lunes, 30 de noviembre de 2015

ISABEL COIXET, NADIE QUIERE LA NOCHE: CUANDO LAS PROTAGONISTAS DEL VIAJE Y LA AVENTURA SON ELLAS


Hay algo inmensamente perverso en el amor, y es esa capacidad que tiene para dibujar grietas en una superficie que nadie ve, salvo el que la sufre. Atrapados en una especie de mar helado que nos paraliza y nos impide avanzar —cuando además tenemos la certeza de que vamos a morir congelados—, es lo que nos obliga a realizar un salto mortal sin red, y en ese desesperado intento, cuando saltamos por encima de nuestras propias barreras definidas por los sentimientos autoimpuestos, es donde nos damos de bruces con nuestra propia identidad. Como no tenemos otra salida, la única opción que se nos presenta es la de aceptar ese todo o nada tan categórico como salvaje, tan cruel como adverso, tan inesperado como injusto. La vida es injusta en sí misma, pero también es verdad que, quizá, no haya aventura más arriesgada que la del viaje. El viaje, sea cual sea su distancia y su frontera, es tan poderoso, que por sí mismo nos modela el alma sin apenas darnos cuenta, y no solo eso, porque nos somete a esa perpetua revisión de nuestros más firmes principios como ninguna otra experiencia es capaz de conseguir. Si a todo ello le unimos las condiciones extremas a las que la climatología, y sobre todo, la pasión ciega con la que se viste el amor —que nos lleva a saltarnos las reglas más elementales del sentido común—, nos encontramos ante un precipicio que ejerce de frontera entre la vida y la muerte, excepto para aquel que se acerca a él de una forma temeraria e inesperada. Todas ellas, son condiciones inherentes a este film que se nos muestra como esa prueba incondicional y única del que solo entiende el amor con mayúsculas, sin explorar sus consecuencias. Sí, prueba incondicional a la que la directora Isabel Coixet va a someter a sus protagonistas en Nadie quiere la noche; una película única, inmensamente bella y difícil de concebir y entender por lo salvaje de la experiencia. No hay barreras en la cámara de Coixet ni en la mimética mirada de Juliette Binoche, cuyos ojos y cara son perseguidos de una forma ensimismada por el zoom de la directora que, quizá, como nunca, busca romper la barrera externa de la piel para rebuscar en las entrañas de una protagonista refugiada en la sinrazón del amor que no entiende de barrera ni límites.
 

Nadie quiere la noche es, además, la posibilidad de recrearse en el manto inmaculado de un paisaje nevado que se confunde con el níveo cielo y que se difumina hasta la línea del horizonte. En ese universo blanco y prístino nos dejamos llevar por esa otra aventura de recorridos interiores a la que Coixet nos invita. Detrás de ese bellísimo decorado no hay nada, salvo la naturaleza más salvaje y adversa…, y el silencio. Un silencio que, con el paso del tiempo, se transforma en soledad y esta, a su vez, en una mera prueba de supervivencia como pocas veces se ha rodado en el cine, pues las imágenes hablan por sí mismas, sin dejar espacio a las dobles interpretaciones, salvo aquellas inherentes a la propia sensibilidad de cada espectador. En Nadie quiere la noche, tanto Juliette Binoche como Rinko Kikuchi se muestran cual heroínas de una causa perdida que, aunque idéntica en su fin, en cada una de ellas es distinta, como distintas son las razones que les lleva a aceptar su destino a cada ser humano. Hambre y frío, soledad e incomunicación, compiten en cada fotograma junto a esa otra aventura interior que mueve a cada una de las protagonistas a seguir su propio camino. En este sentido, más allá de las condiciones meteorológicas extremas a las que se verán expuestas Juliette Binoche y Rinko Kikuchi, las auténticas y tenebrosas pruebas a las que tendrán que hacer frente serán las definidas por ese abismo interior que, como un vendaval de nuevas experiencias, deberán afrontar dentro de sí mismas. Hay pruebas que nada ni nadie te enseña a soportar ni a sentir, de ahí que las más primarias de las esencias humanas sean las verdaderas protagonistas de este viaje interior donde, ellas, por fin, serán las verdaderas protagonistas de la aventura, dejando a un lado a aquellos otros —todos hombres— que solo buscan el Polo Norte geográfico. Así, mientras que el marido de la Binoche, Robert Peary, marcha sin rumbo en busca de una entelequia que se le resiste a lo largo del tiempo, la directora española no repara en él, sino en ese otro y verdadero descubrimiento que es el de alumbrar aquella otra experiencia que supone asumir nuestras propias limitaciones y resistencia ante aquello a lo que jamás imaginamos que deberíamos enfrentarnos. Igual que una lanza que directamente nos parte el esternón en dos, las imágenes de esta película apuntan con miedo, pero también con mucho coraje, a nuestro espacio más vulnerable, para de ese modo, escarbar sin dificultad en el demiurgo de un alma que ya escapó despavorida al imaginar aquello que se le avecinaba.
 

En esa plasticidad que mezcla miedo y coraje, belleza y aventura, Nadie quiere la noche nos descubre la inmensidad del ser humano, esa que va más allá de las extensas y paradisiacas llanuras nevadas polares, y lo hace de la mano de una directora, Isabel Coixet, y dos actrices Juliette Binoche y Rinko Kikuchi, que son las verdaderas protagonistas de este viaje jamás contado. 

 

Ángel Silvelo Gabriel.

ÁNGEL SILVELO, 3º PREMIO LITERARIO DE LA SUBSECRETARÍA DE DEFENSA 2015


 
En el ochenta aniversario de la muerte de Fernando Pessoa, un servidor no ha podido conmemorarlo mejor que con esta distinción a uno de mis relatos. Relatos malditos que, de vez en cuando, se hacen un hueco en el palmarés de los premios a los que los envío, cual dioses perdidos que, esta vez, alguien encontró, leyó e incluso le pareció que eran dignos de ser destacados.
 
