miércoles, 30 de marzo de 2016

LA INSPIRACIÓN Y EL ESTILO. Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz


Nos hemos atrevido a profundizar en el escritor Juan Benet (1927-1993). Sobre este “autor por horas” ―como él se autodefinía― que escribió tanto y que cultivó diferentes géneros (novela, relatos, ensayo, teatro…) existen miles de artículos, entrevistas… Pero tal vez no se conozca su afición a la pintura, su personalidad, su estilo singular… sepan que su nombre debe pronunciarse con el acento en la segunda ′e′. Y, por qué no decirlo, sus metáforas rebuscadas, su dificultad, su aridez y su complejidad de pensamiento.

Juan Benet era ingeniero (“una profesión noble, no como otras”, en su opinión) y tenía fama de antipático―aunque Javier Marías decía de él que “era el hombre más gracioso y encantador de la tierra”―. Pero aquí nos vamos a ocupar de su faceta de escritor, o más precisamente de ensayista literario con el libro que publicó en 1965 La inspiración y el estilo. Pensamos que para conocer a un escritor hay que leerle. De ahí que nos hayamos limitado a extraer fragmentos donde define y comenta estos dos pilares de la escritura.

El estilo proporciona el estado de gracia; a falta de otro término más específico es preciso buscar en el estilo esa región del espíritu que se ve en la necesidad de subrogar sus funciones para proporcionar al escritor una vía evidente de conocimiento que le faculte para una descripción cabal del mundo y que sea capaz de suministrar cualquier género de respuesta a las preguntas que en otra ocasión el escritor elevaba a la divinidad.

Lo que se acostumbra a llamar un estilo suele tener una raíz popular. Pero el estilo muere de viejo, alejado del pueblo. Su momento de mayor gloria coincide con frecuencia con su máximo alejamiento de las fuentes populares de donde nació.

En cambio el grand style es único: el mismo para el dios que para el aventurero; para que un pastor se dirija a un rey y se entienda con él sin necesidad de que el monarca descienda de su sitial. Puede que esa singular y elevada monotonía del estilo no tenga su origen también en el libro que más influencia ha tenido en la formación de todas las épocas nacionales: la Biblia. El mismo Nietzsche lo dijo: El gran estilo nace allí donde la belleza triunfa sobre lo monstruoso.

En nuestro país el gran estilo se define en la vaguedad, torpeza y falta de precisión. En Inglaterra, Italia o Francia ese estilo no falla nunca. En España ninguno de los grandes clásicos coincide en el tiempo o en la acción con ese gran estilo al que, por despecho o repugnancia, han renunciado voluntariamente para echarse en brazos del casticismo. Es cierto que en nuestra literatura no falta ese énfasis que tan cómodamente se confunde con la grandeza.

Estoy convencido de que una obra no puede contar con otro abogado defensor que con sus valores literarios, su estilo. Muchas novelas han dejado de interesar porque no tienen estilo, porque el estilo es, en parte, una manera cualitativa de conocer. No supieron dar a la información un valor permanente que mantenga el interés una vez que aquella había perdido actualidad. Nunca se dejará de leer Moby Dick porque lo que Melville dijo sobre el tema no dejará nunca de tener interés gracias a la forma que le dijo. Por tanto uno de los grandes temas del problema del estilo es que la cosa literaria sólo puede tener interés por el estilo, nunca por el asunto. El interés no puede radicar en la información en sí, sino en aquel estilo narrativo que haga permanentemente interesante un conocimiento que ha dejado de tener actualidad. El estilo no es más que un esfuerzo del escritor por superar el interés extrínseco de la información para extraer de ella su naturaleza caediza y confeccionarle otra perdurable.

El escritor que inició su carrera con los comentarios de actualidad llega en un momento a descubrir que se ha hecho poseedor de un estilo, es capaz de tocar cualquier futilidad para interesar al público. En definitiva, el estilo es un instrumento con el que puede acercarse a cualquier cosa para descubrir y extraer su interés.

La madurez supone casi siempre un estilo porque es el estado que comienza con la decisión de abandonar la búsqueda del vacío para dedicarse al pulimento de la herramienta (publicó su primera novela —tras ser rechazada por varias editoriales y varias veces reescrita— con cuarenta años). Durante los años de aprendizaje es la obra quien tira del escritor remolón para arrastrarle hacia su deber. En la madurez, es el escritor quien tira de la obra.

Una de las cosas que a la larga le suele sentar peor a una prosa es la innovación. Una cosa es renovarse, hacer que una cosa sea nueva siendo la misma y otra muy distinta es innovarse, alcanzar la novedad marcando las diferencias.

Los escritores griegos de la época helenística solían designar la inspiración con el término entusiasmo, con esto querían indicar que tenía una raíz divina. Es el regalo que los dioses entregan al hombre para ayudarle a conocerlos, ensalzarlos y temerlos. Así el escritor inspirado (entusiasta o endiosado) es quien por disponer de una visión más amplia que la usual es capaz de describir y ensalzar el mundo con más precisión, generalidad y firmeza que los hombres dedicados al estudio.

Haciendo uso de la analogía de la gracia es preciso concluir que el soplo divino sólo lo recibe el escritor que se halla en estado de gracia, un estado transpuesto que al tiempo que le despierta una sensibilidad y una receptividad hacia el mensaje de las alturas le embarga un cierto número de facultades que se demuestran innecesarias en ese acto.

Una composición lírica es la única obra literaria vigente en el momento actual que puede ser totalmente inspirada o derivada en su totalidad de un dictado de la inspiración. Hasta el Romanticismo o la Ilustración no se puso nunca en duda la existencia de una fuente de conocimientos y bellezas que acudía en socorro del poeta para mitigar los rigores de su carrera.

