jueves, 7 de diciembre de 2023

TEATRO LARA, ELIZABETH SIDDALL: UN SUEÑO DE AMOR

 


Las relaciones entre artista y musa siempre han dado mucho que hablar, pero si nos atenemos sólo a esta premisa no habremos entendido la sentida actuación de María Giménez de Cala en el papel de Elizabeth Siddall, la mujer que aparece sumergida en el famoso cuadro prerrafaelista de Millais, Ophelia, y que dijo: «El amor de una mujer nunca es breve». Giménez de Cala va mucho más allá a la hora de crear un personaje más completo y complejo, porque da luz a la faceta artística de una Siddall pintora, escritora y creadora, pues su mundo es un universo cuyo objetivo es el de ser otra por más que sea consciente de que será recordada por ese cuadro. En este sentido, en la obra de teatro, los límites del amor se ven superados por la búsqueda de un yo que trascienda al tiempo y que deje huella de la forma de sentir de una mujer en una época diametralmente opuesta a la actual, donde las mujeres tenían un papel secundario en la sociedad. Esa lucha por manifestar la propia libertad se ve envuelta en una puesta en escena sencilla e impactante, y que nos recuerda la importancia del simbolismo y la metáfora a la hora de crear mundos propios y espacios únicos, porque único es el eslabón de la cadena al que Elizabeth trata de vencer y al que María (su caracterización con su pelo rojizo, y su desnudez apenas cubierta con una faja, tienen un marcado carácter gótico) da voz y materialidad a través de su cuerpo y sus gestos. A lo que sin duda habría que unir la música de violín o clavicordio que se desprende sobre la escena como una nube (y que con un esmero exquisito nos trae Bruno Axel), y con el que consigue darle a la atmósfera (teñida con la niebla londinense), un tinte sonoro y visual que el romanticismo inglés exploró con anterioridad. Todas ellas, son las claves de un destino que se precipita sobre nuestros sentidos de una forma épica y trascendente, como épica y trascendente es la actuación de una María Giménez de Cala impactante, sensible y entregada en el personaje que interpreta. Una forma de sentir que nos acerca, sin duda, a esa Lizzie a la que ella tanto admira. 

La obra, Elizabeth Siddall, es un altar de manifestación y sentimiento. De reivindicación y lucha. De amor y muerte en la que su figura, a través de la actriz que la interpreta, quiere llegar a estar en ese otro lado: el soñado. Esta obra, en poco más de sesenta minutos, recorre ese atlas vital y sentimental de un personaje que se adelantó a su tiempo, y por tanto, vivió a contracorriente del mundo y las personas que le rodeaban. Ese tránsito que se desarrolla de la vitalidad a la decadencia. De la vida a la muerte, y que termina del amor al vacío, es un paraje plagado de guiños y homenajes a una mujer que nos dice en boca de María: «Yo he elegido la intemperie y la vida incierta… [en soledad]… [a encontrar palabras que se abran como rosas]». Rosas que se alzan como altares post-románticos y que simbolizan una nueva época de búsqueda. De intemperie. De soledad que se engendra por la necesidad de ser una misma. De lucha y activismo. De sobreponerse a esa bañera de agua fría en la que ella se sumergió durante horas y horas para que Millais la inmortalizara sin ser éste consciente de la tortura a la que la sometía, lo que le provocó un quebranto en su salud que la marcaría el resto de su vida. Quizá, por eso, Siddall se planteara qué habría sido de su vida si hubiese continuado trabajando en la sombrerería de la que salió. O si hubiese tenido marido e hijos. Y si hubiese tenido que luchar por hallar su habitación propia. En este sentido, Elizabeth Siddall es una heroína más que, desde las hermanas Brönte nos llevarán hasta Virginia Wolf, y a tantas otras mujeres que dieron su vida por ser ellas mismas en un mundo plagado de páramos en las que no se las tenía en cuenta. De ahí, sin duda, la necesidad del láudano (el opio del s. XIX) de Elizabeth. Láudano que fue el combustible que la permitió seguir adelante hasta que todo acabó. Pronto. Muy pronto. Cuando tan sólo tenía treinta  dos años. Sumida en un sueño de amor.   

«La lujuria de los ojos. The Lust of the Eyes, Elizabeth Siddal (1829-1862) 

No rezo por el alma de mi Dama,

aunque antaño haya adorado su sonrisa;

Su destino final no me atormenta,

ni cuándo su belleza perderá su encanto.

 

Sólo me siento a los pies de mi Dama,

mirando fijo sus ojos salvajes,

sonriendo al pensar cómo mi amor huirá

cuando su radiante belleza muera.

 

No me atribulan las plegarias de mi Dama,

pues sordo yace nuestro Padre en el cielo.

Mi corazón late con alegre melodía

al sentir que su amor me ha sido otorgado.

 

Entonces, quién cerrará los ojos de mi Dama?

Quién doblará sus frágiles manos?

Alguien la asistirá cuando sus ojos lluevan,

mientras, silenciosa, camine hacia las Tierras Desconocidas?»

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

BRET EASTON ELLIS, LOS DESTROZOS: EL FRACASO DE LA GRAN NOVELA AMERICANA

 


¿Por qué nos miente el tiempo? ¿Por qué nos engañamos cuando queremos atrapar el pasado cuarenta años después masificándolo de detalles que nunca existieron? ¿Por qué no somos capaces de mirarnos al espejo y decir: basta? Simular una vida perdida en un pasado lejano y reconvertirla en algo que seguro nunca existió, adornándolo como si fuese un árbol de Navidad cuyas luces no lucen ni brillan, es una gran falacia. En este sentido, la última novela de Bret Easton Ellis, Los destrozos, representa el fracaso de la gran novela americana. Una falsa obra maestra de uno de los escritores llamados a seguir la estela de Hemingway, Fitzgerald o Thomas Wolfe, pero que sin embargo, naufraga una vez más sin apenas salir del puerto del que quiere partir. La última novela de Ellis es insulsa. Aburrida. Inexplicablemente extensa. Y repetitiva, como si su autor no supiera salir de su jaula de oro y se comportarse como hámster que no para de dar vueltas a una rueda que sólo tiene la posibilidad de la repetición. Porque de nuevo, en esta novela, asistimos al mundo desenfadado y plomizo de unos jóvenes americanos atrapados en las drogas, la música, las fiestas y la cocaína, pero esta vez sin pulso narrativo ni trama que los sostenga. Baste decir que la novela no empieza a narrarnos la verdadera historia de lo que Ellis nos quiere contar hasta más allá de la página trescientas. En este caso, el autor de Menos que cero hubiese necesitado, igual que Thomas Wolfe en su momento, un editor como Maxwell Perkins para dejar esta historia en no más de doscientas páginas de un nihilismo adolescente sin pasión y acartonado, como los falsos escenarios de Hollywood. Esta desidia compositiva no es nueva, pues ya está presente en su novela Suites imperiales, donde una vez más su protagonista (álter ego de Ellis) regresa a Los Ángeles y establece su repetitiva paranoia acerca de la persecución y la muerte como símbolos que marchan pegados a su espíritu. Un espíritu sin alma. 

