martes, 23 de mayo de 2023

JOHN KEATS Y LA VIGENCIA DE SU OBRA POÉTICA EN EL SIGLO XXI: LA PÉRDIDA DE LA IDENTIDAD REAL Y DE CONVIVENCIA CON EL MISTERIO

 


¿Es necesaria la poesía en el siglo XXI, sobre todo, cuando muchos poetas claman que está muerta? ¿Es posible salir de los márgenes de la prisión que representan las pantallas de nuestros móviles para dejar a un lado el mundo visible y acercarnos al misterio? Palabra y lectura frente a imagen y silencio. Un silencio que marcha muy lejos del misterio como fuerza posibilitadora de la pérdida de la identidad real. Aquella que ahora nos marca el camino de una forma totalitaria. Ver. Pensar. Pararse. Y contemplar. No somos conscientes de ello, pero nuestros silencios edulcorados por emoticonos y fotografías expresan más que nunca la necesidad de la huida. De nuestro cuerpo. Del dolor. Del sufrimiento. De aquello que nos gustaría ser y no somos. En este sentido, John Keats, a principios del siglo XIX, ya nos planteaba en su obra poética el dilema entre aceptar el estado temporal o la esperanza de escapar de él. Sin embargo, la diferencia entre el antes y el ahora estriba que él lo hizo a través de la palabra. Palabra engendrada con el eco infinito de su transmisión a lo largo del tiempo. Palabra engendrada con la necesidad de ser libre e inmortal. Libre, palabra maldita que nos engaña y nos condena. En el siglo XIX, frente a esa inmutable realidad, Keats se alió con la imaginación para ponerse a salvo de la maldición de los tiempos que, en su caso, vino marcada por la temprana muerte de sus padres y de uno de sus hermanos por la tuberculosis, lo que le hizo transitar, aparte de por la senda del sufrimiento y el dolor, por la herrumbre de la pobreza, la dependencia y la falta de oportunidades. No obstante, muy pronto buscó refugio en la imaginación: «No estoy seguro de nada salvo de la pureza del corazón y de la verdad de la imaginación: lo que la imaginación toma como belleza debe ser cierto». Una imaginación que, como vemos fue en auxilio de la belleza, porque en este breve pensamiento se resume muy bien la utopía de la búsqueda de la belleza que el poeta británico enarboló a lo largo de su corta vida y su inconclusa obra. Un motor, el de la belleza, que nos lleva a aceptar la dureza del mundo real cuando va en busca de la plenitud del mundo soñado. De esa fusión nace la reivindicación del mito como arma con la que fundir sus versos en la legitimidad que el arte expresa en sí mismo para, de ese modo, llegar a esa ansiada perfección, en la que realidad y deseo llegan a ser uno: ¡Ah, por una vida de Sensaciones más que de Pensamientos!». 

La capacidad de asombro que a día de hoy nos continúan expresando los sonetos y odas del poeta británico, no hacen sino afirmar el poder que tiene la literatura como viaje. Viaje vital e intelectual en el que, por ejemplo, podemos explorar la búsqueda de la verdad a través de la belleza. Como él nos dijo: «Algo bello es un goce eterno». Pues de ese éter poético. De esa pócima mágica reconvertida en la ensoñación de lo imposible. Y de esa fuente de la que mana la esperanza de llegar a conquistar el más allá, es de la que nos habla John Keats a lo largo de su corta, pero intensa obra poética. Un espacio en forma de edén literario que mueve el mundo de los ideales que confrontan al Hombre con la eterización de la naturaleza. Un «rapto espiritual» que surge de sus versos de una forma tan natural que logran alojarse para siempre en nuestras entrañas. De esos poemas que ejercen de láudano para el dolor es de donde surge la incontestable premura de reivindicar su obra en pleno siglo XXI, pues sus propuestas son una magnífica tabla de salvación a la que agarrarnos para hacer de nuestras vidas una amalgama de posibilidades que, desde las sensaciones, nos trasladen a una concepción del mundo más ética a través de la estética. Esa especie de niebla que tanto miedo nos da atravesarla, y esa falta de ritmo en el pensamiento que nos provoca la sociedad del aquí y ahora en la que vivimos, es el enjambre del que deberíamos de salir para llegar a vislumbrar la pureza que nos aguarda. Pureza lírica. Estética. Y de la pérdida de una identidad que nos aleja de la esencia por la que fuimos concebidos. La sustitución de la palabra que va en busca de la verdad —«La belleza es verdad, y la verdad belleza/ no hace falta saber más que esto en la tierra.», nos dijo el poeta—, en pos de la imagen enfangada en la mentira del postureo sin alma nos condena al abismo del olvido, pues todo es tan fugaz como el último de nuestros suspiros. Un póstumo aliento que nos dejará sin palabras. Sin la posibilidad de la poesía. Sin la pérdida de la identidad real y de convivencia con el misterio. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 15 de mayo de 2023

