lunes, 19 de diciembre de 2022

ELENA MARQUÉS NÚÑEZ, LA CASA: LA SOLEDAD QUE HABITAMOS

 


Caminos y metas que nunca llegamos a transitar o culminar. Sueños que se entremezclan con la verdad sin saber que serán aniquilados por la tenacidad y el herrumbre del día a día. Ahí, donde el despecho del destino se convierte en una tortura: la de la sinopsis de nuestra vida. Vida suspendida de las sombras del olvido. Sombras que deambulan por la pradera de los recuerdos y se tropiezan con la recuperación de la memoria. ¿Quién dijo que en el pasado estaba la solución?

El pasado y sus muescas de juventud y brillo que, como el oro con el que adornamos nuestros cuerpos, sin darnos cuenta pierde la eficacia de su poder y trascendencia en pos de esa realidad que poco a poco nos aniquila. En todas estas ecuaciones que nos propone Elena Marqués Núñez en su última novela, La casa, solo hay un elemento sólido que une a todos sus personajes: la necesidad del hogar como espacio compartido. Un espacio que utilizamos para ahuyentar la soledad que habitamos. Una soledad que no es solo universal, sino que es muy concreta, pues la autora se centra en todo aquello de lo que huimos a lo largo de nuestras existencia y nos hace inmensamente infelices. Sin embargo, de esa necesidad de huida surge un inesperado encuentro con nuestra biografía, por más que ésta se halle perdida en un pueblo desconocido del norte de España. En este sentido, Bárgina se alza como uno de los elementos mágicos presentes en la novela, y que tan bien maneja la escritora sevillana, pues dotan a esta historia de un territorio propio e inexpugnable en forma de tablero de juego donde se precipitan las ilusiones y fracasos de sus personajes. Y, a partir de ahí, la narrativa de Elena Marqués surge con la naturalidad de aquellos que conocen muy bien su oficio, porque sin duda, esta es la novela más madura de la autora, pues en ella maneja a la perfección un gran abanico de registros que la sitúan muy por encima de la media, por no hablar de su dominio del lenguaje, siempre abierto a la captación del más mínimo detalle y a la creación de una atmósfera entre real y onírica que nos transporta al centro del universo que nos narra. 

Como en el resto de la obra de Elena Marqués, La casa también es un espacio para la reflexión. En este caso, sobre la absurda idea de posteridad que tiene el ser humano en su tránsito en soledad hacia la muerte. Come decía Camus, los dos actos que ineludiblemente nos igualan a los seres humanos y que estamos obligados a hacer por nosotros mismos son nuestro propio nacimiento y nuestra muerte. Y es en ese camino, entre uno y otro, donde la autora nos sitúa su narración: «Porque la vida, prácticamente todas las vidas, solo son un cúmulo de momentos insignificantes que suceden porque sí, por pura inercia, y que no pasarán a la posteridad. Hay muchos, incluso, que morimos antes de estar muertos.» Vacíos existencial que no sabemos en demasiadas ocasiones como cubrir y que son la señal más demoledora de nuestro naufragio. Pero ahí no acaba todo, porque un poco más adelante nos hace pensar sobre la pequeñez e insignificancia del hombre frente a la naturaleza, el mundo y el tiempo: «La turbación del espíritu sigue siendo igual en París que en Roma que en los pálidos recodos del pasillo desbaratado de tu propia casa.», proponiéndonos una vez más la necesidad de ese viaje interior que nos consuele e ilumine. Tampoco se aparta Elena de la crítica hacia el mediocre mundillo literario actual: «Porque, al fin y al cabo, al menos en la ciudad en la que yo malvivía desde hacía muchos años, la élite literaria no era más que un círculo mediocre que se alababa a sí mismo como si constituyeran el más auténtico sucedáneo del Olimpo. Y en el que nadie podía entrar sin credenciales. Y esas credenciales eran absolutamente imposibles de obtener por el camino recto de la calidad literaria y la independencia personal… el mundo literario se reducía, como tantos otros, como la vida misma, a una palabra bisílaba que podía adornar con el adjetivo que prefiriera. O sea, que era un asco. Un puñeterísimo asco.» Demoledor, pero tan cierto como la más asesina de las lanzas que nos atraviesa el corazón y nos desangra hasta la muerte. 

Atrapados en la ensoñación que nos propone Elena Marqués avanzamos con la inseguridad del que atrapa sombras con sus manos. Sombras que en el caso de Luisa, Elena o Carmen son tramos del camino que ellas recorren de la mano de la soledad que habitamos. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 18 de diciembre de 2022

McENROE EN LA SALA LA RIVIERA DE MADRID: 20 AÑOS DE AMOR A LA MÚSICA


 

El amor, el desamor. La ternura, la luz y la incertidumbre. El miedo y su lujuria. La melancolía y su recuerdo. La necesidad del otro, o la flor que todavía está por brotar. Mil y una imágenes, razones y sinrazones que se dan la mano en las composiciones del grupo de Getxo, McEnroe, que ayer cerraba en la sala La Riviera de Madrid la gira en la que celebraban sus primeros 20 años como grupo, y como faro de un modo de entender la música y la vida. No es fácil, como dijo en un momento del concierto de ayer, Ricardo Lezón, elegir el repertorio de un concierto entre la multitud de canciones que ha compuesto a lo largo de estos años, pero en el esfuerzo de su selección, tuvimos la suerte de escuchar en varias ocasiones temas que apenas tocan en directo, o de sus primeros discos. Un esfuerzo que en algún momento restó algo más de fuerza al conjunto, pero que sin duda resultaban imprescindibles a la hora de conformar ese cuadro de melodías, ritmos y letras que ayer escuchamos en una Riviera llena a rebosar, y donde sus fans llegados desde el País Vasco, pero también desde otras ciudades y, sobre todo, desde Madrid, no dejaron de disfrutar y corear sus canciones. Letras y músicas que definen por sí mismas toda una época plagada de esos éxitos que poco a poco van calando como la lluvia fina para quedarse en el recuerdo de aquellos que los escuchan. Antes de que McEnroe saliera al escenario también pudimos disfrutar de los bilbaínos Galerna, un grupo apegado a la forma de sentir y componer muy cercano al grupo de Getxo como nos confesó su cantante. Un grupo, Galerna, que supo hacerse con la atención de los que iban llegando a la sala antes del concierto anunciado, y que nos dejaron muestras de esa capacidad inspiradora que los viajes de juventud y el amor tienen en nuestros sentidos y en un subconsciente ávido de experiencias vitales que buscan alojarse para siempre en nuestro interior. Galerna nos anunció que saca disco para marzo del año que viene y habrá que estar atentos a su trayectoria. 

Si algo nos quedó claro, de esa gran fiesta de celebración de los 20 años de McEnroe en la que se convirtió su concierto de ayer, fue la cara de alegría de un Ricardo Lezón hablador, en contra de su norma, pues nos adelantó muchos de los temas que tocaron con las anécdotas que los precedieron, dándonos a conocer de ese modo un poco más la parte menos conocida de la banda, lo que sin duda dio un tono más familiar y de cercanía, si cabe, al concierto. Comenzaron con Al sur de mi vida, un tema de su disco de 2003, El sur de mi vida: «Nada de lo que he perdido/ merecía la pena haberlo vivido./ El tiempo, que era de piedra,/ ahora es arena entre mis dedos./ Todas aquellas heridas/ se ahogan despacio en tu mercromina./ Gestos que estaban vacíos/ han encontrado todo su sentido./ Nunca te sientas sola,/ le he dado la vuelta a mi memoria./ Y ahora que se ha hecho de día,/ viajo despacio al sur de mi vida.» Un viaje que continuó con Montreal, lo que sirvió para dar paso a Jimena; una voz que cada vez va a más, y por lo que pudimos saber en su anterior visita a Madrid, parece que ha decidido cantar en serio. Jimena es como el contrapunto y el rayo de luz a la voz de su padre, un Ricardo Lezón que ayer siempre la miraba sonriente, a pesar de que fuese a la única que no nombró cuando presentó a la banda; un olvido que enmendó en la siguiente canción. Quizá, no sea ninguna casualidad que su tema, El rayo de luz, que ella canta, sea la canción del grupo que más reproducciones tiene en todas las plataformas, lo que nos da una pista de la personalidad creciente de una voz a la que todavía le queda un enorme recorrido. 