Los destrozos es un sinfín de imágenes que se aproximan más a su paso como guionista de cine por Hollywood, que a una novela de autoficción como la denomina él, aunque al final de la misma se nos recuerde que cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. Ellis, en este sentido, podría haber aprovechado su paso por la Meca del cine (sí lo ha hecho respecto a sus diálogos y escenas de acción) para emular a un Fitzgerald acabado que, sin embargo, en su paso por Hollywood fue capaz de escribir una fabulosa colección de relatos titulada Crack-up, donde explota el lirismo del fracaso de una forma brillante, o escribir (aunque la dejara inconclusa) esa pieza maestra que es El último magnate. Algo que un escritor de su época como Jay McInerney también ha hecho y que no le ha impedido seguir construyendo una obra literaria que sí se mantiene en el tiempo, y que además, explora las pasiones y fracasos de su generación y de su país, pues sólo hace falta leer su acertada La buena vida (en la que aborda los atentados del 11-S en Nueva York) para darnos cuenta del pulso narrativo que aún posee. Por todo ello, cabe preguntarse qué podríamos esperar de ese egocentrismo vital y físico al que nos tiene acostumbrados Ellis en sus últimas novelas, de las que sólo se salva ese pulso narrativo marca de la casa, donde el ritmo endiablado de secuencias musicales y descriptivas te llevan a lo largo de la historia sin apenas darte cuenta, pero que en Los destrozos desgraciadamente ocurre muy pocas veces, pues la intención de la misma es una aburrida reivindicación de una época ya explorada hasta la saciedad y sobre la que Ellis no aporta nada nuevo, porque se pierde en aburridas descripciones sin interés y muy repetitivas. 

En definitiva, Los destrozos es una triste reminiscencia de Menos que Cero y American Psycho, los dos latigazos narrativos que encumbraron a Ellis como la gran esperanza de la novela americana, y que sin embargo, en esta novela vira en sentido contrario, para hacer de él y de su figura como escritor, el mejor ejemplo del fracaso de la Gran novela americana. 

Ángel Silvelo Gabriel.

viernes, 1 de diciembre de 2023

FERNANDO PESSOA, Y LOS DIOSES PERDIDOS, EN EL 88 ANIVERSARIO DE SU MUERTE: LA VERDAD QUE REPOSA MÁS ALLÁ DE LO OBVIO


 

Luis, el protagonista de Los dioses perdidos se encuentra atrapado por un pasado que nunca imaginó que existiera en su familia. De ahí, que busque un futuro sin recuerdos y sin la perversa necesidad de mirar atrás, porque como decía Saramago al modo de un innato explorador: la tierra espera. Lo que él no sabe, y tardará en descubrirlo, es que la verdad, aquella que él ansía encontrar, reposa más allá de lo obvio. Decía Pessoa que la vida es un «teatro de máscaras» cuyos «moldes de realidad» conforman «el álgebra del misterio». Un misterio en el que se embarcará nuestro protagonista para desentrañar el oscuro devenir de la existencia de su abuelo de la mano del poeta portugués Fernando Pessoa y de la inmensidad de su vida interior y de su obra. Llegar al alma de Pessoa es complicado, porque su universo es un conjunto de sombras y fantasmas que no dejan huellas en el camino. Luis enseguida se da cuenta de ello y sabe que tiene que adivinarle más allá de la línea de lo obvio, entre las luces y las sombras de sus paradojas, a lo largo y ancho de las múltiples voces de sus heterónimos y en la reinterpretación de los ismos que inventó y con los que situó a Portugal en el mapa europeo de la cultura. No es extraño entonces que esta novela sea un collage espontáneo de palabras y frases, dudas y sentencias, donde Pessoa emerge en la vida de Luis sin necesidad de pensarlo, como si todo a su alrededor fuese un mundo conformado de marionetas en las manos del tiempo. «Una geometría del abismo», así lo definió él. «Mi destino pertenece a otra Ley […] y está cada vez más supeditado a la obediencia a Maestros que no condescienden ni perdonan.» Esos Maestros en este caso son los que conforman los dioses perdidos que dan título a esta novela; una metáfora con la que se escenifica la posibilidad de conjugar la palabra DIGNIDAD como el hallazgo vital que nos permita seguir adelante. 

Ahora que la sociedad ha renunciado al poder de las palabras, Los dioses perdidos nos permite revisar ese proceso destructivo que supone el final de una época. La historia que se nos narra en la novela trata de ser el reflejo de un tiempo que no para de dar vueltas dentro de nuestra cabeza, y que nos posibilita volver a tener esperanza en aquello que de verdad importa. En este sentido, la metaliteratura es el cauce elegido por el autor para mostrarnos que, aunque sea imposible, merece la pena intentar atrapar la luz con tan sólo cerrar nuestra mano. Un deseo imposible, como en muchas ocasiones es imposible el amor o la renuncia a la tiranía del móvil y las redes sociales. Ese último resquicio, a través del que avistamos la esperanza, en la novela se transforma en un espacio donde se concitan pensamientos, ocurrencias, paradojas, poemas y un falso diario con el que nos vamos tropezando acompañados por Pessoa y la sensibilidad extrema de aquel que nació adelantado a su tiempo y se sintió extraño en su entorno y dentro de sí mismo. Por todo ello, Los dioses perdidos se manifiesta como un falso diario que, en muchas ocasiones, utiliza palabras tales como: alma, esencia, vida, sombra, fantasma, reflejo, espejo…, pero en el que también están presentes el amor y Lisboa; una encrucijada, contradictoria e imprescindible a la vez, en la que gracias a Pessoa podemos divisar la línea del horizonte y pensar que otra vida es posible. 

Ángel Silvelo Gabriel

martes, 21 de noviembre de 2023

DAVID FINCHER, THE KILLER: EL CAZADOR CAZADO

 


Como una bala que te perfora el cerebro. Así se nos presenta el asesino de este film en un plano secuencia deudor de La ventana indiscreta, aunque lo haga en un sentido inverso al que James Stewart experimentaba en este clásico del cine. El cazador cazado podría ser un buen símil final en el que situar al meticuloso Michael Fassbender en uno de los mejores inicios de una película en los últimos años, por lo que tiene de certero, especulador, sistemático y narcisista. El juego y contraste de luces, sonidos y escenografía contribuyen a ello, y a que este cómic, sonoro y en movimiento, atraiga la atención de un espectador que deambula de uno a otro lado de la esfera fílmica que se le proyecta sin tiempo para pensar, entre otras cosas por la voz en off del protagonista; una especie de conciencia que nos habla de él y de nosotros. Ese imprevisto imán se prolonga a lo largo del primer capítulo (de los seis que consta la película), en un París quieto y adormilado que, sin embargo, poco a poco se va desperezando bajo la mezcla de planos frontales e imágenes en picado que nos muestran una ciudad que bosteza bajo la timidez de un sol que en un instante se hace dueño de la escena. Imágenes que contrastan con el magnífico montaje de la motocicleta en su recorrido por las calles de una ciudad que sale de su letargo tras las sirenas de los coches de policía que la recorren. Sin duda, una de las muestras más inteligentes de esta película es el montaje que se nos ofrece sobre la acción y la narración interior del protagonista, al que acompaña una magnífica banda sonora del grupo británico The Smiths; un ritmo sonoro que ayuda, y mucho, a ese hipnotismo de planes secuencia e imágenes que se nos agolpan en el cerebro sin poder hacer nada para detenerlo. 