El escritor judío no tiene ni que investigar ni que novelar; es el puro narrador y su función única es la de cantar la gloria y el poder de Dios; y quiso dar a su libro el carácter de crónica verídica para atraer la atención, la fe y la credulidad del lector. Por esto el Antiguo Testamento tiene una sola intención, un único estilo y una única fuente de inspiración.

El contenido, las fábulas son un ejemplo de una inspiración dictada por una creencia, ceñida a un estilo insoslayable y limitado a una estricta concepción del universo que es la base del estado judío y de su legislación.

En la prosa sagrada es muy raro que un pasaje bíblico comience con “Una tarde…”. Estas dos palabras no prefiguran un estilo, pero sí adelantan un modo narrativo. Y es que de ellas arranca un estilo que tiende a la ficción frente a “Y aconteció…” que se corresponde con una intención dogmática y una voluntad histórica. El empleo del artículo indefinido de “Una tarde…” lleva a adueñarse del tiempo, de aquella tarde que por ser una entre millones no tiene una configuración propia, por lo tanto, al ser extraída del conjunto innominado e infechado pasa a pertenecerle en toda su extensión.

Hemos querido finalizar con una cita del autor que recoge sus dos facetas en las que se sustentó su vida: “Yo ocupo un tiempo actuando como ingeniero y jugando como escritor. Y, si bien parece que he alcanzado en el ejercicio de la profesión ingenieril un grado satisfactorio de madurez que me permite vivir gracias a ello, no puedo por menos de pensar que en cuanto a escritor nunca dejaré de ser irresponsable”. http://serescritor.com/la-inspiracion-y-el-estilo/#sthash.rS62V9ZB.dpuf

Manu de Ordoñana, Ana Merino, Ane Mayoz

domingo, 27 de marzo de 2016

PACO ROCA, LA CASA: LOS RECUERDOS, ESA DEUDA QUE NUNCA PAGAMOS AL PASO DEL TIEMPO



La distancia entre la realidad y los sueños puede ser tan cruel como nuestra memoria sea capaz de recuperar todos aquellos momentos que por mucho tiempo que pase nunca se nos olvidarán. El olvido, ese gran truco de magia que fue inventado para que nos sintiéramos capaces de mirar hacia adelante con las heridas del tiempo —y la vida— remarcadas sobre nuestras espaldas, es, quizá, el mejor antídoto contra los recuerdos, esa deuda que nunca pagamos al paso del tiempo. Recuerdos que son como tatuajes silenciosos, y sobre todo, testigos de una vida que no siempre transcurre como nos habíamos imaginado; tatuajes sin tinta pero dibujados con la sangre de los sentimientos que en demasiadas ocasiones son como heridas que nunca acaban de cicatrizar. Ese gran dilema que es el paso del tiempo, y, que como muy bien nos apunta Fernando Marías en el epílogo de este gran cómic —Premio al Mejor Cómic Nacional del 2015—, es uno de los grandes temas de la literatura, le sirve a Paco Roca http://www.pacoroca.com /  para plasmar en imágenes y sensaciones, un universo, el propio, para a través de él, crear un testimonio vivo, muy vivo, de lo que es un homenaje, a través de los recuerdos, de la figura del padre ausente. Imágenes que hablan por sí solas (como la que abre esta historia) y que son capaces por sí mismas de encerrar todo el sentido final de una vida.



Elipsis maravillosas que compendian en apenas tres viñetas todo el transcurrir de esa máquina diabólica que es el tiempo, sólo ponen de manifiesto la maestría y la carga emotiva de una historia muy bien narrada, como quizá sólo se pueden narrar aquellas historias que nos atraviesan el corazón. Si la estructura narrativa elegida por Paco Roca es sencillamente genial, no lo son menos sus ilustraciones, y sobre todo, ese colorido tan especial con el que tiñe los sentimientos y los espacios físicos, pues muchas veces, son más delatores que las propias palabras o las ilustraciones que las acompañan, tanto es así, que uno acaba identificándose con esa familia que echa la vista atrás ante la ausencia de aquellos que un día juntaron sus cuerpos para crear la vida de aquellos que ahora les añoran y recuerdan. Ese juego tan macabro que es el de la ausencia de la persona querida, se transforma en La casa en una reivindicación del padre ausente a través de todas aquellas cosas que a él le hubiese gustado hacer y ya no puede. En esa recuperación de sus deseos, nace la posibilidad de devolver a esa casa, que representa el pilar fundamental del germen de toda familia, la dignidad y la gloria que siempre quiso tener y a la que sólo le faltaba una pérgola como símbolo del éxito de un proyecto nacido de un sueño.



Y en ese ahínco de hacer presente al pasado, es donde las viñetas de La casa son el testigo más indeleble de que el hombre es capaz de sumergirse en las turbulentas aguas de los deseos para extraer de ellas los mejores destellos de lo que significa vivir y estar vivo, pues todos sabemos muy bien que nadie estará del todo muerto mientras que haya alguien que le recuerde, y sin duda, Paco Roca ha conseguido que la memoria de su padre siga viva para siempre a través de La casa, una obra que no dejará indiferente a todo aquel que se acerque a ella, pues a través de sus ilustraciones, quizá, sea consciente de que la vida, en sí misma, es un reflejo; un reflejo que casi nunca intentamos atrapar, pues nos comportamos como si nuestra existencia se quedara dentro de la imagen del cristal del espejo que sólo vemos.



