El famoso fotógrafo de cantantes pop, Anton Corbijn, ha llevado a la gran pantalla la historia de Ian Curtis, cantante del grupo de Manchester Joy Division. La historia abarca el período que va desde 1973 a 1980, y está basada en la biografía escrita por la esposa de Curtis.
Control no es una película convencional en muchos sentidos. Primero, porque está grabada en blanco y negro; y después, porque se trata de una particular historia destructiva muy vinculada a los amantes de la música, y más concretamente de la música que se creaba a finales de los años setenta en Inglaterra. Estas tendencias post-punk, posteriormente desembocaron en España dentro de la movida madrileña, y este movimiento acultural español tuvo su caldo de cultivo en historias como la de Joy Division, Psycodellyc Furs, Echo and the Bunnymen, etc, y por ende, su reflejo sobre la reciente historia cultural y musical de nuestro país, en grupos musicales, artistas plásticos y cinematográficos que todos conocemos.
No obstante, Control, para mí es mucho más que una película musical o biográfica (me declaro seguidor de Joy Division y su posterior transformación en New Order, uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos). Pero como digo, esta película es algo más, el blanco y negro nos integra a la perfección las casas bajas de ladrillo de la clase trabajadora inglesa, con las verdes montañas que las acogen. Si en la entrada anterior, hablaba de la importancia del relato en el espacio-tiempo de principos de los sesenta. En este caso, nos ubicamos en otra época sin duda convulsa y muy fructífera a nivel artístico y sobre todo musical, como fue la de finales de los setenta, lo que se refleja clarividentemente en la película.
Igual que generaciones anteriores tuvieron a Jim Morrison como mártir y líder espiritual, y las posteriores a Kurt Cobain, mi generación tiene a Ian Curtis, magistralmente interpretado por Sam Riley, dando vida, por un lado, a un personaje que se debate entre el dilema moral de seguir con su mujer y su hija, y por otro, seguir la estela de las nuevas experiencias amorosas que su grupo Joy Divison le va abriendo, y que finalmente se encarnarán en Annie. Pero Curtis no representa sólo la duda entre el ser y el deber ser, sino que también es víctima de su propio mundo interior, que se complica más si cabe, con la aparición de ataques epilécticos. La ausencia de palabras, Curtis la suple con creces con las letras de sus canciones, a veces desgarradoras, y otras oscuras y siniestras. Una vez más, la importancia de la falta de comunicación y la ausencia de las palabras se contrarresta con un impulsivo e inquietante mundo interior, lleno de poesía y soledad desgarradora, lo que nos vuelve a mostrar uno de los grandes temas de nuestro tiempo: la incomunicación. Esa soledad hacia adentro de Curtis, con su expresivo vacío en la expresión de sus ojos enmarcados por unas grises ojeras permanentes, nos revelan una vez más la soledad del artista, el sufrimiento interior que llevado al límite le hace imposible crear más, porque en ello va su propia autodestrucción.
La banda sonora, sencillamente es genial, no sólo por el repaso a los mejores temas de Joy Division (crearon himnos como Love Will Tear Us Apart), sino por el viaje musical a una época que fue tremendamente influyente en épocas posteriores. No es de extrañar que la película comience con David Bowie y que finalice con Iggi Pop (La Iguana).
Control no es sólo una película musical. Es también la aventura malograda de un artista llevada hasta sus últimas consecuencias, además del retrato de una época que cada vez más, a mí se me presenta como reveladora de muchas experiencias posteriores. Absolutamente recomendable.