The Killer no es una película moralista sobre el bien y el mal, o la frialdad y perfeccionismo que Fassbender muestra ante la muerte que dispensa, sino que su comportamiento se acerca más al nihilismo que Meursault, el personaje de la novela El extranjero de Albert Camus, expresaba ante el óbito de su propia madre. Una distancia vital y existencial que le permite a la película centrarse en la acción y el deleite de imágenes y acciones cuyo único fin es el de la búsqueda del entretenimiento; un entretenimiento a medio camino entre el thriller y el humor negro. Nace así una narración de momentos, destellos y anécdotas que se desarrollan en la mente de un Fassbender atropellado por las consecuencias de un error que nunca debió cometer. La destrucción de esa perfección inmaculada, le hace afrontar sus siguientes retos desde la perspectiva de la redención; una deuda que le llevará del calor la frío, del día a la noche, y sobre todo, a poner a prueba su capacidad para combatir el aburrimiento. En una sociedad donde priman la prisa y el instante, Fincher nos invita a explorar la parte más peligrosa del ser humano: la de combatir los pensamientos más macabros cuando la mente está relajada y en modo piloto automático (visualizada en la película con el ritmo de las pulsaciones del reloj inteligente del protagonista). Esa posibilidad de creación a contrapelo es la que Fassbender emplea para ajustar sus acciones finales en una prolongada repetición de frases prefabricadas de antemano, y que él expresa a lo largo de los capítulos de los que se compone la película, y que configuran esa necesidad de rutina del ser humano a la hora de cumplir sus objetivos. Sean éstos los que sean. Ese distanciamiento del error no forzado es la muestra más próxima al hallazgo de un personaje que se mueve por su frialdad, a pesar de que al final sólo sea la viva imagen del cazador cazado. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 19 de noviembre de 2023

SECOND EN EL LIVE LAS VENTAS (18/11/2023): UN LARGO CONCIERTO DE DESPEDIDA

 


Qué razones hay para poner punto y final a la felicidad. A la vida que nos ha marcado el diapasón con el que hemos sido capaces de hacer vibrar a nuestro corazón. Ese movimiento invisible, entre acústico y errático, que nos lleva de vuelta una y otra vez a ese paraíso que, por ejemplo, el poeta romántico inglés John Keats encontró en la naturaleza desbordante de la isla de Wight, o que en su poema épico Endymion le hizo expresar: «Algo bello es un goce eterno». Esa naturaleza desbordante, esa épica, o esa belleza, es la que Second nos han regalado con sus canciones a lo largo de sus veinticinco años de carrera, pues han conseguido movernos ese diapasón interno y, tantas veces, incomprendido para los que nos rodean. Un viaje vital y sonoro que, de alguna manera, nos ha ayudado en la búsqueda de esa belleza interna que cada uno de nosotros necesitamos cuando iniciamos nuestro particular trayecto en pos de la felicidad. Una felicidad, que muchos de los presentes que llenaron la plaza de toros de Las Ventas, (llegando desde todas las ciudades de España) hicieron en compañía de las canciones de Los Cuatro de Murcia en un largo concierto de despedida que un dieciocho de noviembre del año dos mil veintitrés sólo tenía una meta: la búsqueda de esa felicidad perdida. 

Ayer, al modo de Ulises tras la batalla de Troya, todos los asistentes al concierto iniciaron su personal y onírico viaje de vuelta a casa enganchados a esa gran ola que les proporcionaron Second que, desde el inicio, se envolvieron con una bella galaxia de estrellas con la que les fueron mostrando el camino. Una odisea pletórica de ritmos y canciones con las que intentaron revestir su adiós de una forma lúdica que, sin embargo, también dejaba traslucir las múltiples batallas y heridas que ellos llevaban sobre sus espaldas. El grupo murciano se despidió de la capital como sólo lo hacen los grandes guerreros: explorando el sentido de la vida que esta ocasión en vez de espadas, arcos o flechas se hicieron acompañar de teclados, cuerdas de guitarras y vocales. Su magnífica forma de decirnos adiós. Un hasta siempre que hizo felices a los allí presentes canción tras canción, temas tras tema, muestra de cariño tras muestra de cariño (sólo hubo que fijarse en las veces que Sean Frutos se acercó a Jorge Guirao para hacer suyas todas las desbordantes sensaciones que se estaban librando en la pista donde nos encontrábamos los demás). Batallas sonoras. Guerras convertidas en melodías infinitas. Heridas visuales que derramaron la sangre de los dioses. Esos dioses perdidos de los que he hablado alguna vez y que, a través de Los Cuatro de Murcia, se convirtieron en la senda que nos dejarán sus canciones. En este sentido, la vida también no sólo se compone de un aguerrido presente, sino también, del pasado devorador con el que el transcurso del tiempo va conquistando nuestros corazones. Ese sentido inverso y vital es el que nos retrata como seres condenados al vacío de los recuerdos, por ser éstos innegociables. Únicos. Y profundamente desestabilizadores. De una parte de esos recuerdos, a partir de hoy, formarán parte Second. Espíritus libres que un día nos hicieron soñar con la felicidad. Un estigma con el que nos defendíamos de la soledad del día a día, y de ese vacío que en ciertas ocasiones nos deja sin palabras. Ellos han conseguido que sus canciones hayan sido el antídoto contra ese mundo, y también, contra nosotros mismos, porque el susurro de sus melodías se han colado en el balneario de nuestras desdichas. 