Ángel Silvelo Gabriel 

viernes, 18 de marzo de 2016

CONSEJOS PARA QUE NO TE ENGAÑEN AL PUBLICAR. POR RAMÓN ALCARAZ

Cada vez llegan a nuestros oídos más experiencias negativas de autores que solo buscan cumplir un sueño, su sueño de publicar un libro, y ven truncadas sus ilusiones porque algunos desaprensivos deciden aprovecharse de su confianza. No hay derecho, nos parece profundamente injusto y por ello nos hemos decidido a preparar este listado con advertencias para que no te timen si quieres editar un libro. Se trata de unos consejos que nos ha ofrecido nuestro amigo y colaborador Ramón Alcaraz, editor, escritor, corrector y profesor de escritura creativa.
  1. Desconfía de las respuestas rápidas y aduladoras, sobre todo si enseguida te piden dinero. Y, si no te lo piden, ten también mucho cuidado.
  2. Desconfía también de quienes cambian el discurso inicial y acaban pidiendo dinero. Valora que las propuestas sean siempre claras y razonables desde el principio.
  3. Antepón siempre la lógica y la prudencia al ego y la ilusión.
  4. Busca la coherencia; si desde una editorial, una agencia o un certamen te elogian, pero no asumen el riesgo de publicarte, sino que te piden dinero, valora la posibilidad de que quieran engatusarte.
  5. Pide siempre contrato y no firmes nada sin tenerlo claro todo y asegurarte de que no hay letra pequeña.
  6. A veces hay engaños en los que no se pide dinero directamente; por ejemplo, la obligación de vender un número de ejemplares o asumir ciertos compromisos.
  7. Sopesa lo que pagas y lo que te dan. Son injustas las propuestas en las que el autor paga la edición y a cambio recibe solo un pequeño porcentaje, o incluso unos pocos libros.
  8. Se dan casos en los que se envían contratos o devuelven manuscritos cobrando portes. O también otros tipos de pagos encubiertos. Has de estar siempre alerta.
  9. El concepto autopublicación o autoedicion implica ser propietario de nuestra obra a un coste razonable. Recela además de promesas que mencionan grandes centros comerciales.
  10. La falsa llamada “coedición” implica que el autor paga por publicar un libro y la editorial se beneficia. La verdadera coedición debe ser siempre un reparto equitativo de costes y beneficios.
  11. Piensa que hay algo más importante que pagar. La cesión de tus derechos puede “atarte” a terceros y ponerte en apuros graves. La insistencia en que no se cobra suele enmascarar malas intenciones. Valora en todo contrato lo que incluye y lo que omite.
¿Qué te han parecido nuestros consejos? ¿Has tenido alguna experiencia negativa en el proceso de publicar o autoeditar un libro? ¿Crees que te han timado? Nos encantará conocer tu experiencia con respecto a este tema. Asimismo, si te parece útil e interesante, agradecemos que compartas en tus redes sociales para que este artículo llegue al mayor número de escritores posible. ¡Gracias!

lunes, 14 de marzo de 2016

FANNY BRAWNE, ¿ÁNGEL O DEMONIO?, EN EL ALMA POÉTICA DE JOHN KEATS: LA POLÉMICA QUE SUSCITÓ TRAS SU MUERTE LA PUBLICACIÓN DE LAS CARTAS DE AMOR QUE KEATS LA ESCRIBIÓ


Tras la muerte de su padre, el 21 de octubre de 1872, los hijos de Fanny: Herbert y Margaret Lindon, empezaron a buscar potenciales compradores de los recuerdos de su madre. Tras  negociar con la familia Dilke y con R. M. Milnes, Herbert decidió publicar las cartas, en forma de libro, para subastarlas más tarde. «En febrero de 1878 apareció un elegante libro de unas 200 páginas, que fue editado con un prólogo de uno de los hombres más prominentes de la época, H. B. Foran, y bajo el sencillo título de Letters of John Keats to Fanny Brawne». Esta decisión resultó muy acertada, pues la publicación de las cartas, causaron un gran interés en Inglaterra y en Estados Unidos. Las cartas se vendieron en marzo de 1885 por 543 libras y 17 chelines.

Sin embargo, la publicación y posterior subasta de las cartas de Keats, tuvo una repercusión que fue mucho más allá del simple interés por la relación amorosa entre ambos, puesto que después de ver la luz las cartas, se acusó a Fanny Brawne de no merecer el amor de Keats. Sir Charles Dilke, en una reseña sobre las cartas en la revista Athenaeum, «dijo que el libro de las cartas era “la mayor acusación de una mujer sobre la elegancia que se podía encontrar en la historia de la literatura”». Louise Imogen Guiney remarcó en 1890 que «Fanny era vanidosa y trivial, casi una niña, a la que los dioses no le dieron el don de “ver más allá” y la hicieron inconsciente». «70 años después de la muerte del poeta “la mayoría de nosotros estamos agradecidos de que Keats escapara a salvo de los deseos de su corazón, y de su peor enemigo, Fanny Brawne”». Richard Le Gallienne, escribió que: «es realmente una irónica paradoja que la mujer desgraciadamente asociada con el nombre de Keats, sea la menos congruente de todas las mujeres transformadas por el genio al que no podía comprender, y receptora del amor que no merecía… La fama, a la que le gusta reírse de los poetas, ha consentido que se glorifique los nombres de muchas de las relaciones menores de los genios, sin embargo, no ha habido nombre más significativo en los labios de Keats que el nombre de Fanny Brawne… Uno escribe, recordando… las torturas a las que ella sometió a un noble espíritu con las coqueterías de sus clases de baile».

En 1934, un coleccionista de Keats, donó su colección a la Casa-Museo de Keats (Keats Memorial House) en Hampstead, con la condición de que permaneciera en el anonimato. La donación incluía las cartas que Fanny Brawne se había escrito con Fanny Keats, entre septiembre de 1820 y junio de 1824. En 1937, Oxford University Press, publicó Cartas de Fanny Brawne a Fanny Keats. El editor del volumen y conservador de la Casa-Museo de Keats, Fred Edgcumbe, escribió en el prólogo: «A aquellos que creen en el amor que Fanny Brawne sentía por Keats, verán en estas cartas las pruebas que lo confirman.» Poco tiempo después esa era la idea mayoritaria: que el amor entre Fanny y John fue auténtico y real. De tal modo caló este nuevo juicio sobre la relación entre los dos, que: «un crítico importante, en su momento archienemigo de Fanny, y que gustosamente la crucificó, luego dijo: “Aprovecho la oportunidad, explicó John Middleton Murry, para reconsiderar la personalidad de Fanny Brawne y la influencia que tuvo sobre Keats. Después de ver lo que él escribió sobre ella 25 años antes, afirmo: Tengo la enorme satisfacción de retractarme del juicio tan severo que hice de ella”».

