lunes, 19 de diciembre de 2022

ELENA MARQUÉS NÚÑEZ, LA CASA: LA SOLEDAD QUE HABITAMOS

 


Caminos y metas que nunca llegamos a transitar o culminar. Sueños que se entremezclan con la verdad sin saber que serán aniquilados por la tenacidad y el herrumbre del día a día. Ahí, donde el despecho del destino se convierte en una tortura: la de la sinopsis de nuestra vida. Vida suspendida de las sombras del olvido. Sombras que deambulan por la pradera de los recuerdos y se tropiezan con la recuperación de la memoria. ¿Quién dijo que en el pasado estaba la solución?

El pasado y sus muescas de juventud y brillo que, como el oro con el que adornamos nuestros cuerpos, sin darnos cuenta pierde la eficacia de su poder y trascendencia en pos de esa realidad que poco a poco nos aniquila. En todas estas ecuaciones que nos propone Elena Marqués Núñez en su última novela, La casa, solo hay un elemento sólido que une a todos sus personajes: la necesidad del hogar como espacio compartido. Un espacio que utilizamos para ahuyentar la soledad que habitamos. Una soledad que no es solo universal, sino que es muy concreta, pues la autora se centra en todo aquello de lo que huimos a lo largo de nuestras existencia y nos hace inmensamente infelices. Sin embargo, de esa necesidad de huida surge un inesperado encuentro con nuestra biografía, por más que ésta se halle perdida en un pueblo desconocido del norte de España. En este sentido, Bárgina se alza como uno de los elementos mágicos presentes en la novela, y que tan bien maneja la escritora sevillana, pues dotan a esta historia de un territorio propio e inexpugnable en forma de tablero de juego donde se precipitan las ilusiones y fracasos de sus personajes. Y, a partir de ahí, la narrativa de Elena Marqués surge con la naturalidad de aquellos que conocen muy bien su oficio, porque sin duda, esta es la novela más madura de la autora, pues en ella maneja a la perfección un gran abanico de registros que la sitúan muy por encima de la media, por no hablar de su dominio del lenguaje, siempre abierto a la captación del más mínimo detalle y a la creación de una atmósfera entre real y onírica que nos transporta al centro del universo que nos narra. 

Como en el resto de la obra de Elena Marqués, La casa también es un espacio para la reflexión. En este caso, sobre la absurda idea de posteridad que tiene el ser humano en su tránsito en soledad hacia la muerte. Come decía Camus, los dos actos que ineludiblemente nos igualan a los seres humanos y que estamos obligados a hacer por nosotros mismos son nuestro propio nacimiento y nuestra muerte. Y es en ese camino, entre uno y otro, donde la autora nos sitúa su narración: «Porque la vida, prácticamente todas las vidas, solo son un cúmulo de momentos insignificantes que suceden porque sí, por pura inercia, y que no pasarán a la posteridad. Hay muchos, incluso, que morimos antes de estar muertos.» Vacíos existencial que no sabemos en demasiadas ocasiones como cubrir y que son la señal más demoledora de nuestro naufragio. Pero ahí no acaba todo, porque un poco más adelante nos hace pensar sobre la pequeñez e insignificancia del hombre frente a la naturaleza, el mundo y el tiempo: «La turbación del espíritu sigue siendo igual en París que en Roma que en los pálidos recodos del pasillo desbaratado de tu propia casa.», proponiéndonos una vez más la necesidad de ese viaje interior que nos consuele e ilumine. Tampoco se aparta Elena de la crítica hacia el mediocre mundillo literario actual: «Porque, al fin y al cabo, al menos en la ciudad en la que yo malvivía desde hacía muchos años, la élite literaria no era más que un círculo mediocre que se alababa a sí mismo como si constituyeran el más auténtico sucedáneo del Olimpo. Y en el que nadie podía entrar sin credenciales. Y esas credenciales eran absolutamente imposibles de obtener por el camino recto de la calidad literaria y la independencia personal… el mundo literario se reducía, como tantos otros, como la vida misma, a una palabra bisílaba que podía adornar con el adjetivo que prefiriera. O sea, que era un asco. Un puñeterísimo asco.» Demoledor, pero tan cierto como la más asesina de las lanzas que nos atraviesa el corazón y nos desangra hasta la muerte. 

Atrapados en la ensoñación que nos propone Elena Marqués avanzamos con la inseguridad del que atrapa sombras con sus manos. Sombras que en el caso de Luisa, Elena o Carmen son tramos del camino que ellas recorren de la mano de la soledad que habitamos. 

