1.- ALBERT CAMUS, EL REVÉS Y EL
DERECHO. DISCURSO DE SUECIA: LA LUZ QUE
ILUMINA LOS RECUERDOS Y SUS EMOCIONES
La mirada del hombre sobre el
niño. De la fama no buscada sobre la soledad y el silencio de la infancia que
le acompañaron junto a su madre. Del paso del tiempo sobre los recuerdos. Y
hacerlo con la pureza del que se siente afortunado y ya no puede pedir nada,
salvo mostrar la dignidad de la pobreza de sus inicios y su firmeza ante la
envidia, y valentía y decisión ante la injusticia. Así se nos muestra el
Camus del año 1958 en el prefacio de El revés y el derecho. Un librito que
contiene sentencias como esta: «No hay amor por la vida sin
desesperación por la vida». Esa fue la auténtica desesperación que le llevó a
luchar con todas sus fuerzas contra el Hombre que se convirtió en un devorador
de hombres. La luz y la pureza que acompañan a estos relatos que componen el
primer libro que, el escritor francés publicó cuando tenía veintidós años, nos
llevan hasta la esencia que buscó a lo largo de sus algo más de veinte años de
carrera literaria antes de encontrar la muerte de una forma absurda junto a un
árbol contra el que chocó el vehículo conducido por su editor: «Si, pese a
tantos esfuerzos para construir un lenguaje y dar vida a unos mitos, no consigo
un día volver a escribir El revés y el derecho será que nunca he conseguido
nada. He ahí algo de lo que estoy oscuramente convencido. En cualquier caso,
nada me impide soñar que voy a conseguirlo, a imaginarme que volveré a colocar
en el centro de esta obra el silencio admirable de una madre y el esfuerzo de
un hombre para recuperar una justicia o un amor que equilibren ese silencio».
2.- IRÈNE NÉMIROVSKY, DOMINGO:
QUINCE RELATOS SOBRE LA NECESIDAD DE VIVIR Y SER AMADO
Allí donde las vidas comienzan y
acaban. Allí donde las historias que nos narran descubren todo aquello que se
esconde debajo de nuestra piel. Allí donde los sentimientos no entienden de
convencionalismos porque están atrapados por la pasión del amor, la oscuridad
de la codicia, o el trágico destino de las guerras. Espacios interiores y
exteriores que se entremezclan a medio camino entre el reconocimiento y el
sufrimiento de aquel que entiende su existencia como la necesidad de vivir y
ser amado. Dos pliegues de una misma tela que, sin embargo, al menor descuido
se rasgan y son imposibles de volver a componer. Estos quince relatos de Némirovsky
reunidos bajo el título de Domingo son un canto a la
incertidumbre del fracaso y al miedo a la pérdida. Y son castillos de naipes
que penden de un frágil hálito de aliento que los derribe sin apenas dejar
rastro. En estas quince historias, cuya extensión muchas veces van más allá del
clásico relato corto para acercarse sin miedo a una novela corta, la escritora
ucraniana nos desglosa de una forma inteligente y didáctica todos los valores
existenciales que forman parte de su narrativa. Un estilo narrativo ampliamente
contrastado en las numerosas novelas publicadas en España por Salamandra. Una
de esas características presente en su narrativa es la necesidad de amar
independientemente de la edad que se tenga. El amor está por encima del engaño
y es una necesidad, nos expresa Némirovsky en el relato homónimo
que abre esta recopilación. Una advertencia que también está presente en Las
orillas dichosas, cuando nos acerca al amor visto por los ojos de una mujer
vieja, abandonada y que se dedica a la prostitución. Una forma de ver el amor
que la autora confronta con una joven bella, rica y ambiciosa. El contrapunto,
en este caso, está entre lo ya hecho (pasado), y lo que se va a hacer (futuro).
Como si, en el amor, estuviésemos condenados al fracaso. Un fracaso que nos
nubla el corazón y la ideas. Estos dos ejemplos del amor visto por los ojos y
el prisma de la mujeres abren este magnífico libro.
3.- JAY McINERNEY, LA BUENA VIDA:
LA RENUNCIA QUE YACE BAJO LOS ESCOMBROS Y SUS CENIZAS
El día que la cúpula que nos
protege de todo aquello a lo que nunca imaginamos que deberíamos enfrentarnos,
cae encima de nuestras vidas, emprendemos un nuevo camino. Incierto, por lo
inesperado. Trágico por la dimensión de lo inaccesible que tiene. Increíble,
por su capacidad para trastornarnos. El día que las Torres Gemelas sucumbieron
al terrorismo en el Bajo Manhattan, no sólo cambió el skyline de la
ciudad de Nueva York, ni la concepción de intocables de los norteamericanos
resguardados en sus celdas doradas repletas de dinero, codicia y poder, sino
que también lo hicieron las vidas de los seres humanos que allí vivían; vidas
que fueron obligadas a reinventarse de una forma tan abrupta como desesperada.