«¡Duerme, que la vida es nada!
¡Duerme, todo es ilusión!
Si alguien encontró el camino,
lo encontró en la confusión
y con el alma engañada».
Poema, ¡Duerme, que la vida es nada!, de Fernando Pessoa

HOMENAJE A FERNANDO PESSOA EN EL 80 ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Apenas la primera luz de la mañana ilumina la apacible silueta de la desembocadura del Tajo, se cierne sobre Lisboa la sombra de la nostalgia que, en esa incierta hora del día, se tiñe de melancolía en forma de un majestuoso poder de evocación. Lisboa, ciudad del fado, la tristeza y la nostalgia, es también el lugar perfecto para soñar las mil y una maneras de vivir otras vidas y de ser otro. Vivir hacia afuera, mirándonos desde ese otro yo, podría ser un magnífico lema para definirla, tal y como intentó hacer Fernando Pessoa a lo largo de su vida a través de los diferentes confines de la ciudad que, diseminados en un glosario de placas, dibujos, estatuas y anuncios, se encargan de que no olvidemos por qué el espíritu de Pessoa, el hombre que casi siempre quiso ser otro a través de sus múltiples heterónimos, se cierne como una tenue neblina sobre cada piedra de la milenaria ciudad lisboeta. Como él mismo decía en su poema Autopsicografía: "el poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente". Y esa sombra evocadora que lo inunda todo, en esta otra ciudad de las siete colinas, hace posible que finjamos ser quienes no somos.
 

No hace falta sino abrir por cualquiera de sus páginas su magistral Libro del desasosiego, para darnos cuenta que estamos ante un autor y una obra que se nos muestra como una fuente inagotable de sensaciones, inquietudes, y formas de ser y estar ante el mundo y la vida muy distintas a las habituales (un ejemplo: "el corazón, si pudiese pensar, se pararía"), pues no se nos debe olvidar que Pessoa es un maestro de la paradoja llevada al paroxismo. Esa infinitud literaria es el mejor reflejo del alma de Pessoa, a pesar que lo escribiera su semi-heterónimo Bernardo Soares, su otro yo más cercano al auténtico espíritu pesoano. Como toda obra de un artista completo que, se caracteriza por el caos que sobre ella le producen los múltiples arranques y paradas creativas que la acechan, el Libro del desasosiego está compuesto por más de quinientos fragmentos que se resisten, como la propia vida, a ser ordenados, coexistiendo en un desgobierno literario y existencial que le ha dado a su autor fama mundial, y a poco que uno pasee por la ciudad donde desemboca el Tajo, sabe que, esa esencia que se respira en sus páginas, es el mejor reflejo del alma de los lisboetas, así como el mayor reclamo de la cultura portuguesa en la actualidad (si exceptuamos a la cantante de fados Amalia Rodrigues, auténtico ídolo nacional), porque nadie mejor que el más universal de los poetas portugueses, encarna hoy en día el emblema de una cultura lusitana que se incardina en el sentir popular a través de los helados, los licores o cualquier otro objeto de consumo, como mejor referencia de ofrecer y vender la esencia portuguesa; y lo hace en un proceso natural que convierte a su figura en una simpar gracia de silenciosa omnipresencia... “No soy nada./ Nunca seré nada./ No puedo querer ser nada./ Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo (Extracto del poema Tabaquería), como una nueva muestra de ese gusto del autor por el fingimiento y la paradoja.

 
Esa capacidad para desdoblarse en otro no es ajena a los escritores, pues aunque en mayor o menor medida doten a sus obras de sentimientos y sensaciones propias o de experiencias vividas o escuchadas, por y de otros, llega un momento en el que los personajes y la trama toman cuerpo por sí mismas, hasta convertirse en entes propios y podríamos decir que independientes del autor que las escribe. Sin embargo, en el caso de Pessoa estamos ante otra forma de ser otro, pues sus heterónimos, sobre todo aquellos más importantes, son algo más que personajes de una novela para convertirse en partes del alma del autor e identidades con vida propia, como si Pessoa no fuera uno sino muchos otros a la vez. Esa capacidad de desdoble o abatimiento en otros, no nos debe de extrañar tanto si fuésemos conocedores de los pormenores de su vida solitaria (casi de ermitaño) en habitaciones alquiladas y comedores baratos. Con una referencia a este tipo de establecimientos comienza el Libro del desasosiego: “Hay en Lisboa unos pocos restaurantes o casas de comidas en los que, encima de una tienda de hechuras de taberna decante, se alza un entresuelo que tiene el aspecto casero y pesado de un restaurante de ciudad pequeña sin tren”. A lo que habría que añadir, su inclinación por la astrología (algo que se pone de manifiesto en la recreación que de su habitación existe en la que fuera su última casa, hoy reconvertida en la Fundación Fernando Pessoa), o incluso cuando ejerció de médium. Esa necesidad de trasladarse fuera de sí mismo, es la principal característica del enigma que rodea a todos los estudios sobre su vida y su obra, que ni siquiera fue interrumpida por Ofélia Queiroz (fruto de esta relación existe una amplia correspondencia epistolar entre ambos que recientemente ha sido publicada en España), que se cansó de sus continuas extravagancias: “Toda mi vida gira en torno a la literatura, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser. Todos (…) tiene que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos –que considero muy dignos dicho sea de paso. De un hombre común y corriente es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules”.