Ángel Silvelo Gabriel.

domingo, 18 de diciembre de 2022

McENROE EN LA SALA LA RIVIERA DE MADRID: 20 AÑOS DE AMOR A LA MÚSICA


 

El amor, el desamor. La ternura, la luz y la incertidumbre. El miedo y su lujuria. La melancolía y su recuerdo. La necesidad del otro, o la flor que todavía está por brotar. Mil y una imágenes, razones y sinrazones que se dan la mano en las composiciones del grupo de Getxo, McEnroe, que ayer cerraba en la sala La Riviera de Madrid la gira en la que celebraban sus primeros 20 años como grupo, y como faro de un modo de entender la música y la vida. No es fácil, como dijo en un momento del concierto de ayer, Ricardo Lezón, elegir el repertorio de un concierto entre la multitud de canciones que ha compuesto a lo largo de estos años, pero en el esfuerzo de su selección, tuvimos la suerte de escuchar en varias ocasiones temas que apenas tocan en directo, o de sus primeros discos. Un esfuerzo que en algún momento restó algo más de fuerza al conjunto, pero que sin duda resultaban imprescindibles a la hora de conformar ese cuadro de melodías, ritmos y letras que ayer escuchamos en una Riviera llena a rebosar, y donde sus fans llegados desde el País Vasco, pero también desde otras ciudades y, sobre todo, desde Madrid, no dejaron de disfrutar y corear sus canciones. Letras y músicas que definen por sí mismas toda una época plagada de esos éxitos que poco a poco van calando como la lluvia fina para quedarse en el recuerdo de aquellos que los escuchan. Antes de que McEnroe saliera al escenario también pudimos disfrutar de los bilbaínos Galerna, un grupo apegado a la forma de sentir y componer muy cercano al grupo de Getxo como nos confesó su cantante. Un grupo, Galerna, que supo hacerse con la atención de los que iban llegando a la sala antes del concierto anunciado, y que nos dejaron muestras de esa capacidad inspiradora que los viajes de juventud y el amor tienen en nuestros sentidos y en un subconsciente ávido de experiencias vitales que buscan alojarse para siempre en nuestro interior. Galerna nos anunció que saca disco para marzo del año que viene y habrá que estar atentos a su trayectoria. 

Si algo nos quedó claro, de esa gran fiesta de celebración de los 20 años de McEnroe en la que se convirtió su concierto de ayer, fue la cara de alegría de un Ricardo Lezón hablador, en contra de su norma, pues nos adelantó muchos de los temas que tocaron con las anécdotas que los precedieron, dándonos a conocer de ese modo un poco más la parte menos conocida de la banda, lo que sin duda dio un tono más familiar y de cercanía, si cabe, al concierto. Comenzaron con Al sur de mi vida, un tema de su disco de 2003, El sur de mi vida: «Nada de lo que he perdido/ merecía la pena haberlo vivido./ El tiempo, que era de piedra,/ ahora es arena entre mis dedos./ Todas aquellas heridas/ se ahogan despacio en tu mercromina./ Gestos que estaban vacíos/ han encontrado todo su sentido./ Nunca te sientas sola,/ le he dado la vuelta a mi memoria./ Y ahora que se ha hecho de día,/ viajo despacio al sur de mi vida.» Un viaje que continuó con Montreal, lo que sirvió para dar paso a Jimena; una voz que cada vez va a más, y por lo que pudimos saber en su anterior visita a Madrid, parece que ha decidido cantar en serio. Jimena es como el contrapunto y el rayo de luz a la voz de su padre, un Ricardo Lezón que ayer siempre la miraba sonriente, a pesar de que fuese a la única que no nombró cuando presentó a la banda; un olvido que enmendó en la siguiente canción. Quizá, no sea ninguna casualidad que su tema, El rayo de luz, que ella canta, sea la canción del grupo que más reproducciones tiene en todas las plataformas, lo que nos da una pista de la personalidad creciente de una voz a la que todavía le queda un enorme recorrido. 