Lo vivido ayer en el nuevo espacio Live Las Ventas fue en toda regla un concierto de despedida. Una larga sinfonía de intensos bailes y ritmos que comenzaron de una forma muy emotiva cuando los asistentes mostraron miles de carteles con la frase: GRACIAS SECOND, y que tal y como luego nos confesó Sean Frutos, les emocionó tanto que a él le dejó sin fuerza al inicio de un 2502 que fue la puerta de salida de un vendaval sonoro que perfiló muy bien los veinticinco años de carrera del grupo. Un ritmo endiablado al que siguió un Mira a la gente que continuó con la fiesta programa para la felicidad que más tarde acabaría en un atronador silencio al final del concierto. Second quisieron darle un espacio a casi toda su discografía, y por eso hicieron a continuación Quién pensaba en eso y Psicopático, temas que seguían engarzando el ritmo más alto de sus directos, uno de los mejores de España, tanto por la amplitud sonora como por la magistral ejecución de Sean, Jorge, Fran y Nando, estrellas perennes de un cielo siempre luminoso y bello. Con Nivel inexperto, Sean aprovechó para saludar: «¡Hola, Madrid!, ¿qué tal estáis? Nos habéis jodido emocionándonos. A mí no me salía la voz —en clara referencia a la lluvia de carteles anterior—». Continuaron con La distancia no es velocidad por tiempo, uno de los mejores temas de su disco Montaña Rusa, para seguir con Invierno dulce, uno de sus típicos medio tiempos y que, quizá contra todo pronóstico, se convirtió en el primer largo y sonoro coro en forma de: «Oh, oh, oh, oh», que obligó al grupo a retomar la base de la canción al acabarla, y con ello, vislumbrar una gran sonrisa de felicidad en sus rostros cuando los fans corearon el nombre de Second durante varios minutos: «Sácame de las ventanas, no me dejes observando/ Sorpréndeme, no pares y llévame, fuera de una vez.» 

Tras ese paréntesis arrancaron con Flores imposibles, canción que abre , y título, de su último cd, donde la maestría compositiva del grupo ha alcanzado sus cotas más altas, para de nuevo dar marcha atrás en el tiempo cuando ejecutaron Nueva sensación, al ritmo de los guitarrazos de Jorge, y Horas de humo: «Extrañas voces, algunas veces no escuchaba nada más/ Y después deje el control», que fue la puerta de entrada a una bella y magistral Sonará en todas partes, una de sus grandes canciones, a la que prosiguió El contorno de tus miedos, una magnífica secuencia de su último disco que no nos hizo perder ni un segundo de nuestra atención pues su finalización llevó aparejada la ejecución de Muérdeme, con la banda y el público en una mágica sincronización de gestos y coros. Sin apenas tiempo para la recuperación, nos brindaron Teatro infinito, otro de los momentos increíbles de la noche: «Y le haremos el amor al infinito». Un amor que ayer se derramó a raudales sobre el albero enmoquetado de Las Ventas. Tras estos momentos inolvidable Sean nos anuncia que regresan a su disco Invisible antes de que comience a sonar Nada te dirige, la mejor de las excusas para continuar con NADA, uno de los buques insignia de la carrera musical de los murcianos, y que nuevamente fue muy coreada. Un vendaval sonoro que nos acercó hasta Primera vez, donde Sean cogió una guitarra española para acompañar en el delirio que se formó sobre el escenario a Jorge y Nando. 

El primer bis lo iniciaron con Más suerte, otro de sus temas fetiche, y que de nuevo los lanzó a favor de corriente ante un público entregado, lo que se constató con Rodamos y la fiesta colectiva que este tema desplegó. De nuevo abandonaron el escenario, pero enseguida volvieron para tocar Rincón exquisito, una canción con la que muchos descubrimos a este grupo y que consiguió que nunca nos despegáramos de él. A partir de ahí, los aplausos, las pancartas con el cartel de GRACIAS SECOND, y la entrega de recuerdos y regalos al grupo, se fueron sucediendo. Regalos entre los que quiero hacer referencia al que mi hermana, África, les dio en forma de libro con todas las crónicas que un servidor ha ido publicando bajo el título de Second, homenaje a sus 25 años de carrera, y que voy a guardar con mucho cariño. 

Second como fuente de música. De aquella música en la que muchos creemos todavía y que, lamentablemente, como dijo Sean al final no ha tenido el apoyo suficiente de la industria discográfica. A lo que habría que añadir: incomprensible olvido para una de las mejores bandas que este país ha dado, y a bien seguro, va a dar. El latido de los tiempos, y su sinsentido, nos hacen caminar por sendas oscuras, cada vez más oscuras. Sendas que nos tratan de llevar por lugares intrascendentes, simples y ramplones. Al menos, para los que ayer asistimos al concierto de Second, aún nos quedará ese sabor de los recuerdos que este largo concierto de despedida nos ha dejado. ¡HASTA SIEMPRE! 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 16 de noviembre de 2023

ÁNGEL ANTONIO HERRERA, LOS ESPEJOS NOCTURNOS: DESTELLOS DE CERTEZAS E INCERTIDUMBRES

 



¿Puede el alma humana apoderarse del mundo? ¿Ponderar la tragedia y asirse a la felicidad esquiva que se pierde con el sueño y la noche? Atrabiliarios dulcificados con el poder de los versos. Palabras que suman con la nostalgia de los que miran el tiempo del ayer desde el hoy que siempre desconcierta. No hay nada mejor que andar cerca del abismo. De ese cable que se dobla tras cada pisada, para afrontar de frente al tiempo ya vivido. A la realidad. A nuestra vida. Vida teñida de destellos de certezas e incertidumbres. Y, con todo ello, fundar el mundo. Descubrir el edén de los sueños donde nada es lo que parece. Atribuir al universo el don de la desdicha cual reflejo de espejos que juegan al despiste. Ahí es donde place y yace este particular “ser de lejanías” titulado Los espejos nocturnos, en el que Ángel Antonio Herrera ha reunido su obra poética. Un compendio de cierres y letanías: «Un día mejor, amé en el sur, tuve padre, dije paraíso». Poesía de ida y vuelta. Poesía que viaja de la madurez a la juventud. De la experiencia a la inocencia, porque ese es el camino que el autor ha querido darle a su obra. La del sentido inverso. La de aquella que recoge la seguridad que va camino de una inseguridad que no es tal. De la noche al día. Como decía Pessoa: «Vivir es ser otro», y aquí Herrera es un ejemplo de ello, pues al atravesar los confines de la vida real, para situarse en la dialéctica de la poesía, nos invita a la trastienda de los sentidos ocultos del arte, por estar éstos refugiados tras las apariencias más próximas al alma. Cuevas de profundidades sin explorar que el poeta nos muestra con el temple de imágenes cultas y contrapuestas. Imágenes originales que buscan el ritmo del poema desde su propia voz, muchas veces atormentada: «Aún no sé qué violín de aguas agrias nos envenena el consuelo», como son los versos que componen El piano del pirómano. Poemas barrocos, directos y con un punto salvaje. Furia de fieras, pumas y leopardos. Animales nocturnos que reivindican la noche sin tapujos ni miedos. Desencuentros en el éxtasis de la palabra: «Sé, y no sé, que respiro eternidad acaso en el último engaño de la alegría». 

