Arropados por los premios musicales
que acumulan, Sharon Bates han ido sumando experiencias y experiencia en
todos ellos, para de ese modo, ir haciéndose a sí mismos y conformar una pátina
musical que los defina, y que se compone de diferentes capas de elevados
elementos rítmicos que buscan bocanadas superlativas teñidas de ritmos pop-rock.
La inmediatez de su propuesta musical se hace presente en canciones como Vértigo, uno de los dos singles de este
disco; canción en la que ya podemos apreciar la musculatura de sus guitarras.
Esa tendencia a intensificar sus melodías es uno de los signos significativos
de un disco que busca formas y planteamientos directos con los que poder llegar
a sus potenciales seguidores. A medio camino entre Valladolid y Madrid, Sharon
Bates intentan abrirse camino en el panorama musical indie español de
la mejor manera posible, pues a su experiencia en certámenes musicales, unen
sus conciertos en Festivales como el Sonorama del año 2013 o en diferentes salas
de la geografía española, donde han aprovechado y aprovecharán para presentar
su último trabajo, Adam Smithee, en referencia al seudónimo que eligen los
directores de cine estadounidenses cuando no quieren aparecer en los títulos de
crédito. Una referencia cinematográfica que también se extiende al nombre del grupo,
conformado, a su vez, por la fusión de dos: Sharon Bate —actriz que
fue la mujer de Polanski— y Norman Bates —el asesino de la
película Psicosis—. Historia de
fusiones que conjugan muy bien con su estilo musical, pues mezcla ritmos y
sonidos del pop, del rock o del glamorous
indie rock&roll, como homenaje a uno de sus grupos favoritos, The
Killers, tal y como ellos mismos se autodefinen en algunas entrevistas.
El disco se compone de once
temas, y comienza con Pierde el control.
Ritmos algo más contenidos para empezar y, con los que nos invitan a entrar en
esta habitación de reflejos multicolores que es su disco Adam Smithee. Referencias
de un medio tiempo climatizado de puntiagudas guitarras que nos hacen querer
escuchar algo más. Lo que conseguimos con Vértigo,
a la postre uno de los singles que han elegido para presentar su último
trabajo, un tema que se vierte ya sin miedo sobre una melodía mucho más rápida con
la que nos invitan a empezar a saltar pues contiene claros tintes tequileros. Aquí
las guitarras y los efectos atmosféricos comienzan a reinterpretarse de una
forma clara hacia ese pop-rock que caracteriza al grupo, gritos del cantante, Cristian
Haroche, incluidos. Nena! aplaca
un poco los elevados ritmos del grupo, que no así su fuerza, y devienen en una
especie de rap alternativo, donde las cuerdas de las guitarras siguen al mando
con toda la diligencia que seamos capaces de imaginar. Lo que no es óbice para
retornar a las oleadas de ritmos intensos revisitados por la implacable fuerza
de Sharon
Bates, anclados en letras imaginativas que van desde el amor o el
desamor a la vertiente más existencial del ser humano. Aquí, resplandece Mil intentos, con una especial capacidad
de resumen de todo el concepto musical del grupo, donde los relámpagos
guitarreros alternan con las pausas en las que la voz de Cristian recobra un
merecido protagonismo. Cerca del clímax de este disco y su música aparece Lipstick rojo, uno de los temas
preferidos del grupo, y que destaca por las generosas dosis de argumentos musicales
y cinematográficos que se funden y unen con la pasión a la que los componentes del
grupo nos tienen ya acostumbrados. Pura fuerza y control superlativo de las
sensaciones en uno de los temas del disco, sin duda.
Las dosis de adrenalina
consumidas en la anterior canción, nos llevan hacia una de las pausas musicales
del disco, Robinson en Hyde Park,
donde Sharon Bates busca la claridad de unos sonidos más suaves, con
los que apoderarse de los latidos del corazón de sus seguidores; una canción
puente que nos demuestra la amplitud de estilos e interpretativa del grupo,
pues con No se lo digas a mamá,
regresamos a versión más ramoniana de su música. Destellos muy identificables
de Los
Ronaldos en esta versión de rock garaje que tan bien le sienta al grupo
vallisoletano, y que tan bien resuelven; un ritmo que se diluye en Bambola, hasta llegar a un medio tiempo
disfrazado con unas guitarras nada tímidas marca de la casa (muy Fito
y los Fitipaldis).
Al llegar a la parte final del
disco, también regresamos a las melodías más intensas, y lo hacemos de la mano
de Diecisex, una canción que rezuma
notas tequileras, tanto por su matiz festivalero como festivo; ritmos
aguerridos plasmados en una capa de efervescencia ochentera. Propuesta que se
reafirma en Instinto animal,
conceptuado bajo los mantos coloreados de rojos intensos. Perfecta pigmentación
de colores que nos lleva hasta El punto
suicida, a la postre, último tema del álbum, un compendio de todo lo dicho
y que nos ayudan a definir a la música de Sharon Bates como de bocanadas
superlativas de ritmos pop-rock.
Ángel Silvelo Gabriel.