Más allá del setlist del concierto en el que sonaron grandes clásicos como La Palma, Cae la noche, Gracia (en la que subieron el tono de su música), o La cara noroeste, ampliamente vitoreada por los asistentes, o esa impresionante declaración de amor hacia el padre que es Asfalto, y que Ricardo Lezón dedicó a todos los padres, fuimos testigos directos de esa nebulosa que acompaña a los conciertos de McEnroe; una sensación que te envuelve y te agita los sentidos en un maravilloso cóctel de sonidos y letras que salen directamente del corazón y se alejan de la cursilería más próxima o abyecta. Y así fuimos navegando por esa nave de sensaciones, luces y sombras que nos propusieron McEnroe con canciones como La distancia, Las Mareas o Luz de gas, donde una vez más, se permitieron el lujo de alargarla en una magnífica demostración preciosista de música y psicodelia apabullantes como solo pueden salir de unos grandes profesionales, para de esa forma, convertir ese tema en algo único, íntimo y preciosista, y que nos dejó con una sonrisa en la boca. 

Atrapar el tiempo, y la luz. La infinitud del horizonte o el libro de nuestras vidas. Tareas imposibles, sí, pero que de la mano de McEnroe, se nos antoja como algo posible o al menos distinto cuando de las cuerdas de sus guitarras nacen canciones como La electricidad o Rugen las flores, Los valientes o Naoko, o por qué no, cuando de las cuerdas vocales de sus seguidores surge ese grito universal en el momento que el grupo abandona el escenario y no paran de gritar: otra, otra, otra… 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 15 de diciembre de 2022

MIS MEJORES LECTURAS DEL AÑO 2022

 1.- MANUEL MOYA, LLUVIA OBLICUA: EL PODER DE LO IMPOSIBLE QUE SE ENCUENTRA SUMERGIDO EN EL MUNDO DE LAS SOMBRAS

¿Existe el poder de lo imposible? Aquel que se aferra a nuestras vidas de una forma tan caprichosa como delatora. Ese poder que se transfiere de los muertos a los vivos y nos mantiene en una continua tensión bajo un abrazo imaginario que, sin embargo, da cuerpo a todo aquello que de trascendente o universal tiene lo que en verdad importa. ¿Qué es lo que en verdad importa, la vida o el sueño? Soñar que sueño como diría Pessoa aferrado a la lluvia infinita que gobernó su vida y parte de su obra. Lluvia oblicua que se encargó de desdibujar su semblante y su figura hasta convertirlo en sombra. Sombra de sombras en la que se erigió como el dios perdido de una ópera trágica y oscura. Lírica y patriótica. Esotérica y nómada. Así, como un extraño dentro sí mismo habitó su vida; un puro teatro de voces en el cada una de ellas surgía como el poder de lo imposible que se encuentra sumergido en el mundo de las sombras. Sombras hechas voces. Y voces convertidas en poesía. El hombre que caminaba sin pisar el suelo fue el paradigma de la derrota; una derrota que, sin embargo, siempre nos habla de la dignidad del fracaso: «Los jóvenes me aprecian simplemente porque he fracasado. Todos los jóvenes del mundo andan fascinados por la derrota. Todos buscan el ejemplo del fracasado. Si por ellos fuera, pondrían estatuas del fracaso en todos los parques. Son jóvenes y por tanto disculpables. Un poeta está realmente jodido cuando en vez del fracaso, que es su estado natural, piensa en el éxito. Entonces ya está muerto, porque el éxito y el fracaso no son más que dos equívocos, dos ficciones sin valor. Éxito y fracaso son la misma cosa: nada. Solo que quien consigue el éxito no puede ya ignorar de qué clase de insustancial materia está hecho el éxito. Del fracaso se sale, del éxito no.»