 
Pessoa dedicó su vida a crear (“vivir no es necesario, lo que es necesario es crear”, dejó dicho en el poema Navegar é Preciso), y tanto es así, que sólo trabajaba dos días al semana como traductor, o como él dejó dicho en una nota autobiográfica: “corresponsal extranjero de casas comerciales”, dedicando el resto de los días a escribir, lo que hacía sumido en un caos… su propio caos, pues nada más tenemos que asomarnos a los fragmentos que componen el Libro del desasosiego para darnos cuenta de ello, y de que era un hombre entregado a sus sentimientos más profundos y a ese último deber intelectual que gobernaba su vida: “tengo el deber de encerrarme en la casa de mi espíritu y trabajar cuanto pueda y en todo cuanto pueda para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la conciencia de la humanidad”. Nada, por tanto, distrajo a su espíritu de ese deber último que fue la literatura; un esfuerzo que, sin embargo, y como suele ocurrir en demasiadas ocasiones, no le fue concedido en forma de reconocimiento sino después de su muerte cuando han salido a la luz buena parte de sus escritos y composiciones. A partir del conocimiento de su obra, en la actualidad los críticos le consideran el poeta portugués más importante del siglo XX. Un reconocimiento que el estado portugués materializó cincuenta años después de su muerte con el traslado de sus restos al claustro del Monasterio de los Jerónimos de Belém, donde descansa al lado de otros grandes e ilustres personajes de la historia portuguesa. Una gloria, a la que el pueblo portugués rinde homenaje casi en cada esquina, en cada puerta, en cada frase con la que intentan inmortalizar la vida, su propia vida a través de otro. No en vano su último texto dice: “no sé lo que traerá el mañana…”
 
Y para ser conscientes de ello, solo hace falta leer un extracto de su famoso poema Tabaquería.

"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo. 

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada. 

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida. 

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. 

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.

Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.

No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones! Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?"

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 24 de noviembre de 2015

CARLOS OROZA, EL POETA QUE HIZO DEL FRACASO UN ÉXITO, NOS HA DEJADO. SÍ, SE HA IDO EL ÚLTIMO DE LOS MALDITOS

El sábado nos dejó Carlos Oroza, y lo hizo en Vigo, a los 92 años de edad. Se fue sin hacer ruido, con la pleamar de ese océano que tanto le sirvió de inspiración.

«Una marea blanca
Una tierra más alta
Una frente sin rumbos»
(Cabalum)





Como declara en esta entrevista que concedió al Faro de Vigo el 12 de abril de 2009: «La poesía es mi condena y mi salvación». Sin embargo, antes de irse, aparte de su obra, nos regaló palabras como estas...

¿Cuándo tuvo conciencia de su condición de poeta?

- El poeta nace cuando le sorprende la primera palabra. El problema es saber escucharla. Yo construyo mis versos a través del otro yo, el yo interior. De repente, cuando surge la primera palabra, yo me recluyo en un espacio donde no exista nada que me entretenga. Y me quedo quieto, y espero a que suene la voz, que es la otredad. El poema se construye como si fuese una sinfonía, no con rima sino con ritmo interno. Porque la palabra tiene un ritmo interior; la rima es una cosa escolástica.

- El poeta tiene una mirada distinta...

-Completamente. A veces te quedas alelado ante cosas que no ven los otros: un árbol, la marcha de un río, una perspectiva donde tu mirada alcanza mayor longitud... Ahí está el poeta, en la codicia de lo lejano.

- Y a los 18 años se quedó enganchado en la poesía...

- ¡Me quedé atrapado por el canto! Como dijo Hölderlin, la poesía es un juego peligroso por su carga de fatalidad. De tal manera te hace víctima, que si se marcha de tu hombro ese pájaro que canta, te quedas sin nada, sin territorio y sin ti mismo.

- La poesía es, entonces...

- Mi condena y mi salvación. Un mal y su cura.

- ¿Con cada poema se siente vacío o pleno?

- Si el poema es un logro, alcanzas la totalidad del universo, pero entonces se produce el vacío de volver a empezar. ¡Y eso es tan difícil! ¡Volver a la lucha! Por eso, a veces, un solo verso es más importante que todo un libro.

- Este mundo no parece estar para los poetas.

- Somos bichos raros. Un poeta es un tipo solitario, que va escuchando, no se sabe bien qué, y que tampoco se sabe bien adónde va, porque va prendido del canto.

- Tipos peligrosos...

- Mucho. Somos un mal ejemplo, pero yo sólo puedo ser poeta pero cuando se es poeta de verdad, se es todas las cosas. El poeta organiza el caos, da sentido al absurdo de la existencia.

- ¿En su carné se leyó alguna vez de profesión: poeta?

- Jamás, porque para el sistema eso es algo inconcebible.

- Está fuera del sistema...

- Totalmente. Soy un outsider.

- ¿Y eso le agrada?

- A veces sí, a veces no. En ocasiones me constituyo en el enemigo máximo de mi propia existencia. El cansancio de verte todos los días en el espejo, el tener que cambiarte todos los días de ropa... Lo cotidiano mata, poco a poco, lentamente.

- Nuestra sociedad se mira poco al espejo...

- Sí, porque nos tenemos miedo. Empezamos a detestarnos porque eso buscamos la compañía, sobre todo la del televisor.

- Cuando se le ve caminando por las calles de Vigo, alguien puede pensar que está matando el tiempo...

- ¡Pero si estoy trabajando! Mi marcha es una marcha poética. Voy al encuentro de una guirnalda o de un poema, y si no me lo da la realidad, entonces la sueño y la transformo.

- Usted está en el mundo y al tiempo fuera de él.

- Fuera y dentro. En el mundo pero sólo en aquellas cosas esenciales, las que me alimentan. Por eso me siento extraño en este desierto emocional, donde la palabra fue raptada. La palabra alma, la palabra espíritu... ¡tan mal utilizadas!

- Malos tiempos para la palabra.

- Vivimos en el mundo de la pasarela, de los objetos. La gente acude a los grandes almacenes como si fuesen catedrales. Nunca tuvimos tanto y nunca tuvimos tan poco.

- ¿Se siente un bicho raro?

- En realidad, yo encuentro raros a los otros, a todos.

- ¿Dónde está la inspiración?

- Las palabras están sonando en una realidad escondida. Yo voy al encuentro de las musas, que pueden ser una cosa humilde, una flor, cualquier espacio inundado de emoción. El mundo esencial está detrás de los muros de la realidad. Vivimos rodeado de contenciones, de fronteras, siempre represivas. Hay que ver más allá. Tus ojos tienen que alcanzar la perspectiva de la longitud de la naturaleza. El hombre del desierto tiene la mirada más larga y profunda porque vive en un espacio libre. Su mirada es más rica. Nosotros vivimos en un territorio marcado por paredes, fronteras... Nuestra mirada es pobre.