Hay una constante vuelta al pasado en sus versos. A referenciar el olvido. A observar y meditar la vida desde el acecho de una muerte siempre presente. Águilas de tormento que sobreviven a los recuerdos de aquellos días donde la dicha era ser testigo de una sonrisa: «La belleza de la lluvia y la belleza del desmayo./ Las lunas que perdí por mírate […] El sueño sucesivo en el que aún despierta mi padre.», como nos recuerda el autor en el poema Clepsidra de su poemario Los motivos del salvaje. Dioses de ausencias. Epigramas de un silencio que se oculta tras la sombras. Yacimientos de ti y de mí. Poemas de regreso a la casa que uno pertenece: «Más patria agolpo en el luto que en el lirio./ Sé que lleva parentesco de cuchillo mi tristeza,/ que mata el día, porque me añoro estrella,/ y que me duele agosto, porque soy el tiempo». Aquí, el poema es igual a la música, una sinfonía de palabras que buscan el ritmo dentro de una melodía con vocación de única. Melodía que nos habla del tiempo. ¿Qué es el tiempo? Acaso la distancia de los años. Quizá la búsqueda del amor en la herrumbre de un verso. O el prolongado letargo de toda una vida… 

Tiempo también de veranos. De mulatas. De La Habana, el ron, y el mestizaje. Tiempo que camina entre la neblina del pasado, la pasión de los cuerpos que ya nunca volverán, y esa melancolía entre pícara y acróbata por lo que tiene de disimulo y sentencia: «Quiere decirse que también me doy a vivir en soledad suicida del enamorado y así/ le recito al ron en tristes términos o reparto tu nombre por los puentes y siempre/ el corazón a mí regresa gravemente ensimismado, el ciego corazón portuario que vengo arrastrando con algún linaje parecido al trueno», como Herrera expresa en el poemario Donde la diablas bailan boleros, una suerte de salmo continuado de vivencias, añoranzas, infancia y recuerdos taimados por el rumbo de una vida que va y viene, va y viene, simulando un acordeón infinito. Acordeón de amores que se perpetúan en la juventud. En el inicio de la derrota que todo amor conlleva. En la plenitud de ese cuerpo y esa caricia que ya nunca más volverán, porque se fueron con el infierno de los días tristes y solitarios. Días de soledades perpetuas, por insondables, como así lo atestigua el poeta en sus obras más tempranas. Luz y taquígrafos de soledades y despechos. Muertes y dicha. Vida y su olvido. 

Y, acompañando a este ser de letanías, la intensidad de las ilustraciones de Ciria. Rebeldes, salvajes, y coloridas, entre las que se entremezclan manos que se juntan. Almanaques en forma de mini cuadros. Carteles que no anuncian nada por no pertenecer más que al mundo de los otros. A una pléyade de caras humanas, robóticas; a letras que a su antojo aparecen y desaparecen entre nubes de colores petrificadas por caprichosos brochazos que esconden aquello que los demás debemos adivinar. Unos y otros buscan y huyen, aunque acaben encontrándose. Todos, como un conjunto de destellos de certezas e incertidumbres. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 14 de noviembre de 2023

ARDE BOGOTÁ EN LA RIVIERA DE MADRID (11/11/23): ANIMALES, COCHES, AMOR Y MUCHO KARAOKE


 

Las coordenadas del destino a veces nos depositan en el centro de un huracán del que, milagrosamente, salimos indemnes y victoriosos. Tras la pandemia, el grupo Arde Bogotá alumbró lo que sería su primer álbum, La noche. Ese despegue sin frenos les ha llevado justo dos años después a publicar su aclamado Cowboys de la A3, donde sus temas ya caminan bajo la estela del éxito sin límites, y a una velocidad digna del mejor Steve McQueen al volante de su Mustang. Una iconografía, la de los coches, que manejan muy bien los de Cartagena tanto en sus melodías como en sus letras —la figura del Cavallino Rampante detrás del escenario así nos lo atestigua—. Un estandarte visual que comparten con la velocidad de sus composiciones. Una velocidad que el pasado sábado en La Riviera alcanzó altas cotas de explosión, y que, para desgracia de algunos de los que allí estuvimos, fue acompañada por un karaoke a grito pelado que difuminó la voz de Antonio García. Voz, por otra parte, personalísima y potente que a día de hoy es la mejor seña de identidad de Arde Bogotá, que lejos de Los Héroes del Silencio con los que se los ha comparado, navegan en ocasiones cerca de las aguas de bandas americanas como Interpol, pues el sonido que desprenden sus guitarras así lo atestiguan, tanto o más que ese bajo de fondo de Pepe Esteban que resulta rompedor. 

Por lo visto, oído y vivido en La Riviera, los de Cartagena dividen su fórmula musical, temática y virtual entre animales, coches y amor. Mucho amor, al que las letras de sus canciones, adornan de imágenes entre salvajes y electrizantes donde se mezclan el perdón, la rabia y la derrota, eso sí, revestida de salvación y gloria: «El camino hacia el perdón se nos ha hecho muy largo»; una catarsis que también está presente en este estribillo: «Salgamos del hotel como lagartijas/ Huyamos de este fuego que nos extermina/ Vayamos en tu coche hasta la Argentina» de su tema Besos y Animales. Besos que sus fans más enfervorizados no pararon de lanzarles al escenario en forma de móviles al aire. Expresiones gestuales y afectivas que necesitan de esa realidad virtual que transita tras una pantalla como elemento indispensable para llegar a un falso éxtasis de felicidad. Relaciones amorosas profilácticas —en contraposición con las letras del grupo— con las que sus fans disfrutan como si estuvieran viendo una serie de Netflix en el salón de su casa. Esa virtualidad de imágenes y chillidos sin duda desvirtuó el verdadero y auténtico sonido de un grupo llamado a batir todos los récords en muy poco tiempo. Quizá, junto a Viva Suecia, serán los próximos Vetusta Morla o los desaparecidos Izal. 