2.- IRÈNE NÉMIROVSKY, LA VIDA DE CHÉJOV: EL ARTE QUE SE ALZA SOBRE LA VIDA

La vida, en ocasiones, se asemeja a un junco. Un junco que se mueve al ritmo que el viento le marca. Un junco que permanece aterido bajo la nieve en invierno y seco en verano. Ese junco, a través de su movimiento, es capaz de componer una melodía. Una música de los días y las noches. De los silencios y penurias. De los rayos del sol que le enarbolan como el símbolo de la tenacidad de aquel que nunca se vence. Del ejemplo de la sobriedad sobre la belleza que acapara el resto del mundo. El junco y su soledad son como una marca que marcha indisoluble a nuestra piel. Una marca que no se ve, pero que siempre está ahí, con nosotros. De este modo, esa lucha del hombre contra el mundo, en el caso de Chéjov, bien podría representar el arte que se alza sobre la vida. Desde su infancia en Taganrog hasta la última etapa de su vida en Yalta, el escritor ruso supo convivir con el ruido de la existencia ajena y refugiarse en un postergado e imaginario jardín en el que nadie pudiera molestarle, y desde allí, primero escribir para sobrevivir, y después, construir su obra dramática con las escasas fuerzas que su discurrir vital le había dejado y la tuberculosis, cada vez más agresiva, le iba permitiendo. El caso de Chéjov, y su temprana muerte, siempre nos dejará con la incógnita de hasta dónde hubiese llegado la grandeza de su obra, de por sí gigantesca. Una circunstancia que comparte, entre otros, con los poetas británicos Keats, Byron o Shelley, o con el Premio Nobel de Literatura Albert Camus, o con el poeta portugués Fernando Pessoa, y por qué no, con la autora —Irène Némirovsky— de esta exquisita biografía novelada, sensible en ocasiones y cercana siempre al hombre y su obra. Una biografía que se asemeja a esa luz de la tarde que antecede a la noche y se cuela por las ventanas de nuestra casa al final del verano. Una luz tenue, lánguida que apenas roza los límites de las paredes de la habitación en la que nos encontramos. Así resurge la vida de Chéjov en las manos de Némirovsky. Pulcra y emotiva, para de ese modo, dejar fe de una existencia donde las puntiagudas aristas de la vida tienen la capacidad de seducción del reflejo del sol los últimos días del verano. Luz amortiguada por la sinuosidad de los acontecimientos de este hijo de tendero, donde los suaves detalles, insignificantes para la mayoría, aquí adquieren, gracias a la maestría de Némirovsky, el designio turbulento de las vidas marcadas por la soledad. 


3.- ALICE MUNRO, DEMASIADA FELICIDAD: LA CRUEL SOLEDAD DEL DIFERENTE

Soledad. Soledad como la fuerza que nos somete a lo largo de la vida. Soledad que no desaparece con la muerte. Esos reflejos interiores que nunca llegan a atisbarse en un mundo hostil y primitivo. Reflejos alejados de todo aquello que lleve la marca de la felicidad. Entonces, ¿qué representa ese efímero trasunto que deviene en demasiada felicidad? Esa demasiada felicidad que Munro nos presenta en esta colección de relatos es un mero deseo. Aquel que siempre anhelamos. Aquel con el que soñamos de una forma obsesiva. Aquel que no es real. En este caso, como ocurre en la obra de la escritora canadiense, las aguas subterráneas por las que fluyen sus relatos no dejan de correr por su mente. Por sus historias. Por sus vísceras. Aguas que salen a la luz en narraciones afincadas en una realidad muchas veces hostil y que huyen de ella asociadas a la indiferencia. Vidas anónimas que también necesitan de algo de cariño. Un cariño que parece que nunca encuentran, porque Munro indaga en los secretos que mueven nuestras vidas y en las atrocidades que éstos engendran. El resultado de todo ello convierte a sus personajes en seres débiles y sensibles que necesitan de ilusiones efímeras o absurdas que se crean ellos mismos para sobrevivir. La vida, en estos casos, es un espacio de ausencias, tal y como ocurre en el relato, Dimensiones, que abre esta recopilación. Ausencias que, sin duda, necesitan aliarse con el destino, y donde las historias contadas lo son de vidas paralelas que no tienen nada en común, salvo la soledad. Vidas paralelas que, sin embargo, acaban uniéndose en un enigmático final —marca de la casa— que nos ofrece la posibilidad de terminar o reinterpretar lo leído o imaginado. Un azar y sus consecuencias que está presente en El filo de Wenlock o en Pozos profundos, donde las historias quedan inacabadas, suspendidas en el aire, en la soledad y en la búsqueda de uno mismo y el resultado insatisfactorio que eso conlleva. Rastros de rostros que no acaban de romper con su pasado, porque siempre hay un lugar al que volver aunque éste sea el equivocado.