- Defiende el valor de la inocencia.

- Quien conserva la inocencia vive en un estado poético. La inocencia no es idiotez ni culpabilidad; es permanecer en un estado especial: ser capaz de sorprenderte, como un recién nacido que está descubriendo el mundo. La inocencia es la mirada de ese niño que te está preguntando con los ojos. La inocencia es Hölderlin.

- ¿Y la libertad?

- Esa palabra está tan manoseada que me niego a pronunciarla. ¡Ser libre, libre, libre...! Pufff

- ¿Prefiere la palabra soledad?

- La soledad sólo tiene sentido si es para hacer algo. Sin embargo, la otra soledad ni bajo un techo se soporta.

- ¿Y el silencio?

- Ahora todo es ruido, y la poesía es silencio, cadencia, melodía, música... tu propio hálito.

- En un mundo tan hipertecnologizado, ¿es el último artesano?

- Sí, el arte-sano, el arte de la salud.

- Disfrutó en Madrid de éxito y bienestar material, pero un día decidió renunciar a todo...

- Lo abandoné todo. Decidí salir de ese mundo, de ese desierto emocional y penetrar en la esencia de las cosas, en busca del poema y la sinfonía. Así que regresé. Y el lugar más parecido a mi idea infantil de Galicia es Vigo, y aquí estoy. La poesía exige una renuncia total. Yo he dejado todo por esto, pero esto es mucho más placentero y digno. Decidí perder para ganar. Soy un romántico. Ya lo escribí: “Todas las tardes paseo mi derrota por las calles de Vigo, alguna vez me paro en la orilla y espero algún barco”.

- ¿Jamás se ha arrepentido?

- Nunca. Vigo es la luz y yo vine en su búsqueda. La luz, no el sol... ¡La luz!

- Vigo, una ciudad industrial y caótica, no parece poética...

- Pues yo he encontrado aquí la poesía. En mis paseos he descubierto un tránsito poético.

- ¿Es útil la poesía?

- El sentimiento de lo útil y de lo inútil es moralista. Lo más inútil es verdaderamente lo bello.

- Por eso renunció a la poesía social, reivindicativa...

- Me parecía un discurso coyuntural, crónica periodística. Aquello era kármico.

- ¿Con qué está comprometido?

- Con mi poesía. En eso soy egoísta. Busco un poema de hoy que sirva para mañana, aunque las futuras generaciones pueden rachar con todo, porque “lo que ayer fueron grandes verdades, hoy están puestas en duda, no obstante las mareas se precipitan, no hay nada, pues, de lo que fuimos que nos pertenezca”. Lo único que nos pertenece es la tradición; el pasado es hemeroteca.

- ¿Cree en la perfección?

- Para ser poeta hay que sentirse incómodo. En una ocasión, el Papa viendo una obra de Miguel Ángel le reprendió. “Todo está tan bien organizado, pero ese ángel, ese de ahí, ese angel que ha pintado se va...” Miguel Ángel le respondió: “Pues ese ángel es el que más me gusta”. La perfección excesiva es academia. A veces los errores te enseñan. Hay que reivindicar el derecho a equivocarse. En el error sobreviene el acontecimiento y ahí surge el poema.

- Hay quien le reprocha que su trabajo poético es corto.

- Están equivocados. Son gente que defiende la abundancia, el llenar las neveras por si mañana hubiera guerra. Un poema surge de vez en cuando... ¡De vez en cuando! Aquí hay mucho libro inútil que no vale para nada.

- ¿Está orgulloso de toda si obra?

- Si dijera eso, sería un imbécil. Hay cosas que pongo en duda.

- Su poesía es un canto.

- Está hecha para ser escuchada. La imprenta es un fenómeno de nuestro tiempo; la poesía, anterior. El pueblo necesita oración, canto, palabra y silencio.

- Reivindica a los jóvenes...

- Sí, debemos salvarlos para salvarnos.

- ¿Se puede mentir en poesía?

- Nunca, a lo sumo imaginar. La poesía es la verdad mas profunda del espíritu, pero se encuentra muy oculta y necesita ser cantada. Por eso a la poesía no debe puntuarse ni ponérsele comas. Es un canto libre.

- Es un creador de palabras.

- Yo no domino el diccionario. Me repugna. Así que cuando me falla una palabra, la invento. La clave es que esa palabra permanezca, que sea acogida como una aportación a un lenguaje que yo trato de enriquecer, pero no de forma caprichosa; debo encontrar una pieza que encaje en el puzzle. Por ejemplo, cuando canto “Ómniva, Ómniva, Ómniva”.

- Detesta las fronteras.

- Yo tengo un poema que dice: “Dejad que el trigo crezca en las fronteras, porque una flor no puede ser hermosa si no dejáis que el trigo crezca en las fronteras”. La frontera es la cosa más ilegal que hay en el mundo. Es repartirlo, cuartearlo. La infancia es la patria y lo demás, una añadidura.

- Usted ha dicho: “No puedo soportar a los poetas y a los pintores de domingo”.

- La poesía es una actitud permanente. No se puede salir de una clase y escribir un poema, porque eso es caer en la deformación, en el culturalismo más falso. La cultura es sólo un punto de partida. A partir de ahí debemos seguir en la búsqueda de algo superior. Por eso no me gusta la poesía ni la pintura académicas; me gusta el arte de creación. No creo en los poetas de horas libres. El poeta lo es en todo instante. El poema tiene que ser coherente con tu actitud vital; lo que escribes, tienes que vivirlo.

- ¿Se siente un provocador? ¿Cree que los demás lo ven así?

- Me siento indiferente hacia los demás, ni me provocan; al contrario, de vez en cuando los amo.

- ¿Ha sentido odio o envidia?

- Eso sería una carga insoportable, y yo soy muy vago y débil. El rencor es el arma del fracaso más absoluto.

- ¿Cómo encaja en el mundo intelectual y cultural?