En esta fiesta colectiva de salvación y gloria Antonio García anunció a los presentes la posibilidad de conseguir en preventa las entradas para su próximo concierto el próximo 13 de diciembre de 2024 en el Wizink Center de Madrid. Un gesto de generosidad con todos aquellos que asistieron a alguno de los tres conciertos de La Riviera que fue muy bien acogido antes de que sonara Virtud y castigo, una de esas canciones-himno que llevó a todo el aforo a corear un: «oh, oh, oh, oh», que se prolongó más allá del término de la canción y que emocionó al grupo hasta el punto de volver a acompañarla con el punteo de las guitarras y la voz de Antonio García. Sin duda, este fue uno de eso instantes especiales de la noche y de una actuación que se prolongó a lo largo de dos horas y que, entre otras, contó con la colaboración de la cantante de Ginebras, Magüi Berto, en su mítico tema Exoplaneta, un nuevo manos arriba repleto de móviles donde pudimos ver numerosa hojas con la inscripción «571-/9A». Un sonido y un ritmo algo más pausado, pero no menos salvaje donde la voz del cantante reverbera como una fuente sonora casi infinita. Estigmas de esas verdades ocultas en nuestros corazones que finalizaron con Antiaéreo: «Entra mejor por detrás/ Que no te vea nadie/ Vente tal cual cómo vas/ Que no te falte el aire/ Tan separada del suelo/ Como el cometa Halley/ Hola, ¿qué tal?, ¿Cómo estás?/ Y otras preguntas sin hambre». Un punto y final, como broche final a sus tres Rivieras, como nos recordaron a lo largo de un concierto que comenzó con el tema Los perros, tras el que siguieron otras veinte canciones más, que les sirvieron al grupo para repasar casi al completo su discografía y, de paso, hacer felices a sus múltiples seguidores que, a buen seguro, ya les esperan impacientes, para que dentro de un año, vuelvan a revivir en un karaoke más multitudinario las canciones de su grupo fetiche, que en esas fechas, es posible que lleven bajo sus brazos alguno de los dos —si no los dos— premios Grammy Latinos 2023 a los que están nominados— por su particular visión sobre animales, coches y amor en forma de música. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 13 de noviembre de 2023

ANGÉLICA LIDDELL/ ATRA BILIS, LIEBESTOD (EL OLOR A SANGRE QUE NO SE ME QUITA DE OS OJOS): LA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA A TRAVÉS DEL DOLOR


 

Juan Goytisolo, en su obra España y los españoles (editada por Lumen en el año 1969) cuando habla de Hermingway nos dice que para él la interpretación de las corridas de toros son un acto, fundamentalmente de orden religioso, cuando un hombre (el torero) se rebela contra la muerte, porque en ese acto asume el tributo divino de dispensarla, haciendo del torero un émulo de Dios. Y nos sigue apuntando que este matiz metafísico del matador de toros alude a su fundamento sexual. Un fundamento sexual que podríamos reinterpretar diciendo que el toreo es la danza entre el amor y la muerte. Quizá, por ello la actriz nos apunta en un momento dado que: «Lo único que nos libera de la muerte es desearla». Una exploración entre mística y estética que en el caso de la obra de Angélica Liddell, Liebestod, escarba en la búsqueda de la belleza a través del dolor; una indagación del dolor que implora llegar a ese punto de no retorno que es la muerte. Para ello, la dramaturga catalana se apoya en las verdades que en sí mismo posee el miedo como transfiguración del alma enjaulada. Una desazón, la del miedo, que la obliga a auto flagelarse cuando se hace cortes en las piernas y en las manos y tiñe un pañuelo blanco con su propia sangre. Una exaltación de la pureza que ella adorna como si se tratase de la ceremonia de la Santa Misa. Unas similitudes con el sacrificio que en dicha ceremonia se hacen del cuerpo y la sangre de Cristo que ella asume como propias cuando bebe vino y come pan sobre el escenario. Lo que de una forma intensa y directa no sitúa en ese misticismo sobre el que la Liddell, en cada obra nueva de teatro que representa, ahonda. Una ofrenda que la define como una mística más de la cultura española. Y que, en Liebestod, se reafirma con la vestimenta negra con la que se adorna y que la aproxima a una virgen enlutada y doliente. A esa viva imagen de la madre de Dios, Liddell le contrapone (para corroborar su idea de la muerte) la figura disecada de un grandioso toro negro con el que comparte escenario. Para todo ello, se apoya, una vez más, en las palabras Emil Cioran como si fueran parte de la Biblia,. Unas palabras a las que acompañan una majestuosa y estética puesta escena donde se mezclan los colores de la Fiesta (el rosa de las muletas, el marrón del albero, el tomo amarillo de la luz del sol) en una fusión de arte y estética inigualables, y que buscan, sin duda, la exaltación de una belleza pictórica que llegue al espectador sin intermediarios, como también sucede en los inmensos telones que se abren y cierran a lo largo de la representación y que cubren de tonalidades rosa toda la sala, o con el cráneo de Cioran, o con la asombrosa mirada de unos monos que nos observan perplejos ante nuestro silencio. 

Liebestod, además, representa el camino cada vez más profundo que Angélica Liddell está recorriendo desde la fuerza de la palabra a la majestuosidad de los gestos y el perenne balbuceo de palabras inconexas que se convierten en meros sonidos que las desfiguran. De esa gestualidad es de la que se nutre la obra para refrendar su carácter de ofrenda y sacrificio, en donde lo que en verdad importa es la ceremonia en sí y su metafísica gestual, lo que la convierten en universal por su esencialidad. Como esencial es la reivindicación del sufrimiento y la exposición del mutilado en contraposición al toro como tótem o dios de un Olimpo entregado al sacrificio del cuerpo y sus cenizas. En esa mutación de imágenes y gestos Liddell aún tiene tiempo de rendir homenaje a Francis Bacon, de quien parte la frase «El olor a sangre no se me quita de los ojos» para mostrarnos la materialidad de la carne mediante dos grandes piezas de carne vacuna que se apoderan del escenario en forma de levitación, y sobre las que se acopla la dramaturga en una secuencia sorprendente y única, por lo novedosa que nos puede llegar a resultar por más veces que la hayamos contemplado fuera del contexto teatral. Esa necesidad de poner el punto de mira sobre la parte más incómoda de nuestro universo es uno de los elementos que nunca faltan en las obras de Liddell. Una necesidad que proyecta en sus largos monólogos, en los que primero carga contra ella misma y sus espectadores, y luego contra la sociedad, que en esta ocasión se centra en la educación laica de Francia exenta de un dios al que venerar. 

Liebestod es una nueva propuesta escénica en la que Angélica Liddell vuelve a rodearse de sus  vísceras para mostrarnos un universo duro y único. Un universo en el que no cabe sino las verdades del miedo, pues como muy bien nos dice en un momento de la representación: «¿Por qué no dices lo que de verdad piensas?». Y es en esa apelación a la verdad donde nos deja retratados al resto como meros representantes de la sociedad de la posverdad. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (XXI), CONCIERTO EN EL INVERFEST: ENERO, 2023


 