Más allá del setlist del concierto en el que sonaron grandes clásicos como La Palma, Cae la noche, Gracia (en la que subieron el tono de su música), o La cara noroeste, ampliamente vitoreada por los asistentes, o esa impresionante declaración de amor hacia el padre que es Asfalto, y que Ricardo Lezón dedicó a todos los padres, fuimos testigos directos de esa nebulosa que acompaña a los conciertos de McEnroe; una sensación que te envuelve y te agita los sentidos en un maravilloso cóctel de sonidos y letras que salen directamente del corazón y se alejan de la cursilería más próxima o abyecta. Y así fuimos navegando por esa nave de sensaciones, luces y sombras que nos propusieron McEnroe con canciones como La distancia, Las Mareas o Luz de gas, donde una vez más, se permitieron el lujo de alargarla en una magnífica demostración preciosista de música y psicodelia apabullantes como solo pueden salir de unos grandes profesionales, para de esa forma, convertir ese tema en algo único, íntimo y preciosista, y que nos dejó con una sonrisa en la boca. 

Atrapar el tiempo, y la luz. La infinitud del horizonte o el libro de nuestras vidas. Tareas imposibles, sí, pero que de la mano de McEnroe, se nos antoja como algo posible o al menos distinto cuando de las cuerdas de sus guitarras nacen canciones como La electricidad o Rugen las flores, Los valientes o Naoko, o por qué no, cuando de las cuerdas vocales de sus seguidores surge ese grito universal en el momento que el grupo abandona el escenario y no paran de gritar: otra, otra, otra… 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 15 de diciembre de 2022

MIS MEJORES LECTURAS DEL AÑO 2022

 1.- MANUEL MOYA, LLUVIA OBLICUA: EL PODER DE LO IMPOSIBLE QUE SE ENCUENTRA SUMERGIDO EN EL MUNDO DE LAS SOMBRAS

¿Existe el poder de lo imposible? Aquel que se aferra a nuestras vidas de una forma tan caprichosa como delatora. Ese poder que se transfiere de los muertos a los vivos y nos mantiene en una continua tensión bajo un abrazo imaginario que, sin embargo, da cuerpo a todo aquello que de trascendente o universal tiene lo que en verdad importa. ¿Qué es lo que en verdad importa, la vida o el sueño? Soñar que sueño como diría Pessoa aferrado a la lluvia infinita que gobernó su vida y parte de su obra. Lluvia oblicua que se encargó de desdibujar su semblante y su figura hasta convertirlo en sombra. Sombra de sombras en la que se erigió como el dios perdido de una ópera trágica y oscura. Lírica y patriótica. Esotérica y nómada. Así, como un extraño dentro sí mismo habitó su vida; un puro teatro de voces en el cada una de ellas surgía como el poder de lo imposible que se encuentra sumergido en el mundo de las sombras. Sombras hechas voces. Y voces convertidas en poesía. El hombre que caminaba sin pisar el suelo fue el paradigma de la derrota; una derrota que, sin embargo, siempre nos habla de la dignidad del fracaso: «Los jóvenes me aprecian simplemente porque he fracasado. Todos los jóvenes del mundo andan fascinados por la derrota. Todos buscan el ejemplo del fracasado. Si por ellos fuera, pondrían estatuas del fracaso en todos los parques. Son jóvenes y por tanto disculpables. Un poeta está realmente jodido cuando en vez del fracaso, que es su estado natural, piensa en el éxito. Entonces ya está muerto, porque el éxito y el fracaso no son más que dos equívocos, dos ficciones sin valor. Éxito y fracaso son la misma cosa: nada. Solo que quien consigue el éxito no puede ya ignorar de qué clase de insustancial materia está hecho el éxito. Del fracaso se sale, del éxito no.»


2.- IRÈNE NÉMIROVSKY, LA VIDA DE CHÉJOV: EL ARTE QUE SE ALZA SOBRE LA VIDA

La vida, en ocasiones, se asemeja a un junco. Un junco que se mueve al ritmo que el viento le marca. Un junco que permanece aterido bajo la nieve en invierno y seco en verano. Ese junco, a través de su movimiento, es capaz de componer una melodía. Una música de los días y las noches. De los silencios y penurias. De los rayos del sol que le enarbolan como el símbolo de la tenacidad de aquel que nunca se vence. Del ejemplo de la sobriedad sobre la belleza que acapara el resto del mundo. El junco y su soledad son como una marca que marcha indisoluble a nuestra piel. Una marca que no se ve, pero que siempre está ahí, con nosotros. De este modo, esa lucha del hombre contra el mundo, en el caso de Chéjov, bien podría representar el arte que se alza sobre la vida. Desde su infancia en Taganrog hasta la última etapa de su vida en Yalta, el escritor ruso supo convivir con el ruido de la existencia ajena y refugiarse en un postergado e imaginario jardín en el que nadie pudiera molestarle, y desde allí, primero escribir para sobrevivir, y después, construir su obra dramática con las escasas fuerzas que su discurrir vital le había dejado y la tuberculosis, cada vez más agresiva, le iba permitiendo. El caso de Chéjov, y su temprana muerte, siempre nos dejará con la incógnita de hasta dónde hubiese llegado la grandeza de su obra, de por sí gigantesca. Una circunstancia que comparte, entre otros, con los poetas británicos Keats, Byron o Shelley, o con el Premio Nobel de Literatura Albert Camus, o con el poeta portugués Fernando Pessoa, y por qué no, con la autora —Irène Némirovsky— de esta exquisita biografía novelada, sensible en ocasiones y cercana siempre al hombre y su obra. Una biografía que se asemeja a esa luz de la tarde que antecede a la noche y se cuela por las ventanas de nuestra casa al final del verano. Una luz tenue, lánguida que apenas roza los límites de las paredes de la habitación en la que nos encontramos. Así resurge la vida de Chéjov en las manos de Némirovsky. Pulcra y emotiva, para de ese modo, dejar fe de una existencia donde las puntiagudas aristas de la vida tienen la capacidad de seducción del reflejo del sol los últimos días del verano. Luz amortiguada por la sinuosidad de los acontecimientos de este hijo de tendero, donde los suaves detalles, insignificantes para la mayoría, aquí adquieren, gracias a la maestría de Némirovsky, el designio turbulento de las vidas marcadas por la soledad. 


3.- ALICE MUNRO, DEMASIADA FELICIDAD: LA CRUEL SOLEDAD DEL DIFERENTE

Soledad. Soledad como la fuerza que nos somete a lo largo de la vida. Soledad que no desaparece con la muerte. Esos reflejos interiores que nunca llegan a atisbarse en un mundo hostil y primitivo. Reflejos alejados de todo aquello que lleve la marca de la felicidad. Entonces, ¿qué representa ese efímero trasunto que deviene en demasiada felicidad? Esa demasiada felicidad que Munro nos presenta en esta colección de relatos es un mero deseo. Aquel que siempre anhelamos. Aquel con el que soñamos de una forma obsesiva. Aquel que no es real. En este caso, como ocurre en la obra de la escritora canadiense, las aguas subterráneas por las que fluyen sus relatos no dejan de correr por su mente. Por sus historias. Por sus vísceras. Aguas que salen a la luz en narraciones afincadas en una realidad muchas veces hostil y que huyen de ella asociadas a la indiferencia. Vidas anónimas que también necesitan de algo de cariño. Un cariño que parece que nunca encuentran, porque Munro indaga en los secretos que mueven nuestras vidas y en las atrocidades que éstos engendran. El resultado de todo ello convierte a sus personajes en seres débiles y sensibles que necesitan de ilusiones efímeras o absurdas que se crean ellos mismos para sobrevivir. La vida, en estos casos, es un espacio de ausencias, tal y como ocurre en el relato, Dimensiones, que abre esta recopilación. Ausencias que, sin duda, necesitan aliarse con el destino, y donde las historias contadas lo son de vidas paralelas que no tienen nada en común, salvo la soledad. Vidas paralelas que, sin embargo, acaban uniéndose en un enigmático final —marca de la casa— que nos ofrece la posibilidad de terminar o reinterpretar lo leído o imaginado. Un azar y sus consecuencias que está presente en El filo de Wenlock o en Pozos profundos, donde las historias quedan inacabadas, suspendidas en el aire, en la soledad y en la búsqueda de uno mismo y el resultado insatisfactorio que eso conlleva. Rastros de rostros que no acaban de romper con su pasado, porque siempre hay un lugar al que volver aunque éste sea el equivocado.