- ¡Pero si yo no ando con nadie! No me interesa mucho, porque se repite. No me divierte, no me suena al oído.

- La mujer es otro de sus grandes temas.

- La mujer es un misterio, el eco de tus propias cosas, de la naturaleza. Haber tenido a un individuo como yo dentro de un vientre... supongo que habrían deseado expulsarme urgentemente. Nunca he entendido a las mujeres, sólo las he sospechado.

- ¿Cree que le comprenden?

- Pues por alguna, sí. Alguna tan rara como yo.

- Usted es un gran cortejador.

- Me gusta seducir, como divertimento. Es algo hipnotizante.

- ¿La poesía sabe?

- La poesía se mastica. Cuando escribo, me huele el paisaje.

- ¿Y duele?

- Claro que duele. El dolor es la tendencia a la derrota.

- ¿Lo peor es repetirse?

- Una cosa es hacer poemas repetidos, y otra tener una poética. Cuando tienes una poética siempre estás haciendo el mismo poema, con variaciones.

- La muerte es un tema que esquiva.

- Porque es el fin de todas las cosas. Prefiero la vida y que la muerte me sorprenda cuando le dé la gana.

- ¿Es eso cobardía?

- Sí. Soy terriblemente miedoso.

- Por eso no habla de la noche.

- He soportado la noche con maquillaje. La noche es una mentira literaria. Yo anhelo el sol, la esperanza... ¡la luz! Hasta la palabra es bonita.

- ¿Y qué espera?

- Nada, yo sigo caminando al encuentro de esas cosas que la gente no percibe y pisa.

- Cuándo recita su poesía, ¿qué siente?

- Estoy unos segundos en lo divino.

-¿ Y cómo compone?

- Yo vivo la aventura del poema en mi cabeza. Lo escucho, lo compongo y cuando está acabado y memorizado lo paso al papel, lo convierto en signos.

- Entonces en su cabeza hay poemas por salir...

-Algunos, y ahora estoy luchando con ellos. Ahí están, dando vueltas. Hasta que salen, hay que dejarlos en paz, pero siempre muy alerta.

- ¿Y desecha?

- Rechazo todo lo que me suena a cotidianeidad, a tópico. No soporto la obviedad. La poesía tiene que trasladar el lenguaje, darle una aristocracia. Para eso está la prosa. ¡Que hagan prosa ellos! ¡Son prosaicos!

- ¿La poesía puede abandonar al poeta?

- Eso ya le pasó al prodigioso Rimbaud. Cuando la poesía te abandona, si el canto te deja... ¡es terrible! Es la desolación. Si eso pasa, se acabó la aventura.

- ¿Necesita ser entendido?

- No. Yo busco la gente entrañable, humilde; que recibe el poema aunque no lo entienda; que está sin estrenar; que tiene capacidad para emocionarse. Ahí encuentro una proximidad de espíritu. Porque el que está contaminado por la cultura es insoportable. ¡Es un pedante! ¡Un verborraico! Sufre de incontinencia verbal. La demagogia es nauseabunda. El cultismo, no; la cultura, sí.

Fuente: Entrevista realizada por Rogelio Garrido para el Faro de Vigo.

REVISTA TERRAL: EL NÚMERO 20 YA ESTÁ EN LA RED.- EN SU EDITORIAL, TERRAL SE SUMA AL DOLOR DE LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO TERORISTA DE PARÍS


Tenía preparado otro texto para la editorial de este número 20 de la Revista.

Pero cómo escribir otra idea, otro deseo, otra reflexión, que en estos momentos solape los terribles hechos ocurridos el día trece de noviembre en París.

Entre tantas noticias difundidas en todos los medios informativos, me han impactado varias: algunas trágicas, otras heroicas; personas milagrosamente salvadas, bien por el azar, bien por manos generosas…, Y me impresionó sobre manera que entre los terroristas se inmolara una joven, colocándose un explosivo en el cuerpo en nombre de no sé qué dios.
Sin embargo, entre el enjambre de tanto despliegue informativo, hubo algo que me consternó en profundidad: la carta que escribió el periodista Antoine Leiris a su mujer, que murió asesinada en la sala de fiestas Bataclan, y que he conocido gracias a nuestra colaboradora habitual, Mar Solana. 

Os transcribo a continuación el párrafo que movió todos los cimientos de mi sentir:
«El viernes me robasteis la vida de una persona excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo. Pero no tendréis mi odio. No sé quiénes sois y no quiero saberlo, sois almas muertas. No os haré ese regalo de odiaros. No responderé con odio y cólera.  No tendré miedo,  no dudaré de mis conciudadanos,  no sacrificare mi libertad por la seguridad.  Habéis perdido.» 

Revista Terral nº 20 –Editorial-Indice   
Admiro la fuerza y determinación de tantas almas sacudidas por la barbarie y la sinrazón, como la de este periodista y la hermosa lección que quiere trasmitir a su hijo… Y siento una profunda tristeza por el mundo que nos está tocando vivir, de valores desterrados y tradiciones perdidas, carente de paz…, con el miedo y el pesimismo inoculándose en nuestros corazones.

Concluyo esta triste editorial emplazando a los lectores de Terral a conocer la reflexión: «Almas Muertas: “La Paz ya está aquí”» de nuestra habitual colaboradora Mar Solana, y que podréis encontrar en la Sección Opinión-reflexiones. A mí me ha revuelto las entrañas, merece la pena que lo leáis. 

Un número más, doy las gracias a todas las «Almas Vivas», lectores y colaboradores, que hacéis que el Sueño de las Palabras sea posible y real.
 
