El juego de claroscuros que nos propone Mike Newell en esta nueva adaptación de la obra de Charles Dickens, se queda atascado en el relato que nos trata de narrar esta historia de amor trágico entre un joven de clase baja y una dama de procedencia enigmática. Concebida como una película meramente comercial, más que adentrarse en el interior de las tinieblas humanas de los personajes de Dickens, el film apuesta por un relato plano de una historia que a su favor tiene que se deja ver sin más pretensiones, pero que no te deja ningún poso dentro. El destino, eternamente presente durante toda la película, apenas es capaz de romper esa plana linealidad que dura toda la película, si exceptuamos los momentos que se nos muestra una magnífica fotografía de unos exteriores de los alrededores de la casa de campo, que hipnotizan a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. Ese es el mayor debe del film, pues es en esa plácida luminosidad donde se desarrollan los buenos sentimientos del protagonista y por ende de la historia, que se contrarrestan con el poco convincente juego gótico en el que aparece una embelesada Helena Bonham Carter, condena a repetir una y otra vez el mismo personaje; ese falso y oscuro goticismo se traslada a la inmundicia negra de un Londres de mediados del siglo XIX, que todavía hoy no ha sabido despegarse de su clásica estructura medieval, y que en la película aparece retratado con una simpar singularidad.
Estas Grandes esperanzas de Mike Newell se encamina tras las huellas de Dickens sin conseguirlo, pues el tormento trágico de los personajes del escritor inglés, tan característico en sus novelas, no acaba de adentrarse en el corazón de la enésima versión de su famosa novela, que no viene a aportar nada nuevo a lo ya visto y leído. Quizá, sin la necesidad de postergar una historia de pinceladas trágicas como ésta y reducirla al minúsculo escenario de un teatro, como Joe Wrigth hace con la Anna Karenina de Tolstói, sí merecía un tratamiento más ambicioso en el plano interpretativo de los personajes, donde quizá el más acertado sea un Ralph Fiennes correcto en su papel de benefactor anónimo, y al que podríamos añadir el esfuerzo del joven Pip (Jeremy Irvine) por sostener esta historia en la que sólo encuentra enfrente la frialdad en la mirada de una Estella (Holliday Granger) que nos recuerda mucho, quizá demasiado, a Julianne Moore de joven.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.