4.- GIORGIO BASSANI, EL JARDÍN DE LOS FINZI-CONTINI: LA DEMOLEDORA MIRADA HACIA UN DULCE Y PÍO PASADO

La naturaleza de esta novela se incardina en la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado, en el que el protagonista anónimo de la misma revisa su primer amor fallido de juventud. En esa sensación de pérdida y decadencia de la burguesía judía italiana que va dando pasos silenciosos hacia su exterminio sin apenas hacer ruido, es donde Bassani recrea su hacer literario impregnado de notables descripciones del entorno o las discusiones —muchas veces políticas— de sus personajes. Unos personajes que andan perdidos entre el amor frustrado del protagonista, y la sensación de soledad y engaño que el distanciamiento de la realidad que, casi todos ellos profesan por mucho que se alcen como defensores del comunismo o de unan postura más moderada como el socialismo, manifiestan. De ahí, que a lo largo de sus páginas vayamos desgranando ese universo convulso que tiene algunas semejanzas con la novela de Arthur R. G. Solmssen, Una princesa en Berlín; lo que nos ayuda a visualizar, que no a comprender, el horror hacia el que se encaminaba el mundo tras la finalización del Primera Gran Guerra. A pesar del trasfondo en el que se desarrolla, estamos ante una novela iniciática y de aprendizaje, donde de alguna manera trata de imponerse el espíritu del artista que se vislumbra en el protagonista y su necesidad de búsqueda a través del arte, la literatura, y cómo no, la poesía. En ese recorrido, Bassani nos deja muchas muestras de la semblanza artística presente en Italia a principios del siglo XX. Una visión del arte que fija su objetivo en la soledad e incomprensión que su protagonista manifiesta contra sí mismo y contra las corrientes antisemitas bajo el telón del fondo de fascismo y el nazismo, que él, contrarrestará, a través de la necesidad de búsqueda de una libertad completa que vaya más allá de las arcaicas estructuras en las que vive y siente. Romper ese cascarón será, sin duda, su meta. Un camino vital que recorrerá de una forma lenta, pero al final segura, tras ir consumiendo las etapas presentes en el desamor y en su afán a la hora de enfrentarse al mundo lejos de su entorno. 


5.- JUAN CLAUDIO DE RAMÓN, ROMA DESORDENADA LA CIUDAD Y LO DEMÁS: UN PUZLE ERUDITO SOBRE LA CIUDAD ETERNA Y SU HISTORIA PLAGADO DE ANÉCDOTAS Y LLENO DE VIDA

Ver, sentir, observar, pensar y, al final, disfrutar de la diferencia de aquello que cada uno percibe como único, pues única es la forma de experimentar la vida a través de los sentidos. Ahí, es donde sin duda conectamos con la belleza y su capacidad para cambiarnos y transformar un viaje en un cúmulo de sensaciones que harán de nosotros algo distinto. En ese espacio tan pocas veces explorado es donde se esconde la magia del viaje. Roma y su infinitud. Roma y sus múltiples destellos de arte. De sonidos. De sorpresas. De miradas en las que buscar aquello que nos hace diferentes. Roma pitonisa y mágica. Alumbradora y mística. Secreta y apabullante. Esa es la fotografía caleidoscópica que de la ciudad del Lazio hace Juan Claudio de Ramón en Roma desordenada la ciudad y los demás, un puzle erudito sobre la Ciudad Eterna y su historia plagado de anécdotas y lleno de vida. Un viaje que va desde lo majestuoso a lo cotidiano, aunque más bien podríamos decirlo al contrario, pues parte de la anécdota vivida o diaria que va en busca de esa otra historia que está tapada por la tela del tiempo y los siglos. Expresiones que parten de lo particular en busca de lo genérico, histórico, artístico, político. También de lo erudito, pues estamos ante setenta minuciosos relatos cortos que buscan el detalle en una ciudad inabarcable que funciona como piezas de un puzle que, a medida que leemos, vamos completando de una forma singular y majestuosa por la ambición de quién lo escribe y su proyecto, y por lo que se desprende de cada uno de ellos: la importancia del viaje, de ver, de sentir, de explorar. Al final esta Roma desordenada es el viaje interior y onírico de un diplomático que ha tenido la fortuna de pasar cinco años destinado en Roma, y que convierte su estancia en la ciudad en la senda infinita de aquel que busca y necesita lo imposible: actuar como un falso dios terrenal que lo tiene todo al alcance de sus pies, y de la profundidad de su mirada. Si como decía Paul Cézanne: «Ver es pensar», Juan Claudio de Ramón nos facilita esa labor en este libro de viajes donde lo demás lo es todo. El caos y su furia. El ruido y su distorsión. La belleza y la máxima expresión del arte. La Historia y los seres humanos que la han construido, y posteriormente destruido y reconstruido. Avanzar por las calles de Roma es hacerlo por un universo onírico y divertente, fílmico y teatral, arquitectónico y pictórico, monumental y arqueológico. Piedra tras piedra, monumento tras monumento, iglesia tras iglesia, nuestra mirada, a través de la del autor, va enriqueciéndose de sensaciones e imágenes que ya formarán parte de nuestro imaginario particular y colectivo. Acervo sentimental y lúdico. 


