El viaje al universo onírico de los recuerdos que nos propone Federico Fellini en su magistral película Amarcord es arrollador. A veces cercano al surrealismo de Buñuel y siempre próximo al reparto coral de Berlanga, este cineasta universal se deja llevar por la voluptuosidad de los sentidos y deja un marcado acento mediterráneo en toda su obra.
Amarcord carece tanto de una estructura lineal en el guión como de una concepción formal en la trama, pero contiene todos los extraños ingredientes de una obra maestra con mayúsculas en la infinita sucesión de imágenes que atesora, donde muchas de ellas, se encuentran cargadas de un lirismo ensoñador, ya sea éste empleado para mostrarnos las alegrías o las penas de unos personajes que se limitan a ejercer el difícil oficio de vivir en la Italia fascista de la década de los treinta.
La llegada de la primavera, sirve de inicio a esta aventura cíclica del pueblo costero de Borgo (alter égo del Rímini natal de Fellini) y dejándose llevar por mis recuerdos (traducción literal de la palabra Amarcord) el gran cineasta italiano nos vamos sumergiendo en una trama de ilusiones y tristezas, de anhelos adolescentes y de deseos tardíos e imposibles. Todo ello, recreado en una atmósfera cercana y para nada sensiblera, que refleja de una manera muy poética la realidad de todo un pueblo. Lo que dice mucho del gran guión escrito por Fellini y Tonino Guerra.
Personajes entrañables como el abogado, con el que Fellini rompe las estructuras clásicas del cine, pues le dota de la facultad de dirigirse directamente al espectador, y que de paso nos sirve de guía para documentarnos sobre la villa y las personas donde se sucede la trama; o ese motorista (¿el tiempo?) que raudo y veloz atraviesa la pantalla sin dejarse atrapar, configuran un reparto coral de actores entre los que cabe destacer a Titta Biondi (Bruno Zanin) y su familia, o a la Gradisca (Magali Noel) .
Pero de entre todas las escenas de esta genial película, cabe la pena destacar la inicial de la hoguera, donde de una forma tan sencilla como eficaz, Fellini nos presenta al grueso de su reparto; o esa otra sucesión de imágenes de los profesores de la escuela del pueblo, a cual más raro y extravagante, como queriéndonos decir que la cultura fuese cosa de pirados. Del mismo modo, que la influencia de surrealismo se deja sentir en la escena donde los barcos están esperando no se sabe qué, hasta que un majestuoso e impresionante transatlántico aparece iluminado entre la oscuridad de la noche, como si se tratase de un reflejo de las vidas que los habitantes no pueden tener; o la extraordinaria escena donde el abuelo sale a la calle en un día de densa niebla (¿al encuentro de la muerte?).
Las constantes alusiones a la sexualidad del universo felliniano, están muy presentes en Amarcord, baste si no citar la celebérrima escena de la estanquera con Titta, donde ésta le dice que no sople sino que le chupe sus pechos, sólo igualable en su filmografía, por la del beso no beso de La Dolce Vita entra la Ekberg y Mastroianni en plena Fontana de Trevi.
Un capítulo aparte, se merece la inigualable y caleidoscópica banda sonora de Nino Rota, con un tema central que recuerda en algunos acordes al de Doctor Zivago, cuando Lara va en busca de su amado a través de una petrificada meseta rusa. En este sentido, el acordeón o los violines de Rota, nos trasladan a ese mundo de fantasía que es Amarcord, y tiene la genial facultad de envolvernos su melodía en el imaginario colectivo, para que nunca más se nos vuelva a desprender de él hasta el final de nuestros días.
Voluptuosidad, grandeza, lirismo, decadencia, y sobre todo genialidad, rodean a esta obra maestra del cine contemporáneo.