4.- GIORGIO BASSANI, EL JARDÍN DE LOS FINZI-CONTINI: LA DEMOLEDORA MIRADA HACIA UN DULCE Y PÍO PASADO

La naturaleza de esta novela se incardina en la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado, en el que el protagonista anónimo de la misma revisa su primer amor fallido de juventud. En esa sensación de pérdida y decadencia de la burguesía judía italiana que va dando pasos silenciosos hacia su exterminio sin apenas hacer ruido, es donde Bassani recrea su hacer literario impregnado de notables descripciones del entorno o las discusiones —muchas veces políticas— de sus personajes. Unos personajes que andan perdidos entre el amor frustrado del protagonista, y la sensación de soledad y engaño que el distanciamiento de la realidad que, casi todos ellos profesan por mucho que se alcen como defensores del comunismo o de unan postura más moderada como el socialismo, manifiestan. De ahí, que a lo largo de sus páginas vayamos desgranando ese universo convulso que tiene algunas semejanzas con la novela de Arthur R. G. Solmssen, Una princesa en Berlín; lo que nos ayuda a visualizar, que no a comprender, el horror hacia el que se encaminaba el mundo tras la finalización del Primera Gran Guerra. A pesar del trasfondo en el que se desarrolla, estamos ante una novela iniciática y de aprendizaje, donde de alguna manera trata de imponerse el espíritu del artista que se vislumbra en el protagonista y su necesidad de búsqueda a través del arte, la literatura, y cómo no, la poesía. En ese recorrido, Bassani nos deja muchas muestras de la semblanza artística presente en Italia a principios del siglo XX. Una visión del arte que fija su objetivo en la soledad e incomprensión que su protagonista manifiesta contra sí mismo y contra las corrientes antisemitas bajo el telón del fondo de fascismo y el nazismo, que él, contrarrestará, a través de la necesidad de búsqueda de una libertad completa que vaya más allá de las arcaicas estructuras en las que vive y siente. Romper ese cascarón será, sin duda, su meta. Un camino vital que recorrerá de una forma lenta, pero al final segura, tras ir consumiendo las etapas presentes en el desamor y en su afán a la hora de enfrentarse al mundo lejos de su entorno. 


5.- JUAN CLAUDIO DE RAMÓN, ROMA DESORDENADA LA CIUDAD Y LO DEMÁS: UN PUZLE ERUDITO SOBRE LA CIUDAD ETERNA Y SU HISTORIA PLAGADO DE ANÉCDOTAS Y LLENO DE VIDA

Ver, sentir, observar, pensar y, al final, disfrutar de la diferencia de aquello que cada uno percibe como único, pues única es la forma de experimentar la vida a través de los sentidos. Ahí, es donde sin duda conectamos con la belleza y su capacidad para cambiarnos y transformar un viaje en un cúmulo de sensaciones que harán de nosotros algo distinto. En ese espacio tan pocas veces explorado es donde se esconde la magia del viaje. Roma y su infinitud. Roma y sus múltiples destellos de arte. De sonidos. De sorpresas. De miradas en las que buscar aquello que nos hace diferentes. Roma pitonisa y mágica. Alumbradora y mística. Secreta y apabullante. Esa es la fotografía caleidoscópica que de la ciudad del Lazio hace Juan Claudio de Ramón en Roma desordenada la ciudad y los demás, un puzle erudito sobre la Ciudad Eterna y su historia plagado de anécdotas y lleno de vida. Un viaje que va desde lo majestuoso a lo cotidiano, aunque más bien podríamos decirlo al contrario, pues parte de la anécdota vivida o diaria que va en busca de esa otra historia que está tapada por la tela del tiempo y los siglos. Expresiones que parten de lo particular en busca de lo genérico, histórico, artístico, político. También de lo erudito, pues estamos ante setenta minuciosos relatos cortos que buscan el detalle en una ciudad inabarcable que funciona como piezas de un puzle que, a medida que leemos, vamos completando de una forma singular y majestuosa por la ambición de quién lo escribe y su proyecto, y por lo que se desprende de cada uno de ellos: la importancia del viaje, de ver, de sentir, de explorar. Al final esta Roma desordenada es el viaje interior y onírico de un diplomático que ha tenido la fortuna de pasar cinco años destinado en Roma, y que convierte su estancia en la ciudad en la senda infinita de aquel que busca y necesita lo imposible: actuar como un falso dios terrenal que lo tiene todo al alcance de sus pies, y de la profundidad de su mirada. Si como decía Paul Cézanne: «Ver es pensar», Juan Claudio de Ramón nos facilita esa labor en este libro de viajes donde lo demás lo es todo. El caos y su furia. El ruido y su distorsión. La belleza y la máxima expresión del arte. La Historia y los seres humanos que la han construido, y posteriormente destruido y reconstruido. Avanzar por las calles de Roma es hacerlo por un universo onírico y divertente, fílmico y teatral, arquitectónico y pictórico, monumental y arqueológico. Piedra tras piedra, monumento tras monumento, iglesia tras iglesia, nuestra mirada, a través de la del autor, va enriqueciéndose de sensaciones e imágenes que ya formarán parte de nuestro imaginario particular y colectivo. Acervo sentimental y lúdico. 


6.- PAUL AUSTER, EL PALACIO DE LA LUNA: LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD A TRAVÉS DEL AZAR

¿Se puede predecir el futuro, o son las sinergias del azar que en determinadas ocasiones gobiernan nuestro destino las que en verdad posibilitan que nuestras vidas sean de una forma y no de otra? A simple vista parece que disponemos de diferentes opciones a la hora de construir nuestro futuro. El esfuerzo, el trabajo, la dedicación plena a una actividad en concreto. Todo ello, sin duda, en aras de no facilitar la dispersión o la incertidumbre. Sin embargo, cuando creemos que lo tenemos todo controlado surge el azar y lo cambia todo. Esa fuerza, que existe, pero que casi nunca llegamos a entender muy bien, forja con sus casualidades muchos aspectos de nuestra existencia, eso sí, saltándose las reglas de toda lógica, pues nos moldea la vida de una forma imperceptible e invisible, tal y como el viento diseña la forma de las rocas día a día con el paso del tiempo. Paul Auster, un escritor que escudriña el azar objetivo, lo sabe muy bien y, tras una experiencia inexplicable que le ocurrió en su infancia, ha recorrido toda su vida y obra literaria por una autopista donde el azar o el destino se encargan, entre otras cosas, de ponerle y ponernos constantemente a prueba. Y, quizá, más que nunca lo haya hecho cuando ha tratado de buscar su propia identidad y la de sus personajes, enmarcadas o no, en el juego de las casualidades. 


7.- HILARIO J. RODRÍGUEZ, LAS DESAPARICIONES: LAS COORDENADAS GEOGRÁFICAS DEL TIEMPO O EL ARTE DE LO INVISIBLE Y LO INESPERADO
 

Leer. Pintar. Buscar. Bucear en las entrañas de la vida y viajar entre las coordenadas geográficas del tiempo. Allí, donde el arte de lo invisible y lo inesperado toma cuerpo, palabra, obra y acción. Allí, donde disfrutar del feliz descubrimiento es una invocación a una nueva vida. Allí, allí, allí… donde anida la materia infinita rodeada de fantasmas. Así se podría definir al arte y a sus múltiples manifestaciones que van a caballo, delante o detrás, de las manecillas del tiempo. El tiempo… espacio geográfico en el que indagar, y a partir de ahí, celebrar, aprender, enamorarse o rehuir de lo hallado. El tiempo… ese lugar donde se encuentran lo único y lo múltiple. El espacio en el que se produce el mayor de los milagros: adivinar lo que se esconde detrás de lo que es puro reflejo o ensoñación, porque es la materia intangible que nadie ve más que uno mismo—. El tiempo… o la capacidad de llegar a reaccionar a tiempo ante lo inesperado y de ese modo reclutarlo hacia nuestro propio bien. De esa incertidumbre nace la tierra infinita que crece a nuestro alrededor. La tierra que se abona con la lujuria de los otros. Aquellos que escriben, pintan, o se manifiestan sin otra intención que la de ser, buscar o encontrarse. Aquí no hablamos del éxito a gran escala, sino del silencio con el que reparamos nuestras heridas y seguimos soñando con alcanzar lo inabarcable: el tiempo. El tiempo y sus coordenadas geográficas se manifiestan en este libro a medio camino entre el ensayo, la auto-ficción o la novela de investigación, como un todo externo al mundo regido por las normas más convencionales. Las desapariciones es la magia que se esconde tras los espectros de un mundo al margen. Un mundo, donde las sombras, los espejos y las tinieblas son los auténticos protagonistas de un universo único por distinto, mágico por envolvente, y aterrador por el desasosiego en el que se sustenta. Gracias a Hilario J. Rodríguez, y su capacidad de abstracción, nos aproximamos a un espacio donde el tiempo es una grieta de sí mismo. Una grieta que nos lleva de acá para allá y difumina nuestras buenas intenciones para obligarnos a explorar nuevos territorios sin brújula y sin ocaso. Las desapariciones es un viaje atemporal por el mundo del arte y sus múltiples manifestaciones.