Esta fue la opinión generaliza, hasta que «en 1993 apareció un libro que lo ponía en tela de juicio: Poetics, Letters, and Life de Keats, que termina con un capítulo sobre las cartas de amor… en el que se muestra a Fanny como una mujer “sin sentimientos, astuta, franca, curiosa, buena y estimulante. Su belleza resonaba con la gracia de aquellos que tienen una percepción y un sentimiento profundo y duradero”».

Según Amy Leal, la película de Jane Campion’s  sobre la relación de Keats y Brawne «refleja un cambio radical de cómo se interpreta a Brawne en los últimos años, dibujándola como la estrella inalterable, como la “Estrella Brillante” del soneto de Keats, y a Keats, como el que duda entre su vocación y Fanny… Ella es La Belle Dame sin la pesadilla de la sumisión, caprichosa y chic, pero también tremendamente buena y maternal, un aspecto de su personalidad que normalmente no aparece cuando se refieren a ella».

No obstante, John Evangelist Walsh nos acerca una aproximación a Fanny más moderada. Él nos indica que las cartas, en lugar de acabar totalmente con lo que está implícito en las cartas de Keats hacia ella, «iluminan brevemente otro aspecto de la personalidad de Fanny, es decir, nos muestran las cualidades de una persona más tranquila que cautivaron a Keats inicialmente, pero que no siempre fueron las más importantes. Ciertamente, las cartas reflejan que ella ha sido, como apuntó Edgcumbe, inteligente, observadora, receptiva, pero no de forma exagerada o “excepcional”, tal y como había sido percibida por el predispuesto editor».

En este sentido, hay una carta dirigida a Fanny Brawne y que fue escrita por Charles Brown en 1829, pidiéndola permiso para reproducir, con motivos biográficos, algunas de las cartas y poemas en los que Keats hablaba de la relación con ella, sin utilizar su nombre. Esta carta, que siempre se ha tendido a interpretar por los investigadores, como una petición debida a las grandes dificultades económicas por las que atravesaba Brown, ha sido igualmente ignorada en la mayor parte de las biografías de Keats, o descartada, por insignificante.

En esta carta, hay dos pasajes, uno en concreto, en el que los críticos se suelen fijar, y que está tachado en el manuscrito original, Fanny le dice a Brown: «Era más generosa hace diez años, pero no debería perpetuar el odio hacia quien lucha contra su pobreza —por dejar de ser pobre— y todo tipo de desgracias». En el otro, que no está tachado, se puede leer: «Sería feliz si pudieras desmentir que yo era una persona con un carácter poco juicioso hace diez años, y valoraras más las cualidades que tenía, pero seguramente, ellos lo exagerarán todo en el otro sentido».

Joanna Richardson escribe a este respecto: «Una frase, sacada de contexto y publicada por el nieto de Dilke en 1875, iba a causar la indignación de los críticos y de los medios de información durante más de 60 años», porque «sugiere que, el prolongado estrés que ella sintió durante su compromiso, y el trastorno emocional causado por el reciente fallecimiento de su madre, no evidencian un cambio de sus sentimientos al final».

Sin embargo, Walsh reinterpreta el segundo párrafo para decir lo contrario de lo que Richardson ha argumentado, declarando que: «Fanny, no negó su admiración por Keats, sino que al mirar atrás, se da cuenta de que su impresión inicial de Keats, como hombre, no está bien razonada: porque ella le “sobrevaloró”. No hay pistas directas sobre las razones por las que cambió de opinión —aunque quizás merezca la pena recordar que entre un momento y otro, se había convertido en una mujer acaudalada, dado que había heredado la herencia de su hermano que había muerto en 1828 y la de su madre—. Sólo tenemos su comentario “ser más generosa” diez años antes, y no, que le gustaría ser recordada como alguien que ofreció su corazón a un joven poeta muy poco conocido que luchaba por encontrar su camino».


Fuente: Wikipedia.
Traducción: África Silvelo.
Reseña de Ángel Silvelo

viernes, 11 de marzo de 2016

NOEMÍ TRUJILLO, SUZANNE: LA REIVINDICACIÓN DE LOS LUGARES QUE HEMOS AMADO


Hay mapas en los que no se dibujan lagos ni montañas, pero sí lugares y situaciones que marcan el devenir de nuestras vidas, y que unen y separan, igual que si fueran altas cordilleras. De la misma forma que el amor se convierte, en ocasiones, en un lugar que se parece demasiado a una huida, esa necesidad de cambio también nos proporciona la capacidad de transformase en la reivindicación de los lugares que hemos amado. Entonces, las fronteras ya no están dibujadas en color rojo como límites entre territorios, sino que devienen en una suerte de contradicciones sentimentales que se clavan en nuestras extrañas como la más eficaz de las dagas asesinas. Es verdad, nada es lo que parece, sin embargo, ese miedo innato al compromiso o a aceptar unas reglas del juego que no tenemos nada claras, nos lleva hacia el silencio —el de las mayorías silenciosas—, un espacio que se convierte en un colchón de plumas que nos da calor sin dejarnos marcada ninguna huella en nuestra piel. Algo parecido les sucede a Susana y Tomás, que se enfrentan a sus miedos y temores como animales heridos por las yagas de la vida, y lo hacen, a través de los aeropuertos que, en Suzanne, son la metáfora del tránsito y de la posibilidad de cambio. A pesar de todo, ni uno ni otro se dan cuenta de que la auténtica transformación está dentro de cada uno de ellos, porque el amor necesita de unas muletas donde sustentarse, unos apoyos cuyos nombres, en esta ocasión, se llaman: traición y perdón.