ANDRÉS ORTIZ TAFUR, TRAIGO NOCHE EN LOS ZAPATOS: EL SILENCIO QUE NOS ACOGE


 

Explorar la vida. Vomitarla en forma de renglones torcidos que se rebelan contra nuestra idea del mundo, y de esa felicidad que siempre hemos creído que nos sostenía. Alabar esa dicha que se nos hace presente en el recuento de unos días que ya no volverán. Ese pasado, y sus condiciones, que se vuelcan sobre nuestras experiencias vividas, y sobre los recuerdos que éstas nos producen cuando nos alejan de la verdad. Verdad que nace teñida de lo más profundo del deseo. El deseo que, sin embargo, es torturado por la discordia de todo aquello que no quedó dibujado en el papel de nuestra vida. Recuerdos sin rastro revestidos del silencio que nos acoge. Silencios que nos devuelven al curso de un río teñido por unas aguas oscuras que nunca terminan de convertirse en cristalinas. En esa paradoja de los silencios no declarados se mueven los últimos pensamientos, en forma de versos, de Andrés Ortiz Tafur. Traigo noche en los zapatos es una metáfora que nos acoge en la soledad de los recuentos pasados, y de lo vivido sin el freno del futuro. No future aclamaban unos Sex Pistols desdeñosos con la posteridad de los que no la desean. Nacemos avocados a la penuria de los designios de un destino incontrolado e incontrolable. Y de esa incertidumbre nacen los reproches y los deseos que marchan tatuados a nuestra piel. Signos invisibles que, como los silencios que nos gobiernan, nadie más que uno mismo conoce. Entrañas a las que nos cuesta ponerles un nombre, porque son hijos de nuestra propia discordia y senectud. Traigo noche en los zapatos nos recuerda toda la vulnerabilidad que nos asiste por mucho que la obviemos o huyamos de ella, y Ortiz Tafur se vale de los recuerdos cuando aborda a la familia, y a aquellos que ya no están a nuestro lado. Del día a día que nos recuerda aquello que fuimos. Y de los deseos ocultos que descansan en cicatrices que ya se han difuminado en la penumbra del paso de los días. Esa labor de explorador con raíces propias es la que le lleva a transitar por territorios propios y comunes, pues todos somos hijos de una sociedad que languidece en busca de un nuevo mundo que ya no será aquel que conocimos, y en el que ahora ejercemos de héroes de nuestra propia derrota. Abismos inocentes que, a día de hoy, él necesita dejar marcados en las hojas de un papel que le rediman de aquellos silencios que marcaron su vida sin saberlo: «Hay personas que siempre me vencen/ con las que siempre me resulta hermoso/ descubrirme perdiendo y perdido,/ buscando la manera de volver a chocar/ para volver a perder y a perderme./ Como el estropajo que se seca/ y necesita más agua y jabón/ para seguir empantanando la vida.» 