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

LOS PLANETAS, EL MANANTIAL: EL SECRETO DEL AGUA


El manantial:
grito y susurro, arma y su funda, proeza y su llanto, es la fusión de la naturaleza con la voz poética que narra y siente esa unión entre el amor, el pecado, la desdicha y la armonía, a la que se une una melodía de cuerdas que nos narra la vida desde el secreto del agua. Cuerdas de guitarras y de teclas de un piano a las que se une una voz susurrante. Una voz que nos abre el mundo de un modo inesperado y mágico igual que si estuviésemos perdidos en un bosque encantado donde las hojas se mueven al compás de un viento que se hace melodía. De lo inesperado. Único. Y absorbente. Como absorbente es la veneración del más casto de los creyentes sobre la Tierra. Tierra-poesía. Tierra-miedo. Tierra-agua. De esa multiplicidad de matices surge este El manantial, una canción que se encuentra dentro del último trabajo de los granadinos Los Planetas. Una canción que, por sí sola, les colocó en el número uno de ventas a principios del 2022, y que con el paso del tiempo, se está convirtiendo en un clásico de su discografía y de la sonoridad española que deambula por las tierras de lo inexplorado. Sus doce minutos de duración no es solo un riesgo en la producción, sino también la magnificencia de unos músicos que se han dado cuenta de que la autenticidad de la letra de este poema de Lorca se hallaba en la sencillez de aquello que llega de una forma directa al corazón. Verdad magnificada por la sinuosidad del duende que guía a este tema con la profundidad del que se abre en canal sin miedo a mostrar sus entrañas. El manantial es una confesión que, en sí misma, contiene el secreto del agua. Agua que nos moja. Agua que nos acompaña en la soledad de las tarde de invierno en las que nos escondemos de bajo de una manta. Agua que nos traslada a los días que ya nunca volverán: «Frente al ancho crepúsculo de invierno/ mi corazón soñaba./ ¿Quién pudiera entender los manantiales,/ el secreto del agua/ recién nacida, ese cantar oculto/ a todas las miradas/ del espíritu, dulce melodía/ más allá de las almas...»
 

En El manantial somos conscientes de que hay veces que, con las cuerdas de unas guitarras y las teclas de un piano, se crean atmósferas tan fratricidas que te noquean los sentidos. Ese quejío envolvente y mágico se traspone en una fuerza que te lleva lejos de la rutina diaria y se levanta como una fuerza rompedora de la mediocridad que se eleva como una nube sobre la niebla, el miedo, la penumbra y los mares interiores que nos ahogan. Ese corazón —que es la portada del disco, Las canciones del agua—, que se abre paso en el agua sobre el que se zambullirá, ya nos habla de lo impetuoso de su gesto y la valentía de su apuesta. Aguas transparentes sobre las que pueden volver a crecer nuevas vidas salidas de las raíces de ese corazón-tierra que más pronto que tarde volverá a ver la luz del sol sobre el que una vez más nacerá una nueva vida, ya sea esta vegetal o humana, porque la letra del poema sobre el que descansa esta canción es una mezcla de amor, desesperación y necesidad de una libertad que no siempre está al alcance de nuestras manos, porque siempre hay una fuerza mayúscula que se oculta en los otros que nos lo impide: «¿Qué alfabeto de auroras ha compuesto/ sus oscuras palabras?/ ¿Qué labios las pronuncian? ¿Y qué dicen/ a la estrella lejana?/ ¡Mi corazón es malo, Señor! Siento en mi carne/ la implacable brasa/ del pecado. Mis mares interiores/ se quedaron sin playas./ Tu faro se apagó. ¡Ya los alumbra/ mi corazón de llamas!/ Pero el negro secreto de la noche/ y el secreto del agua/ ¿son misterios tan sólo para el ojo/ de la conciencia humana?/ ¿La niebla del misterio no estremece/ a un árbol, el insecto y la montaña?/ ¿El terror de las sombras no lo sienten/ las piedras y las plantas?/ ¿Es sonido tan sólo esta voz mía?/ ¿Y el casto manantial no dice nada? 

El manantial, el tesoro mejor guardado de nuestras vidas que, como un milagro, surge de un arrebato de luz sobre las tinieblas. Y que crea temores y secretos que aguardan su instante y se cobijan bajo ese otro misterio que es el secreto del agua. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 6 de diciembre de 2022

COMPAÑÍA NACIONAL DE DANZA EN LOS TEATROS DEL CANAL BAJO LA DIRECCIÓN DE JOAQUÍN DE LUZ: Y VOLAR, VOLAR Y VOLAR

 


El amor, como ese impulso contradictorio que nos mueve de un lado a otro sin parar sin que podamos evitarlo, ni analizarlo. Sin embargo, la libertad de su movimiento nos provoca y provoca ensalzar lo mejor de nuestras vidas; vidas adheridas en demasiadas ocasiones a la mediocridad del día a día. El amor es una expresión de libertad que acelera y frena nuestros sentidos y sentimientos sin una razón ni un rumbo fijo. El amor nos traslada del caos a la gloria sin apenas darnos cuenta. Y lo hace en un movimiento que, como una estela de estrellas que desprenden su luz en el firmamento al unísono y crean una senda mágica que nos atrae sin otro sentido que el de la contemplación, nos deja a merced de un destino que nunca somos capaces de descifrar más allá del dibujo que a medida que avanzan los días va quedando dibujado en el lienzo de nuestras vidas. La Compañía Nacional de Danza nos presenta estos días en los Teatros del Canal varias versiones de esa expresión de libertad que supone el amor. Un amor en movimiento, coordinación y estela de cuerpos que suben y bajan, se detienen, se alzan sobre sí mismos y crean acordes de trazos en el aire al modo de pinceladas en un cuadro. En el primero de los tres actos en el que se divide el espectáculo, el coreógrafo Valentino Zucchetti, bajo el nombre de Where you are, I feel, nos muestra de una forma muy directa la sincronía entre danza y cuerpo, sensibilidad y fuerza, determinación y sentimiento. Como nos dice el propio Zucchetti: «Siguiendo el romántico vacío de la música, navego a través de la dinámica compleja y fluida de un grupo abierto de personas. Una celebración del fluido romance en todas sus facetas. Solo en un entorno en el que todos se sienten libres de ser quienes realmente son, puedes sentirte cómodo siendo tu verdadero yo. Solo cuando eres libre de ser tú mismo, puedes sentir verdaderamente el uno por el otro». Un fluido de libertad donde el amor se impregna de ese otro que nos transmite la esencia del alma. 

En el segundo acto asistimos a la magistral interpretación de Marcos Madrigal al piano, una excelente tela de sonido que recubre de misticismo y serenidad la coreografía de Ricardo Amarante bajo el título de Love Fear Loss. Canciones como La Vie en Rose o Ne me Quitte pas, conforman la textura perfecta que se combina a la perfección con las tres parejas de bailarines que dan forma física a esta ensoñación realizada con la sensibilidad que solo el amor puede llegar a comprender. A lo largo de las tres actuaciones de los bailarines asistimos embelesados a esa múltiple configuración de los sentimientos humanos, donde el rechazo, la pasión, la impaciencia o el determinismo —que toda pulsión incontrolada de nuestros sentidos nos llevan a superlativizar nuestra vida— se dan cita en una danza que mira para sí y hacia los demás, en una demostración de la multiplicidad de manifestaciones que existen tanto dentro del escenario como fuera de él, pues nos logran transmitir aquello que vemos como una sombra que se apodera de nosotros. 

Bajo la dirección del propio Joaquín de Luz asistimos al tercer acto que lleva por título Passengers Whitin bajo un manto de luz verde menta y unos telones inmensos de color blanco que, junto a la iluminación y las tonalidades de las vestimentas de los bailarines nos trasladan a un profundo sueño. Un sueño luminoso, atrevido y reivindicativo. Un sueño consciente del poder de esa luz interior que nos mueve y nos ensalza y devalúa al mismo tiempo. En ese cromatismo visual y sonoro que nos acompaña caemos prendidos como un pasajero de ese viaje que nos propone Joaquín de Luz. Un viaje donde: «La idea de Passengers Within está inspirada en la sociedad actual. Vivimos en un paradigma donde somos esclavos del sistema. La tecnología, los medios, el consumismo tienen a la población dormida y vagamos cual zombis al ritmo incesante que nos marcan. Desde que uno se levanta es bombardeado, sin pausa, por olas de información incesables como la música de Philip Glass. También vivimos sometidos y juzgados por lo que esta sociedad espera de nosotros. Los estereotipos, la moral nos comprometen a seguir un guion demasiado genérico como para ser individuos. La pareja principal representa a la gente que está despertando, que se cuestiona las cosas. No quieren ser pasajeros, sino dictar su propia vida a partir de su esencia y su presencia». Un viaje lleno de dinamismo y apertura hacia el más allá, pues busca la libertad de todo aquello que nos aprisiona.