Al otro lado de nuestra piel y nuestros sentimientos existen otros mapas que, esta vez sí, son geográficos. Alaska, Montreal o Lisboa son lugares que pertenecen al universo de los deseos imposibles, y, en contraposición a ellos, Barcelona se erige como ese espacio donde reposar una buena parte de nuestros sueños, pues uno, al final, acaba siendo del lugar donde se quedó anclado. Las coordenadas de nuestra felicidad y desdicha están remarcadas en las calles de nuestros barrios, en los bancos de los parques en los que jugamos y en los escaparates de los bares que ahora permanecen abandonados como vestigios de una sociedad que ya no es lo que era. Esa necesidad del cambio que experimentan los espacios donde vivimos se convierten en Suzzane en una proclama renacentista, donde Barcelona y Cataluña son las fronteras sentimentales, que no físicas, de una histeria colectiva que trata de ponerle puertas al campo. Aquí y ahora, subyacen la necesidad de cambiar al otro: «cualquier persona puede acabar siendo otra persona». Una sentencia que se traslada también a los lugares comunes que van más allá del amor entre dos personas que no acaban de renunciar a sí mismos. La inclusión de lo particular en lo general, le lleva a la autora a decirnos que: «cualquier lugar puede acabar siendo otro lugar», en un alegato de transformación colectiva por parte de unos dirigentes que no acaban de enterarse que lo que más aprecian los seres humanos es la libertad. Esa frontera última e íntima es más bien: «un tránsito social entre culturas», una permeabilidad u osmosis que se parece más a un intercambio de fluidos entre dos amantes que a la imposición de una relación íntima no consentida, pues a ésta no la podemos tildar como de amor, sino de violación. Maltrato físico e intelectual al que los pueblos, una vez sí y otra también, se ven sometidos por unos dirigentes ciegos y obcecados en sacar adelante sus propias obsesiones que, en demasiadas ocasiones, no se parecen a las de sus conciudadanos. Esa necesidad del cambio a través de su propia libertad no es sólo colectiva, puesto que también la experimentan Susana y Tomás en el mundo de los afectos, los propios y los ajenos, pues nadie quiere verse sometido por el otro. En este sentido, como muy bien nos apunta la autora, Noemí Trujillo: «la vida es un largo aprendizaje hacia el amor...»



Como nos decía Oscar Wilde: «lo importante no es elegir, sino saber lo que se quiere», y en esa nebulosa donde reposa la duda, descansan los reflejos del amor entre Susana y Tomás, más preocupados de sus propios aullidos que en los del prójimo. Gritos de dolor y ansiedad a los que siempre les cabe una última posibilidad de descansar en el lecho del amor y la pasión. En este sentido, el amor hacia una ciudad y una persona, remarcan los límites geográficos y sentimentales de Susana, protagonista de esta Suzzane de la escritora Noemí Trujillo http://www.turpial.com/home/catalogo/suzanne-noemi-trujillo/ que, como una heroína de la época moderna, busca su propia identidad sin necesidad de renunciar a sí misma y a sus raíces. La incomunicación y el miedo que este trance conlleva; la necesidad del cambio en uno mismo y la posibilidad de cambiar al otro; el sexo, entendido como necesidad y escape, dibujan este mapa de la huida bajo el que se esconden las verdaderas intenciones de sus protagonistas, Susana y Tomas, pues nada es lo que parece en una sociedad marcada por los silencios de sus dispositivos móviles y los reflejos de películas futuristas como Blade Runner o La Guerra de las Galaxias.



La autora, Noemí Trujillo, deposita sus artes literarias en la ausencia de descripciones externas. Las metáforas de los aeropuertos o las fronteras son más de carácter interno, como una vía donde sólo transitan los discursos interiores. La inteligente ausencia de tediosas descripciones exteriores, se compensa con diálogos dinámicos e intensos que nos dibujan los sentimientos de los personajes, abocados a esa fatalidad que es la de su propio destino, en muchas ocasiones, dirigido por las más oscuras pasiones interiores, pues igual que Kant nos habló de la diferencia entre el ser y el deber ser, Noemí Trujillo http://noemitrujillo.com/ nos apunta incesantemente la diferencia entre la apariencia y la realidad.



En definitiva, Suzanne es la reivindicación de los lugares que hemos amado, porque quizá, como nos ocurre cuando escuchamos una y otra vez una canción que nos gusta, necesitamos soñar para seguir viviendo.



Ángel Silvelo Gabriel

martes, 8 de marzo de 2016

ALBERTO CAEIRO, EL GUARDÍAN DE REBAÑOS: HOY SE CUMPLEN 102 AÑOS DEL NACIMIENTO DE UNO DE LOS HETERÓNIMOS MÁS IMPORTANTES DE FERNANDO PESSOA


Refugiado en la soledad de su habitación, rodeado apenas por una cama, un armario, una silla y una mesa en la que escribía noche sí noche también, y justo a su lado, su famoso arcón, donde iba a parar todo aquello que su mente transcribía en un papel. Así transcurría aquella noche del 8 de marzo de 1914 en Lisboa, una fecha que para la historia de la literatura estará unida al nacimiento de Alberto Caeiro, el origen de los heterónimos de Fernando Pessoa https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Pessoa o la epifanía de su drama em gente, tal y como nos apunta Carlos Clementson en la antología poética de Fernando Pessoa titulada, Los dioses perdidos, y que el propio antólogo y traductor nos narra así: «Un día, cuando finalmente ya había desistido —fue el 8 de marzo de 1914— me acerqué a una cómoda alta y, tomando unos cuantos papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no podía definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título “El guardián de rebaños”. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que de inmediato llamé Alberto Caeiro».

