El amor, como ese impulso contradictorio que nos mueve de un lado a otro sin parar sin que podamos evitarlo, ni analizarlo. Sin embargo, la libertad de su movimiento nos provoca y provoca ensalzar lo mejor de nuestras vidas; vidas adheridas en demasiadas ocasiones a la mediocridad del día a día. El amor es una expresión de libertad que acelera y frena nuestros sentidos y sentimientos sin una razón ni un rumbo fijo. El amor nos traslada del caos a la gloria sin apenas darnos cuenta. Y lo hace en un movimiento que, como una estela de estrellas que desprenden su luz en el firmamento al unísono y crean una senda mágica que nos atrae sin otro sentido que el de la contemplación, nos deja a merced de un destino que nunca somos capaces de descifrar más allá del dibujo que a medida que avanzan los días va quedando dibujado en el lienzo de nuestras vidas. La Compañía Nacional de Danza nos presenta estos días en los Teatros del Canal varias versiones de esa expresión de libertad que supone el amor. Un amor en movimiento, coordinación y estela de cuerpos que suben y bajan, se detienen, se alzan sobre sí mismos y crean acordes de trazos en el aire al modo de pinceladas en un cuadro. En el primero de los tres actos en el que se divide el espectáculo, el coreógrafo Valentino Zucchetti, bajo el nombre de Where you are, I feel, nos muestra de una forma muy directa la sincronía entre danza y cuerpo, sensibilidad y fuerza, determinación y sentimiento. Como nos dice el propio Zucchetti: «Siguiendo el romántico vacío de la música, navego a través de la dinámica compleja y fluida de un grupo abierto de personas. Una celebración del fluido romance en todas sus facetas. Solo en un entorno en el que todos se sienten libres de ser quienes realmente son, puedes sentirte cómodo siendo tu verdadero yo. Solo cuando eres libre de ser tú mismo, puedes sentir verdaderamente el uno por el otro». Un fluido de libertad donde el amor se impregna de ese otro que nos transmite la esencia del alma.
En el segundo acto asistimos a la magistral interpretación de Marcos Madrigal al piano, una excelente tela de sonido que recubre de misticismo y serenidad la coreografía de Ricardo Amarante bajo el título de Love Fear Loss. Canciones como La Vie en Rose o Ne me Quitte pas, conforman la textura perfecta que se combina a la perfección con las tres parejas de bailarines que dan forma física a esta ensoñación realizada con la sensibilidad que solo el amor puede llegar a comprender. A lo largo de las tres actuaciones de los bailarines asistimos embelesados a esa múltiple configuración de los sentimientos humanos, donde el rechazo, la pasión, la impaciencia o el determinismo —que toda pulsión incontrolada de nuestros sentidos nos llevan a superlativizar nuestra vida— se dan cita en una danza que mira para sí y hacia los demás, en una demostración de la multiplicidad de manifestaciones que existen tanto dentro del escenario como fuera de él, pues nos logran transmitir aquello que vemos como una sombra que se apodera de nosotros.
Bajo la dirección del propio Joaquín de Luz asistimos al tercer acto que lleva por título Passengers Whitin bajo un manto de luz verde menta y unos telones inmensos de color blanco que, junto a la iluminación y las tonalidades de las vestimentas de los bailarines nos trasladan a un profundo sueño. Un sueño luminoso, atrevido y reivindicativo. Un sueño consciente del poder de esa luz interior que nos mueve y nos ensalza y devalúa al mismo tiempo. En ese cromatismo visual y sonoro que nos acompaña caemos prendidos como un pasajero de ese viaje que nos propone Joaquín de Luz. Un viaje donde: «La idea de Passengers Within está inspirada en la sociedad actual. Vivimos en un paradigma donde somos esclavos del sistema. La tecnología, los medios, el consumismo tienen a la población dormida y vagamos cual zombis al ritmo incesante que nos marcan. Desde que uno se levanta es bombardeado, sin pausa, por olas de información incesables como la música de Philip Glass. También vivimos sometidos y juzgados por lo que esta sociedad espera de nosotros. Los estereotipos, la moral nos comprometen a seguir un guion demasiado genérico como para ser individuos. La pareja principal representa a la gente que está despertando, que se cuestiona las cosas. No quieren ser pasajeros, sino dictar su propia vida a partir de su esencia y su presencia». Un viaje lleno de dinamismo y apertura hacia el más allá, pues busca la libertad de todo aquello que nos aprisiona.
Atrapados en esa sinergia sinfín de certezas y contradicciones, nebulosas y arquetipos que se elevan y desaparecen, marchamos por el mundo de la danza creada y expresada desde la plenitud de una idea que nos lleva a pensar en el amor y en el mundo en el que vivimos. Y lo hacemos bajo un mismo estigma; y volar, volar y volar.
Ángel Silvelo Gabriel.
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