Atrapados en esa sinergia sinfín de certezas y contradicciones, nebulosas y arquetipos que se elevan y desaparecen, marchamos por el mundo de la danza creada y expresada desde la plenitud de una idea que nos lleva a pensar en el amor y en el mundo en el que vivimos. Y lo hacemos bajo un mismo estigma; y volar, volar y volar. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 17 de noviembre de 2022

ÁNGEL SILVELO GABRIEL GANA EL PREMIO DE NOVELA CORTA JOSÉ MARÍA PEREDA 2022 CON, “LOS DIOSES PERDIDOS”, UNA HISTORIA EN LA QUE ABORDA LA FIGURA Y LA OBRA DEL POETA PORTUGUÉS FERNANDO PESSOA


 

Santander, 16 de noviembre de 2022.- La Vicepresidencia y Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte ha fallado los premios literarios del Gobierno de Cantabria 2022, que en la categoría de novela corta ‘José María de Pereda’ ha recaído en Ángel Silvelo Gabriel con su obra ‘Los dioses perdidos’.

En ‘Los dioses perdidos’, Ángel Silvelo ofrece una novela de la memoria y de la escritura, que mezcla la prosa de ficción con la ensayística para contar en una doble acción la reconstrucción del pasado familiar del narrador y el relato de episodios de la vida de Fernando Pessoa, incluyendo poemas y otros textos del irrepetible escritor portugués. 

Además, la obra ganadora de la categoría de novela corta presenta una estructura muy bien ensamblada en sus dos ejes narrativos, remitiendo al lector a libros y lecturas, y a la experiencia de la literatura. 

BREVE SINOPSIS DE LA NOVELA: 

LOS DIOSES PERDIDOS: UN SUEÑO ESCONDIDO BAJO UN MAPA DE SENSACIONES

Fernando Pessoa dibujó su vida con los trazos de la silueta de los héroes anónimos, igual que aquellos argonautas que fueron en busca del vellocino de oro. Sin embargo, él no lo hizo embarcándose en un navío sino a través de un sueño escondido bajo un mapa de sensaciones al que dotó del silencio de la noche, del anonimato de un fantasma que huye de la sombra de sí mismo, y de la necesidad de ser otro. Muchos han sido los que se han acercado al mítico arcón donde guardó más de veinticinco mil documentos que, tras su muerte, han sido rescatados del olvido. Un olvido que, como todo aquello que ni se ve ni se toca, pertenece al mundo de los sueños. En Los dioses perdidos se concibe la vida de Pessoa como «la geometría del abismo», pues igual que Ángel Crespo no dudó en definir el Libro del desasosiego (el diario apócrifo del portugués) como un mapa de manchas, Ángel Silvelo nos plantea en esta novela la vida del portugués como un conjunto de formas, de vivir, y sentir, alejadas de la realidad, pero muy cercanas a la posibilidad de crear nuevos mundos a través de otros. Esos otros, que se rebelan ante nosotros igual que lo hace el reflejo que nos proporciona el espejo que se precipita sobre nuestro cuerpo y, que en el caso de Pessoa, éste interpeló mediante sus múltiples heterónimos. Un teatro de voces a los que él proporcionó una voz y una personalidad propias, creando, como solo lo hacen los genios, un nuevo estilo literario: el de la heteronimia. Pessoa, dijo: «Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida». Y en esa eterna búsqueda del presente exento de futuro, abordó todo aquello que su mente tuvo a bien vislumbrar o explorar. 

La particularidad de esta novela no se encuentra solo en la posibilidad de revisar una buena parte de la biografía del poeta portugués, sino también en poder hacerlo desde la voz de un nieto y su abuelo a través de una historia que, como toda leyenda, contiene el desgarro de las situaciones imposibles, pero también la épica que se sobrepone a los reveses de una vida marcada por el fracaso. «Hice de mí aquello que no supe,/ no hice lo que podía hacer de mí./ Vestí un dominó equivocado./ Pronto me conocieron como aquel que no era:/ no lo desmentí y me perdí». 

En un mundo tecnificado que, cada día más, nos dirige nuestras vidas, Los dioses perdidos nos permite regresar al pasado; un pasado donde las personas todavía escriben cartas y sus historias de amor descansan sobre la soberbia de los sentimientos más profundos y la vitalidad de la búsqueda de una dignidad perdida en el curso de los tiempos. Historias en blanco y negro que, si se quiere, retoman la luz cuando llegan a Lisboa, una ciudad que en la novela se convierte en el cauce final donde los sueños se enfrentan con la realidad para crear un mundo nuevo e inesperado. Un mundo en el que los dioses, los mares, el hombre y la tierra, conforman una secuencia con la que darle cuerpo a un sueño: el de los dioses perdidos…, y no encontrados.

SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS, DE MIGUEL DELIBES, EN EL TEATRO BELLAS ARTES DE MADRID: LA TRANSPARENCIA DE LAS PALABRAS



Atrapar el pasado y hacerlo presente. Misión imposible si no es mediante la transparencia de las palabras y, de ese modo, atravesar el velo del tiempo. Asumir esa realidad, sin embargo, es como ansiar materializar un sueño en el que, al despertarnos, ya no nos acordamos de lo soñado, lo que nos hace sentirnos en un plano distinto al real, aunque esa percepción sea falsa. Esa necesidad de búsqueda de la vida pasada, presente y futura a través de las palabras es lo que ha llevado al hombre a escribir, leer, interpretar… y buscar con ansia la necesidad de soñar para llegar a materializar lo imposible. Regresar al pasado, no cabe duda que tiene sus riesgos, y uno de ellos, es del volvernos a enfrentar al dolor, a las ausencias, y al eco de esas voces o esa voz que ya no está a nuestro lado. Levantar el pasado es como infundir a la capacidad del deseo la mortal medicina del olvido, o también, la liturgia de aquello que nunca creímos que llegaríamos a hacer o pensar. Ese viaje es como una especie de huida sin rumbo; una huida por unas aguas frías y rodeadas de nieblas, donde a cada avance de nuestra nao se nos exige afrontar nuestro destino con el valor que nunca hemos tenido. Ese miedo que nos acoge, y nos encoge, es en el que nos vemos avocados a caminar solos; en una soledad apestosa por mucho que otros crean que es mítica por lo que tiene de insondable. Ver a través de nuestras propias tinieblas, ese es el castigo de las ausencias no deseadas, del recuerdo de las tardes compartidas, o de los besos repetidos cuando todavía nos creíamos todopoderosos e inmortales. La adaptación de la novela de Miguel Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris, que han adaptado al teatro José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña afronta su tercera temporada en Madrid, lo que nos habla del respaldo del público y de la fidelidad hacia un autor y un actor libres de la conjura de la duda. Señora de rojo sobre fondo gris es una obra de teatro que se debate en la dicotomía entre esos dos colores del título, que en el escenario, se vierten con la profusión del que ve en gris todo aquello que fue en un pasado y ya no le representa en el presente; y el rojo, que todavía se nos aparece como un fantasma a los ojos de un Delibes, perdón, José Sacristán, que se envuelve en la túnica de los recuerdos para irnos desgranando el proceso de destrucción de la persona amada (Ángeles de Castro). En este sentido, José Sacristán afronta la hora y media de actuación con la certeza de aquel que, desde un principio, conoce que va a tener que hacer frente a un viaje lleno de tinieblas; un espacio imaginario que él, de una forma afortunada, recorre con leves pausas que utiliza para darle los giros necesarios al texto; una narración que se materializa a través de la transparencia de unas palabras que, por sí solas, magnetizan al público cuando recorren esos recovecos que se alejan de la enfermedad y transitan por la senda de las confesiones íntimas y personales, por los miedos e incertidumbres que a todo ser humano le asaltan ante la muerte, y también, por esos destellos de luz con los que la iluminación del escenario nos avisa de su presencia. Tras haber visto Cinco horas con Mario en ese mismo escenario interpretada por Lola Herrera, a uno se le cuela por el entresijo de los visillos de la memoria esa otra forma de afrontar la muerte por Delibes. De tal modo, que se puede ver en una y otra la capacidad de espejo imaginario que tienen las palabras para apoderarse de fragmentos de la vida, pues ambas confluyen en sinergias que tratan de atrapar el tiempo mediante los recuerdos. Ese velo con el que nos arropamos para defendernos del frío de la noche. 