Andrés Ortiz Tafur es el bardo de la Sierra de Segura. De las montañas que se tatúan con el silencio de las noches, y se despiertan con el primer viento de la mañana. De la lluvia, de la que él y unos pocos, beben cada día. Tierra. Viento. Y Fuego. Elementos, todos ellos, al servicio de una mística sentimental y única, como únicas son sus palabras acopladas en versos perennes, por existenciales e inamovibles a lo largo del tiempo. Círculos que se abren, aunque no siempre se cierren, pues son el mejor atisbo de una vida que nunca acaba de llegar a su fin. Versos que son los mejores testigos de esa plenitud de la soledad que nos acoge sin apenas darnos cuenta. De ese silencio que se hace verbo. O carne. O sangre con la que mancharnos de esa verdad escurridiza de la que siempre huimos. Sangre de amor y muerte. De los días sin nada que acaban en pequeños triunfos. De esa nada de la que sale un todo, como en los milagros. El milagro de los olvidados. El de los sentimientos oprimidos. El del desconocimiento que de repente se hace luz. Universal. Mágica. Aterradora…, De todos esos encontronazos nacen los surcos en forma de versos-sentencia, versos-declaración, o versos-memoria en forma de lluvia. Lluvia de besos y recuerdos: «Llueve como si no fuera verdad./ Y, por lo que sea,/ recuerdo el primer beso que di/ y que me dieron,/ apoyados contra un muro/ del polideportivo de San José./ Llueve como si todavía/ nos estuviéramos besando.» Lluvia en forma de memoria, pues la memoria de toda una generación es la que el escritor jienense vierte sobre este Traigo noche en los zapatos. Ecos del mundo oscuro que permanece agazapado en el silencio. El silencio que nos acoge.  

Ángel Silvelo Gabriel.

viernes, 12 de mayo de 2023

HILARIO J. RODRÍGUEZ, CONSTRUYENDO BABEL: EDIFICANDO PIRÁMIDES SOBRE LA VIDA PROPIA Y LA AJENA


 

¿Existe el mundo? ¿Acaso existen las palabras? ¿Qué certeza tenemos sobre la materialidad de los libros? Quizá todo sea un sueño. Sueño eterno el que transita y transige los límites de nuestra propia vida para convertirla en algo distinto y, sobre todo, en algo ajeno, público y real. Si reales son las palabras escritas sobre el papel, después de que éstas formen parte de nuestra propia existencia y se conviertan en sueños, anhelos o simples recuerdos. En espacios oníricos que deambulan por ese otro mundo etéreo al que solemos denominar como VIDA sin más. Una vida fabricada con la argamasa del poder de los recuerdos y las heridas que éstos nos dejan en la memoria. Y ecos. Sí, muchos ecos que nos delatan sobre cómo fuimos o hemos sido en nuestra propia pirámide. Pirámide de vida y obra en la que en un determinado instante aparece la verdad. Esa necesidad de la verdad que se nos revela envuelta en imágenes de falsos recuerdos que necesitan del auxilio de la ficción. Verdad desordenada. Perversa. Poliédrica. Asesina. Realidad frente a ficción como mejor manera de seguir edificando pirámides sobre la vida propia y la ajena. Pirámides en forma de Babel. ¿Y Babel? Babel y su génesis. Babel como biblioteca, pero también como orden y zozobra de toda una vida. Como pirámide que guarda el mayor de los tesoros. Como ciudad. Recuerdo. Viaje en el tiempo a través de la literatura. Como experiencia de la que parte la aventura de la existencia, la palabra y su permanencia en el tiempo. Babel como libro, porque así nos lo apunta su autor, Hilario J. Rodríguez, casi al inicio de este inclasificable, por maravilloso, libro: «Me gusta… la idea de que los libros sean, además de libros, espacios y que en esos espacios quepan muchas cosas, no solo historias… Esa es mi idea de la literatura: la de los libros que dan forma a su propio género, la de los libros que no fundan una única memoria porque cada lector combina sus elementos de una forma distinta y los entiende a su manera». Babel… Construyendo Babel, como otra forma de hacer y crear literatura y contar al vida de una manera más abierta, ecléctica e híbrida. 