Aquel día, los muertos dejaron sus vidas en el recuerdo imborrable de millones
de personas para siempre; y los vivos tuvieron que aprender a experimentar la
vida con otra escala de valores que, sin embargo, al poco tiempo volvieron a su
norte cual brújula que sólo pierde su orientación por un pequeño espacio de
tiempo. En este sentido, Jay McInerney, en La buena vida,
trata de convencernos de que por encima de toda tragedia, el ser humano es
capaz todavía de crear el milagro del amor. Una esperanza, la del amor, que
corre el riesgo de mitigarse tras la renuncia que yace bajo los escombros y sus
cenizas. Allí, donde la pasión busca desprenderse del fuego y el humo de dos
rascacielos calcinados. Allí, donde la muerte y la sinrazón de los muertos se
dan la mano. Allí, donde el pánico sólo engendra miedo. Lejos de un lugar, en
el que la esperanza, ya no es la que atesoró la juventud.
4.- JESÚS MARCHAMALO.- STEFAN
ZWEIG, LA TINTA VIOLETA (ILUSTRADO POR ANTONIO SANTOS): “EL PELUQUERO DE LOS
HÉROES”
Zweig, buen lector,
mal deportista y estudiante —como nos apunta Jesús Marchamalo en La
tinta violeta, la última entrega de la colección sobre autores
universales que comparte con el ilustrador Antonio Santos y
publica Nórdica libros. Zweig— fue, por encima de todo, un
hombre que siempre persiguió la libertad. Un mal estudiante que, sin embargo,
llegó a ser un autor admirado y de éxito en vida. Un autor, que es cierto que
vio recompensado su esfuerzo a nivel internacional, pero también, que sacrificó
buena parte de su existencia a la escritura. Una escritura que él cultivó como
ejercicio de generosidad, pues no en vano, él lo sacrificó todo en pos de su
pensamiento. En su obra, como en su vida, la lucha del individuo frente al
Estado y los totalitarismos fue una rebelión interior a la que él aportó
inteligencia y análisis; inteligencia y análisis con los que buscó dar al resto
de la humanidad la oportunidad de salvarse de ese yugo acosador que fueron los
totalitarismos. Para él, Europa era el último baluarte donde el individualismo
en general y su individualismo en particular, eran la máxima expresión de la
libertad, el respeto hacia los demás y la manifestación más pura de la cultura
y del pensamiento libres. Una forma de pensar y vivir que él expresó tanto a
través de la escritura como del coleccionismo, lo que le llevó a adquirir
infinidad de objetos, partituras, manuscritos y originales de aquellos autores
que él consideraba únicos y cercanos a la esencia de la que surge la creación.
Una creación que, como una luz, Marchamalo vierte sobre su texto
en Stefan Zweig, La tinta violeta. Una vez más, el periodista y
escritor madrileño vuelca su buen hacer literario sobre una de las grandes
figuras de la literatura, y lo hace con esa genialidad de la frase concisa, el
verbo voraz, los adjetivos únicos e inclasificables, adjetivos solo separados
por sabias comas; comas reveladoras de un ritmo frenético y apaciguado a la
vez, comas que, como partituras de una melodía, nos introducen en un profundo
éxtasis de palabras del que es muy difícil salir. Este arte en movimiento, en
el que tan bien se maneja Jesús Marchamalo, tiene su complemento
y su visualización en las magníficas ilustraciones de un Antonio Santos
en estado de gracia —vean si no, su magnífico retrato de Zweig, digno
del mejor de los coleccionistas—. La profundidad del mensaje y su contraste en
blanco y negro en imágenes, son una muestra más de la simbiosis de esta extraña
pareja. Una extraña pareja que, con el tiempo —ya van seis volúmenes con éste
de la colección iniciada con Pío Baroja—, se han convertido en
inseparables, y no solo eso, sino también, en una magnífica muestra de lo que
se puede conseguir con un texto dinámico y lírico, y unas ilustraciones
impactantes y demoledoras como pocas.
5.- JULIO LLAMAZARES, MEMORIA DE
LA NIEVE: EL SILENCIO, LA MEMORIA, LA NIEVE…, EL PASO DEL TIEMPO
Buscar aquello que fuimos entre
la niebla que se extiende por la geografía del silencio. Entre paredes que ya
no son, y árboles que se sumergen debajo del agua. El atlas de la vida
reconvertido en un fugaz espasmo del pasado. Pasado reconvertido en nieve.
