta, era un laberinto sin salida. Y eso nadie se lo podía discutir,
ni siquiera el erudito de su profesor, porque sólo hacía falta darse cuenta
como estaba el mundo de esos profetas de la palabra impresa. Sin salir todavía de
su asombro, pensó que cuándo se darían cuenta sus mayores que ahora las
noticias se leían en internet, y no sólo eso, sino que además tenían la
fabulosa propiedad de ser maravillosamente cortas, y a veces, hasta estaban
cargadas de imágenes, lo que las hacía más amenas. Sin embargo, la solidez de
sus argumentos esta vez también se vio vencida por la impotencia y el
desconsuelo al ver cómo sus dedos aún sujetaban la estilográfica. Eso es, la
estilográfica pensó...
Extracto del relato corto de Ángel Silvelo