6.- PAUL AUSTER, EL PALACIO DE LA LUNA: LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD A TRAVÉS DEL AZAR

¿Se puede predecir el futuro, o son las sinergias del azar que en determinadas ocasiones gobiernan nuestro destino las que en verdad posibilitan que nuestras vidas sean de una forma y no de otra? A simple vista parece que disponemos de diferentes opciones a la hora de construir nuestro futuro. El esfuerzo, el trabajo, la dedicación plena a una actividad en concreto. Todo ello, sin duda, en aras de no facilitar la dispersión o la incertidumbre. Sin embargo, cuando creemos que lo tenemos todo controlado surge el azar y lo cambia todo. Esa fuerza, que existe, pero que casi nunca llegamos a entender muy bien, forja con sus casualidades muchos aspectos de nuestra existencia, eso sí, saltándose las reglas de toda lógica, pues nos moldea la vida de una forma imperceptible e invisible, tal y como el viento diseña la forma de las rocas día a día con el paso del tiempo. Paul Auster, un escritor que escudriña el azar objetivo, lo sabe muy bien y, tras una experiencia inexplicable que le ocurrió en su infancia, ha recorrido toda su vida y obra literaria por una autopista donde el azar o el destino se encargan, entre otras cosas, de ponerle y ponernos constantemente a prueba. Y, quizá, más que nunca lo haya hecho cuando ha tratado de buscar su propia identidad y la de sus personajes, enmarcadas o no, en el juego de las casualidades. 


7.- HILARIO J. RODRÍGUEZ, LAS DESAPARICIONES: LAS COORDENADAS GEOGRÁFICAS DEL TIEMPO O EL ARTE DE LO INVISIBLE Y LO INESPERADO
 

Leer. Pintar. Buscar. Bucear en las entrañas de la vida y viajar entre las coordenadas geográficas del tiempo. Allí, donde el arte de lo invisible y lo inesperado toma cuerpo, palabra, obra y acción. Allí, donde disfrutar del feliz descubrimiento es una invocación a una nueva vida. Allí, allí, allí… donde anida la materia infinita rodeada de fantasmas. Así se podría definir al arte y a sus múltiples manifestaciones que van a caballo, delante o detrás, de las manecillas del tiempo. El tiempo… espacio geográfico en el que indagar, y a partir de ahí, celebrar, aprender, enamorarse o rehuir de lo hallado. El tiempo… ese lugar donde se encuentran lo único y lo múltiple. El espacio en el que se produce el mayor de los milagros: adivinar lo que se esconde detrás de lo que es puro reflejo o ensoñación, porque es la materia intangible que nadie ve más que uno mismo—. El tiempo… o la capacidad de llegar a reaccionar a tiempo ante lo inesperado y de ese modo reclutarlo hacia nuestro propio bien. De esa incertidumbre nace la tierra infinita que crece a nuestro alrededor. La tierra que se abona con la lujuria de los otros. Aquellos que escriben, pintan, o se manifiestan sin otra intención que la de ser, buscar o encontrarse. Aquí no hablamos del éxito a gran escala, sino del silencio con el que reparamos nuestras heridas y seguimos soñando con alcanzar lo inabarcable: el tiempo. El tiempo y sus coordenadas geográficas se manifiestan en este libro a medio camino entre el ensayo, la auto-ficción o la novela de investigación, como un todo externo al mundo regido por las normas más convencionales. Las desapariciones es la magia que se esconde tras los espectros de un mundo al margen. Un mundo, donde las sombras, los espejos y las tinieblas son los auténticos protagonistas de un universo único por distinto, mágico por envolvente, y aterrador por el desasosiego en el que se sustenta. Gracias a Hilario J. Rodríguez, y su capacidad de abstracción, nos aproximamos a un espacio donde el tiempo es una grieta de sí mismo. Una grieta que nos lleva de acá para allá y difumina nuestras buenas intenciones para obligarnos a explorar nuevos territorios sin brújula y sin ocaso. Las desapariciones es un viaje atemporal por el mundo del arte y sus múltiples manifestaciones.

