martes, 29 de mayo de 2018

LAURENT CANTET, EL TALLER DE ESCRITURA: LA CONFUSIÓN QUE CREA LA COLISIÓN ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN


La, a priori, complacencia de un taller de escritura durante el verano en una pequeña población como La Ciotat —una pequeña localidad cercana a Marsella—, no parece ser el escenario más propicio para confrontar una parte de los problemas a los que se enfrenta la juventud de hoy: ese hastío existencial del que nos daba buena cuenta Fernando Pessoa en El libro del desasosiego y que, en la película de Laurent Cantet, podríamos denominar como de desidia vital. Si Pessoa se valía de poesía, los aforismos y la filosofía, los protagonistas de El taller de escritura echan mano de la creación de una novela negra o policiaca en la que volcar sus expectativas, miedos o intenciones más personales. Partiendo del principio que la misma debe transcurrir en la localidad portuaria en la que viven, no tardarán, sin embargo, en llevar su nihilismo juvenil más allá de ese constreñido marco geográfico para situarse en la cúspide que siempre corona a la colisión entre realidad y ficción. Cuando en la actualidad se aborda, en un gran número de ocasiones, el estado actual de la novela como la meta proyección o mezcla entre datos autobiográficos del autor mezclados con hechos históricos más o menos cercanos al mismo o su familia, en El taller de escritura, esa simbiosis se aborda desde el magma que se produce cuando realidad y ficción se entrecruzan. La tan aludida falta de espíritu crítico de la juventud actual estalla en el film de una forma un tanto aparatosa, pues deviene en la estela que nos lleva hasta el choque entre religiones, nacionalismos o ese no saber enfrentarse a los diferentes. Una vertiente que, Olivia, una famosa novelista interpretada por Marina Foïs, experimentará de una forma que nunca pensaría que haría. La expiación de la violencia y sus límites a la hora de establecer donde empieza y donde acaba lo políticamente correcto, ataca en esta ocasión nuestros planteamientos más convencionales para situarnos en determinadas ocasiones frente a ese Mersault al que Camus dio vida en El extranjero, y que aquí viene de la mano de un joven Antoine, un lobo solitario que navega sin miedo por las peligrosas aguas de la violencia, la extrema derecha y la necesidad de una libertad que en muchas ocasiones sólo alcanza a través de la soledad y el silencio. Algo que sale muy bien representado en la secuencia en la que apunta a la luna llena en plena noche, como símbolo de la soledad del hombre frente a sí mismo y el universo que le rodea. Antoine es interpretado por un neófito y más que solvente Matthieu Lucci; un perfecto contrapunto para la sólida y comedida profesora Olivia; una Marina Foïs que refuerza su interpretación en la profundidad y serenidad de su mirada. Una calma que, sin embargo, no le sirve de amparo para salir del estancamiento de su última novela; un bloqueo que intentará solventar a través de Antoine sin ser consciente en ningún momento de adonde le llevará al final.



El taller de escritura se desarrolla de una forma lenta y titubeante al principio, en ese espacio de búsqueda o tanteo de aquello que se nos plantea, pero que no llega a definirse hasta que el guion detiene su mirada en Antoine, sus baños, sus momentos de soledad, sus videojuegos y en esa intimidad que gobiernan sus silencios; silencios expectantes más que proactivos, lo que le permiten dar un punto de vista a la historia que se desarrolla en el taller de escritura, diferente y, sin duda, de mayor valor literario que las del resto de sus compañeros, atemorizados todavía porque la ficción le gane la partida a la realidad. En ese juego, poco profundizado en el film, es donde éste cojea, como si Cantet no se atreviese a darle el verdadero valor a la imaginación que no se ve sepultada por la vida cotidiana. No obstante, el valor intrínseco de El taller de escritura está ahí, porque nos hace plantearnos esa visión alejada que tenemos sobre la juventud, muchas veces perdida en las telarañas de la ciber existencia y que, en esta ocasión, de la mano de Laurent Cantet se abre camino por sí misma, aunque sea a través de la confusión que crea la colisión entre realidad y ficción.



Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 28 de mayo de 2018

ANTÓN ARRIOLA, EL CASO NEWTON: EL NIHILISMO QUE POR SÍ SOLO SE PIERDE EN LAS ENCRUCIJADAS DE LA FE



La historia del pensamiento se caracteriza, entre otros muchos planteamientos, por la dicotomía entre razón y fe. Desde que el mundo es mundo al ser humano siempre le ha asaltado la necesidad de saber si existe algo más allá de la vida. Por ejemplo, la religión católica da respuesta a este enigma a través de la muerte de Jesucristo y su posterior resurrección en una magnífica metáfora acerca de la esperanza, esa última llama con la que todos intentamos alimentar nuestras vidas. Sin embargo, la razón nos dirá que nada nos asiste tras nuestra muerte, pues tan sólo nos acogerá la oscuridad y el silencio. Anton Arriola en El caso Newton —la segunda y última entrega de su serie de novela negra protagonizada por el ex cura Asier Azurmendi—, nos plantea éste y otros enigmas —siempre cercanos a la filosofía— a través del físico Isaac Newton y el humanista Erasmo de Rotterdam, para entre ambos, acercarnos a ese dilema —siempre tan presente— entre razonabilidad y locura, quizá, porque como nos dice el propio autor en la novela: «los modelos de verdad han cambiado y la forma de transmitirlos también», de tal forma lo han hecho que Arriola nos recuerda en un pasaje de la novela que: ¿por qué ensalzar la necedad sobre la razón? ¿nihilismo radical?» Este abismo que se abre sobre el ser humano a la  hora de llevar a cabo sus metas o aspiraciones sin tener en cuenta más que su propio objetivo obviando el de los demás —incluso a sus vidas—, también nos lo plantea Albert Camus en su pieza de teatro, Los justos, cuando los protagonistas de la obra planean un atentado contra un alto dignatario ruso y se tienen que enfrentar con el inesperado problema moral de que su acción ponga en riesgo la vida de unos niños. Aquí, como tantas otras veces en la obra de Camus, la contraposición entre idealismo y razón nos lleva a plantearnos que el nihilismo por sí solo se pierde en las encrucijadas de la fe —ya sean éstas religiosas o políticas—. En este sentido, Anton Arriola dota a su trama y a sus personajes de ese tono reivindicativo a través del que pone en tela de juicio los valores más arraigados de la sociedad occidental. Véanse: la religión y la posibilidad de que exista un más allá, la existencia de la verdad o el amor, y de que en un mundo de tinieblas como en el que nos desenvolvemos hallemos alguna certeza, quizá por ello, Arriola nos habla en varias ocasiones de ese veneno de la culpa que no nos deja perdonar: «Vivíamos en una sociedad regida por la comparación de lo que uno tiene con lo que tienen los demás, y en ese esquema era inevitable la aparición de un ejército de frustrados y resentidos.» Y es ahí donde aparece el bueno de Ander Azurmendi para intentar proyectarnos algo de luz entre tanto caos. Y lo hace de una forma ordenada, posibilitando con esa actitud que la trama avance por sí sola, con suavidad, calma y sosiego —a pesar de las múltiples escenas o secuencias de acción y violencia con las que cuenta—, pues siempre hay un momento para las buenas descripciones geográficas y atmosféricas de Bilbao y su entorno que nos llevan a una perfecta identificación de los estados de ánimo del protagonista y del escenario elegido para el desarrollo de la novela; y cómo no, para las reflexiones filosóficas.



El caso Newton es una amalgama de relaciones que se contraponen y complementan hasta configurar un cuadro pleno de claroscuros —tal y como es la vida— donde la verdad se enfrenta a la mentira, la ciencia al ser humano, o Azurmendi a su amada Ane. En este caso, él representa la duda y la posibilidad de interrogarnos sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor, así como aquello que vivimos. En esta segunda entrega, sin duda, nos sentimos más cercanos al ex cura, pues Arriola le dota de una humanidad a prueba de bombas y, no sólo eso, porque es un derroche de contradicciones —que le hacen representar a un hombre de carne y hueso desprovisto de sotana— a las que el protagonista va dando respuesta según avanza la trama de la novela, tal y como haría cualquier persona, lo que le hace más humano y cercano y, de paso, logramos derribar la barrera del cura uniformado hasta llegar a adentranos debajo de su piel. Tanto que, el amor y el sexo, y sus consecuencias, están muy presentes a lo largo de todo El caso Newton. Ambas, como manifestaciones de esa otra parte en la que todavía se halla emplazada la esperanza, en una nueva pincelada de eso que el autor llama: «la evolución de la configuración del ser humano», una mezcla entre la realidad y el absurdo —aquí de nuevo nos anclamos en Camus—, la necesidad de ser libre y también feliz, como metas de un proceso en el que primero hemos pasado por la angustia hasta llegar a ese equilibrado punto de encuentro.



Anton Arriola nos proyecta en El caso Newton un ensamblaje de tramas y subtramas muy bien planteadas y resueltas y, que a su vez, le sirven para llamarnos la atención sobre esta nueva sociedad que estamos creando. La sociedad de la posverdad la llaman algunos; una sociedad donde ya nada es lo que parece. El autor durangatarra no duda para ello en bucear en la religión y sus contradicciones, o en adjudicar al mundo académico unas características muy alejadas de su naturaleza del saber. Realidad y ficción, razón y fe en una continua pugna en una sociedad que cada vez más se halla anclada en una especie de reality show sin reglas ni cortapisas. No obstante, tal vez no sea todo tan negro y aún exista alguna razón para la esperanza —la de la resurrección, por ejemplo—, o como dicen los personajes de Camus en Los justos: «Yo creía que era fácil matar, que bastaba la idea, y el valor… ¡Pero llegaré hasta el fin! ¡Más lejos que el odio!». «¿Más lejos que el odio? No hay nada». «Está el amor».