Lola Buendía López– Directora de la Revista Terral - ISSN 2253-9018

viernes, 20 de noviembre de 2015

"MUERTE TRAS LAS CÁMARAS", LA NUEVA NOVELA DE ALICIA G. GARCÍA

"¿Qué sucedería si una concursante de un programa de telerrealidad apareciese muerta? En una lucha entre los intereses comerciales de la cadena de televisión y la búsqueda de la verdad ¿quién vencería?".
Alicia nos presenta un nuevo proyecto,  que quiere hacer llegar a todos los lectores.
Su novela digital Muerte tras las cámaras, una intriga policiaca en un entorno de plena actualidad. A la venta en Amazon:
 

sábado, 14 de noviembre de 2015

EDVARD MUNCH, ARQUETIPOS, EN EL MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA DE MADRID: LAS DAÑINAS E INTENSAS PINCELADAS DEL PINTOR NORUEGO MÁS ALLÁ DE EL GRITO


Como otros muchos autores, Edvard Munch, reinterpretó el mundo a través de su pintura, y lo hizo mediante la intensidad del color aparejada a la turbulenta sinuosidad de unas pinceladas tan anchas y desgarradas como su capacidad para llevar al límite las sensaciones más básicas del ser humano. El dolor, la locura, la soledad o el amor se precipitan sobre nuestras pupilas a borbotones, incluso a latigazos, a poco que nos dejemos atrapar por esa íntima y evocadora necesidad de expresión que el pintor noruego atesora a la hora de sentir la vida a través de su pintura. Al inicio de la exposición una frase nos advierte de ese magnitud de la ensoñación: «No pinto lo que veo, sino lo que vi». Ese recuerdo teñido de la voluptuosidad de un temperamento, atormentado por unos momentos y apasionado en otros, nos impone un esfuerzo en lo sensorial a la hora de contemplar los ochenta cuadros presentes en Arquetipos, la exposición que hasta el próximo 17 de enero podemos ver en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Arquetipos está dispuesta, como si por arte de magia asistiéramos a la representación física de las cámaras oscuras del alma, pues visionando una a una las diferentes secciones en las que se divide la muestra —ordenada de una forma anárquica en lo cronológico—, podemos apreciar y reinterpretar la melancolía, la muerte, el pánico o el amor, solo por poner unos ejemplos. Ese paraíso de luces, oscuridades y colores, al que Munch dotó de una simbología muy cercana al psicoanálisis, explota delante de nuestros ojos como un arcoíris lo hace en el cielo después de la lluvia. Al igual que su compatriota Knut Hamsun se sumergió en las cavernas del hombre en sus hirientes y maravillosas novelas, Munch se cuestiona así mismo, para de esa forma, hacerlo a los demás, mediante esa capacidad analítica del dolor y la pasión del ser humano. Su poder en cuanto a la elección de las gamas cromáticas de sus cuadros, así como la disposición de los personajes de los mismos, no han pasado desapercibidos en artistas posteriores —véase las cualidades cromáticas de la soledad en los pinceles de Hopper—, como tampoco la intensidad que atesoran que, en no pocas ocasiones, llega a ser muy dolorosa. Su pintura es un auténtico tratado de las emociones básicas del ser humano; latidos de un expresionismo exuberante respaldado por su capacidad para sintetizar la vida del hombre de su tiempo.
 

Esa apasionada reinterpretación del mundo que el pintor noruego necesitó para romper la barrera que divide la realidad de la ficción ya está presente en cuadros como Melancolía (1892), donde, con largas e intensas pinceladas que se contraponen al cuadro con el mismo título que pintó años antes (Atardecer-Melancolía), es capaz de atraer toda nuestra atención en la profundidad del paisaje, y lo hace con ondulantes pinceladas que dividen la imagen en diferentes capas, lo que deja en una marcada soledad al personaje de la esquina inferior del cuadro; una expresión que ya está muy presente en la mirada perdida de su hermana en Atardecer. Todo esto, se proyecta de una forma más onírica, si cabe, en Madre e hija, una composición en la que el estatismo de las figuras nos remarca su soledad. Aquí, las pinceladas son intensas como el colorido elegido, donde el blanco contra el negro juega con el escapismo de una luna turbia al fondo como testigo. Esa inexistencia de comunicación entre los personajes de sus cuadros se pone de manifiesto en Los solitarios, donde de espaldas a la noche o la nada, los protagonistas del cuadro se confrontan a la soledad y al silencio, y a su innata capacidad de ausencia.
 

En contraposición a la melancolía está la sección Muerte, que se abre con la siguiente frase: «Al contrario, cuando pinto la enfermedad y la desgracia supone un desahogo. Es una reacción saludable de la que se puede aprender y según la cual se puede vivir.» Una característica que se puede ver en La niña enferma, donde las duras pinceladas verticales de vivos colores, se contraponen a la idea de la muerte, y así, mientras la niña desprende luz, la madre intenta consolar su dolor; o como en Agonía (1915), donde Munch esquematiza la muerte y el dolor de una forma muy geométrica. Geometría  que también está presente en los cuadros de la sección Pánico, donde todos los personajes son representados de frente, en varios planos y con un mismo punto de fuga, igual que si fueran espejos del mundo y la vida, y donde la ausencia casi total del color, enfatiza el poder intrínseco presente en el contrate del negro sobre el blanco.
 

La relación de Munch con las mujeres está presente en Arquetipos en las secciones tituladas Mujer, Amor y Melodrama que nos hablan de esa sensación que el pintor tiene de vivir en una época de transición, en la que se produce el pleno proceso de emancipación de las mujeres. Aquí podemos contemplar cuadros como Pubertad (1914-1916), donde en un doble plano (claro en la parte superior, y oscuro en la inferior) asistimos a la representación del miedo a la desnudez y a la propia identidad que, como una premonición, se proyectan sobre la sombra del personaje femenino. En estas secciones, las mujeres, en no pocas ocasiones, salen retratadas como asesinas, siendo ellas son las verdaderas protagonistas de las historias de celos presentes en la sección Melodrama. Aquí, los colores son oscuros y las miradas intensas, penetrantes… Algo parecido les ocurre las féminas de la sección Amor, en la que los personajes se refugian en la naturaleza, exuberante e intensa como es el propio amor. En Mujer vampiro, por ejemplo, y Mujer vampiro en el bosque, asistimos a la representación de una forma aterradora de la posesión del alma por parte de la persona amada (que en este caso es la mujer). O en El beso, donde la proyección de la pasión es tan arrebatadora, que Munch la convierte en una mancha apenas recortada por unos leves relieves, y donde asistimos, de una forma magistral, a esa expresión indeleble de un instante mágico con un punto de fuga en el infinito.
 