Nieve que se derrite y solidifica con el paso del tiempo. Nieve como estaciones
que se suceden sin más propósito que dejar las huellas del tiempo pasado. Un
tiempo en el que se pueden recuperar los dioses perdidos, los guerreros muertos
y las batallas sangrientas de las que ya nadie se acuerda. Grosellas de color
rojo que tintan la memoria de pasión, muerte y olvido. Árboles de hoja caduca
quemados por el paso del tiempo y hojas secas dibujadas sobre un papel de fondo
blanco. Terrenos oníricos en los que siempre cabe la posibilidad de dar vida a
la muerte, al recuerdo, a la memoria, a la infancia…, y a los padres. Miradas
sobre uno mismo que devienen en falsos espejismos como si todo fueran sombras
en un bosque de noche. Bosque helado y solo iluminado por un mar de estrellas.
Estrellas como nada más que se pueden ver en el campo. Lejos de la ciudad. Del
ruido. Y la luz. Estrellas que iluminan aquellos caminos que recorrimos una
vez. Lucecitas que nos recuerdan que un día fuimos felices sin nada, con tal
solo mirar al cielo y ponernos a soñar. Lucecitas que sostiene los hilos
invisibles de una Luna portentosa, perenne y que solo pueden llegar a ver
aquellos que saben de lo que está fabricada la noche: de silencios, ausencias,
ruidos y ecos olvidados y, sin embargo, tan presentes. Todo eso y más es Memoria
de la nieve de Julio Llamazares... Memoria de la
nieve también es pasear por la vida sin pisarla, sobre sendas que ya
forman parte del pasado si no fuera por los recuerdos, tan presentes, como la
nieve en invierno o efímeros como la noche en verano. Memoria de la nieve
es una sucesión de estaciones. Estaciones de los sentidos que no se dejan
atrapar por todo aquello que no merece la pena ser recordado. Memoria de
la nieve levanta la iconografía de esa España olvidada a través de un
rico léxico rural que apenas ya nadie conoce y que, sin embargo es muy
evocador: urces, muérdago, marzales, pedernales... Fuerza sublime las de las
palabras que nos llevan, una vez más, allí donde no creíamos que pudiésemos
llegar. Memoria de la nieve es perderse entre la espesura del
bosque y la sinuosidad de un niebla que no es de caramelo, pero sí evocadora de
todo aquello que ya no somos: «No existe otra espiral que el bramido del
tiempo».
6.- STEFAN ZWEIG, MENDEL EL DE
LOS LIBROS: LA DEFENSA DE LA MEMORIA INDIVIDUAL QUE, A SU VEZ, DEVIENE EN
PROTECCIÓN DE LA MEMORIA COLECTIVA
La curiosidad, la tenacidad, el
trabajo y el silencio que acogen a toda misión importante que el hombre realiza
a lo largo de su vida, son algunos de los elementos esenciales que la
convierten en épica, como épica es la actitud vital de Jakob Mendel. Mendel
es una mente privilegiada que vive, por y para los libros, en un mundo
donde no existe nada más que el paraíso de las palabras, pues de paraíso
idílico puede tildarse su actitud ante la vida y las personas que concitan su
mismo interés por los libros. Zweig, en este magnífico relato,
nos advierte de que el intelecto — el verdadero intelecto—, no conoce más
fronteras que las del propio conocimiento; unas fronteras, eso sí, muy alejadas
tanto de los políticos como de sus trágicas pretensiones geopolíticas, pues a
éstas, solo les asiste la mezquindad de las nacionalidades. Con un estilo
narrativo rico en matices, vivo en su ejecución e impecable en su praxis, el
escritor austriaco pone en tela de juicio, una vez más, la división de las
fronteras de una Europa que él nunca pudo ver unida. Unas fronteras, en su caso
malditas, y que en su tiempo, solo produjeron guerras y también aislamiento,
tanto cultural como intelectual, tal y como se demuestra en este librito
publicado por Acantilado, Mendel el de los libros, donde él se
vale de la figura de un judío ruso para verter sobre el texto todo su potencial
como escritor comprometido con su tiempo e impulsor de una forma distinta —por
inclusiva— de ver y de plantear y ejecutar las relaciones entre Estados. A
través de Mendel, Zweig nos presenta la defensa de la
memoria individual que, a su vez, deviene en protección de la memoria
colectiva, como la Historia muy bien nos recordó en la primera mitad del siglo
XX, donde las guerras, aparte de arrasar el territorio europeo, dejaron una
herida que tardó mucho tiempo en cerrarse.
Ángel
Silvelo Gabriel.