Ángel Silvelo Gabriel

viernes, 11 de noviembre de 2022

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE, DEL DIRECTOR EDWARD BERGER: UN DURO Y BELLO CANTO ANTIBELICISTA DEL CRUEL TRASFONDO QUE RODEA LA GUERRA

 


¿Qué hay tras el telón en el que se desarrollan los conflictos bélicos? ¿Cuál es el motivo que le lleva a un joven a renunciar a su vida para dársela a un concepto tan abstracto como es el de la “patria”? ¿Por qué la belleza se difumina en un maldito y certero disfraz de la muerte? Edward Berger tira de aquello que muchas veces no vemos para mostrarnos en una buena parte de esta película qué es lo que ocurre tras la línea del frente. Allí donde a simple vista parece que no pasa nada. Tanto es así, que el director nos muestra los bellísimos paisajes que existen a escasos metros de la contienda, como por ejemplo, cuando filma como si de un cuadro de Millet se tratara, la tierra y el cielo dividas por el horizonte; un horizonte sobre el que cae una bengala que nos ilumina más si cabe el bello encuadre que contemplamos: un campo cuya bruma del atardecer le hace inmensamente estético. Un paisaje estético y apetecible sobre el que poder caminar a última hora de la tarde. Una estampa y un campo que, sin embargo nos mienten, pues tras su tranquila y fotográfica hermosura a pocos metros se esconde el escenario de la guerra. Si por definición todas la guerras son crueles e inútiles, La Gran Guerra lo es aún más. Tras poco más de, cuatro años de contienda, apenas el frente avanzó unos metros en uno u otro sentido. Ese holocausto de la razón se llevó por delante al menos la vida de diecisiete millones de personas. Muchas de ellas jóvenes que, cegados por el concepto de una falsa gloria, marchaban al frente poseídos por la inocencia del niño que ignora lo qué es y significa la muerte. A pesar d elo expuesto, no faltan en esta magistral película secuencias bélicas memorables rodadas con gran agilidad y movimientos de cámara que nos muestran al detalle el horror de la masacre, como tampoco nos escatima su director, Edward Berger, esos instantes o planos secuencia que se te quedan grabados en la mente por la capacidad que tienen de conmover y hacernos pensar una vez más en la inmensa barbarie que toda guerra conlleva contra aquellos seres humanos que la sufren, más si cabe, si lo hacen en primera línea del frente. Esta nueva versión de la novela del alemán, Erich Maria Remarque, nos deja constancia desde su título de la rotunda falacia del mismo, una percepción que se ve de una forma muy clara tanto en las negociaciones del armisticio como en la falta de piedad del general alemán que manda a sus hombres a una muerte segura. Es ahí donde nace ese equivocado sentido de la obediencia y la servidumbre del hombre corriente frente al Estado. Un enfrentamiento donde siempre sale perdiendo el ciudadano de a pie. 

Uno de los mensajes de esta película es, sin duda, la ausencia de la figura del héroe, por más que empaticemos con su protagonista, pues él también participa de la crueldad de la misma y de su maldito telón de fondo, a pesar de que en ciertas ocasiones se nos muestre como un canto a la belleza. La belleza de una tierra devenida en campo de batalla que hace de testigo necesario y fundamental en el desarrollo bélico. Esta tierra también es protagonista del film, pues en ella yacen los muertos, se cavan las trincheras, y se instalan las alambradas que nadie ve en la noche. Todo este escenario y, en particular esta historia de muertos y deseos no cumplidos, también nos debería hacer reflexionar acerca de por qué los seres humanos los contemplamos en demasiadas ocasiones sin apenas asombro. Quizá, porque todo hecho bello y heroico lleva intrínseca la maldición de quien se alza como voz discordante o héroe de un solo gesto, y si no que se lo digan al autor de la novela, que sí pudo huir de Alemania antes de que fuera demasiado tarde, pero no así su familia que fue asesinada por tal motivo. En este caso, la inutilidad de lo inútil, parafraseando a Nuccio Ordine, se pone de manifiesto cuando años más tarde se reabre la herida de la guerra por el mismo motivo: el territorio. En este sentido, de nuevo la tierra se convierte en la trágica protagonista del desdén que trunca voluntades y facilita la reordenación demográfica de quienes la sufren. 

Más allá del barro sobre el que descansan los soldados, los caballos muertos, el hambre que pasan los combatientes, o las bengalas que iluminan y delatan al enemigo, Sin novedad en el frente es un duro y bello canto antibelicista del cruel trasfondo que rodea a toda guerra. 

Ángel Silvelo Gabriel

jueves, 3 de noviembre de 2022

SECOND, FLORES IMPOSIBLES: NADA ES PARA SIEMPRE



Siempre creemos que fuimos creados bajo el signo de la infinitud, sin embargo, llega un momento en el que nos detenemos. En ese instante hay una fuerza interior que no nos permite movernos, mientras una voz procedente de nuestra mente nos repite constantemente que ese es final. Entonces, la vida se detiene, pero la música no. El artista deja de existir, pero su obra permanece en el tiempo a disposición de quien quiera escucharla o disfrutarla. De esa posibilidad nace la magia del arte y su belleza. La belleza como espacio en el que explorar esos nuevos territorios de aquello que de repente se acaba. Flores imposibles es el último disco en estudio del grupo murciano Second, pero no de su música, porque sus melodías seguirán perennes en los corazones de todos aquellos que en alguna ocasión hayan asistido a alguno de sus conciertos o escuchado sus discos o canciones, y como no, en los de sus más fieles seguidores que, como un eco infinito, seguirán coreando las letras de sus canciones allá donde se encuentren. Esa es la única opción a nuestro alcance de vencer al paso del tiempo, y de paso, ser infinitos como si de una estrella brillante se tratara. Una estrella que nos ilumina cada noche y nos indica el camino a seguir día tras día. «Nada es para siempre» nos recuerdan Second en su último álbum, salvo quizá las entrañas que se mueven en la alquimia de los sueños. En este sentido, Flores imposibles será la última muesca de un legado que permanecerá en el filo de la marca del tiempo que nos persigue desde que nacemos y, que a lo largo de nuestras vidas, nos va llenando de arañazos la piel como signos más visibles de aquello que hemos vivido como si fuera la última vez. Heridas de felicidad y tristeza que, sin embargo, no siempre cicatrizan. Heridas que son las verdaderas culpables del final. Decir adiós siempre es complicado. Hacerlo para un artista quizá lo sea más. Tal vez, por eso, Second sorprendieron a sus seguidores con su separación pocos días después de presentar su nuevo —y ahora último— disco, si obviamos el que verá la luz tras la grabación en directo de su concierto en El Teatro Circo Price de Madrid. Ante ese golpe inesperado del destino solo podemos constatar que los años pasan y nos cambian. Esos años que nos envuelven en la madeja del tiempo sin apenas darnos cuenta. El tiempo, ese influjo que nos acerca y nos aleja de aquello que queremos y nos convierte en viles mortales en busca de lo imposible. Nada es para siempre… 

Flores imposibles es el noveno disco en estudio de Los Cuatro de Murcia. Un larga duración que cuenta a su vez con nueve canciones, dado que Sean Frutos, tal y como le contaba a Virginia Díaz en su programa de Radio-3, 180 grados, se debe no a un capricho, sino que al letrista y voz del grupo no le acababa de convencer la décima canción que estaba destinada a formar parte del disco. Casualidad o no, este noveno disco de nueve canciones es como una larga sinfonía de sonidos maduros. Sonidos que buscan la sencillez más cercana a la verdad. De esas melodías de medio tiempo que tan bien fabrican y ejecutan los murcianos. Y de unas letras donde la maestría compositiva de Sean Frutos se aleja de la literatura de ciencia ficción que le gusta, y exploran esa trágica realidad que nos ha tocado vivir. Sus canciones en esta ocasión son el vivo testimonio de una época muy determinada y se convierten en el fiel reflejo de su madurez como músicos y personas. Flores imposibles abre el disco homónimo y se nos muestra como un alumbramiento único en el que la textura de sus guitarras reproducen sensaciones que van desde a luz del amanecer al ocaso en una multitud de matices que se conjugan a la perfección con las voces que se abren paso entre ellas entre estas enigmáticas guitarras. Guitarras eléctricas, sin duda. 

Bajo una estética muy beatlemaniana, Los Cuatro de Murcia nos enseñan en Quiero equivocarme uno de sus medios tiempos donde la voz de Sean Frutos se hace poderosa y juega una y otra vez con la voz de su hermana Maryan, que a su vez se conjuga a la perfección con un ritmo que a medida que avanza la canción coge una fuerza inequívoca hacia la perpetuidad de lo que es único. Un ritmo que nos desplaza hasta Estado de alegre tristeza, una de las canciones que más se identifica con el resto de sus trabajos, y donde las sinergias entre letra y música se entrelazan en espacios que la convierten en brillante, y quizá por ello, sea donde aparece el que va a ser una de sus estribillos más coreados: «Nada es para siempre». Envolvente propuesta que nos hace repetir su escucha en bucle. Un apertura de intenciones que nos lleva hasta la rítmica Muévete y siente donde Sean Frutos nos retrata a la perfección y nos advierte del abismo en el que nos encontramos: «Voy a ser sinceramente irritante/ No soporto en el ambiente esta falta de pasión/ Es una epidemia silenciosa y salvaje/ ¡Coño!, date cuenta de que amar está en peligro de extinción/ Muévete y siente/ Es lo único que nos mantiene/ En tu piel todos quieren estar/ Así que muévete y siente» Himno de los nuevos tiempos donde los sintetizadores juegan a ser héroes en la derrota; una muy buena combinación que a buen seguro hará de las suyas en sus directos. Una cualidad que también podríamos resaltar de El contorno de tus miedos; un tema con un videoclip cuya infografía se presta al fetichismo literario de unos cuerpos grabados con la letra de la canción. Guitarras limpias y directas que a veces salen de un fondo poderoso y luminoso y otras están presentes en una primera línea elegante y abrumadora: « La llave está dentro, ahí fuera no hay nada/ La clave está dentro, ahí fuera no hay nada/ Te espero en el contorno de tus miedos». Miedos reconvertidos en destellos poderosos. 