Éste, que transcribo a continuación, es uno de esos poemas, en concreto, el número treinta y nueve:


XXXIX


El misterio de las cosas, ¿dónde está?

¿Dónde está que no aparece

por lo menos para mostrarnos que se trata de un misterio?

¿Qué sabe el río de eso y qué sabe el árbol?

Y yo, que no soy más que ellos, qué sé de todo eso?

Siempre que miro a las cosas y pienso en lo que los hombre piensan de ellas,

me río como un arroyo que resuena fresco entre las piedras.


Porque el único sentido oculto de las cosas

es que no tienen ningún sentido oculto.

Y más extraño que todas las extrañezas

y que los sueños de todos los poetas

y los pensamientos de todos los filósofos,

es que las cosas sean realmente lo que parecen ser

Y no haya nada que comprender en ellas.


Sí, he aquí lo que mis sentidos aprendieron solos:

las cosas no tienen significación, tienen existencia.

Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.


Poema de Alberto Caeiro traducido por Carlos Clementson

jueves, 3 de marzo de 2016

CARLOS OROZA, ÉVAME: EL POETA QUE A TRAVÉS DE LAS PALABRAS NOMBRABA LO QUE NO ENTENDÍA


Intentar atrapar la luz, como si eso fuera posible con sólo estirar el brazo y cerrar el puño. Es, en ese punto, donde la evanescencia de una nube se convierte en cielo, o donde los sueños chocan contra la realidad de las esquinas de una habitación mientras intentan convertirse en otra cosa. Ahí es donde el poeta Carlos Oroza  https://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Oroza sitúa su mundo lírico, donde, quizá, confluyen la ficción o el sueño, el espejo o el reflejo, la luz... Évame y todo aquello que no pueda el amor que lo logren las palabras, parece decirnos el orador gallego que, ya, en Eléncar, el primer y extenso poema de este poemario, se nos presenta poroso como una nube, y decidido a transmutarse en un recorrido por el mundo de los sueños, de las sensaciones, del otro, con la ciudad, el aire y ella…, como esqueletos de sus metáforas: «Ayer puse un pie en el aire y vi la ciudad iluminarse por arriba». Aquí, la búsqueda de la luz es un anhelo que persiste en permanecer a lo largo de todo el poema y que es igual a buscarse a uno mismo a través del otro.



Inventa una palabra nueva para mí y llámame Évame: «…la única palabra que definía en lo que me convertía en ese instante; en una mujer, y ella en mí. Es un homenaje a la mujer». Así definía Carlos Oroza el segundo, y de nuevo extenso poema de este libro, en el que el viaje sigue siendo indeterminado porque es a través del otro y del mundo de los sueños. Su fuerza onírica procede del ojo con el que queremos ver y mediante el cual percibimos todo el mundo, tanto el nuestro como el que se expande fuera de los límites de lo imaginable, de lo permisible y de lo material. Todo, en este caso, es una singladura de nubes y deseos, y de imágenes que sólo transitan por el paisaje de lo imposible. En este sentido, la poesía de Oroza es como esa luz que no entiende de obstáculos, pues atraviesa puentes, nubes y fronteras, esquiva paredes y transforma el mundo en otra realidad a medio camino entre lo ficticio y lo surreal, lo imposible o lo inasequible, el aullido y el llanto. Los ritmos internos de sus poemas son caprichosos, armoniosos, lúcidos, exigentes e incoherentes, pero todos ellos emanan de esa oralidad clásica de la que nace su poesía: «Ascender/ Ser a lo lejos sin fin el silencio que toma la forma en el cero/ Su estímulo por la circunvalación/ Su cerebro/ El cero/ El punto de partida/ El regreso/ El eterno retorno de aquellos que van a donde nosotros ya estuvimos/ Un suspense/ Una nota olvidad/ U otra vuelta por el entramado de las sombras».



Poemas que nacían en su mente y ahí se quedaban el tiempo necesario hasta que el propio Oroza http://carlosoroza.blogspot.com.es/ creía que debían ser trasladados al papel. Poeta de la memoria, colectiva e individual, el último beatnik español como le definió Umbral. Irreverente y tierno a la vez, su voz tenía la identidad propia de aquel que no entendía de otras reglas que las de su propio corazón. Latidos incontrolados que surcan el cielo y se depositan en el horizonte desdibujado de un mar que siempre tiene presente y al que acude en compañía de ese viento del norte que nunca le abandonó: «En el norte hay un mar que es más alto que el cielo». Lobo de mar de su propio imperio lingüístico, con el que nos propone revisitar el eco, la lluvia, los recuerdos. Creador de palabras (évame, onilios, cópul…), pues necesitaba de ellas para expresarse, y que en sí mismas, no son sino una manifestación más de su furia verbal y compositiva. Oroza creía en ese otro yo al que nadie era capaz ni de entender ni de encontrar, pues su poesía no tenía límites ni reglas más allá de su propia imaginación. Ahí residía su esencia, en esa dicotomía entre el antes y el ahora, el espejo y el mármol del suelo, el ojo que ve y su reflejo. Hombre y mito, realidad y ficción se dan la mano para trasladarnos a esa especie de nube, evanescente y plena de sensaciones, que trata de atrapar la esencia de la vida: «veo el semblante de un país borroso tratado en las lluvias».



Oroza deconstruye la realidad en planos, como si fuera un pintor cubista, y por ejemplo, en su poema, Blanquísima presencia, nos narra cómo nace o se produce una idea; idea que después puede formar parte de un poema o de la línea del horizonte: «Del universo es el mar una sombra/ Una luz temblorosa en la piel/ Una línea que sueña/ La unidad febril premonitoria/ En el espacio creado para la música». Una idea que en sí misma puede producir un espacio; un espacio creado para la música. Palabras que a su vez son números que expresan la posibilidad de llegar a convertirse en ideas, cerrando de ese modo el círculo. Universos poéticos que también buscan los encuentros con el otro mediante la premonición de los espacios fríos y oscuros que nadie sabe de su existencia, salvo nosotros, y que se convierten en fragmentos de uno mismo pues forman parte de nuestra esencia.



