
Lo primero que sorprende al vistante antes de entrar en la exposición sobre Turner y los Maestros, es el gran acierto de Moneo a la hora de disponer el hall de entrada, que recuerda sin mucho esfuerzo al del Louvre de París (pero sin pirámide), y que sirve de punto de encuentro y distribución de la gran pinacoteca madrileña. Por no hablar de la magnífica actuación llevada a cabo en claustro de los Jerónimos como muestra de lo que es una perfecta y equilibrada elección por las formas sencillas y los colores, y que sirven de magnífico colofón a la exposición que ahora nos ocupa.


Turner y los Maestros se compone de 80 obras, entre las que hay que destacar pinturas de Rubens, Rembrandt, Claudio de Lorena, Watteau, Canaletto o Constable. Dentro de las 80 pinturas, hay 42 de Turner, de las que sobresalen del resto por ser consideradas obras maestras en palabras del comisario de la exposición Javier Barón, El declive del Imperio cartaginés, La tormenta de nieve, Aníbal y su ejército atravesando Los Alpes o las relacionadas con el Diluvio: Sombras y oscuridad y Luz y Color: la mañana después del Diluvio y Paz-Sepelio en el mar, que sirve de cartel a tan magna exposición.
Turner y los Maestros es una singular ocasión de apreciar la carrera de un gran artista, forjada en la constante comparación con los grandes clásicos que despertaron su interés como forma de aprender un oficio y acortar la distancia con la eternidad en el mundo del arte, donde de paso, se pueden establecer lazos más estrechos con el lado más paisajístico y renacentista de este maestro del color y la evanescencia.
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