Todo era como en un sueño. Un escenario oscurecido por un fondo negro del que sólo se adivinaba una gran flor de color rojo y unas lámparas a modo de salón decimonónico. Y para que fuese todo más irreal, si cabe, una música ambient —confeccionada ex profeso— con leves notas de las canciones del grupo para tintar una espera de color rojo. Rojo-riesgo. Rojo-alerta. Rojo-sangre. ¿Cómo fundir todo eso en un mágico momento? Es difícil echar la vista atrás y no sentir el vértigo y el miedo al despertar del travelling existencial que conlleva hacer de nuevo, nuestras, las imágenes y los momentos que éstas protagonizaron. Algo así fue lo que anoche pudimos sentir con Second en el Inverfest 2023: un viaje en el tiempo, emocional y exquisito, porque sin duda, desde que el grupo murciano anunció que se retiraba de los escenarios, un aura de dudas, incomprensión y fatiga emocional han invadido a sus seguidores que, ayer, llenaron el Teatro Circo Price de Madrid. Y más, si cabe, cuando lo que vimos sobre el escenario fue a un grupo sólido, con una madurez extraordinaria y un saber estar y modelar sus canciones sobre el escenario a prueba del paso del tiempo. Y eso fue lo que les llevó a interpretar veintiún temas, que sonaron como una única melodía completa. Serena. Intensa. Fulgurante. Y, sobre todo, onírica. Siempre nos resulta muy difícil decir adiós a las personas que queremos de verdad, y este concierto fue una muestra de ello, tanto por parte del grupo como de sus seguidores. Ese hermanamiento que ocurre tan pocas veces es lo que ha hecho de Second un grupo grande. De letras. Canciones. Melodías. Ritmos. Imágenes y sueños. ¿Cuántas veces he escuchado esa frase tan manida de que Second y sus canciones forman parte de mi vida? Pues ese ha sido su poder: instalarse en lo más íntimo de un gran número de sus seguidores. Amores eternos que, de repente, se rompen. 

A pesar de todo, Los Cuatro de Murcia —cómo me recordaron Jorge y Sean a The Beatles en sus vestimentas y en sus movimientos sobre el escenario— lo dieron todo para vencer al destino aun cuando comenzasen el concierto con el tema Estado de alegre tristeza y su lapidaria frase: «Nada es para siempre», o: «Rescátame pronto». Un reclamo que fue entendido por el público, ya que los llevó en volandas de principio a fin. El concierto de ayer fue una fiesta colectiva de cánticos, palmas arriba, coros y aplausos que acompañaron a la elegancia de un grupo que sonó como nunca: compacto, rítmico y envolvente. Y, todo, bajo esa luz roja que bañaba el ambiente. En ese velo del tiempo fueron sonando Mira a la gente, ¿Quién pensaba en eso?, Muévete y siente hasta llegar a uno de los momentos mágicos de la noche tras sonar una de sus mejores canciones: Nivel inexperto. Aquí, Sean Frutos, nos sorprendió a todos, incluidos técnicos de sonido, cámaras —el concierto fue grabado— y miembros de la banda, cuando nos propuso a todos interpretar de nuevo la canción cantada a coro por el público y acompañada por los músicos en un tono más bajo para que la voz de los que allí estábamos fuese la verdadera protagonista del momento, lo que sin duda fue un gran homenaje por parte de Sean a todos sus fans que, como les está sucediendo en esta gira, están agotando todas las entradas para colgar un gran sold out en todas sus actuaciones, al menos hasta el momento. Quizá, ese instante mágico se debiera a que al inicio del tema Jorge nos preguntó: «¿Cómo estáis?», a lo que enseguida Sean prosiguió con un: «Buenas noches, Madrid. Estamos aquí celebrando toda una vida musical, la nuestra…», para seguir diciéndonos que más allá de las despedidas había que disfrutar del momento, y eso era lo que ellos querían que sucediera esa noche. Noche de nuevo teñida de rojo. Rojo-sangre, como si fuera un poema de Lorca. Tras ese inesperado giro uno se quedó con la sensación que ese tema sonaba a despedida grande. Despedida de salón de casa —porque eso fue en lo que convirtieron Second el Circo Price anoche—. DESPEDIDA GRANDE Y EN PLENITUD DE AQUELLOS QUE LO HAN DADO TODO EN SU VIDA. MÁGICO FOTOGRAMA QUE PERDURARÁ PARA SIEMPRE EN LA PELÍCULA DE NUESTRAS VIDAS. SENCILLAMENTE GENIAL. Un instante donde sobre todo, Sean, no pudo esconder su cara de felicidad por más que nada sea para siempre. 

Esa sensación de felicidad ya no abandonó el Price en ningún momento. Sabedores de la magia que atesora esa efímera felicidad que a veces nos aborda, las canciones fueron sonando como un tobogán infinito. Flores imposibles, Mañana es domingo, Nueva sensación, Cúrame como siempre —una de las mejores canciones de su último disco en la que el eco de las guitarras fue inmenso—, Muérdeme o En otra dimensión fueron una catapulta hacia el éxito de una noche para recordar. Una noche en la que siguieron tocando Sonará en todas partes con su clásico «para pa pa pa papapa», El contorno de tus miedos, donde de nuevo su música planeó sobre el escenario de una forma contundente y mágica, lo que les llevó sin apenas tocar el suelo hasta la parte final del concierto de la mano de temas como NADA —otro de sus pelotazos que ayer fue plasmado sobre el escenario de una forma más pausada, pero igual de intensa—, Ya no estamos para gilipolleces, Volver a esa paz o Rodamos su road-song que ayer rescataron como hacían años atrás para cerrar esta primera parte de su actuación. Una canción que ayer se convirtió en un magnífico travelling de momentos e imágenes irrepetibles. 

Comenzaron el bis con Más suerte, otro de sus hits donde Nando Robles nos hizo una gran exhibición de lo bien que toca el bajo con Jorge Guirao y Sean Frutos de rodillas para acrecentar la capacidad onírica del concierto, y Fran Guirao al fondo con su eléctrica batería, lo que les sirvió para interpretar Quiero equivocarme y después su futurista 2502 que acaban con un ritmo alto que lleva a Jorge a abandonar el escenario y desplazarse por la platea donde se cae al no ver el escalón que separa a las butacas del suelo. Tras ese impasse volvieron en un segundo bis con Rincón exquisito que, como en Nivel inexperto, fue coreada a pleno pulmón por todos los asistentes en una versión más enriquecedora, si cabe, de sonidos más maduros y atrayentes, que tras un larga y extendida versión fue el punto y final de un concierto que acabó con una larguísima ovación de varios minutos de un público totalmente entregado a un sueño: Second. 

Tras este viaje emocional y exquisito, sólo nos queda decirles al grupo murciano que la actuación de ayer tuvo el amargo sabor de las despedidas no deseadas, a pesar de que siempre que queramos nos seguiremos encontrando con ellos. Eso sí, lo haremos al otro lado del horizonte, donde las canciones nunca dejan de sonar, pues su eco es infinito, y porque como dijo John Keats en el inicio de su poema épico Endymion: «Algo bello es un goce eterno». 

Ángel Silvelo Gabriel. 