 

Ángel Silvelo Gabriel. 

sábado, 26 de mayo de 2018

ORTEGA Y GASSET.- LA NOVELA PRESENTATIVA. Un artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz


José Ortega y Gasset (1883-1955) ha sido uno de los pensadores españoles que más proyección internacional ha tenido y el que más ha destacado dentro de aquella corriente de intelectuales que vivieron en la primera mitad del siglo XX. Su estilo, más cerca de la prosa literaria que del discurso filosófico, posee una brillantez expositiva en la que reside una de las claves del éxito y difusión de sus libros. En 1925, escribió La deshumanización del Arte e Ideas sobre la novela; en esta obra, medita sobre la anatomía y fisiología de la novela, como continuación de lo que ya expuso en su Breve tratado de la novela y que pertenece a Meditaciones del Quijote, publicada en 1914.
Dice Ortega que los editores se quejan de que mengua el mercado de la novela. En efecto, acaece que se vende menos novelas que antes y que, en cambio, aumenta relativamente la demanda de libros de contenido ideológico. Denuncia las dificultades que el autor moderno encuentra a la hora de escribir una novela y las justifica por el hecho de que es un género agotado.
Siempre ha sido cosa difícil producir una buena novela. Para lograrlo bastaba con tener talento. Pero hoy eso no es suficiente. Durante un cierto tiempo, los escritores pudieron escribirlas por la sola novedad de sus argumentos. Por algo se llama al género “novela”, es decir, “novedad”. Así parecieron legibles muchas novelas que hoy resultan insoportables. Pero solo existe un número definido de temas y al escritor del siglo XX le resulta prácticamente imposible hallar nuevas figuras. He aquí el primer factor que limita la creación literaria, aun a pesar del genio y la destreza que posea el que lo intenta.
A esta dificultad, se añade otra quizá más grave. Conforme se iban publicando novelas originales, la sensibilidad del público se fue haciendo más rigurosa y exacta, creció la exigencia de proposiciones “más nuevas”, hasta que se produjo en el lector un embotamiento de la facultad de impresionarse. Este segundo factor gravita hoy sobre todo el género.
Por estas dos razones deduce el ensayista que el género novela, si no está irremediablemente extinguido, se halla en su período último y padece una tal penuria de materias posibles que el escritor necesita compensarla con una exquisita calidad en el resto de ingredientes. La prueba está en que aquellas novelas famosas o “clásicas” que antaño tuvieron éxito hoy parecen peores o “menos buenas”. Son muy pocas las que se han salvado del naufragio en el aburrimiento del lector.
Bajo este supuesto, afirma Ortega que lo importante en la novela no es el argumento, sino los aspectos formales, algo parecido a lo que ocurre con la pintura moderna. El objeto que se expone no está presente en toda su plenitud, solo se ofrecen algunas alusiones a él, pobres y no esenciales. Cuanto más miremos el lienzo, más claro nos es la ausencia del objeto. Esta distinción entre mera alusión y auténtica presencia es, en mi entender, decisiva en todo arte; pero muy especialmente en la novela.
Si analizamos la evolución de la novela desde sus inicios, vemos que el género se ha ido desplazando de la pura narración—que era sólo alusiva— a la rigorosa presentación. En sus comienzos, pudo creerse que lo importante para la novela era su trama. Pero pronto dejaron de atraer las aventuras de los protagonistas, para penetrar más en ellos, entenderlos, sumergirnos en su mundo, en su atmósfera. El imperativo de la novela es la autopsia, el examen minucioso del personaje; nada de referirse a lo que es, sino a lo que hace o dice, para que el lector lo interprete. De narrativo o indirecto, el relato se ha ido haciendo descriptivo o directo. Fuera mejor decir presentativo.
Frente al narrador omnisciente característico de la novela decimonónica, Ortega se inclina por un narrador objetivo, más acorde con el método presentativo que él considera apropiado para la novela. Por eso, Ortega ve como adecuadas para construirla algunas de las técnicas características del género teatral, en particular, la forma de introducir los personajes, a los que el narrador deja dialogar sin su intervención.
Si en una novela leo “Pedro era atrabiliario”, es como si el autor me invitase a que yo realice en mi fantasía la atrabilis de Pedro, partiendo de su definición. Es decir, que me obliga a ser yo el novelista. Pienso que lo eficaz es, precisamente, lo contrario: que él me dé los hechos visibles para que yo me esfuerce, complacido, en descubrir y definir a Pedro como un ser atrabiliario.
Según esto, la novela ha de ser lo contrario que el cuento. El cuento es la simple narración de peripecias. La aventura no nos interesa hoy o, a lo sumo, interesa sólo al niño interior que, en forma de residuo un poco bárbaro, todos conservamos. El resto de nuestra persona no participa en el apasionamiento que el folletín provoca. Es muy difícil que hoy quepa inventar una aventura capaz de atraer a una “sensibilidad superior”, una cualidad que el pensador español exigiría al lector del tipo de novela que él propone.
En Grecia, en la Edad Media, se decía que los actos son consecuencia y derivados de la esencia. En el siglo XIX, se considera como un ideal lo contrario: el ser no es más que el conjunto de sus actos o funciones. A partir de Kant, predomina una exacerbada tendencia a eliminar de la teoría las sustancias y sustituirlas por las funciones. Por ventura, ¿estamos mutando hoy de las acciones a la persona, de la función a la sustancia? Pues sospecho que la novela de alto estilo tiene que tornar de un arte de aventuras a un arte de figuras; más que inventar tramas, debe idear personajes atractivos.
Se atribuye a Dostoievsky el carácter inconsciente, turbulento de sus personajes y se hace del novelista mismo una figura más de sus novelas, que parecen engendradas en una hora de éxtasis demoníaco por algún poder elemental y anónimo, pariente del rayo y hermano del vendaval. Sin embargo, Ortega defiende que, antes que otra cosa, el escritor ruso es un prodigioso técnico de la novela, uno de los más grandes innovadores de la forma novelesca. Sus libros son casi siempre de muchas páginas y, sin embargo, la acción presentada suele ser brevísima. A veces, necesita dos tomos para describir un acontecimiento de tres días, cuando no de unas horas. A Dostoievsky no le duele llenar páginas y páginas con diálogos sin fin de sus personajes para, merced a ese abundante flujo verbal, otorgarles una evidente corporeidad que ninguna definición puede proporcionar.
Ese hábito de no definir, antes bien, de despistar, esa continua mutación de los caracteres, esa morosidad o tiempo lento, no es uso exclusivo de Dostoievsky. Stendhal lo utiliza en todos sus libros mayores, incluso en Rojo y Negro, a pesar de ser una novela biográfica.
Y Proust lleva esa secreta estructura a la máxima expresión: la lentitud llega a su extremo y el relato se convierte en una serie de planos estáticos, sin movimiento alguno, sin progreso ni tensión. La novela queda así reducida a pura descripción inmóvil, sin algo tan esencial como es la acción concreta. Su papel ha de ser mínimo, pero no cabe eliminarla por completo. Al renunciar del todo a ella, Proust ha escrito una novela paralítica.
Por tanto, hay que invertir los términos: la acción o trama no es la sustancia de la novela, sino, al contrario, su armazón exterior, su mero soporte mecánico. La esencia de lo novelesco no está en lo que pasa, sino precisamente en lo que “no pasa”, en el puro vivir, en el ser y el estar de los personajes. La táctica del autor ha de consistir en aislar al lector de su horizonte real y aprisionarlo en un pequeño horizonte hermético e imaginario que es el ámbito interior de la novela. En una palabra, tiene que “apueblarlo”, lograr que se interese por aquella gente que se le presenta. En vez de agrandar su horizonte, ha de tender a contraerlo, a confinarlo. Así y sólo así, prestará atención a lo que dentro de la novela pase.
La novela, aunque constituya un universo autónomo, independiente de la realidad, ha de ser construida con materias que imitan las formas de la vida. El novelista ha de intentar anestesiar al lector para la realidad y recluirlo en la hipnosis de una existencia virtual. El mundo de la novela ha de ser hermético y no trascender el mundo real. Como consecuencia de ese hermetismo, la novela no puede aspirar directamente a ser filosofía, panfleto político, estudio sociológico o prédica moral. Novelista es el hombre a quien, mientras escribe, le interesa su mundo imaginario más que ningún otro posible.
Por lo demás, es la novela el género literario que mayor cantidad de elementos ajenos al arte puede contener: ciencia, religión, arenga, sociología, juicios estéticos, con tal que todo ello quede, a la postre, desvirtuado y retenido en el interior del volumen novelesco. En una novela, puede haber toda la sociología que se quiera; pero la novela misma no puede ser sociológica. La dosis de elementos extraños que pueda soportar el libro depende en definitiva del genio que el autor posea para disolverlos en la atmósfera del relato como tal.
Para terminar, dice Ortega que, con estos pensamientos, no pretende aleccionar a los que sepan de estas cosas más que él: “Es posible que cuanto he dicho sea un puro error. Nada importa si ha servido de incitación para que algunos jóvenes escritores, seriamente preocupados de su arte, se animen a explorar las posibilidades difíciles y subterráneas que aún quedan al viejo destino de la novela. Pero dudo que encuentren el rastro de tan secretas y profundas venas si antes de ponerse a escribir su novela no sienten, durante un largo rato, pavor”.
Un artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz.