No obstante, la palabra siempre es la guía, la norma. La palabra, a su vez, también se transforma en objeto; un objeto que se ubica en un cuadro. Palabras que son ecos, deseos… «La palabra nos devuelve al origen y nos da el remoto placer de la rosa en vocablos». Palabras que luego inician un viaje donde las noticias no son importantes ni urgentes, sino que la importancia reside en las palabras que devienen en nuevas sensaciones y en un mundo sin explorar: «mi propuesta es el aire». «La palabra —esa bella superstición—» es capaz de cambiar, por sí sola, una vida, el mundo: «Ellos van donde nosotros ya estuvimos». «Y cuando todo nos falla sólo nos queda la poesía».



Como nos dice Pere Gimferrer, acerca de Oroza, en la contraportada de Évame: «Le pertenece un dominio que le es casi exclusivo; el doble orgullo de lo absoluto y de su ocultación. Pocos tiene tanto derecho a ser llamados maestros, de no ser quizá tal denominación incompatible con lo radical de su gesto, con esta poesía en mutación siempre en pos de sí misma». Capitán de un barco cuyo destino es el infinito, Carlos Oroza siempre nos muestra esa necesidad de traducirse por el otro, y de abordar ese último rincón al que él da un nombre y una nueva luz con la que el resto pueda descubrirlo. Explorador y descubridor de espacios, palabras y nombres, con las que pretende nombrar lo que no entiende, y lo consigue a poco que nos dejemos llevar por ese ritmo endiablado que, cual aullido interminable, es capaz de trasponerse a Allen Ginsberg, Jack Kerouac o Gregory Corso, y de esa forma, romper la barrera de lo maldito para instalarse en la rara belleza de lo que no ha nacido.  



Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 1 de marzo de 2016

EL FUTURO DE LAS PENSIONES. Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Anne Mayoz

El mundo de la cultura anda un tanto “revueltillo” desde que la Inspección de la Seguridad Social ha empezado a investigar las declaraciones fiscales de los artistas y creadores jubilados. Es sabido que algunos de ellos cobran una pensión de jubilación y, al mismo tiempo, reciben una remuneración en concepto de “derechos de autor”, lo cual sólo es posible si los ingresos obtenidos por tal concepto son inferiores al SMI (salario mínimo interprofesional), que actualmente es de 9.172,80 euros anuales, tal y como establece el decreto ley 5/2013.

La disposición entró en vigor el 17 de marzo de 2013, ya que, hasta esa fecha, las dos percepciones eran compatibles sin ninguna limitación. Ahora, si un ciudadano de más de 65 años quiere seguir ejerciendo su profesión ―no sólo la de escritor―, lo puede hacer, pero ha de renunciar previamente a la mitad de la pensión que le corresponde y darse de alta en la Seguridad Social  cotizando un 8% como “cuota de solidaridad” y un 1,35% para cubrir la contingencia de accidente laboral. Y si no la hace, perderá su pensión de todo un año, cada vez que perciba por cualquier concepto unos ingresos superiores al SMI.

La norma se aplica no sólo a los escritores profesionales que cobran regularmente sus “derechos de autor”. También perdería su pensión el jubilado que decide escribir un cuento―el sueño de su vida que no ha podido realizar hasta ese momento―, lo presenta a un concurso literario dotado con 10.000 euros y lo gana. ¿No es eso un castigo excesivo para quien ha cumplido la edad legal de jubilación y ha cotizado durante los 40 años de su vida laboral?

Uno podría entender que el Gobierno esté preocupado: las cuentas no salen, el sistema de pensiones es insostenible y el sistema fiscal actual es incapaz de financiar el estado de bienestar al que nos han acostumbrado. Veamos por qué:

1.- Los pensionistas reciben más de lo que aportan. Según un informe interno elaborado en 2013 por técnicos de la Seguridad Social, los pensionistas reciben cuatro veces (entre 2,5 y 7 veces) más de lo que han aportado a lo largo de su vida laboral. Este enorme déficit que se ha ido acumulando a lo largo de los últimos veinte años explica la situación de ruina en que se encuentra la Seguridad Social.
Es cierto que, hasta la fecha, muy pocos trabajadores han cotizado más de cuarenta años. Por otra parte, como la pensión se calcula sobre la base de cotización de los quince últimos años, ha sido práctica habitual cotizar por el mínimo hasta llegar a la edad de 50 años. Las cosas han mejorado algo, pero todavía se sigue haciendo, ya que la ley lo permite.

Los números muchas veces ayudan a entender los conceptos. Por eso hemos realizado unos cálculos sencillos para conocer la tasa de cobertura que tiene el Fondo de Pensiones la Seguridad Social para afrontar sus compromisos de jubilación sobre dos casos extremos. El primero se refiere a un licenciado que empieza a trabajar en 2016 con 25 años, que se jubilará a los 67 y que cotizará por el máximo durante 42 años. El segundo se refiere a un ama de casa que a los 52 años empieza a trabajar en 2016, hasta los 67 y va a cotizar por el mínimo durante 15 años.

En ambos casos, se ha supuesto que la inflación es CERO para todo el periodo. Tomando como base la esperanza de vida que estima el Instituto Nacional de Estadística, se ha confeccionado una tabla para cada caso con cuatro tipos de revalorización media anual del capital por encima de la inflación, desde 0% a 2%. Los resultados son concluyentes y se podría asegurar que, en su conjunto, las necesidades financieras estarían cercanas al doble de los recursos disponibles.