Foto: África Silvelo

martes, 7 de noviembre de 2023

SECOND, HOMENAJE A SUS 25 AÑOS DE CARRERA (XX): FLORES IMPOSIBLES, 2022


 

Siempre creemos que fuimos creados bajo el signo de la infinitud, sin embargo, llega un momento en el que nos detenemos. En ese instante hay una fuerza interior que no nos permite movernos, mientras una voz procedente de nuestra mente nos repite constantemente que ese es el final. Entonces, la vida se detiene, pero la música no. El artista deja de existir, pero su obra permanece en el tiempo a disposición de quien quiera escucharla o disfrutarla. De esa posibilidad nace la magia del arte y su belleza. La belleza como espacio en el que explorar esos nuevos territorios de aquello que de repente se acaba. Flores imposibles es el último disco en estudio del grupo murciano Second, pero no de su música, porque sus melodías seguirán perennes en los corazones de todos aquellos que en alguna ocasión hayan asistido a uno de sus conciertos o escuchado sus discos o canciones, y como no, en los de sus más fieles seguidores que, como un eco infinito, seguirán coreando las letras de sus temas allá donde se encuentren. Esa es la única opción a nuestro alcance de vencer al paso del tiempo, y de paso, ser infinitos como si de una estrella brillante se tratara. Una estrella que nos ilumina cada noche y nos indica el camino a seguir día tras día. «Nada es para siempre» nos recuerdan Second en su último álbum, salvo quizá las entrañas que se mueven en la alquimia de los sueños. En este sentido, Flores imposibles será la última muesca de un legado que permanecerá en el filo de la marca del tiempo que nos persigue desde que nacemos y, que a lo largo de nuestras vidas, nos va llenando de arañazos la piel como signos más visibles de aquello que hemos vivido como si fuera la última vez. Heridas de felicidad y tristeza que, sin embargo, no siempre cicatrizan. Heridas que son las verdaderas culpables del final. Decir adiós siempre es complicado. Hacerlo para un artista quizá lo sea más. Tal vez, por eso, Second sorprendieron a sus seguidores con su separación pocos días después de presentar su nuevo —y ahora último— disco, si obviamos el que verá la luz tras la grabación en directo de su concierto en El Teatro Circo Price de Madrid. Ante ese golpe inesperado del destino sólo podemos constatar que los años pasan y nos cambian. Esos años que nos envuelven en la madeja del tiempo, sin apenas darnos cuenta. El tiempo, ese influjo que nos acerca y nos aleja de aquello que queremos y nos convierte en viles mortales en busca de lo imposible. Nada es para siempre… 

Flores imposibles es el noveno disco en estudio de Los Cuatro de Murcia. Un larga duración que cuenta a su vez con nueve canciones, dato que Sean Frutos, tal y como le contaba a Virginia Díaz en su programa de Radio-3, 180 grados, se debe no a un capricho, sino que al letrista y voz del grupo no le acababa de convencer la décima canción que estaba destinada a formar parte del disco. Casualidad, o no, este noveno disco de nueve canciones es como una larga sinfonía de sonidos maduros. Sonidos que buscan la sencillez más cercana a la verdad. De esas melodías de medio tiempo que tan bien fabrican y ejecutan los murcianos. Y de unas letras donde la maestría compositiva de Sean Frutos se aleja de la literatura de ciencia ficción que le gusta, y explora esa trágica realidad que nos ha tocado vivir. Sus canciones en esta ocasión son el vivo testimonio de una época muy determinada y se convierten en el fiel reflejo de su madurez como músicos y personas. Flores imposibles abre el disco homónimo y se nos muestra como un alumbramiento único en el que la textura de sus guitarras reproducen sensaciones que van desde a luz del amanecer al ocaso en una multitud de matices que se conjugan a la perfección con las voces que se abren paso entre ellas entre estas enigmáticas guitarras. Guitarras eléctricas, sin duda. 

Bajo una estética muy beatlemaniana, Los Cuatro de Murcia nos enseñan en Quiero equivocarme uno de sus medios tiempos donde la voz de Sean Frutos se hace poderosa y juega una y otra vez con la voz de su hermana Maryan, que a su vez se conjuga a la perfección con un ritmo que a medida que avanza la canción coge una fuerza inequívoca hacia la perpetuidad de lo que es único. Un ritmo que nos desplaza hasta Estado de alegre tristeza, una de las canciones que más se identifica con el resto de sus trabajos, y donde las sinergias entre letra y música se entrelazan en espacios que la convierten en brillante, y quizá por ello, sea donde aparece el que va a ser una de sus estribillos más coreados: «Nada es para siempre». Envolvente propuesta que nos hace repetir su escucha en bucle. Un apertura de intenciones que nos lleva hasta la rítmica Muévete y siente donde Sean Frutos nos retrata a la perfección y nos advierte del abismo en el que nos encontramos: «Voy a ser sinceramente irritante/ No soporto en el ambiente esta falta de pasión/ Es una epidemia silenciosa y salvaje/ ¡Coño!, date cuenta de que amar está en peligro de extinción/ Muévete y siente/ Es lo único que nos mantiene/ En tu piel todos quieren estar/ Así que muévete y siente» Himno de los nuevos tiempos donde los sintetizadores juegan a ser héroes en la derrota; una muy buena combinación que seguro hará de las suyas en sus directos. Una cualidad que también podríamos resaltar de El contorno de tus miedos; un tema con un videoclip cuya infografía se presta al fetichismo literario de unos cuerpos grabados con la letra de la canción. Guitarras limpias y directas que, a veces salen de un fondo poderoso y luminoso, y otras, están presentes en una primera línea elegante y abrumadora: « La llave está dentro, ahí fuera no hay nada/ La clave está dentro, ahí fuera no hay nada/ Te espero en el contorno de tus miedos». Miedos reconvertidos en destellos poderosos. 

Más pausadas son las primeras notas de Volver a esa paz; una canción que revive los reflejos de sus composiciones más intimistas, en donde las coordenadas de su creación nos llevan hacia esas huellas que alguna vez hemos buscado y casi nunca encontramos. Lo que sin embargo es un pequeño espejismo en el tracklist del disco, pues Ya no estamos para gilipolleces es una búsqueda de esos ritmos más eléctricos y dinámicos de una banda acostumbrada a hacer bailar a todos los que asisten a sus conciertos en directo. Manos arriba, sin duda, para reivindicar la asfixiante y falsa pulcritud sobre las que nos estamos ahogando poco a poco: «Creíamos que el cielo solo le caía a los demás/ que nosotros éramos más fuertes». Una especie de puente sobre el tiempo que nos lleva hasta Cúrame, como siempre, una nueva muestra de esos medios tiempos infalibles de su repertorio, y que de una forma tan virtuosa y magistral ejecutan los Second. Medios tiempos orquestados desde la madurez que les dan sus veinticinco años de carrera. Una larga vida musical que rematan con Los grandes ausentes, como si de una gran metáfora se tratara de todo aquello que han vivido y disfrutado. Una lucha entre el pasado y el presente que va a la fuga de todo aquello que fuimos y ya no volveremos a ser. 

Second y sus Flores imposibles le hacen un guiño  a nuestros sueños y deseos desde el primer puesto del podio desde el que siempre han conquistado a sus multitudinarios seguidores. A pesar de que nada sea para siempre. 

Ángel Silvelo Gabriel