La luz que conlleva toda creación se puede adivinar de muchos modos y maneras, o si se me permite, se puede buscar en el espectro del horizonte que más nos guste. En este sentido, The
Cornelius han fijado, desde su Galicia natal, el prisma de su música en
la senda de la mejor tradición musical norteamericana. Orientados hacia el
oeste, han seguido esa dirección sin necesidad de andar caminando en círculos,
sino en una línea recta clara, precisa y muy segura a la hora de elegir cuál es
la música que les gusta. En el ampuloso universo de estereotipos en el que nos
movemos, podríamos aceptar que su música se quede atrapada en los sonidos de
aquellos grupos que a buen seguro les han marcado a la hora de decidir dedicar
su vida a la música, pero más allá de lo obvio, hay que convenir en el acierto
y valentía de The Cornelius al reinterpretar el rock americano o californiano
de las grandes bandas norteamericanas de los setenta y ochenta, o ese soul
descarado de los ochenta que el productor del mago Michael Jackson, llamado Quincy
Jones, etiquetó como propio y que relanzó la música negra a cotas
altísimas. Y es en ese cruce de caminos en donde The Cornelius buscan la
esencia de sus melodías, y de paso, dónde resolver las encrucijadas de su
música que, como todo grupo que está iniciando su carrera profesional, necesita
de los caminos que otros antes han transitado en ese devenir que, el paso del
tiempo y la llegada de nuevos discos, les llevará a buscar más dentro de sí
mismos, pero con una raíces muy bien plantadas. Lejos de parecer que Walking in
circles se comporta como una copia de la música con la que The Cornelius disfruta,
encontramos en él destellos únicos de cinco jóvenes que viven la música
intensamente. Esa primera juventud es la que posibilita que, por ejemplo,
David Chiquillo se enfrente a canciones como Afford to lose con un tono de voz que desborda todas las
expectativas, pues el felling que derrocha es auténtico tanto por su sinceridad
como por su falta de miedo a la hora de interpretar esta canción con un matiz
profundamente oscuro, casi negro, que a cualquier cantante americano ya le
gustaría tener.
Walking in circles se
abre con el tema Never surrender, una
de las canciones más personales del grupo y que rompe en un inicio de guitarras
profundo que nos transporta hasta el sonido más característico de The
Cornelius, donde se dan la mano la luz y el brillo de sus guitarras con
la voz siempre muy presente de David, a la que nunca le falta la
compañía de un sonido envolvente por detrás. Brother es el primer toque funk, muy a o Jamiroquay del cd, en el
que una vez más navegamos bajo la consigna de sonidos coloridos que nos transportan
a otros tiempos, y de ahí su valor en la música independiente española, y que
nos da paso a la primera balada de Walking in circles, Whistle song, en la que ya nos queda
claro que la fusión de estilos es una característica de estos cinco gallegos
que profesan su amor por los bares californianos de los ochenta al estilo de
los Counting
Crows. Greats expectations es
un descarado y brillante homenaje a la mejor música de Michael Jackson (sobre todo
en la forma de interpretarla por parte de David) y que resume muy a las claras
el gusto por ese lado oscuro más genuino de cierta música norteamericana, sin
duda, uno de los grandes motores de la música de todos los tiempos. Aquí The
Cornelius se muestran solventes y eficaces en cada una de las facetas
que todo grupo que se precie debe tener.
Back an forth se inicia con una guitarra acústica que nos recuerda
a la frescura de los grupos del brit-pop de los noventa, en lo que podría ser
la primera escala en su viaje hacia su destino definitivo en la costa oeste
americana, y que nos acerca a uno de los hits más claros del disco por su
inmediatez y espontaneidad. On my own
posee la brillantez de las canciones llamadas a ser santo y seña del grupo,
pues les puede servir de gancho para adentrarse en esa otra vena más profunda
en la que tan bien se manejan. Típica canción fin de fiesta que te hace saltar
desde su inicio y te incita a volver a escucharla una y otra vez. Pero tras
esta clara concesión al gran público, regresamos a ese profundo y mágico
sentimiento en el que nos sumergen las cuerdas vocales de David que, con gran
descaro, se adentra en las profundidades del soul más genuino para recordarnos
todas las cualidades que atesora, y al que acompañan un no menos acertado
órgano y un suave punteo de guitarra que nos hacen navegar sobre el universo de
los ochenta y sus grandes bandas. A renglón seguido aparece Shine, una canción que se te mete en los
oídos nada más empezar a escucharla, y en donde su falta de estridencias, se
convierte en un gran acierto, pues sus reflejos son como un potente arco iris
plagado de colores, convirtiéndola en otro de los grandes momentos de este Walking
in circles, y que deviene en un auténtico grito rockero con moto
incluido titulado Daily chorus, donde
las notas musicales esta vez nos recuperan de un mal sueño tras perder nuestra
partida de billar.
Walking in circles es el tema homónimo del disco, y se comporta
como otro de los temas a tener en cuenta donde las reminiscencias más clásicas
se dan la mano en un caleidoscopio de sensaciones que nos llevan a buscar en lo
más hondo de nuestras emociones a modo de grito que nos sale del alma, y que
quizá, se comporta como el tema con más sentimiento del disco que nos ayuda a
desembarcar en A man talking, una
balada que cierra el disco y que nos permite revivir el largo recorrido que
hemos efectuado junto a The Cornelius, en una senda que
sigue las coordenadas de la mejor tradición de la música norteamericana.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.