La soledad vuelve a hacerse fuerte en la sección Nocturnos, donde los personajes de los cuadros parecen fantasmas que vigilan la noche estrellada, en la que se refugian del frío y en la que buscan su alma. Alma errante que está perdida y necesita de la luz del día que nunca llega. Así, en La tormenta (1893) vemos una fantástica recreación del miedo, el pánico y el aislamiento. Luz sobre oscuridad, seguridad sobre miedo y pánico desdibujado en el anonimato de unas figuras humanas que buscan su propia salvación. En contraposición a esta sección está Vitalismo, que nos lleva hasta la época más optimista del pintor noruego, muy influida por la filosofía de Nietzsche: «lo que no te destruye te hará más fuerte». En la que, por ejemplo, en Las mujeres en el puente de día y de noche, asistimos al paso del tiempo y al diferente punto de vista a la hora de retratarlo, como si fuera el anverso y el reverso de un mismo momento. En la sección Desnudos, que pone punto y final a la muestra, las mujeres esconden el rostro con sus manos, pero en este caso, la pasión se yuxtapone a esa necesidad de anonimato a través de los colores cálidos y las pinceladas alargadas e intensas, lo que nos lleva a expresar que Arquetipos es la mejor representación de la dañinas e intensas pinceladas del pintor noruego más allá de El grito. 

Ángel Silvelo Gabriel.

LA MIRADA DE EROS, BAJO LA DIRECCIÓN DE IRINA KOUBERSKAYA, EN EL TEATRO TRIBUEÑE DE MADRID: EL ÉXTASIS DE LA FANTASÍA


 
El destino, marcado por el azar o la casualidad, se abalanza sobre nuestras vidas de una forma tan caprichosa como irracional, tan onírica como lírica. Expresiones, todas ellas, que definen la verdadera impostura de nuestra existencia. Un simple movimiento de una carta y hubiésemos sido otros; un simple gesto del destino y nuestro nombre y nuestra filiación serían distintos, como distinto podría ser el color de nuestra piel. En este sentido, el lenguaje gestual que emplea al inicio de la obra Iván Oriola es muy significativo, como significativa es también la introducción que la propia Irina Kouberskaya hace a la adaptación del cuento de Vladimir Nabokov, Cuento de hadas, pues con ella, nos manda uno de esos mensajes universales que solo poseen las grandes obras de arte: lo efímero y caprichoso de nuestra existencia. En un mundo mecanizado, en el que la tecnología nos delinea y nos sistematiza la vida, la directora rusa, cual reina consorte de la otra vida, nos advierte de lo equivocados que son esos postulados: oscuros y ponzoñosos como solo lo pueden ser la barbarie y la destrucción, cabría añadir. Todo es un sueño, nos dice Irina, un sueño que nos lleva hasta el éxtasis de la fantasía; una fantasía que se adorna de la música de películas antiguas e imágenes que se cuelan en el escenario en una especie de NODO testimonial del ser humano. Envoltorio mágico el que persigue a las obras de la Sala Tribueñe, y que le proporcionan ese plus de arte total, pues ese arte dentro del arte, es el mejor testigo de las múltiples posibilidades del teatro en la actualidad. Montajes arriesgados que, sin embargo, siempre convencen, pues apabullan a nuestro subconsciente de imágenes que nos obligan a volver a ellas una y otra vez de una forma irreflexiva. No obstante, ese es solo el papel con el que está envuelto el armazón de esta obra, genial por momentos, irónica y sarcástica en otros, y que pone de manifiesto la gran capacidad creadora e imaginativa de una Irina Kouberskaya poseída por la mágica fuerza de los sueños. En este sentido, el universo onírico y poético que la directora rusa es capaz de plasmar a la hora de imaginar una obra, en este caso, alcanza cotas altas, muy altas, pues esta vez en su afán de divertirse y soltar los cabos de sus anteriores montajes dramáticos nos envuelve como solo lo hacen las hadas en un delirante y mágico espectáculo de magia, entendida esta como un teatro del mundo donde la vida, el amor y la fantasía se convierten en la fuerza que mueven a un universo único, por lo esencial que resulta, y necesario, por la autenticidad con la que se nos revela. Es verdad, Erwin es de esos personajes que se quedan dentro de uno para ayudarle a entender la vida de otra manera.
 

La mirada de Eros es un juego en el que Irina Kouberskaya nos propone viajar por la otra vida: la de los sueños. Y en ese viaje, asistimos a una parte de las grandes verdades que modelan nuestras vidas. El azar presente en el inicio de la obra, por ejemplo, es seguido de esa otra necesidad de convertir el arte en la vida misma, lo que ocurre en una escena donde lo visto —y, posteriormente pintado o representado— se transforman en arte en tres dimensiones, arte de carne y hueso que también deviene en caprichoso deseo de un joven que a diferencia de lo que ocurre en el relato de Nabokov, se expresa en tercera persona a través de una narrador omnisciente, como si el personaje fuese igual a una marioneta cuyos hilos son movidos por otra persona, lo que no le quita ni un ápice de autenticidad o acierto, pues nos pone de manifiesto esa última posibilidad de cambiar el mundo que todo artista posee a la hora de plasmar su arte.
 