miércoles, 23 de mayo de 2018

ÁNGEL SILVELO GANA EL 1º PREMIO DE RELATOS PAISAJES VITIVINÍCOLAS AZORÍN DE LA CÁTEDRA DE ENOTURISMO CASA CECILIA DE LA UNIVERSIDAD MIGUEL HERNÁNDEZ 2018


La Cátedra de Enoturismo Casa Cesilia de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche ha convocado un concurso de relatos en homenaje a Miguel Hernández y Azorín, con motivo del 75 aniversario del fallecimiento del poeta oriolano. La UMH establece dos premios: uno dirigido al trabajo sobre un paisaje narrado en verso con el estilo de Miguel Hernández y otro para un paisaje narrado en prosa con el estilo de Azorín. Ambos premios están dotados con 500 euros cada uno y las obras ganadoras se darán a conocer en una de las Veladas Literarias del Restaurante Maestral. 

Por su parte, el vino especial que se presentará es un moscatel blanco y su nombre, ‘Ubre oro’, es una referencia extraída de ‘Oda al vino’, una de las múltiples composiciones en las que el poeta oriolano hace alusión a estos nobles vinos.


martes, 22 de mayo de 2018

TEATRO TRIBUEÑE DENTRO DEL FESTIVAL SURGE MADRID 2018.- AMIGA, ESCRITA Y DIRIGIDA POR IRINA KOUBERSKAYA: LA POESÍA COMO MATERIA PRIMA DEL CORAZÓN



