Desde la primera imagen en negro, en la que el espectador se queda desconcertado y que nos recuerda a un cuadro de Rothko, hasta el trepidante final, Buried es ese tipo de películas que se te quedan en la retina para siempre. Distinta, original, inédita, magistral, conmovedora, cruel e irónica, nos demuestra de una forma tan directa como efectiva lo que se puede llegar a hacer con una buena idea.
Sustentada en el magnífico guión de Chris Sparling, Buried es capaz de transportarnos a miles de kilómetros del famoso ataúd sin salir de él. Tiene ese extraño encanto de la astucia argumental que no nos deja indiferentes a lo largo de los más de noventa minutos que dura la cinta (y que cuando acaba no te lo llegas a creer) en los que Rodrigo Cortés realiza una magistral lección de cine, y nos deja entrever bien a las claras que otro tipo de cine español es posible, sobre todo, si se sustenta en la inteligencia bañada con dosis de intriga, acción y un poquito de amor.
La acción transcurre dentro del escaso y claustrofóbico espacio de un ataúd de madera, pero decir eso es quedarse en una mera intención, pues aunque nos parezca sorprendente, el transcurso del guión nos muestra a un hombre solo (como decía Camus uno nace y uno muere solo), y ese tinte existencial envuelto en una sábana de intriga, acción y suspense, nos proporciona las coordenadas del mundo familiar, profesional y gubernamental del contratista Paul Conroy (Ryan Reynolds) que como muchos otros hombres, va a Irak en busca de algo mejor para sí mismo y su familia. Una segunda oportunidad que acaba en pesadilla, como la propia contienda bélica. En este sentido, el teléfono móvil es un protagonista más y nos recuerda lo inherentemente unidos que hoy en día nos encontramos a las nuevas tecnologías, que muy acertadamente contrasta con el mechero (zippo) como símbolo de aquello que nunca cambiará y que en esta ocasión se convierte en el elemento universal de la condición humana (el fuego).
Ryan Reynolds hace sin duda el que va a ser el papel de su vida, y a pesar de lo mucho que costó a Rodrigo Cortés convencerle, cuando lo hizo, le convirtió en el mayor defensor de este proyecto, del que salió con quemaduras en los dedos y una herida en la espalda que le ha tardado en curar más de dos meses. Reynolds ante la ínfima distancia de la cámara, nos reproduce de una forma intensa las reacciones humanas que cualquier persona podría tener en su caso, metiéndose en la piel de su personaje y dotándole de unos registros excepcionales y únicos, que aún si cabe, hacen ganar más enteros a la película, pues su interpretación nos traslada a su vida y nos sitúa dentro de ella, con sus miserias, sus errores, tragedias y sus pequeñas dosis de amor. Una actuación para enmarcar.
Pero el responsable de este proyecto no es otro que su director. Rodrigo Cortés una vez que tuvo el guión entre sus manos, supo que esta era su gran oportunidad y a fe que ha sabido aprovecharla, pues dota al magnífico guión de una no menos magistral dirección y puesta en escena, con imágenes increíbles, apasionantes y excepcionales, y por ejemplo, quedarán para la historia del cine sus tomas con cámara al hombro ¿dentro de un ataúd? y las veces que el protagonista se gira dentro de un minúsculo espacio (de ahí las heridas de Reynolds). Aunque su mayor acierto fue no sacar en ningún momento al protagonista de ese ataúd que ya se ha convertido en todo un símbolo del cine. Rodrigo Cortés ha creado con Buried la Indiana Jones del siglo XXI sin llegar a olvidarse de las dosis de la mejor intriga de Hithckok. Una dirección magistral y única, avalada todavía más, porque la tuvo que rodar en la mitad de tiempo. Diecisiete días en los que tuvo que rodar el doble de planos que en una película normal y cuyo diario enseguida empezará a formar parte de las escuelas de cine de todo el mundo.
Atrás tampoco se quedan la música de Víctor Reyes, a veces casi imperceptible, pero otras muy bien adaptada a la acción del guión y de las emociones del actor protagonista, que se complementa con la canción que junto a Rodrigo Reyes interpreta en los títulos de crédito, como muestra del divertimento integral que les ha supuesto rodar esta cinta, dejándonos muestras de ello de principio a fin. Del mismo modo, que la fotografía de Eduard Grau está a la altura del resto del equipo.
Buried nos acompañará en muchas de las conversaciones que sobre cine tengamos en los próximos y no tan próximos años, pues tiene esa extraña cualidad de traspasar las fronteras del buen cine, para trasladarse al olimpo de los clásicos. Todo un acierto.