Más pausadas son las primeras notas de Volver a esa paz; una canción que revive los reflejos de sus composiciones más intimistas, en donde las coordenadas de su creación nos llevan hacia esas huellas que alguna vez hemos buscado y casi nunca encontramos. Lo que sin embargo es un pequeño espejismo en el tracklist del disco, pues Ya no estamos para gilipolleces es una búsqueda de esos ritmos más eléctricos y dinámicos de una banda acostumbrada a hacer bailar a todos los que asisten a sus conciertos en directo. Manos arriba, sin duda, para reivindicar la asfixiante y falsa pulcritud sobre las que nos estamos ahogando poco a poco: «Creíamos que el tiempo sol le caía a los demás/ que nosotros éramos más fuertes». Una especie de puente sobre el tiempo que nos lleva hasta Cúrame, como siempre, una nueva muestra de esos medios tiempos infalibles de su repertorio, y que de una forma tan virtuosa y magistral ejecutan los Second. Medios tiempos orquestados desde la madurez que dan sus veinticinco años de carrera. Una larga vida musical que rematan con Los grandes ausentes, como si de una gran metáfora se tratara de todo aquello que han vivido y disfrutado. Una lucha entre el pasado y el presente que va a la fuga de todo aquello que fuimos y ya no volveremos a ser. 

Second y sus Flores imposibles le hacen un guiño  a nuestros sueños y deseos desde el primer puesto del podio desde el que siempre han conquistado a sus multitudinarios seguidores. A pesar de que nada sea para siempre. 

Ángel Silvelo Gabriel

jueves, 27 de octubre de 2022

HILARIO J. RODRÍGUEZ, LAS DESAPARICIONES: LAS COORDENADAS GEOGRÁFICAS DEL TIEMPO O EL ARTE DE LO INVISIBLE Y LO INESPERADO

 


Leer. Pintar. Buscar. Bucear en las entrañas de la vida y viajar entre las coordenadas geográficas del tiempo. Allí, donde el arte de lo invisible y lo inesperado toma cuerpo, palabra, obra y acción. Allí, donde disfrutar del feliz descubrimiento es una invocación a una nueva vida. Allí, allí, allí… donde anida la materia infinita rodeada de fantasmas. Así se podría definir al arte y a sus múltiples manifestaciones que van a caballo, delante o detrás, de las manecillas del tiempo. El tiempo… espacio geográfico en el que indagar, y a partir de ahí, celebrar, aprender, enamorarse o rehuir de lo hallado. El tiempo… ese lugar donde se encuentran lo único y lo múltiple. El espacio en el que se produce el mayor de los milagros: adivinar lo que se esconde detrás de lo que es puro reflejo o ensoñación, porque es la materia intangible que nadie ve más que uno mismo—. El tiempo… o la capacidad de llegar a reaccionar a tiempo ante lo inesperado y de ese modo reclutarlo hacia nuestro propio bien. De esa incertidumbre nace la tierra infinita que crece a nuestro alrededor. La tierra que se abona con la lujuria de los otros. Aquellos que escriben, pintan, o se manifiestan sin otra intención que la de ser, buscar o encontrarse. Aquí no hablamos del éxito a gran escala, sino del silencio con el que reparamos nuestras heridas y seguimos soñando con alcanzar lo inabarcable: el tiempo. El tiempo y sus coordenadas geográficas se manifiestan en este libro a medio camino entre el ensayo, la auto-ficción o la novela de investigación, como un todo externo al mundo regido por las normas más convencionales. Las desapariciones es la magia que se esconde tras los espectros de un mundo al margen. Un mundo, donde las sombras, los espejos y las tinieblas son los auténticos protagonistas de un universo único por distinto, mágico por envolvente, y aterrador por el desasosiego en el que se sustenta. Gracias a Hilario J. Rodríguez, y su capacidad de abstracción, nos aproximamos a un espacio donde el tiempo es una grieta de sí mismo. Una grieta que nos lleva de acá para allá y difumina nuestras buenas intenciones para obligarnos a explorar nuevos territorios sin brújula y sin ocaso. Las desapariciones es un viaje atemporal por el mundo del arte y sus múltiples manifestaciones. Un mundo no apto para afligidos y temerosos, porque se trata de un viaje para espeleólogos de las palabras y las imágenes, pues unas y otras se complementan y se yuxtaponen a través de las páginas de esta ficción de la nada y el todo. De este relato de asesinos que se matan a sí mismos y de pintores que nadie conoce. De escritores del espacio en blanco que se magnifican mediante su anónima obra y presencia. El cine, la meta literatura, el proceso creativo y la sinergia de aquel que intenta salvar o confrontar su propia memoria con el paso del tiempo, abren un camino distinto. Un camino protagonizado por las sombras de los que pasan sin pena ni gloria; unos sin nombre a los que Hilario J. Rodríguez saca del anonimato y va dando protagonismo en los diferentes capítulos que componen este libro. Personajes que, de una forma mágica, se unen los unos a los otros sin una auténtica razón temporal o biográfica que los sustenten más allá de la pericia de su autor, que los une y los teje con unos hilos mágicos; hilos infalibles. A través de esos hilos mágicos e invisibles vamos descubriendo mundos y experiencias que no conocíamos, o que simplemente, habíamos desechado a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, de esos detritus temporales y afectivos nace un libro único, atemporal y portentoso. Un libro que no te deja indiferente. 

El escritor y crítico de cine, Hilario J. Rodríguez, ha creado en Las desapariciones una película en seis actos que, en principio, nada tienen que ver los unos con los otros, y sin embargo, se van dan la mano gracias a las coordenadas de un tiempo que no es tal, sino que más bien responde a una necesidad de atrapar aquello que ya no fue, y que en manos del escritor gallego, vuelven a ser gracias a su gran capacidad de un explorador de sombras. 

Una mención especial merece la edición de esta novela y suponemos que del resto del catálogo de Newcastle Ediciones donde el amor a los libros de su editor, Javier Castro Flórez, queda patente en la calidad del papel, su tacto, su tipografía, su interlineado y el cuidado estudio fotográfico que acompañan a este libro lo hacen distinto en forma y materia, además de en contenido. Su formato de mano extendida te permite leerlo en cualquier lugar o situación… En definitiva, estamos ante un nuevo mundo editorial y literario en el que, las coordenadas geográficas del tiempo o el arte de lo invisible y lo inesperado, se convierten en infinitas, como infinitas son las sombras que nos habitan. 

Ángel Silvelo Gabriel

miércoles, 26 de octubre de 2022

MANUEL MOYA, DIENTES DE PERRO: PALABRAS QUE DEAMBULAN ENTRE EL ASOMBRO Y LA ZOZOBRA

 



La vida, en ocasiones, se nos presenta como un fogonazo que nos deslumbra o nos destruye. Ambas, sensaciones que nos marcan y nos delatan ante los demás y descubren esa parte de nosotros mismos a la que nunca nos atrevemos a mirar. Manuel Moya lo sabe, porque en Dientes de perro nos retrata la vida con palabras que deambulan entre el asombro y la zozobra. Una elección que no es baladí si pensamos que las dos forman parte de las características que todo microrrelato debe poseer. Unos textos mínimos, los que nos propone Moya, que no se pueden permitir la opción de fingir o engañar, porque su mensaje es otro: una misiva que se asemeja a la flecha que va de forma certera en busca del corazón, como muy bien nos apunta al inicio del libro en su, Curso de lectura de Microrrelatos, con el que abre la espita de esta nueva muestra de su capacidad creativa que va a medio camino entre el prólogo y la metaliteratura más poética. Una definición de su imaginación que nos sirve de santo y seña de lo que más adelante nos encontraremos como lectores. Pruebas de su fina forma de mirar el mundo y la vida. Un mundo y una vida en la que todo tiene su porqué o su espacio, pues sus textos se mueven entre la capacidad poética intrínseca al amor, el más depurado cinismo, o la  más aplastante denuncia. 