Construyendo Babel es, además, la excusa perfecta con la que proteger a la realidad de la ficción y, a la inversa, desproteger a la ficción de una realidad siempre inesperada, por inconclusa, inabarcable e intangible. En las páginas de este libro realidad y ficción pernoctan en una misma habitación sin tener que disimular su atracción. Una cercanía atemperada por la intemperie del tiempo y su incesante transcurrir. Entonces, ¿qué es Construyendo Babel?, un libro-mundo. Libro-reseña. Libro-viaje. Libro-ensayo. Libro-novela. Libro-autobiografía… Libro de libros que funciona como un artefacto literario donde se dan la mano las confesiones personales con las literarias, lo que las convierten en metaliterarias, y donde muchos de sus capítulos —sobre todo los que contienen reseñas de los libros leídos— se nos adivinan como relatos breves donde la historia real, o aquella que se nos cuenta, da paso a la oculta, aquella que en verdad es la esencia de lo que se nos quiere contar. De esta fusión nace una escritura intrépida, inteligente, mordaz, y con un estilo literario que llega a la perfección sin apenas darnos cuenta, por lo bien planteadas y resueltas que están las historias que se nos narran, y por ese grado de sorpresa que poseen en muchos de sus finales. Un efecto con el que Hilario J. Rodríguez consigue perturbar al lector, lo que sin duda es una de las mejores armas literarias que posee quien escribe: la zozobra. Relatos que, a su vez, cuentan con esas listas que tanto le gusta crear al escritor gallego, y que todos aquellos que le siguen en las redes sociales, pueden disfrutar. Novelas, ensayos, películas, actores, viajes, ciudades..., nada le detiene a la hora de enumerar esa biblia existencial por la que ha transitado a lo largo de su vida nómada: «Si escritores como Hermann Broch, Thomas Mann, Robert Musil, James Joyce o José Saramago ejemplifican, cada uno a su modo, una época concreta, Véronique Olmi, Katherine Mansfield, Jean Rhys, Natalia Ginzburg, Agota Kristof, Alice Munro, Clarice Lispector o Fleur Jaeggy ejemplifican, cada una a su modo, una manera de ver al ser humano, atrapado en las constantes paradojas en las que cae la sociedad para avanzar a cualquier precio, a veces a costa de la inocencia, de la seguridad o de la estabilidad emocional de las personas, dejando despojos allí donde uno cree estar viendo a sus semejantes cuando pasea por las calles de su ciudad.» 

Construyendo Babel como historia de vida. La real y la imaginada. De ficciones y recuerdos que nos llevan siempre a un libro. Un libro de libros que por sí solo es toda una biblioteca. La de nuestra vida sustentada en aquello que nadie entiende más que uno mismo. Como nos dice su hermana Veli: «Nuestra patria era una biblioteca que todavía no estaba registrada en ningún mapa». Y de ahí, surge de nuevo el eco. Aquel que de nuevo nos traslada al principio, y nos lleva a repetir aquello de que una biblioteca, con el transcurrir de los días, viene representada por el orden y la zozobra de toda una vida. Como la pirámide que guarda el mayor de los tesoros. Como ciudad. Recuerdo. Viaje en el tiempo a través de la literatura. Como experiencia de la que parte la aventura de la existencia, la palabra y su permanencia en el tiempo. Construyendo Babel como símil perfecto sobre el que construir pirámides sobre la vida propia y la ajena. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 7 de mayo de 2023

NUCCIO ORDINE, PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS 2023: UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LA UTILIDAD DE LO INÚTIL

 