Irina Kouberskaya necesitaba un compañero de viaje para hacer realidad ese sueño que, a buen seguro, un día le envolvió cuando leyó el relato de Nabokov, y lo ha encontrado, pero no solo eso, pues cabe añadir que no podía haber encontrado un cómplice mejor para poner en pie todo aquello que solo existía en su cabeza. Iván Oriola está magistral en cada uno de los registros a los que se ve sometido a lo largo de la obra. Con una gran capacidad de mimo, interpreta a un Erwin caprichoso, como cuando nos dice: «se transformó en un pingüino que solo vuela en sueños», y que le sirve de palanca de fuerza para aliarse con ese caprichoso destino que se le presenta a su favor, y que le lleva a múltiples situaciones: cómicas unas, inesperadas otras, y a las que Iván responde con maestría; una grandísima interpretación llena de gestos y movimientos (no se pierdan, por favor, la subida y bajada de escaleras, por poner un ejemplo), de los que siempre sala victoriosa la destreza con los que los ejecuta. Envolvente, caprichoso o inocente, Erwin, perdón Iván, avanza en una especie de carrera de obstáculos, siempre muy bien apoyado y ayudado por José Manuel Ramos, magnífico en ese soporte de Iván, pues como una sombra que apenas se ve y no molesta, realiza un trabajo digno de encomio y alabanza. Este espectáculo de mimos, de sueños y cartón piedra, tiene un no menos destacable trabajo de escenografía, pues el mismo está repleto de aciertos y efectos especiales tan sencillos como magistrales, para los que hay que echar mano de Eduardo Pérez de Carrera, para poner en valor un trabajo que en demasiadas ocasiones pasa desapercibido y, que en este caso, es soberbio por lo acertado del mismo (no se pierdan la escena de los instrumentos musicales: es sencillamente genial).
 

La mirada de Eros es como una de esas películas antiguas cargadas de lluvia, donde a cada palabra, a cada escena, nos va mojando ese universo de los sentidos que casi siempre permanece oculto, pero que cuando alguien le saca brillo, es cuando de verdad llegamos a ser felices; felices como solo lo podemos ser a través del éxtasis de la fantasía. Es una obra maestra, sin duda. No se la pierdan. 

 
Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

YERMA, DIRIGIDA POR GLADYS BALAGUER EN LA SALA TRIBUEÑE DE MADRID: LA CLAUSTROFOBIA DE UN DESEO


Un redondel de arena que tapa y cierra todos los deseos; anhelos huérfanos de la semilla sobre la que crecer. En ese instante donde el tiempo se detiene, Yerma emula la transición hacia la desdicha que acabará en tragedia. Luz, oscuridad, luz. Baile, danza, miedo, con una luna por testigo. Luna blanca con forma de mujer que se transforma en la perenne vigía de una desgracia. Sí, porque Yerma es la claustrofobia de un deseo. Errática alma de mujer que busca en el lugar equivocado. Las tradiciones, los sueños, la empatía por ser como los demás y la imposibilidad de llegar a serlo llevan a Yerma por otro sendero. Camino plagado de piedras y rutas sin explorar por donde, con el paso del tiempo, nada tiene sentido. Aquí, la desdicha se torna en infortunio, la esterilidad en tragedia y la impotencia en noche oscura. Noche a la que no salva ni una majestuosa luna blanca vestida de mujer. Luna como símbolo de un universo, el de Yerma; luna vigilante y oscura sobre la que se proyectan las sombras de unos personajes que más que bailar, danzan; y que, además, se yuxtaponen y se dicen y se maldicen. Todo al servicio de una causa: la llegada del no nacido; y de una tragedia encerrada por los muros de la tierra de la que nada nace, pues no tiene con qué nacer. Encerrados en las sombras que nos mueven el alma, los personajes de Yerma se ven y se tocan, y lo hacen en la medida que, la barrera de las costumbres se lo permiten, pero también se repelen, porque la realidad es muy distinta al deseo.
 

Ishtar Teatro, bajo la dirección de Gladys Balaguer, ha concebido la obra de Lorca conjugando los grandes elementos de su teatro: la pasión, la sangre y la tierra. Elementos primarios que se entremezclan con el folclore, la música y la geometría de los deseos. Atravesar ese círculo (en el que se mueven los personajes a lo largo de toda la obra), es como querer traspasar la línea del horizonte, pero también es circunscribir el mundo a un elemento reducido a un estrecho redondel. Un espacio en el que se desarrolla toda una vida y toda una concatenación de espacios a los que cuesta ponerles un nombre. Ese círculo, y el mundo, no paran de moverse, y dan vueltas y vueltas, como los pensamientos y los sentidos de una Yerma luchadora y perdida, anhelante de los movimientos y miradas ajenas, y deseosa de una maternidad que no llega. No atiende a nadie, ni a aquellos que le dicen que no se desespere ni tampoco a los otros que le recomiendan una vida sin hijos. La maternidad, el deseo, la lucha interior por cumplir los sueños son innegociables para ella. Y así Yerma, y su capacidad para amar o para buscar el amor las dirige hacia las entrañas que la mueven el alma. Pozo oscuro y luz infinita que se dan la mano en la representación a través de Blanca Rivera que, en el papel de Yerma, luce con luz propia. Diligente, atenta, perdida, intensa y hasta insoportablemente hiriente en la búsqueda de las rendijas por donde alcanzar su deseo, es capaz de mostrarnos, de una forma muy acertada, el mito de la búsqueda de lo imposible. La sociedad actual está seca de este tipo de exploraciones, y en este sentido, Yerma deviene en una especie de heroína sobre el escenario. Frente a ella, la solidez interpretativa de un David García genial en el papel de Juan (el marido de Yerma). Siempre acertado y con esos destellos de gran actor que lleva dentro, sus suspiros, sus lamentos, y la grave impotencia de aquel que no consigue lo que más anhela, están plenamente visionados a través de su trabajo. Además, si por algo destaca esta versión de Yerma de Isthar Teatro es por la solidez de su reparto: Elvira Arce Chus Pereiro, Raquel Leiva, Silvia García, Juan Dávila y Gladys Balaguer salen airosos de sus interpretaciones, y vinculan el universo onírico y rural de Lorca a nuestro imaginario colectivo, de una forma muy natural, pues lo hacen bailando, danzando, apretando dientes, contando chismes, acompañando a la muerte…, para que no se nos olvide que, entre otras muchas cosas, Yerma es la claustrofobia de un deseo. 
 

Ángel Silvelo Gabriel.