Si hay una particularidad que destaca en cada una las ciento quince piezas que componen Dientes de perro es el uso de la brevedad a la hora de resaltar el margen de la realidad que nos condena al absurdo. Una técnica que el escritor onubense emplea para hacer crítica social: Sísifo o Ceguera; o existencial: Postal desde Atenas. Propuestas que tampoco dejan de lado tanto las referencias bíblicas como las que están más pegadas al día a día y al recorrido por los recuerdos: La maleta roja. Lo que no impide al autor proponernos algunos microrrelatos que son meras anécdotas o apuntes sin la menor intención de hacernos reflexionar, sino que más bien son el reflejo de razones estilísticas que van más allá de la brevedad para convertirse en textos disruptivos respecto al resto, lo que convierte al conjunto en un caleidoscopio de intenciones literarias distópicas, oníricas y multidisciplinares sin otra medida que la del propio desconcierto que toda pieza mínima como es el microrrelato debe asumir como propia. 

Más allá del puro estilismo literario, en Dientes de perro también existe el juego. Aquel que Manuel Moya nos propone cuando nos presenta la misma historia con el mismo título o con una denominación  y final diferente, logrando con ello un efecto vaivén que nos habla de la capacidad rupturista de la literatura y de su fragilidad estilística y temporal, dependiendo del momento y el lugar en el que el escritor aborde un mismo tema. Algo parecido ocurre en sus microrrelatos-postales, microrrelatos-cuentos infantiles... distribuidos a lo largo del libro; un tipo de viaje en forma de sinopsis espacio-temporal que le sirve a Moya, para entre otras cosas, realizar un enmarque geográfico a sus historias y recuerdos: Nápoles, Atenas, Medellín, La Habana, Pulgarcito, Caperucita… Pero sin duda, la genialidad de estas historias mínimas se esconden en sus micros poéticos, donde todo se sugiere y resplandece en apenas unas pocas palabras, como por ejemplo sucede en El mar: «Entonces ella se tumbó conmigo y me regaló el mar»; una magnífico ejercicio estilístico del poder que ejercen sobre nuestra imaginación los microrrelatos bien concebidos y expresados. Como, del mismo modo, dejan patente las huellas de identidad de todo texto mínimo aquellos que se definen por su final sorpresivo. Un recurso efectista que tiene Andenes, donde Moya encaja a la perfección en el texto esta característica que forma parte del famoso decálogo de los microrrelatos. 

En definitiva, Manuel Moya nos vuelve a sorprender por su capacidad creativa e imaginativa con las que nos muestra la vida tal y como es, o tal y como la vemos, o tal y como la interpretamos o la reinterpretamos, porque sus Dientes de perro, que estallan ante nuestros ojos como pequeños artefactos al ser leídos, están llenos de palabras que deambulan entre  el asombro y la zozobra. 

Ángel Silvelo Gabriel

lunes, 10 de octubre de 2022

SECOND, LOS CUATRO DE MURCIA, ANUNCIAN SU SEPARACIÓN TRAS 25 AÑOS DE CARRERA MUSICAL: MIS RECUERDOS JUNTO A LA BANDA

 


Tras 25 años de carrera musical, el grupo murciano Second anuncia por sorpresa su separación. Un epílogo al que, eso sí, van a proporcionar un broche de oro en forma de gira y grabación en directo de su concierto en el Teatro Price de Madrid, el próximo 28 de enero de 2023. Atrás queda su triunfo en el Concurso Internacional de Bandas GBOB en Londres, lo que les permitió hacer una gira por el Reino Unido y grabar su disco Pose (2003); un disco con canciones en inglés que desprendían la bruma de grandes bandas inglesas como The Cure. Atrás también queda aquella tarde de verano en la que en una vuelta de vacaciones un servidor, al que José Ángel Frutos en su momento definió como «el “reseñista” oficial de la banda», escuchó por primera vez su gran hit, Rincón Exquisito. Pocos meses después tuve la fortuna —y sin apenas experiencia— de entrevistar al frontman de Second en las escaleras que llevan a los camerinos de la Sala El Sol de Madrid cuando vinieron a presentar a la capital su cuarto disco Fracciones de un segundo. En aquel improvisado lugar repasamos gustos musicales y literarios, así como los problemas que nunca entendí de distribución de sus discos y, por ende, de un mayor margen de popularidad que, sin duda, siempre han merecido. Second son y serán el claro ejemplo de que la calidad y las intenciones intrínsecas a una carrera artística no siempre van acompañadas del reconocimiento que se merecen, por mucho que el grupo haya crecido una barbaridad en los últimos años. En este sentido, uno siempre se quedará con la letra de su canción El eterno aspirante, donde música y letra son el mejor ejemplo de lo que debe ser una gran canción pop. Un tema que, por cierto, solo han tocado en directo y no han incluido en ninguno de sus discos, y que por ahora desconocemos si incluirán en el setlist de su gira de despedida. Second es ese rara avis que logras hacer tuyo como si fuese algo que llevas dentro sin haberte dado cuenta de ello hasta que por arte de magia sale a la luz y ya no puedes desprenderte de él. Sus canciones son parte de la senda a través de la que te vas abriendo camino en tu día a día sin llegar a pensar nunca, que un día tendrán un final. 

Atrás han quedado también sus actuaciones en la Sala Joy Eslava de Madrid, donde sus más fieles seguidores se hacían eco a nuestra llegada a los conciertos a la voz de: «ahí vienen los del Qué!», en referencia al periódico del grupo Vocento en el que más tarde se publicaría la reseña del concierto. Como atrás quedan también las entrevistas realizadas al grupo y las pequeñas confidencias que uno tuvo con José Ángel Frutos antes de que dieran el salto definitivo al escalón de los grandes grupos indies españoles (y uno apartar la música para darle todo su espacio a la literatura), una categoría desde la que han dictado magisterio para muchos de los grupos que vinieron después y de la que están dejando muestras en todas y cada una de las notas de despedida y agradecimiento que están dejando y llenando las redes sociales en estos momentos. Conciertos, en los que también fuimos testigos y cómplices del inicio de la carrera musical de Maryan Frutos y su grupo Kuve (una de las mejores voces femeninas del panorama pop español, como ya dije en su momento). A lo que debo añadir que de casta le viene al galgo, porque siempre he dicho que José Ángel Frutos, ahora Sean, ha sido, es, y será, una de las mejores voces del indie español (si no la mejor) y un frontman de primera línea sobre el escenario. Oficio, experiencia y virtudes que comparte junto a Jorge Guirao, Fran Guirao, Nando Robles, y hasta que estuvo con ellos, Javi Vox. 

Second es una de esas experiencias vitales que tienes la suerte de compartir y vivir a lo largo de tu vida, pues sus canciones tienen esa extraña virtud de la consistencia que acompaña a nuestros sueños año tras año. De ahí parten su gran legión de seguidores: vitales, enérgicos y, como no, soñadores, pues de la carrera musical de, Los Cinco de Murcia —ahora Cuatro—, se pueden extraer muchas cualidades, como por ejemplo, es su perfecta puesta en escena donde su sonido ha crecido y crece sin parar, pero también, les asiste esa esperanza que se ponen en las cosas que uno más quiere, pues uno de los aciertos de su carrera es que han sido capaces de hacer familia; una gran familia que les acompaña a lo largo de sus conciertos temporada tras temporada, y acompañará mucho tiempo después. En estos momentos, aún recuerdo un concierto que dieron las fiestas de un pueblo cercano a Madrid donde no había mucha gente, en el que la calidad del sonido de aquella tarde-noche será imposible de olvidar: relajados, contentos, cercanos y dispuestos a darlo todo. Es una pena que de ese gran concierto apenas quedarán notarios para transmitirlo, lo que sin embargo no fue óbice para que ellos demostraran una vez más su profesionalidad. Retos y contra-retos incluidos, Second, han sido y serán, dueños y señores de ese sonido envolvente, de clara influencia anglosajona que deviene en un sonido pop que siempre nos va a saber a gloria por la plenitud de reflejos con los que nos iluminan. Caras de felicidad que ahora, de momento, han devenido en tristes por su inesperada despedida. 

Tras su despedida nos quedarán sus canciones. Ese eco que de vez en cuando nos llegará desde nuestra cada día más maltrecha memoria y que, sin embargo, nos reconciliará con el tiempo y la vida. Con lo que una vez fuimos y ahora somos. Con esa partitura mil veces repetida y que nadie conoce porque solo nos pertenece a nosotros y al mundo que nos hemos creado en torno a Los Cuatro de Murcia cuando escuchamos sus canciones o vemos sus vídeos. Tras su despedida también nos quedará recuperar los buenos momentos vividos y las personas con las que los hemos compartido. Una lucha de gigantes contra el tiempo, sí, pero una lucha en la que siempre vencerán nuestros corazones; un lugar en el que siempre habrá un hueco para Second, que nunca fueron los segundos, sino que, siempre fueron y serán, los primeros.  

Ángel Silvelo Gabriel (El que fuera reseñista “oficioso, que no oficial, de Second).