La vida de Marina Tsvietáieva fue dura y trágica como su muerte, cuando el 31 de agosto de 1941 se quitó la vida ahorcándose con la cuerda que había utilizado para su maleta del exilio. Sola, por el miedo de sus amigos a ser perseguidos y exiliados al olvido, y muerta de hambre..., a pesar de que ya dejó huellas de su próximo final con anterioridad: «mi soledad, lavazas y lágrimas. El tono mayor y menor de todo es: horror. Nadie puede ver, nadie se da cuenta que desde hace un año estoy buscando un gancho para morir… No quiero morir, quiero no ser. Un sinsentido… Vivir mi vida hasta el final es mascar ajenjo hasta el fin». Sin embargo, en el otro lado del espejo que fue su vida se reflejó su obra. Una poesía en la que subyace la idea de la metáfora de ese reflejo del espejo que nos libera de todo aquello que no queremos y nos lleva hacia lo más profundo de los sentimientos. Y todo ello como símbolo de la victoria del arte sobre la vida y del paso del tiempo sobre la muerte. La poesía de Tsvietáieva es el grito de la esperanza dentro de la desesperación y el horror, de la entonación a lo largo del poema en perjuicio de la rima, en definitiva, de la poesía como materia prima del corazón. En este caso, la directora rusa Irina Kouberskaya nos ofrece en Amiga —un texto de su autoría— el otro lado de ese espejo que es la muerte: el terreno del amor; un amor que nos lleva hasta el año 1914, cuando la poeta rusa conoce a la también poeta Sofía Parnok, y a la relación que ambas mantuvieron hasta el año 1915.


Amiga es un fragmento en la vida de Marina Tsviétaieva, pero también una íntima coreografía sobre el erotismo a nivel espiritual, y de la sensualidad de dos mujeres que, encontraron la una en la otra, el manantial no sólo de la expresión de sus cuerpos sino también de sus almas: «Los cuerpos se unen/ las almas no.» Ambas, una frente a la otra, descubren el amor desde las entrañas de un alma sensible y apasionada, pero también desde un alma que se enfrenta a la pérdida de la fe y confronta al Hombre con Dios. Esa cotidianeidad que todo lo corrompe es lo que ellas combaten con el silencio, sus manos, sus gestos y su reto de llevar su amor al fin del mundo, allí  donde los acantilados ya no existen ni las olas son el colchón del cuerpo inerte que yace sobre su lecho. Amiga es la lucha por romper los estereotipos para convertirlos en magia y baile y, con ellos, crear unas melodías de gritos y silencios, cartas y desencuentros, distancias y fiestas. Irina Kouberskaya, una vez más, dota a sus personajes de un lenguaje único y poético, ensimismado en los gestos de la mímica y el simbolismo teatral que compagina a la perfección la sencillez de la magnífica puesta en escena con el valor que en sí mismo poseen la música —popular de la Rusia de comienzos del s. XX en este caso— con los abanicos, las sillas reconvertidas en peinetas y ese homenaje a España y sus gentes, tan lorquiano. Lenguaje poético a lo largo y través de la poesía  que viaja en trenes y fiestas, estelas de humo de cigarrillos y ausencias que por fin devienen en furtivos encuentros bajo el manto protector de la noche.


Rocío Osuna es Marina Tsvietáieva; una actriz que le proporciona a su personaje la fuerza del alma incorrupta que se enfrenta y arremete contra todo y todos, incluso contra sí misma. Las razones de su existencia son intangibles para todos, excepto para ella. Un nihilismo existencial al que Rocío Osuna da vida con acierto, y con una fuerza arrolladora que contrarresta la pureza de su anacarada vestimenta. En este sentido, Kouberskaya ha soñado unos personajes femeninos envueltos en un color blanco puro roto que desprenden la virtud del amor sin otra cortapisa que la propia de la pasión y los sentimientos. Un contrapunto que encuentra su razón de ser en Katarina de Azcárate, una Sofia Parnok más comedida en el ímpetu de su lenguaje que no en su verbo. Una Katarina Azcárate que expresa muy bien la corporeidad de la sensualidad femenina y, que juega, cuando no ejecuta, los designios de un amor avocado a su final.


Amiga es una magnífica muestra de lo que a buen seguro será uno de los estrenos del Teatro Tribueñe el próximo otoño, y que gracias al Festival Surge Madrid 2018, hemos tenido la oportunidad de contemplar en sus primeras fases de creación. Una creación que, como todo aquello que toca y dirige Irina Kouberskaya, es pura poesía hecha teatro. Quizá, como en este caso es Amiga: la poesía como materia prima del corazón.  

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 20 de mayo de 2018

ÁNGEL SILVELO FIRMARÁ EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2018 EJEMPLARES DE SU ÚLTIMA NOVELA, "EL JUEGO DE LOS DESEOS" (PREMIUM EDITORIAL) EL VIERNES 1 DE JUNIO DE 19,00 A 20,00 HORAS —CASETA 213—


OPINIONES ACERCA DE LA NOVELA “EL JUEGO DE LOS DESEOS”

“El escritor abulense Ángel Silvelo Gabriel vuelve al terreno de la novela para narrar, en El juego de los deseos (Premium), la historia de tres mujeres que se alistan en el Ejército para dar sentido a sus vidas. Laura acabará enseñando a un niño afgano a volar su cometa, Adela se hará reservista para conocer el final que tuvo su hija y Galiana buscará en las Fuerzas Armadas una libertad que su vida como civil no le otorga. Las peripecias de estas soldados muestran la fortaleza de las mujeres que eligen una profesión en la que, con demasiada frecuencia se las invisibiliza.”