Quizá no exista en el mundo nada más inútil que la búsqueda de la belleza, porque, entre otras cosas, quizá nunca sepamos en verdad qué significa esa utopía de la que sólo entienden los sentidos. Esa incertidumbre en la que se mueve aquello que, en principio no se ve y sólo se siente, es en la que se sustenta una buena parte de la civilización que hoy conocemos, pues el sentido de la inutilidad —incluso dentro de los hallazgos tecnológicos más importantes— ha estado muy presente en todo aquello que nos ha proporcionado algo de luz a lo largo de los siglos. No se nos debería olvidar que, un mundo sin emociones, es un mundo sin espacio para esa luz que sólo nos pueden proporcionar hechos tan inútiles como la persecución de esa línea del horizonte que nunca llegamos a alcanzar, o el placer de escribir o un leer un poema por el simple placer de crearlo o leerlo. Por ejemplo, ¿qué sería de nosotros si nos fuera sustraída la lectura de ese libro que, en sí mismo, es capaz de cambiarnos la vida o nuestra visión del mundo en el que vivimos; o si nos sustrajeran la intensa emoción que nos proporciona la contemplación de cualquier obra de arte que, por sí sola, logra que lleguemos a ese lugar que no tiene nombre y que nadie más que nosotros sabe que existe? Si somos de esas personas que perciben el arte en general como búsqueda, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no hay nada más inútil que un mundo en el que el arte no exista y no sea un espacio para la reflexión y la contemplación…, la contemplación de la belleza, sea ésta lo que sea. En este sentido, podemos seguir afirmando que, tanto la curiosidad como la duda que son intrínsecas al creador, son los motores que no se ven, pero que sí son esenciales a la hora de mover el mundo, pues generan las sinergias que cada uno de nosotros desarrollamos con nuestros sentidos y sentimientos. Un mundo sin la capacidad de la emoción es un mundo oscuro y sin luz, por muy iluminado que esté con múltiples artilugios lumínicos de diversa naturaleza. Y es quizá, por ese afán desmedido por el beneficio y la posesión, por lo que en este tiempo —más que nunca— se nos olvida con gran facilidad que la esencia del hombre es la misma a lo largo de los siglos, pues nos seguimos emocionando por las mismas cosas. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que, igual que nadie es capaz de escapar al miedo a la muerte, tampoco le resulta posible escabullirse del amor cuando ese sentimiento llega a su corazón. Esa capacidad natural que el ser humano tiene de emocionarse es la que en la actualidad vamos perdiendo en pos de otro tipo de emociones mucho más programadas y que cada vez menos tienen que ver con la esencia del ser humano, pues a medida que avanzamos en una sociedad más tecnificada, nos alejamos de lo verdaderamente importante, pues si no existieran todas estas posibilidades de la emoción como formas de expresión —como por ejemplo, el de la inutilidad de la búsqueda de la belleza—, no existiría un hombre y una sociedad tal y como hoy la conocemos. Esa utilidad de lo inútil, que de una forma tan brillante reclama Nuccio Ordine en su ensayo que lleva el mismo título, es lo que aún nos mantiene vivos, pues no todo es el resultado final en el que el éxito siempre tiene un matiz de beneficio. El crear por el simple hecho de crear y el placer de la contemplación, también son, en sí mismos, valores inherentes al ser humano. La utopía en la que, cada día más, se está convirtiendo la cultura y todas las ramas de la misma, nos está llevando a un desconocimiento cada vez más amplio de lo que somos, dejándonos huérfanos de una parte esencial que también nos pertenece: la de la propia identidad. 

Esta podría ser sólo una de las múltiples interpretaciones de este ensayo titulado como, La utilidad de lo inútil, en el que Nuccio Ordine, mediante la técnica de la comparación, nos somete a un pormenorizado análisis de la importancia que las enseñanzas clásicas, tan en desuso y descrédito en la actualidad, han tenido y tienen, en nuestras vidas y en la concepción global de nuestro mundo. Y lo hace dividiendo su estudio en tres partes: La útil inutilidad de la literatura, La universidad-empresa y los estudiantes-clientes y Poseer mata: «dignitas hominis», amor, verdad, para a partir de ahí, mostrarnos el estado de la cuestión mediante un laborioso estudio de múltiples textos de, por ejemplo, Kant, Ovidio, Platón, Montaigne, Ionesco, Calvino, Tocqueville, Locke, Gramsi, etc. Textos que ha ido recopilando a lo largo de veinte años, y que se corresponden con las lecturas que fue abordando en ese tiempo. Magna y ambiciosa labor que nos proporciona un mapa muy aproximado de la utilidad de lo inútil, pues no en vano, no se nos debería de olvidar que, la importancia de la búsqueda de la belleza frente a las leyes del mercado y el beneficio, son la única salida para evitar un mundo sin emociones, o como nos dice Ordine a través de las palabras de Tocqueville: «En una sociedad utilitarista, los hombres acaban amando las “bellezas fáciles” que no requieren esfuerzo ni excesivas pérdidas de tiempo. “Les gustan los libros que se consiguen con facilidad, que se leen deprisa, que no exigen un detenido estudio para ser comprendidos”». 

Ángel Silvelo Gabriel