2.- La solidaridad intergeneracional ha quedado anticuada. El régimen público de pensiones en España funciona sobre la base de que las prestaciones que reciben los pensionistas se obtienen de las cotizaciones de los trabajadores en activo. Este sistema de reparto está basado en el principio de solidaridad intergeneracional y su sostenibilidad depende de la proporción entre el número de trabajadores activos y el de personas que reciben una pensión. La fórmula tuvo su razón de ser en el momento en que se implantó, allá por los años 60 del siglo XX, cuando no existía fondo alguno y la factura era reducida. Pero ahora ya no sirve, cuando esa proporción ha pasado de cuatro a finales de los años setenta a dos en la actualidad.

Si este índice es ya preocupante, el futuro es imposible. Aunque el Instituto Nacional de Estadística estima que, hacia el año 2050, esa proporción se habrá reducido a uno y medio, otros expertos creen que tan sólo habrá un trabajador afiliado por cada pensionista, debido a la evolución demográfica (la población mayor de 65 años pasará del 18,2% en 2014 al 24,9% en 2025 y al 38,7% en 2064) y al nulo crecimiento ―o muy pequeño― de la población activa.

3.- El fondo de reserva se agotará en 2018. La Seguridad Social destinará este año 119.000 millones de euros a pagar las pensiones de jubilación contributivas ―aquéllas que derivan de haber cotizado al menos durante quince años―. Esta cantidad supone un 85% de su presupuesto total y, a su vez, un crecimiento del 2,83% respecto al año anterior. Lejos de frenarse, esta tendencia se prolongará en el tiempo, debido a tres causas: esperanza de vida más larga; aumento del número de beneficiarios (a un ritmo del 1% anual, al que habrá que añadir la generación del baby-boom que comenzará a jubilarse a partir de 2020) y mayor cuantía de la pensión (entre 2011-2015, la pensión media ha superado en más de 6 puntos la variación del IPC).

Este dinero se paga con las cotizaciones que realizan los ciudadanos que hoy trabajan. Pero como no alcanza, el Estado ha de financiar la diferencia. Esa diferencia ha sido de 13.000 millones de euros en 2015 y, como ya hemos visto, seguirá creciendo en los años venideros, hasta que alcance valores inasumibles. El Fondo de Reserva apenas dispone de 32.485 euros al cierre de diciembre de 2015 ―la mitad que en 2011―, justo para atender los compromisos de tres meses. Se estima que se agotará en 2018, con lo cual el Estado se verá obligado a cubrir el déficit en su totalidad.

¿Cuánto dinero necesitaría ese Fondo de Reserva para atender las necesidades que va a tener la Seguridad Social en el futuro, sin echar mano de los ingresos que ahora recibe? Probablemente más de 1,5 billones de euros, una suma fantástica equivalente al PIB español de año y medio. Si al menos las cuentas del Estado estuvieran saneadas, se podría destinar parte del presupuesto. Pero no; los ingresos no alcanzan a cubrir los gastos ― el déficit presupuestario cerró 2015 con un déficit del 4,5% sobre el PIB ― y no es posible endeudarse más, ya que la deuda pública está por las nubes.

Si a estos 119.000 millones de euros que cuestan sólo las pensiones contributivas, se añaden los 70.000 que cuesta la Sanidad Pública, la factura sería más o menos equivalente a la suma de todos los ingresos que recibe por vía tributaria, sin contar, claro está, las cotizaciones a la Seguridad Social que, en buen lógica, tendrían que guardarse para devolver a los afiliados el capital invertido cuando les llegue la hora de la jubilación. Su presupuesto se destinaría íntegramente a financiar estas dos partidas y no le quedaría dinero ni para pagar a sus funcionarios.

4.- La pensión de jubilación es un derecho, no una dádiva
A la largo de su vida laboral, el trabajador está obligado a abonar todos los meses a la Seguridad Social una parte de su salario bruto hasta alcanzar la edad de jubilación, con el fin de crear un fondo ―la caja única― que servirá para pagarle una pensión vitalicia cuando decida retirarse. Es pues un dinero suyo, que le pertenece, y que el Estado está obligado a devolver. Es una renta de capital de carácter inalienable que le pertenece y no una donación graciosa del Estado, como muchos todavía creen.

Y si el Estado se ha equivocado en los cálculos y ha prometido cosas imposibles de cumplir, es un problema suyo y tendrá que afrontar las consecuencias. Pero, si no dispone de recursos, ¿cómo va a hacerlo? Al final, nos dirán que el Estado somos todos y que entre todos tenemos que pagar la deuda. Pues que lo digan cuanto antes, para que lo bola no siga creciendo.

Pero no; el Gobierno no se da por enterado, sino todo lo contrario. Tanto el programa de ayudas a la contratación (Decreto-Ley 4/2013) y la tarifa plana para los autónomos (Decreto-Ley 31/2015, aprobada tres meses antes de las elecciones generales) han reducido los ingresos en más de 1.600 millones de euros, con lo cual el déficit de la Seguridad Social seguirá creciendo en los años venideros. ¿Qué derecho tiene un partido a dictar leyes que merman el patrimonio de un fondo que no le pertenece? ¿No tendrá alguna responsabilidad penal al hacerlo?

El modelo actual de pensiones es insostenible y quizá no tenga ya salida. A pesar de la gravedad del asunto, nadie parece estar preocupado. Y las pocas voces sensatas que se han alzado a denunciar el fiasco han sido acusadas de alarmistas y reaccionarias. Como le ha ocurrido al gobernador del Banco de España, Luis María Linde, tras afirmar que “El sistema público no va a garantizar el nivel de las pensiones. No decirlo es ocultar la realidad a los españoles”. ¡Qué país Miquelarena!

Artículo de Manu de Ordoñana, Ana  Merino y Ane Mayoz