Álvaro Colomer en la revista YoDona.

“Conjugando las áridas noches de Afganistán con la hierática belleza multicultural de Toledo, temas como la guerra, la soledad, la incursión de la mujer en el ejército y las desconexiones familiares, sobrevuelan a lo largo de todo el relato bajo la alargada sombra de ¿hasta qué punto conocemos, y comprendemos, a nuestros seres queridos?”

Jaime Martínez en VEIN Magazine


“A día de hoy, uno de los temas más importantes y actuales en las Fuerzas Armadas es la situación de la mujer dentro de ellas. La novela que nos ocupa trata sobre ello, pero es mucho más. Es una historia de tres mujeres… que aborda asuntos trascendentales del día a día, aunque a veces nos pasen desapercibidos, como es el sentido de la vida o de la muerte, la soledad del individuo, angustiosa, y por fin la dignidad. Esta es la que hace llamarnos seres humanos. Libro ameno y absolutamente recomendable.”

Javier Fernández Aparicio en Biblioteca Centro Documentación de Defensa


"El juego de los deseos es un trabajo hermoso, que al leerlo va inoculando en nosotros la idea de belleza que puebla el texto. Tres mujeres, y la belleza de sus tres voces, y la de sus tres formas de sentir... la belleza de tres almas que alimentan una novela que es un hondo canto que surge de la ausencia y de la pérdida… Léanla. Déjense llevar por su belleza… dejen que la novela hable y seguro que escucharán que, algo en su interior, late."

Anamaría Trillo, periodista y escritora


“Ángel Silvelo sitúa en su última novela, El juego de los deseos, a tres mujeres que dan salida sus frustraciones alistándose en las Fuerzas Armadas, y que se enfrentarán a situaciones que nunca creyeron que vivirían en una obra “concebida como un largo poema a tres voces”. La historia, a tres voces, lleva al lector desde Qala-i-Naw (Afganistán) a Ayamonte (Huelva) pasando por la Academia de Infantería de Toledo en un periplo que propone de “misterio e intriga” para desembocar en “un desenlace abierto e inesperado”.

En Mujeres militares españolas


“Compré por casualidad, sin conocer al autor, la novela El juego de los deseos en la Feria del Libro. Su novela ha sido un descubrimiento de esos que te parten y cambian bruscamente el corazón. Basta un poco de sensibilidad. Hacía años que no había leído algo tan importante, tan profundo, tan inteligente. Es de esas novelas que te cambian la vida. Es de esos libros que tienes que leer con una libreta para apuntar continuamente frases que ya se convierten en tus frases de cabecera. Los personajes te acercan muchas veces a las lágrimas al introducirte en su laberinto. Almas apresadas en el devenir descarnado y sangrante, esa cárcel lacerante y cruel, que es la vida.”

Anónimo recogido en el blog Fragmentos


El juego de los deseos, sugestivo título para un no menos interesante libro de Ángel Silvelo Gabriel, que nos tiene acostumbrados a unos relatos intimistas redactados en una maravillosa prosa poética. Este último libro es, además, un emocionante relato de las historias entrecruzadas de tres mujeres que se desenvuelven en un mundo hostil donde, pese a todos los obstáculos, luchan por alcanzar sus sueños... Ha sido un placer paladearlo lentamente.”

Rosa María


"Sobre los libros tengo una personalísima clasificación: los que me distraen, esos que tienen acción, emoción, intriga, que me empujan a llegar al final para saber el desenlace. Los hay muy buenos, se leen deprisa y me hacen pasar muy buenos ratos. Excelentes para huir; y los que principalmente me enseñan cosas que no sé. Esos que han hecho que me aficione a la Historia, al Arte, a la cultura en general. Esos se leen más despacio porque hay conceptos, datos, hechos que desconozco y que quiero retener y relacionar entre ellos. Son los que han alimentado mi curiosidad sinfín y me dejan siempre con ganas de más. De estos últimos son tus libros, Ángel."

Eloísa Martínez

miércoles, 16 de mayo de 2018

FESTIVAL SURGE MADRID EN TEATRO TRIBUEÑE CON LA OBRA "AMIGA", ESCRITA Y DIRIGIDA POR IRINA KOUBERSKAYA



Desde un fragmento de la vida de Marina Tsvietáieva, una poetisa rusa con dotes de genialidad, Irina Kouberskaya escribe el trazo del destino que puso a dos poetisas jóvenes una frente a otra, y lo hace desde un encuentro apasionado, químico, físico e intelectual que potenció de manera sublime la creación de las dos. A lo que añade: «quisiera redimir el derecho a la subjetividad, romper los estereotipos de la homosexualidad y crear un himno a la sensibilidad, la estética y el amor».