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

LOS PLANETAS, EL MANANTIAL: EL SECRETO DEL AGUA


El manantial:
grito y susurro, arma y su funda, proeza y su llanto, es la fusión de la naturaleza con la voz poética que narra y siente esa unión entre el amor, el pecado, la desdicha y la armonía, a la que se une una melodía de cuerdas que nos narra la vida desde el secreto del agua. Cuerdas de guitarras y de teclas de un piano a las que se une una voz susurrante. Una voz que nos abre el mundo de un modo inesperado y mágico igual que si estuviésemos perdidos en un bosque encantado donde las hojas se mueven al compás de un viento que se hace melodía. De lo inesperado. Único. Y absorbente. Como absorbente es la veneración del más casto de los creyentes sobre la Tierra. Tierra-poesía. Tierra-miedo. Tierra-agua. De esa multiplicidad de matices surge este El manantial, una canción que se encuentra dentro del último trabajo de los granadinos Los Planetas. Una canción que, por sí sola, les colocó en el número uno de ventas a principios del 2022, y que con el paso del tiempo, se está convirtiendo en un clásico de su discografía y de la sonoridad española que deambula por las tierras de lo inexplorado. Sus doce minutos de duración no es solo un riesgo en la producción, sino también la magnificencia de unos músicos que se han dado cuenta de que la autenticidad de la letra de este poema de Lorca se hallaba en la sencillez de aquello que llega de una forma directa al corazón. Verdad magnificada por la sinuosidad del duende que guía a este tema con la profundidad del que se abre en canal sin miedo a mostrar sus entrañas. El manantial es una confesión que, en sí misma, contiene el secreto del agua. Agua que nos moja. Agua que nos acompaña en la soledad de las tarde de invierno en las que nos escondemos de bajo de una manta. Agua que nos traslada a los días que ya nunca volverán: «Frente al ancho crepúsculo de invierno/ mi corazón soñaba./ ¿Quién pudiera entender los manantiales,/ el secreto del agua/ recién nacida, ese cantar oculto/ a todas las miradas/ del espíritu, dulce melodía/ más allá de las almas...»
 

En El manantial somos conscientes de que hay veces que, con las cuerdas de unas guitarras y las teclas de un piano, se crean atmósferas tan fratricidas que te noquean los sentidos. Ese quejío envolvente y mágico se traspone en una fuerza que te lleva lejos de la rutina diaria y se levanta como una fuerza rompedora de la mediocridad que se eleva como una nube sobre la niebla, el miedo, la penumbra y los mares interiores que nos ahogan. Ese corazón —que es la portada del disco, Las canciones del agua—, que se abre paso en el agua sobre el que se zambullirá, ya nos habla de lo impetuoso de su gesto y la valentía de su apuesta. Aguas transparentes sobre las que pueden volver a crecer nuevas vidas salidas de las raíces de ese corazón-tierra que más pronto que tarde volverá a ver la luz del sol sobre el que una vez más nacerá una nueva vida, ya sea esta vegetal o humana, porque la letra del poema sobre el que descansa esta canción es una mezcla de amor, desesperación y necesidad de una libertad que no siempre está al alcance de nuestras manos, porque siempre hay una fuerza mayúscula que se oculta en los otros que nos lo impide: «¿Qué alfabeto de auroras ha compuesto/ sus oscuras palabras?/ ¿Qué labios las pronuncian? ¿Y qué dicen/ a la estrella lejana?/ ¡Mi corazón es malo, Señor! Siento en mi carne/ la implacable brasa/ del pecado. Mis mares interiores/ se quedaron sin playas./ Tu faro se apagó. ¡Ya los alumbra/ mi corazón de llamas!/ Pero el negro secreto de la noche/ y el secreto del agua/ ¿son misterios tan sólo para el ojo/ de la conciencia humana?/ ¿La niebla del misterio no estremece/ a un árbol, el insecto y la montaña?/ ¿El terror de las sombras no lo sienten/ las piedras y las plantas?/ ¿Es sonido tan sólo esta voz mía?/ ¿Y el casto manantial no dice nada? 

El manantial, el tesoro mejor guardado de nuestras vidas que, como un milagro, surge de un arrebato de luz sobre las tinieblas. Y que crea temores y secretos que aguardan su instante y se cobijan bajo ese otro misterio que es el secreto del agua. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 6 de diciembre de 2022

COMPAÑÍA NACIONAL DE DANZA EN LOS TEATROS DEL CANAL BAJO LA DIRECCIÓN DE JOAQUÍN DE LUZ: Y VOLAR, VOLAR Y VOLAR

 


El amor, como ese impulso contradictorio que nos mueve de un lado a otro sin parar sin que podamos evitarlo, ni analizarlo. Sin embargo, la libertad de su movimiento nos provoca y provoca ensalzar lo mejor de nuestras vidas; vidas adheridas en demasiadas ocasiones a la mediocridad del día a día. El amor es una expresión de libertad que acelera y frena nuestros sentidos y sentimientos sin una razón ni un rumbo fijo. El amor nos traslada del caos a la gloria sin apenas darnos cuenta. Y lo hace en un movimiento que, como una estela de estrellas que desprenden su luz en el firmamento al unísono y crean una senda mágica que nos atrae sin otro sentido que el de la contemplación, nos deja a merced de un destino que nunca somos capaces de descifrar más allá del dibujo que a medida que avanzan los días va quedando dibujado en el lienzo de nuestras vidas. La Compañía Nacional de Danza nos presenta estos días en los Teatros del Canal varias versiones de esa expresión de libertad que supone el amor. Un amor en movimiento, coordinación y estela de cuerpos que suben y bajan, se detienen, se alzan sobre sí mismos y crean acordes de trazos en el aire al modo de pinceladas en un cuadro. En el primero de los tres actos en el que se divide el espectáculo, el coreógrafo Valentino Zucchetti, bajo el nombre de Where you are, I feel, nos muestra de una forma muy directa la sincronía entre danza y cuerpo, sensibilidad y fuerza, determinación y sentimiento. Como nos dice el propio Zucchetti: «Siguiendo el romántico vacío de la música, navego a través de la dinámica compleja y fluida de un grupo abierto de personas. Una celebración del fluido romance en todas sus facetas. Solo en un entorno en el que todos se sienten libres de ser quienes realmente son, puedes sentirte cómodo siendo tu verdadero yo. Solo cuando eres libre de ser tú mismo, puedes sentir verdaderamente el uno por el otro». Un fluido de libertad donde el amor se impregna de ese otro que nos transmite la esencia del alma. 

En el segundo acto asistimos a la magistral interpretación de Marcos Madrigal al piano, una excelente tela de sonido que recubre de misticismo y serenidad la coreografía de Ricardo Amarante bajo el título de Love Fear Loss. Canciones como La Vie en Rose o Ne me Quitte pas, conforman la textura perfecta que se combina a la perfección con las tres parejas de bailarines que dan forma física a esta ensoñación realizada con la sensibilidad que solo el amor puede llegar a comprender. A lo largo de las tres actuaciones de los bailarines asistimos embelesados a esa múltiple configuración de los sentimientos humanos, donde el rechazo, la pasión, la impaciencia o el determinismo —que toda pulsión incontrolada de nuestros sentidos nos llevan a superlativizar nuestra vida— se dan cita en una danza que mira para sí y hacia los demás, en una demostración de la multiplicidad de manifestaciones que existen tanto dentro del escenario como fuera de él, pues nos logran transmitir aquello que vemos como una sombra que se apodera de nosotros. 

Bajo la dirección del propio Joaquín de Luz asistimos al tercer acto que lleva por título Passengers Whitin bajo un manto de luz verde menta y unos telones inmensos de color blanco que, junto a la iluminación y las tonalidades de las vestimentas de los bailarines nos trasladan a un profundo sueño. Un sueño luminoso, atrevido y reivindicativo. Un sueño consciente del poder de esa luz interior que nos mueve y nos ensalza y devalúa al mismo tiempo. En ese cromatismo visual y sonoro que nos acompaña caemos prendidos como un pasajero de ese viaje que nos propone Joaquín de Luz. Un viaje donde: «La idea de Passengers Within está inspirada en la sociedad actual. Vivimos en un paradigma donde somos esclavos del sistema. La tecnología, los medios, el consumismo tienen a la población dormida y vagamos cual zombis al ritmo incesante que nos marcan. Desde que uno se levanta es bombardeado, sin pausa, por olas de información incesables como la música de Philip Glass. También vivimos sometidos y juzgados por lo que esta sociedad espera de nosotros. Los estereotipos, la moral nos comprometen a seguir un guion demasiado genérico como para ser individuos. La pareja principal representa a la gente que está despertando, que se cuestiona las cosas. No quieren ser pasajeros, sino dictar su propia vida a partir de su esencia y su presencia». Un viaje lleno de dinamismo y apertura hacia el más allá, pues busca la libertad de todo aquello que nos aprisiona.

Atrapados en esa sinergia sinfín de certezas y contradicciones, nebulosas y arquetipos que se elevan y desaparecen, marchamos por el mundo de la danza creada y expresada desde la plenitud de una idea que nos lleva a pensar en el amor y en el mundo en el que vivimos. Y lo hacemos bajo un mismo estigma; y volar, volar y volar. 

Ángel Silvelo Gabriel.