lunes, 14 de mayo de 2018

JAVIER FERNÁNDEZ APARICIO, LETRAS CULPABLES: EL REVERSO DE LA CONCIENCIA




La verdad, hoy en día, no es única ni un camino de una sola dirección. Quizá, porque ahora y siempre, la verdad es y ha sido aquello que nos cuentan y aceptamos como tal. De ahí, que no esté mal recordar la famosa frase de Joseph Goebbels: «una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad». Posverdad lo llaman ahora, como si sólo existiese una única meta en la vida: la imposición de nuestras ideas o valores por la fuerza de la no verdad. Hay muchas formas de afrontar nuestra existencia y, una de ellas, es la de ser honesto con uno mismo y confrontar aquello que vemos, nos dicen y vivimos con nuestra conciencia. Hay valores universales en el ser humano que no admiten dobles interpretaciones como la dignidad, la vida o la verdad. Por eso, es tan importante ver, oír y detenernos ante el reverso de la conciencia que nos muestra el lado oscuro del hombre, ese que no sale en la posverdad rampante que nos aborregaba antes y nos aborrega ahora. Contra el imperio de la fuerza está el imperio de la ley —la ley democrática, se entiende—, y contra la posverdad el reverso de la conciencia. Quizá, no haya nada más hermoso, altruista y generoso que combatir a la mentira con la palabra. La palabra que se desdobla en cultural oral, en libros, en bibliotecas; y todos ellos, a su vez, en escritores, bibliotecarios, periodistas, maestros, lectores... Ese es el camino emprendido por Javier Fernández Aparicio en esta colección de relatos titulada, Letras culpables; una serie de relatos donde la verdad se abre camino desde la frontera que divide al fanatismo, de la búsqueda de la luz; una luz que en estos cuentos se derrama sobre todos aquellos acontecimientos que nos llevaron a la Segunda Guerra Mundial y a la persecución y genocidio de los judíos. Uno de los grandes aciertos de este conjunto de cuentos está en que cada una de las historias representa la fuerza que tiene la palabra en el comportamiento humano y su nada despreciable valor a la hora de la manipulación de las grandes masas; y otro, sin duda el más bello, es que cada una de estas historias está enmarcada dentro de la literatura y el mundo de los libros, pues ellos son, a la vez, los protagonistas y la esencia de los relatos que se nos cuentan. En este sentido, su autor, Javier Fernández Aparicio, hace un gran trabajo de documentación y nos trae diez episodios y sus respectivas historias desaparecidas en su momento de la actualidad que se nos narra, o que simplemente fueron arrinconadas en una esquina de los diarios de la época. Esa aparente casualidad o anécdota es la que se convierte en el reverso de la conciencia en Letras culpables. Estas diez historias se caracterizan por un tono descriptivo y neutral que trata de alejarse del matiz moralizante que, sin embargo, no renuncia a proporcionarnos el resultado final de aquello que se nos cuenta a lo largo del tiempo con unas cláusulas de cierre a modo de elipsis o saltos en el tiempo que nos facilitan la comprensión de aquello que se nos narra y, de paso, nos permiten cerrar la historia, aparte de una forma individual, también global, y lo hace sin más juicio que el del propio paso del tiempo, que aquí se convierte en juez y parte de la barbarie y de las intrahistorias que se nos narran.

Letras culpables se alza de una forma triste, pero valiente, como el testigo de una actualidad que de nuevo se repite. Este reverso íntimo y desconocido del III Reich para una gran mayoría de ciudadanos europeos es sin embargo, una vez más, la advertencia sobre el exacerbado auge de los nacionalismos y su manipulación sobre la verdad, lo que de una forma trágica estamos viendo y viviendo en España y en otros países europeos. Stefan Zweig analiza muy bien todos estos pormenores en su libro, La desintoxicación moral de Europa, donde a través de una serie de artículos y textos de conferencias, nos advirtió de la devastadora irracionalidad que los nacionalismos ejercieron sobre Europa. En este caso, Javier Fernández Aparicio, como ya hiciera el escritor austriaco en su momento, nos saca a la luz las devastadoras consecuencias humanas y materiales de aquellos episodios anteriores a la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, Letras culpables retrata muy bien el desastre de la Unión Europea que, en la actualidad, anda perdida en un ciclo de miedos e indefiniciones respecto de la construcción de una Europa fuerte y firme frente a los nacionalismos y sus evidentes peligros.

Las historias que se encuentran dentro de este tan interesante como necesario, Letras culpables (Relatos sobre libros antes y durante el III Reich), son una muestra más de lo vital que resulta luchar contra el olvido y hacerlo desde el poder de la palabra, para de ese modo, no llegar a confundir la verdad con la posverdad, lo que nos obliga a visitar con más frecuencia el reverso de la conciencia.

PD: ¡Ah!, y no se pierdan las fotografías de Álvaro Martín Mayorga que ilustran cada uno de los relatos.  

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 13 de mayo de 2018

LOS RELATOS EN OTOÑO.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO



Los relatos en otoño se encuentran atrapados por los recuerdos del verano. Intentan poseer los últimos atardeceres plenos de luz y los felices momentos que engendran. Si nos parásemos a mirarlos, veríamos que se asemejan a las hojas que yacen en el suelo y que desprenden reflejos dorados cuando la última luz de la tarde trata de iluminarlas. No nos damos cuenta, pero sus destellos están llenos de sabiduría.

            Los relatos en otoño buscan certezas en las que ampararse, y así, sentirse seguros ante la próxima ausencia de vida. Lo malo de encontrar es que hay que seguir buscando. Ellos lo saben muy bien, y por eso anidan en nuestros recuerdos y se nos acercan cuando creemos que ya no nos pertenecen. Vienen, se detienen y se van, dejándonos huérfanos de pasión.

            Los relatos en otoño engendran encuentros huidizos y contactos aletargados. Dentro de ellos, nuestros deseos apenas se entrecruzan y huyen en busca de algo más verdadero y consistente. Sin embargo, no caen en el desaliento y siguen buscándonos. Se empeñan en apoderarse de nuestro recuerdo más íntimo, le acunan para que no se sienta solo y perdido; son tan generosos que le nutren de esperanza.

            Los relatos en otoño expresan deseos que se harán realidad. Aletean sobre nuestras vidas de una forma caprichosa; son como una espiral en el camino que siempre terminan en un invierno frío; frío como el desamor.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel


martes, 8 de mayo de 2018

AMELIA PÉREZ DE VILLAR, MI VIDA SIN MICROONDAS: LOS MIEDOS DEL ALMA





La vida se compone de diferentes melodías que nos acompañan a lo largo de los días. A veces, lo hacen sin molestar, y otras, de una forma estridente. En este caso, Amelia Pérez de Villar combina unas y otras a la hora de definir y modelar a su protagonista, Clara, que, como cualquier heroína anónima, se pierde por los pentagramas de unas partituras que no entiende por mucho que se esfuerza en ver algo de luz a través de ellos. Estos días sin vino ni rosas están narrados desde la proximidad de aquel que siente en su propia carne la desdicha de no poder llevar a cabo aquello con lo que siempre ha soñado; y si no los consigue es por la oposición que los demás ejercen en su vida. El letargo de los días, sin duda, lo compone la estridencia de decisiones que en ocasiones nos encubren a la gloria y en otras nos depositan en la miseria, por ello, lo verdaderamente difícil es saber andar sobre ese filo de la navaja que siempre nos persigue en modo de amenaza. Explorar ese agujero negro y dar con su salida es el gran reto, aunque ésta ni sea la definitiva ni la mejor de las opciones que se nos presentan. El alma se compone de varios caparazones y llegar a su núcleo es una tarea complicada, tanto para el que la posee como para el que la busca. En ese geografía de incertidumbre y nostalgia, posesión y destreza, armonía y ritmo es donde la protagonista de esta novela, Una vida sin microondas, deposita los miedos del alma, y lo hace en una especie de cofre donde guarda el amor a su hijos, el deseo hacia su vecino, la fidelidad a su amiga y la devoción por su madre. En esa amalgama de diferentes formas de amar es donde Clara tropieza una y otra, como si todo se redujera a una mala nota emitida a destiempo o demasiado alta, pues en muchas ocasiones ella nos deja ver su imposibilidad para amar. Para amar de la forma en la que ella entiende que es el amor y su materia prima: heterogénea, caprichosa y leal. En ese cubo donde se mezcla la pasión con el miedo es donde los monólogos de Clara ganan. En esa interioridad desnuda de falsedades donde la vida es cruel y sabia a la vez es donde la fuerza narrativa de la autora gana muchos enteros, pues es capaz de llegar directa a la esencia de la vida que se nos presenta como una pradera bañada por el sol del atardecer en primavera. Lejos del ruido de los demás, los miedos del alma de Clara alcanzan su cima en una larga serie de confesiones que no necesitan de ninguna aprobación salvo la del eco de su voz, o el de su pensamiento.



Una vida sin microondas es una novela escrita de una forma ágil y a través de capítulos cortos que nos incitan a seguir su lectura, sin dejar de lado el juego de elipsis que Amelia Pérez de Villar sabe dosificar muy bien para atraer la atención del lector. A lo que habría que añadir esas desfragmentaciones en el texto ya presentes en su primera novela, El peso de la desmesura, y que le dan un tono distinto a su escritura, como de afluente dentro de la corriente de un río. Un río que estaría representado por el barrio madrileño en el que se desarrolla la acción a modo de un microcosmos dentro de la gran ciudad; una ciudad, Madrid, donde todavía unos y otros se conocen, y donde dan rienda suelta a sus mezquindades. Aquí la ciudad no es la protagonista del ruido que nos acompaña a lo largo de nuestras vidas, si no la ausencia, pues los personajes se apoyan en unas pocas calles, locales comerciales y viviendas a modo de plató de una serie de televisión. En ese pequeño espacio en el mundo es donde la autora encuentra los ecos y reverberaciones de sus personajes, y donde los hace entrar y salir bajo las coordenadas existenciales de Clara, a modo de ventana a la cotidianeidad del siglo XXI, tal y como referencia Manuel Rico en la contraportada de la novela.



Amelia Pérez de Villar compone en esta novela una melodía de reflejos interiores, búsquedas y mapas de sensaciones, donde, por ejemplo, el microondas del título es una perfecta metáfora de la vida que llevamos, de los valores que nos mueven y de las prisas que nos atropellan los sentimientos. Melodías estridentes, a las que la autora, sin embargo, sabe manejar con firme batuta a la hora de encaminarlas hacia ese otro lugar donde los ecos del sonido se transforman en los miedos del alma.



Ángel Silvelo Gabriel. 

jueves, 3 de mayo de 2018

TEATRO TRIBUEÑE: PROGRAMACIÓN DEL MES DE MAYO DEL 2018

TEATRO TRIBUEÑE

TEATRO DE REPERTORIO

PROGRAMACIÓN MAYO

Todos los colores de primavera



TEATRO INFANTIL


FINES DE SEMANA DE MUSICAL




TRIBU DE POETAS DE ESTE MES